[The Austrian 3, nº 4 (Julio-Agosto 2017)]
The Power and Independence of the Federal Reserve
Peter Conti-Brown
Princeton University Press, 2016 · xiv + 347 páginas
Peter Conti-Brown, un historiador del derecho que enseña en la Wharton School, discreparía enormemente del deseo de Ron Paul de acabar con la Fed. Nunca cita a Mises o Rothbard y el único trabajo austriaco que menciona, oculto en una nota al final, es The Rationale of Central Banking and the Free Banking Alternative, de Vera Smith. Aun así, los austriacos encontrarán muy valioso el libro de Conti-Brown. Ha expuesto con una considerable erudición muchos grandes problemas de la Fed de una manera que refuerza y apoya el alegato contra esta.
La preocupación principal de la crítica austriaca a la Fed ha sido el papel vital de esa organización a la hora de expandir la oferta monetaria. Al hacerlo, como explica la teoría austriaca del ciclo económico, lleva al tipo monetario de interés por debajo del tipo “natural”, determinado principalmente por la tasa de preferencia temporal de la gente. Esto lleva un auge artificial que acaba resultando insostenible, generando una depresión. Murray Rothbard aplicaba de una forma clásica este análisis en America’s Great Depression (1963), que destacaba la política monetaria expansiva de la década de 1920 seguida por la Fed por orden de Benjamin Strong, el gobernador del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, a la hora de causar el crash de 1929.
Conti-Brown nos cuenta que esta visión del papel de la Fed en la década de 1920 era compartida nada menos que por Herbert Hoover, que figura en el libro de Rothbard como el malo principal por sus inútiles intentos intervencionistas de tratar la depresión. Hoover “culpaba a la Fed en general (y a la Fed de Nueva York en particular) de causar la Gran Depresión. Esta orgía [de especulación] no era una consecuencia de mis políticas administrativas, escribía, sino de las ‘mediocridades’ en la Fed” (p. 24). “Hoover se quejaba además de que la Fed (bajo Benjamin Strong) convirtió el optimismo estadounidense en ‘la burbuja del Mississippi de la bolsa’” (p. 283, nota 19).
La Fed continuó su rumbo expansionista durante la década de 1930 y aquí fue primordial la influencia del banquero Marriner Eccles. Eccles modeló la Fed moderna a través de propuestas que el Congreso aprobó en la Ley Bancaria de 1935, que “abolía el Consejo de la Reserva Federal creado en 1913 y lo remplazaba con el Consejo de Gobernadores del Sistema de la Reserva Federal” (p. 27). Una vez protegido en el poder en la Fed, “La clara política de Eccles (…) era usar todos los instrumentos políticos a disposición del ejecutivo para hacer por la economía lo que no podían hacer los consumidores: gastar para salir de la depresión” (p. 32). Eccles admiraba enormemente a Franklin Roosevelt y tenía cuidado de coordinar con él sus políticas. “‘Coordinar’ puede incluso sugerir más independencia de la que pretendía Eccles: quería decir que la política monetaria era una política de la administración” (p. 32). Sus ideas se parecían a las de Keynes, pero Eccles las había desarrollado de manera independiente. “Aunque no se habían conocido, el mormón millonario de Utah había anticipado la visión del mundo del atildado catedrático de Cambridge” (p. 26). Eccles y Keynes acabaron conociéndose en Bretton Woods en 1944, pero no congeniaron.
Conti-Brown, como veremos, ve favorablemente esas políticas, pero describe adecuadamente las consecuencias de una expansión monetaria que fracasa: “Lo que parece crecimiento económico es, en realidad, un espejismo monetario. Lo que vemos no son más empleos, bienes y servicios: solo es más dinero. Y cuando cada vez más dinero busca el mismo (o un menor) número de empleos, bienes y servicios, suben los precios de todo. Estas presiones inflacionistas amenazan con menoscabar la estabilidad de la economía y la confianza del consumidor a nivel de precios y salarios” (p. 133).
Si pasamos de la década de 1930 al pasado reciente, encontramos que la Fed ha continuado con sus formas imprudentes. Después del Pánico de 2008, el presidente de la Fed, Ben Bernanke, asumió un poder extraordinario para intervenir en la economía. “Invocando una autoridad de préstamo de emergencia que no se había utilizado en casi ochenta años, la Fed recuperó su función de ‘prestamista de último recurso’ y procedió a desplegarla por toda la economía (…) Empezó con el gigante de la banca de inversión, Bear Stearns, y con el tiempo se extendió a fondos del mercado monetario, bancos tradicionales y empresas de seguros” (pp. 154-155).
