Las propuestas de Donald Trump de anexar Groenlandia, el Canal de Panamá y/o Canadá —y ahora una orden ejecutiva que cambia el nombre del «golfo de México» por el de «golfo de América»— representan otra traición ridícula a la ideología de «América primero» con la que se postuló y son un ejemplo más de su dificultad para entender la economía (por ejemplo, sus propuestas de aranceles proteccionistas). Estas iniciativas de anexión no sólo serían mal vistas desde el punto de vista constitucional, ético y económico, sino que sólo servirían para expandir una agenda globalista y desestabilizar tanto a los EEUU como al mundo en su conjunto.
En primer lugar, la anexión está en evidente conflicto con el principio libertario de autopropiedad. Dado que todo ser humano, como explica Rothbard, tiene derecho de propiedad sobre su propio cuerpo y los frutos de su trabajo, eso establece de inmediato que nadie tiene derecho alguno sobre otro ser humano o sobre su territorio sin su consentimiento. Cualquier noción de este tipo ignora los derechos de autopropiedad de sus habitantes al tomar Groenlandia o Canadá por la fuerza.
La Constitución de los EEUU establece un gobierno federal con poderes limitados. Cualquier acción que exceda esos poderes se considera inconstitucional, y la anexión de territorios extranjeros ciertamente cumple ese requisito. La Constitución no otorga tales poderes al presidente para anexar tierras extranjeras sin el consentimiento tanto del Congreso como de los habitantes de los territorios que se van a anexar.
Aunque estas razones por sí solas constituyen una crítica válida y seria a planes como estos, la anexión es una seria desventaja económica. El libre comercio y la protección de los derechos de propiedad forman el núcleo del marco económico libertario. La anexión de Canadá o Groenlandia a los EEUU destruiría los acuerdos de libre comercio y otras relaciones económicas vigentes. También implicaría una enorme carga de costos para el gobierno administrar esas áreas, lo que podría agobiar al contribuyente o alterar la dinámica natural del mercado.
Lo más importante es que la anexión es un modelo que encaja en un tipo de liderazgo dictatorial, lo que contrasta fuertemente con las convicciones libertarias. Vale la pena señalar que tanto Canadá como Groenlandia son naciones independientes en cuanto a soberanía y autogobierno de sus pueblos. Aparentemente, las propuestas de Trump olvidaron por completo los procesos democráticos de toma de decisiones de los demás países, por no hablar de cómo esto se opone a los principios libertarios básicos.
Aunque Trump todavía no ha asumido el cargo, sus planes ya están dando forma a la imagen de su presidencia. Anexar Groenlandia y Canadá no sólo sería inconstitucional, dictatorial e imprudente desde el punto de vista económico, sino que también violaría los principios libertarios centrales de la autopropiedad, la gobernanza constitucional y el libre comercio.