Estrategia

El Estado disfruta actualmente de una parte muy desequilibrada del poder dentro de una sociedad, tal disposición no está en modo alguno predestinada, y la suposición de que debe serlo revela una estrechez de miras y una falta de conocimiento histórico.

Con tal caos, confusión e incompetencia, no es de extrañar que cada vez más gente de Pensilvania se niegue a obedecer los decretos de confinamiento.

Gracias al crecimiento del Estado a lo largo del tiempo, las apuestas políticas se han hecho mucho más altas, y los grupos temen ser aplastados por el otro lado si pierden. La cohesión inducida por la crisis no es una bala de plata, sino una bomba de tiempo.

Tenemos que ir más allá de los triviales tópicos de tratar de arreglar la política en DC. El lamento de la clase parlanchina sobre la división de la política es francamente tonto. En cierto modo, la polarización es nuestra amiga.

El hecho de que la gente rompa el toque de queda sólo prueba que las comunidades más pequeñas y descentralizadas se organizan mejor que unos pocos planificadores de arriba abajo. Los vecindarios de Barbados hacen un trabajo mucho mejor de autorregulación.

Hasta ahora, cuando se trata de desarmar a la población, los gobiernos no han sido tan terribles como se podría haber predicho durante el pánico del COVID-19.

El principio de no agresión —«todo lo pacífico»— se acerca lo más posible a un análisis libre de valores en una teoría política, ética, económica y legal. Fue insuficiente para Rothbard, porque con razón lo encontró insuficiente para la libertad.

«Cuando un solo objeto definido se convierte en el fin supremo del Estado... el Estado se convierte por el momento inevitablemente en absoluto». No podemos permitir que la lucha contra un virus supere todos los demás valores de la sociedad.

La calidad de los modelos utilizados por los políticos para establecer la política de COVID-19 es sólo tan buena como los datos recogidos. Desafortunadamente, los datos no son muy buenos. Mientras tanto, los costos reales surgen de la economía arruinada.

Las regulaciones de financiación de campañas favorecen a los titulares y a los ricos y famosos. El cambio real requiere más libertad y descentralización en la forma de financiar las campañas.