Mientras que la izquierda se ha agitado por más espionaje gubernamental y «confinamientos» más duros, el presidente de Brasil —quizás temiendo una implosión económica— se ha mostrado reacio a tomar medidas enérgicas.
Los partidarios de las vacunas obligatorias y de la vigilancia forzada intentan chantajear al pueblo americano argumentando que el encierro no puede terminar a menos que creemos un Estado de vigilancia sanitaria y hagamos obligatoria la vacunación.
Muchos sostienen que los mercados no regulados fracasarían debido a la falta de conocimiento de los consumidores o a la asimetría de la información. Pero la competencia en los mercados libres da lugar en realidad a todo tipo de mecanismos que ayudan a los consumidores a tomar decisiones informadas. Esto es tan cierto como las pruebas médicas para cualquier otro bien.
La regulación federal de las pruebas médicas y los análisis debe terminarse y dejarse a los estados. Y luego la autoridad estatal debe ser disuelta y descentralizada aún más.
Gracias a las regulaciones y a la falta de gasto privado, el sistema sanitario italiano tenía una capacidad muy limitada incluso antes de la crisis actual.
¿Cuánto debe aumentar la mortalidad total para justificar una suspensión global del comercio y el estado de derecho? ¿Un uno por ciento? ¿Diez por ciento? ¿Y si la mortalidad total ni siquiera aumenta?
La izquierda ignora convenientemente docenas de sistemas médicos dominados y controlados por el estado y decide que la falta de preparación para el COVID-19 fue culpa de esos pequeños trozos de sistemas de salud que en realidad son privados.
La escasez y la falta de flexibilidad causadas por la burocracia gubernamental durante la crisis de COVID-19 ha obligado a muchos gobiernos a replantearse sus muchas regulaciones arbitrarias e innecesarias.
