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Un argumento misesiano contra el Estado de Israel

Ludwig von Mises fue un defensor del ideal de libertad en una época de planificación central y socialismo. En su libro Liberalismo, el Estado es «el aparato social de compulsión y coerción que induce a las personas a acatar las reglas de la vida en sociedad», y la función que Mises le asigna al Estado en la doctrina liberal es la protección de la propiedad, la libertad y la paz. Luego está la ley, que consiste en las reglas según las cuales procede el Estado. Y por último, pero no por ello menos importante, está el gobierno, que consiste en los órganos encargados de la responsabilidad de administrar el Estado.

Para Mises, el gobierno de un puñado de personas depende del consentimiento de los gobernados, de modo que ningún gobierno puede mantenerse a sí mismo —su forma, régimen y personal— si la mayoría de los gobernados no están convencidos de que su gobierno es bueno. Todas las demás exigencias del liberalismo son resultado de la exigencia fundamental de la propiedad, que se refiere a la propiedad privada de los medios de producción («pues en lo que respecta a las mercancías listas para el consumo, la propiedad privada es algo natural y no la discuten ni siquiera los socialistas y comunistas»).

Como dice Mises, si el programa del liberalismo se condensara en una sola palabra, ésta diría: propiedad.

Guerra, conquista y el Estado de Israel

En 1948, con la creación del Estado de Israel en Palestina, se estableció un gobierno y se amplió el territorio de su dominio sin el consentimiento de la mayoría de los propietarios, que fueron expulsados, asesinados o sometidos a la condición de ciudadanos de segunda clase, y que eran, de hecho, la mayoría de la población que habitaba y poseía vastas extensiones de tierra robadas por las fuerzas israelíes. Así, la guerra y la conquista dieron origen al Estado de Israel, con una población en gran parte nueva de judíos que emigraron a Palestina en las pocas décadas anteriores a su creación y que llegaron a formar la mayoría de los gobernados en el nuevo país de Israel. Desde entonces, el ejército israelí no ha dejado de hacer guerras a favor de la expansión de Israel, conquistando nuevos territorios, que también están legalmente designados —como los conquistados con la creación del Estado de Israel— como propiedad del Estado.

Desde el punto de vista de Mises, si fuera cierto que la guerra es la madre de todas las cosas, los sacrificios humanos serían necesarios para fomentar el bienestar general y el progreso de la humanidad, y ningún lamento por ellos ni ningún esfuerzo por reducir su número justificaría el deseo de abolir la guerra y lograr la paz eterna. Sin embargo, la perspectiva liberal es fundamentalmente diferente. Como explica Mises, parte de la premisa de que la paz, no la guerra, es la madre de todas las cosas. El liberal «aborrece la guerra» porque sólo tiene consecuencias dañinas:

Lo único que permite a la humanidad avanzar y que distingue al hombre de los animales es la cooperación social. Sólo el trabajo es productivo: crea riqueza y con ello sienta las bases externas para el florecimiento interior del hombre. La guerra sólo destruye; no puede crear. La guerra, la carnicería, la destrucción y la devastación las tenemos en común con las bestias depredadoras de la jungla; el trabajo constructivo es nuestra característica distintiva humana.

El adagio que aplicaba el ex primer ministro israelí Menachem Begin para justificar las conquistas israelíes era «luchamos, luego existimos». Y esto también lo podrían aplicar, especialmente si tienen éxito, los árabes palestinos para recuperar tierras robadas. En cualquier caso, Mises considera la guerra como un mal, independientemente de la capacidad de cada bando para librar y ganar guerras:

[El liberal] está convencido de que la guerra victoriosa es un mal incluso para el vencedor, de que la paz siempre es mejor que la guerra. No exige ningún sacrificio al más fuerte, sino únicamente que se dé cuenta de cuáles son sus verdaderos intereses y aprenda a comprender que la paz es para él, el más fuerte, tan ventajosa como para el más débil.

Aun así, los fines por los que lucha cada bando son relevantes para Mises:

Cuando una nación amante de la paz es atacada por un enemigo belicoso, debe ofrecer resistencia y hacer todo lo posible para rechazar el ataque. Las hazañas heroicas realizadas en una guerra de este tipo por quienes luchan por su libertad y por sus vidas son totalmente loables... Aquí la osadía, la intrepidez y el desprecio por la muerte son loables porque están al servicio de un buen fin...

De acuerdo con Mises, lo que hace que las acciones humanas sean buenas o malas depende «del fin al que sirven y de las consecuencias que conllevan». En este sentido, ejemplifica:

Ni siquiera Leónidas sería digno de la estima que le tenemos si hubiera caído, no como defensor de su patria, sino como líder de un ejército invasor decidido a robar a un pueblo pacífico su libertad y sus posesiones.

Guerra, religión y liberalismo

Cuando los dirigentes israelíes no basan la invasión de la patria de los árabes palestinos y el robo de sus posesiones en la capacidad de librar guerras, justifican sus acciones con argumentos teológicos, racionalizando la guerra y la conquista mediante apelaciones a un dios que designó al pueblo judío como un grupo elegido de hombres. Pero si esto no fuera un argumento para rechazar la igualdad ante la ley del liberalismo, definitivamente no es el ideal último de la cooperación perfecta de toda la humanidad concebida por el liberalismo, con la fusión de las políticas liberales internas y externas en el mismo objetivo de la paz. Es decir, tanto entre las naciones como dentro de cada nación, el liberalismo apunta a la cooperación pacífica:

…toda la política y el programa del liberalismo están diseñados para servir al propósito de mantener el estado existente de cooperación mutua entre los miembros de la raza humana y de extenderlo aún más.