Es difícil establecer el nivel de poder de la Fed para intervenir. “Cuando Bernanke y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson, se dirigieron al Congreso en el otoño de 2008 hablando de la necesidad de inyectar 85.000 millones de dólares en el gigante asegurador AIG, [Barney] Frank preguntó si la Fed tenía ese dinero. Bernanke respondió que tenía 800.000 millones. Frank quedó asombrado. ‘Puede hacer cualquier préstamo que quiera bajo cualquier condición a cualquier entidad o persona en Estados Unidos que piense que está justificado económicamente’” (p. 155).
La Fed bajo Bernanke no se limitaba a ayudar a empresas particulares, sino que buscaba una expansión monetaria general. Su policía no resultó una sorpresa. “En un discurso en 2002, Bernanke, entonces un miembro más del Consejo de Gobernadores (pero no el presidente), aludía a un helicóptero echando dinero sobre la gente corriente como manera de volver el crecimiento y la inflación a niveles deseables. A la vista de los acontecimientos posteriores y con este precedente en mente, sus críticos le han llamado a veces ‘Helicóptero Ben’” (p. 143).
Una vez se convirtió en presidente, Bernanke terminó de una forma extravagante, en lo que se llamó “guía hacia delante”. Esta “ata al banco central a un mástil propio en un intento de convencer a los participantes en la economía de que la Fed respetará su política durante un cierto periodo de tiempo. (…) el banco central debe asegurar que su política monetaria ‘será realmente eficaz si el banco central puede prometer de forma creíble ser irresponsable, buscar un nivel más alto de precios en el futuro” (p. 143, citando a Paul Krugman).
Esto no agota en modo alguno el material que puede obtener una crítica de la Fed del libro de Conti-Brown. Señala que la Fed financia sus actividades emitiendo dinero: no depende de asignaciones del Congreso para mantenerse en marcha. “El que la Fed se financie en buena parte con los ingresos de sus importantes activos, junto con la naturaleza de la capacidad de la Fed de crear dinero siguiendo sus objetivos de política monetaria, significa que la financiación de la Fed es excepcional en el estado (…) la Fed lleva a cabo su política monetaria, entre otras opciones, creando dinero con el cual puede comprar títulos públicos (y más recientemente, también no públicos). Estos activos generadores de intereses crean dinero que la agencia puede usar posteriormente para financiarse” (p. 207).
Si la Fed es una agencia arbitraria e irresponsable como se ha descrito hasta aquí, ¿no hay un excelente alegato para eliminarla? Conti-Brown no está de acuerdo en absoluto. Teme la “devastación de la deflación esperada” (p. 143) que podría producirse en un patrón oro estricto y por tanto apoya en buena parte las políticas de Bernanke.
El enfoque de Conti-Brown difiere totalmente de la crítica a la expansión monetaria. Cree que las críticas a la Fed se agarran a una falsa imagen de cómo funciona, a lo que llama la visión de Ulises/ponchera. “Ulises” se refiere al incidente en La Odisea en el que Ulises se hace atar al mástil de un barco para poder oír el canto de las sirenas. La “ponchera” se refiere a un comentario del presidente de la Fed, William McChesney Martin, de que el papel de la Fed era quitar la ponchera cuando la fiesta se está poniendo interesante. “Los sujetos de las metáforas se alejan milenios, pero la idea es la misma: los festejadores y Ulises por igual quieren algo a corto plazo que ellos mismos saben que es malo para ellos a largo plazo. La independencia del banco central es la solución” (p. 3). Conti-Brown sostiene que esta opinión se basa en una visión excesivamente simplificada de cómo funciona la Fed y que la “independencia” no es un concepto útil analíticamente para entender la Fed. Puede que tenga razón en ambas cosas, pero aunque repita interminablemente la metáfora, no ha probado en absoluto su alegato de que la mayoría de la crítica a la Fed se basa en la aceptación de la visión errónea que él condena. Para enfrentarse a críticas del tipo de las de Ron Paul y Rothbard, Conti-Brown tendría que responder a la teoría monetaria austriaca. Por el contrario, evita casi completamente la teoría monetaria, una pena dados sus dones para una exposición clara. Hacerlo en un libro acerca de la Fed es ofrecernos Hamlet sin el príncipe danés.