En un reciente artículo para el Mises Wire, Connor O’Keeffe argumenta acertadamente que el presidente Joe Biden fracasó indiscutiblemente a la hora de parecer psicológica y fisiológicamente bien durante el reciente debate presidencial. O’Keeffe además escribe que el ex presidente Donald Trump «hizo un trabajo perfectamente bueno» en parecer lo suficientemente estable contra la caracterización de él por muchos demócratas como un «maníaco desquiciado» decidido a «destrozar el país.»
Sin embargo, si no se tiene en cuenta la pésima actuación de Biden, la actuación de Trump sólo podría calificarse de mediocre en el mejor de los casos. La mediocridad de la actuación de Trump en el debate puede apreciarse especialmente durante la discusión de la política exterior. Aunque Trump tuvo razón al criticar la excesiva implicación de los Estados Unidos en el actual conflicto entre Rusia y Ucrania (cediendo más de 150.000 millones de dólares a Ucrania, la mayor parte en concepto de ayuda militar), las declaraciones de Trump sobre el conflicto entre Israel y Palestina revelan que los Estados Unidos seguirá inhibiendo el proceso de paz, independientemente de quién gane las elecciones. De hecho, las declaraciones sobre el conflicto palestino-israelí durante el debate ilustran que ambos candidatos pretenden continuar con la intervención directa americana.
Por ejemplo, Biden promocionó su plan en tres fases, que consiste en: (1) un alto el fuego a cambio de muchos de los rehenes, (2) un alto el fuego con «condiciones adicionales,» que probablemente se refiere a la liberación de todos los rehenes restantes y a una retirada completa de las fuerzas israelíes de Gaza, (3) el «fin de la guerra» y el comienzo de la reconstrucción de Gaza. Posteriormente, Biden afirmó que sólo Hamás desea continuar la guerra. Por último, Biden también pareció orgulloso al expresar que los Estados Unidos apoya a Israel «más que nadie en el mundo». Teniendo en cuenta estas declaraciones y la decisión de la administración Biden de transferir más de cien paquetes de ayuda militar a Israel desde el 7 de octubre de 2023, Biden cree firmemente en intervenir directamente en el conflicto.
En oposición a estas afirmaciones, Trump argumentó acertadamente que Israel en realidad quiere continuar la guerra. Sin embargo, esta breve declaración de la verdad se vio eclipsada por la posterior afirmación de Trump de que los Estados Unidos debería dejar que Israel «termine el trabajo», lo que probablemente significa erradicar a Hamás. Al dejar que Israel siga adelante con su plan para el conflicto, la declaración de Trump podría interpretarse como una señal de que una segunda presidencia de Trump no ejercería un control tan férreo sobre Israel y sus acciones. Sin embargo, de forma similar a la creencia de Biden en una continua intervención americana, la insistencia previa de Trump en implicarse en el conflicto y su reticencia general hacia la creación de un Estado palestino contiguo y justo arroja luz sobre el hecho de que también perpetuaría la implicación directa americana en el conflicto, empeorando las relaciones entre israelíes y palestinos a largo plazo. Gane Biden o Trump las próximas elecciones, la intervención directa y perjudicial (velada por la fachada de «procurar la paz») en la región es inevitable.
En un artículo titulado «War Guilt in the Middle East» (La culpa de la guerra en Oriente Medio), Murray Rothbard sostiene que la implicación americana en el conflicto «ha sido aún más antipática» que la israelí. Rothbard condena la disposición de los Estados Unidos a prestar ayuda a Israel siempre que lo necesite, llegando a afirmar que Israel es «el aliado y satélite de los EEUU» en Oriente Medio. Analizando la historia del conflicto, es innegable que Rothbard tiene razón. Al intentar procurar la paz, la implicación americana en el conflicto ha fracasado estrepitosamente o ha sido desastrosa.
Según Rothbard, los Estados Unidos presionó a las Naciones Unidas para que aprobaran el plan de partición de 1947, que dividía la Palestina obligatoria en un Estado judío y otro árabe. Este plan de partición asignó el 42% de la tierra a un Estado árabe y el 55% de la tierra a un Estado judío. Después de que los árabes palestinos rechazaran el plan de partición, los árabes palestinos iniciaron una guerra civil contra los judíos palestinos, que comenzó el 30 de noviembre de 1947. Debido a este conflicto inicial y a los posteriores ataques de los países árabes vecinos a partir del 15 de mayo de 1948, alrededor de 700.000 árabes palestinos fueron desplazados. Aunque no existía un «plan maestro» para trasladar a los árabes palestinos, muchos fueron expulsados a la fuerza de sus hogares por las fuerzas israelíes, aunque la mayoría de los árabes simplemente huyeron debido al conflicto o a la amenaza del mismo.
Para un ejemplo más reciente de catastrófica intervención americana en un intento de procurar la paz en el conflicto, basta con ver cómo el gobierno de George W. Bush ayudó a Hamás a hacerse con la autoridad sobre Gaza. Después de que los asentamientos y las fuerzas israelíes se retiraran de Gaza en 2005, los Estados Unidos, como correctamente el ex congresista de Texas Ron Paul articuló «animó a los palestinos a celebrar unas elecciones libres». Tras intentar imponer la democracia a los palestinos, éstos acabaron eligiendo a Hamás, que empezó a gobernar Gaza en 2007. Resulta irónico que los Estados Unidos animara a Hamás a hacerse con el poder, sobre todo teniendo en cuenta que Israel y los Estados Unidos consideran a Hamás un grupo terrorista.
Aunque Trump ha presumido continuamente de sus dotes negociadoras, el conflicto entre Israel y Palestina también empeoró bajo su administración. Según el historiador Avi Shlaim, los palestinos reaccionaron con hostilidad hacia los Acuerdos de Abraham (que normalizaron las relaciones entre Israel y múltiples países árabes) porque fueron percibidos como «una traición a la lucha palestina por la liberación e incluso como una puñalada por la espalda.» Los palestinos, según Shlaim, percibieron los Acuerdos de Abraham de esta manera porque era una señal de que Israel podía negociar con múltiples Estados árabes sin «poner fin a su ocupación de tierras palestinas». Las relaciones entre israelíes y palestinos también empeoraron por el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por parte de Trump y su absurdo plan de paz que solo asignaba a el 15 por ciento del territorio no contiguo y desmilitarizado de la Palestina histórica a los palestinos, al tiempo que permitía a Israel anexionarse una mayoría de asentamientos ilegales en Cisjordania. Los palestinos rechazaron con razón este plan de paz, y la implicación de Trump en el conflicto es otro ejemplo de cómo la intervención americana en el conflicto lo ha empeorado.
Bajo el apoyo de la administración Biden a Israel, más de 30.000 palestinos han muerto en Gaza, aunque el número exacto de víctimas civiles y de Hamás se debate con vehemencia. En cualquier caso, la implicación americana ha provocado más muertes de palestinos y, en general, ha empeorado el conflicto. Los líderes americanos deberían aprender de los errores del pasado y dejar de intervenir en el conflicto. Israel es un Estado formidable capaz de defenderse, sobre todo porque es el único Estado de Oriente Medio con armas nucleares.
En lugar de mirar hacia el futuro con la esperanza de negociar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos, los Estados Unidos debería mirar al pasado y prestar atención a las palabras contenidas en el Discurso de Despedida de George Washington: «La gran regla de conducta para nosotros con respecto a las naciones extranjeras es, al extender nuestras relaciones comerciales, tener con ellas la menor conexión política posible».