Las mujeres en el mundo laboral nos vemos constantemente bombardeadas con retórica que pretende hacer que nos sentamos menos apreciadas que nuestros colegas masculinos. A los políticos y las celebridades de Hollywood (muchos de las cuales nunca han trabajado un solo día en una oficina tradicional) parece gustarles mucho decir a las mujeres que somos víctimas de una supuesta brecha salarial de género.
Afirmando que la mujer trabajadora actual gana solo 78 centavos por cada dólar ganado por un hombre, personalidades de alto nivel, desde la comediante Sarah Silverman al expresidente Barack Obama, han perpetuado este mito y lo han usado para avanzar en su propio programa: más control público sobre los salarios.
Por desgracia para estos cruzados de los salarios, cuando los datos se examinan con más detalle lo que encontramos no es necesariamente una brecha salarial, sino lo que podría describirse más apropiadamente como una brecha de «preferencias», que existe debido a las decisiones personales en lugar de al género.
Es verdad que si sumáramos los salarios de todos los hombres trabajadores en el país y luego los comparáramos con la media de los salarios combinados de todas las mujeres trabajadoras, indudablemente se presentaría una brecha salarial. Sin embargo, esta estadística no cuenta toda la historia.
La brecha salarial de género no tiene en cuenta ningún otro factor aparte del género y las ganancias salariales. Por ejemplo, no tiene en consideración que cada persona, independientemente de su género, se mueve por una serie propia de incentivos. Por contrario, supone que los salarios son lo más importante para todos los trabajadores americanos.
El comportamiento humano no es una ciencia predecible. Nunca podemos saber con seguridad qué impulsa otra persona a tomar sus decisiones, pero las propias decisiones pueden decirnos qué valora más una persona.
Habiendo dedicado su carrera a entender la brecha salarial de género, la economista Claudia Goldin descubrió que en los primeros años de desarrollo profesional no había prácticamente ninguna brecha salarial entre hombres y mujeres trabajando en el mismo campo. De hecho, cuando comparaba colegas masculinos y femeninos con currículos e intelectos casi idénticos, existía una brecha salarial menor del 1%.
Sin embargo, con el paso del tiempo esta brecha acaba aumentando, ya que algunas de estas mujeres trabajadoras empiezan a tomar la decisión de casarse y tener hijos. Una vez estas mujeres deciden asumir más responsabilidades de cuidado del hogar, la flexibilidad empieza a imponerse a la oportunidad de obtener salarios más altos. En otras palabras, sus prioridades cambian.
En lugar de buscar una promoción, que a menudo significa más responsabilidad y más tiempo a pasar en la oficina, muchas mujeres con responsabilidades en el hogar han elegido en su lugar aceptar un salario más bajo a cambio del beneficio de tener más tiempo fuera de la oficina.
La decisión una mujer de aceptar salarios más bajos a cambio de una mayor flexibilidad no significa que es su empresario le haya atribuido menos valor a su trabajo debido a su género. Más bien muestra que para muchas empleadas la flexibilidad vale más que tener un mayor salario y más responsabilidades en la empresa. Es una manifestación de elección y acción humana.
Cuanto las filtraciones de Sony de 2014 revelaron que la actriz de Hollywood Jennifer Lawrence había ganado menos dinero que los demás protagonistas masculinos en la película La gran estafa americana, Hollywood enfureció y reclamó que el gobierno ayudar a acabar una brecha salarial de género.
La actriz Robin Wright siguió una estrategia distinta en este asunto, tomando sus propias medidas. En el momento de negociar su salario para la siguiente temporada de House of Cards, Wright fue a la reunión para negociar su contrato preparada para demostrar su valor. Amparada en datos que demostraban la creciente popularidad de su personaje entre los televidentes, reclamó que se le pagara tanto como al protagonista masculino Kevin Spacey. Una vez presentado su alegato, sus demandas fueron atendidas y se le pagó de acuerdo con ello.
Para Wright, plantar cara valía la pena a la hora de soportar potencialmente el proceso de negociación si significaba recibir salarios más altos. Sin embargo, no todas las actrices valoran una mayor ganancia por encima de la gravosa lucha de las negociaciones salariales.
Cuando se le preguntó acerca de cómo se sentía por haber recibido menos que los protagonistas masculinos, Lawrence admitió que la discrepancia de salarios era en buena parte resultado de su propia falta de voluntad para negociar un salario mayor. Al ganar ya millones en dos franquicias cinematográficas de éxito, Lawrence no deseaba realizar negociaciones cuando realmente no necesitaba ni quería más dinero. En resumen, valoraba la comodidad por encima de una mayor ganancia y eligió acabar pronto con el proceso de negociación.
La teoría de la brecha salarial de género se basa en una estadística que trata de obtener una conclusión muy determinada a partir de una serie de datos muy amplia. Como individuos, a cada uno nos motiva un sistema único de valores que nos ayuda a tomar miles de decisiones cada día. Reducir la decisión de cada persona al género de dicha persona no solo es insultante, también olvida completamente la importancia de la acción humana.