Para Mises, el pensamiento liberal tiene en mente a toda la humanidad, es cosmopolita y ecuménico — abarca a todos los hombres y al mundo entero.

Por otra parte, el liberalismo limita sus preocupaciones a las cosas terrenales. El reino de la religión no es de este mundo. Entonces, según él, «el liberalismo y la religión podrían existir uno al lado del otro sin que sus esferas se toquen». Que lleguen a algún punto de colisión no es culpa del liberalismo, porque no se entromete en «el dominio de la fe religiosa o de la doctrina metafísica». Además, desde la convicción de que la garantía de la paz debe tener precedencia, sobre todo, el liberalismo proclama «la tolerancia para toda fe religiosa y toda creencia metafísica». Sin embargo, en el plano religioso, Begin reivindica la expansión de Israel mediante el regalo perpetuo de Jehová de Eretz Israel —los antiguos reinos de Judá e Israel— a los colonos judíos, designando así la tierra confiscada como «liberada».

Y si el liberalismo se enfrentó a la Iglesia «como un poder político que reclama el derecho de regular según su criterio no sólo la relación del hombre con el mundo venidero, sino también los asuntos de este mundo», el liberalismo debe enfrentarse al Estado de Israel no sólo por sus guerras religiosas, sino también por regular los asuntos mundanos en la Palestina histórica según la afiliación etnoreligiosa, mediante la arbitrariedad, el sesgo y el abuso del poder político y militar contra la propiedad, la libertad y la paz de comunidades enteras durante décadas.

Guerra, propiedad privada y autodeterminación

Si bien el liberal «no pretende abolir la guerra predicando y moralizando», sí intenta crear las condiciones que eliminen las causas de la guerra. Luego, afirmando que el primer requisito para su eliminación es la propiedad privada, Mises agrega:

Cuando la propiedad privada debe ser respetada incluso en tiempo de guerra, cuando el vencedor no tiene derecho a apropiarse de la propiedad de personas privadas y la apropiación de la propiedad pública no tiene gran importancia porque la propiedad privada de los medios de producción prevalece en todas partes, ya se ha excluido un motivo importante para hacer la guerra… Para que el ejercicio del derecho de autodeterminación no se reduzca a una farsa, las instituciones políticas deben ser tales que hagan de la transferencia de soberanía sobre un territorio de un gobierno a otro un asunto de la menor importancia posible, que no implique ventaja o desventaja para nadie.

Sin embargo, los dirigentes del Estado de Israel no sólo nunca se han molestado en eliminar las causas de la guerra, sino que han persistido en crearlas. Dado que casi todo el territorio de Israel es propiedad del Estado y la ley israelí estipula que toda la tierra de Israel debe ser propiedad pública y no exclusiva de particulares, la propiedad pública en Israel tiene una gran importancia. Y como fuerza conquistadora y vencedora de guerras desde 1948, el Estado de Israel se ha apropiado de cada vez más propiedades de particulares hasta el día de hoy.

Además, la soberanía sobre Palestina nunca fue transferida por el gobierno británico a la mayoría árabe ni a nadie más como una cuestión de la menor importancia posible, sino que fue canalizada significativamente a una minoría de judíos, muchos de los cuales, antes de la creación del Estado de Israel, se beneficiaron del poder soberano británico que promovió e instigó las expropiaciones de tierras árabes en favor de la inmigración judía. Estos acontecimientos redujeron a una farsa cualquier promesa del gobierno británico de garantizar los derechos civiles de la mayoría árabe y cualquier consideración seria de su derecho a la autodeterminación en su patria, lo que acarreó desde entonces, y a partir de 1948 a manos del Estado de Israel, no sólo desventajas para millones de árabes, sino también muerte y miseria de por medio.

De hecho, al igual que para los árabes, el mismo derecho a la autodeterminación debía reconocerse a las comunidades judías de Palestina en cualquier momento antes de la creación del Estado de Israel. Y, de hecho, en el pensamiento liberal, este derecho es crucial para prevenir las guerras:

…siempre que los habitantes de un territorio determinado, ya se trate de una sola aldea, de un distrito entero o de una serie de distritos adyacentes, manifiesten, mediante un plebiscito celebrado libremente, que ya no desean permanecer unidos al Estado al que pertenecen en ese momento, sino formar un Estado independiente o unirse a otro Estado, su voluntad debe ser respetada y atendida. Este es el único medio factible y eficaz de prevenir las revoluciones y las guerras civiles e internacionales.

Pero fue precisamente porque la formación del Estado de Israel iba mucho más allá de este derecho, con el poder de determinar el destino de los árabes en contra de su derecho a la autodeterminación, que las guerras no pudieron evitarse.

Siguiendo a Mises, hijo de un rabino judío, no puede haber un pueblo elegido que opte por la guerra y la conquista mediante racionalizaciones religiosas, en lugar de optar por la cooperación social, y al mismo tiempo siga siendo un pueblo liberal. En suma, la creación y la expansión continua de Israel sólo pueden defenderse abandonando el liberalismo.

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