Washington D.C., cuna de la sobreactuación monumental, vuelve a hacer de las suyas, esta vez amenazando a China y a las Islas Salomón por un acuerdo de seguridad negociado entre ambos.
Olviden el hecho de que el 99 por ciento de los americanos no podrían señalar las Islas Salomón en un mapa, o que tenemos docenas de bases e instalaciones militares en la región, algunos de nuestros aliados australianos dicen que puede que tengamos que invadirlas preventivamente —eso según David Llewellyn-Smith.
La verdad es que China tiene intereses políticos, económicos y de seguridad totalmente legítimos en las Islas Salomón. El comercio entre China y la nación isleña es casi 100 veces mayor que el existente entre los Estados Unidos y las Salomón. Miles de chinos viven o trabajan en las Islas Salomón, y el capital y las empresas chinas han proliferado en las últimas dos décadas. Aunque los principales medios de comunicación occidentales no informan de ello, los disturbios antichinos en las islas han provocado periódicamente la destrucción de empresas chinas y ataques a sus ciudadanos, el más reciente en 2021.
Merece la pena detenerse aquí para reflexionar sobre cómo podría haber reaccionado Washington en circunstancias similares. Parece poco probable que su actuación se hubiera detenido en las quejas diplomáticas y en un acuerdo eventualmente negociado para que la presencia policial china protegiera a sus ciudadanos y sus bienes.
Lo más probable es que se hubiera enviado un grupo de combate de portaaviones y se hubiera resuelto el asunto unilateralmente.
Aparte del hecho de que la respuesta destemplada de Washington puede alienar a los principales indecisos de la región, como Filipinas, India e Indonesia, también deja al descubierto la evidente vacuidad de la retórica de EEUU y occidental sobre el derecho de los Estados a elegir sus propias políticas de seguridad y la inviolabilidad de las fronteras.
En el mundo en desarrollo, incluidos los demás países del BRICS, crece el malestar por el hecho de que los Estados Unidos provoquen a Rusia para que responda de forma racional, aunque no razonable, a las amenazas a su seguridad, algo que reconocen incluso los principales medios de comunicación de línea dura, como The Economist. Tratar de trazar más líneas blancas y negras sobre preocupaciones de seguridad distantes es probable que continúe esta tendencia de alienar a los Estados que buscan claramente la no alineación en la Segunda Guerra Fría.
Como siempre, en su reacción al acuerdo de las Islas Salomón con Beijing, Washington está dañando las relaciones exteriores de América y nuestra seguridad nacional, malinterpretando la naturaleza del acuerdo y avivando el sentimiento interno antichino. Por supuesto, muchos americanos murieron al recuperar las islas de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Y su sacrificio fue tremendo, pero no es esa la razón por la que Washington está actuando de forma beligerante.
Al igual que en el caso de Ucrania, la llamada «competencia entre grandes potencias», un eufemismo para referirse a la lucha de los fuertes por saber cuál de los débiles se enseñoreará de ellos, es la culpable de esta nueva amenaza a la seguridad mundial. Mientras tanto, el «whataboutismo» es un recurso retórico destinado a evitar que pensemos críticamente en estas políticas o en su contexto.
Pero hay que poner fin a estas políticas insensatas. La confrontación en todas partes, en cualquier lugar, por cualquier cosa y sin ningún sentido de la proporción sólo va a conducir al desastre tanto en casa como en el extranjero. No deberíamos, como sugiere el veterano halcón Robert Kagen en Foreign Affairs, luchar contra los rusos y los chinos por cualquier cosa, sino, como recomienda Eliot A. Cohen, volver a la historia, al arte de gobernar, a actuar como si otros Estados tuvieran prerrogativas legítimas.