[Extracto de The Progressive Era, de Murray Rothbard, Patrick Newman, ed. (Auburn, Ala.: Mises Institute, 2017), del cap. 13 «La Primera Guerra Mundial como consumación: el poder y los intelectuales», pp. 428–36.]
La Primera Guerra Mundial fue la apoteosis de la creciente idea de los intelectuales como servidores del Estado y participantes menores en el gobierno del Estado. En la nueva fusión de intelectuales y Estado, cada uno fue ayudante poderoso del otro. Los intelectuales podían servir al Estado alabando sus hechos y proporcionado justificación para los mismos. También hacían falta intelectuales para ocupar cargos importantes como planificadores y controladores de la sociedad y la economía. El Estado podía asimismo servir a los intelectuales restringiendo su entrada en las diversas ocupaciones y profesiones y aumentando así su renta y prestigio. Durante la Primera Guerra Mundial, los historiadores fueron particularmente importantes para proporcionar al gobierno propaganda de guerra, convenciendo a la gente de la maldad propia de los alemanes a lo largo de la historia y de los satánicos planes del Káiser. Los economistas, particularmente los economistas y estadísticos empíricos, fueron de gran importancia en la planificación y control de la economía de la nación en tiempo de guerra. Los historiadores que desempeñaron papeles importantes en la propaganda bélica has sido estudiados con bastante extensión; los economistas y estadísticos, desempeñando un papel menos obvio y supuestamente “libre de valores”, han recibido mucha menos atención.1
Aunque es una generalización obsoleta decir que los economistas del siglo XIX eran defensores incondicionales del laissez faire, sigue siendo cierto que la teoría económica deductiva resulto ser un poderoso baluarte contra la intervención pública. Pues básicamente la teoría económica mostraba la armonía y el orden propios del libre mercado, así como las contraproducentes distorsiones y trabas económicas impuestas por la intervención del estado. Para que el estatismo dominara la profesión económica, era por tanto importante desacreditar la teoría deductiva. Una de las formas más importantes de hacerlo era avanzar la idea de que, para sr “genuinamente científica”, la economía tenía que rehuir la generalización y las leyes deductivas y dedicarse sencillamente a la investigación empírica de los hechos de la historia y las instituciones históricas, esperando que de alguna manera acaben apareciendo leyes de estas investigaciones detalladas.
Así, la escuela histórica alemana, que consiguió el control de la disciplina económica en Alemania, proclamaba ferozmente no solo su devoción por el estatismo, sino asimismo su oposición a las leyes deductivas “abstractas” de la economía política. Fue el primer grupo importante dentro de la profesión económica en defender lo que posteriormente llamaría Ludwig von Mises la “anti-economía”. Gustav Schmoller, el líder de la escuela histórica, declaraba orgullosamente que su tarea principal y la de sus colegas en la Universidad de Berlín era formar a “los guardaespaldas intelectuales de la Dinastía Hohenzollern”.
Durante las décadas de 1880 y 1890, los jóvenes graduados brillantes en historia y ciencias sociales iban a Alemania, el hogar del doctorado, para conseguir los suyos. Casi todos volvieron a Estados Unidos a enseñar en universidades y las recién creadas escuelas de grado, imbuidos con la excitación de las “nuevas” economía y ciencia política. Era una “nueva” ciencia social que alababa el desarrollo alemán y bismarckiano de un poderoso Estado de bienestar y guerra, un Estado aparentemente por encima de todas las clases sociales, que reunía a la nación en todo integrado y supuestamente armónico. La nueva sociedad y política iba a estar dirigida por un gobierno central poderoso, cartelizando, dictando, resolviendo y controlando, eliminado así el capitalismo competitivo del laissez faire por un lado y la amenaza del socialismo proletario por otro. A la cabeza o cerca de ella de la nueva distribución iba a estar la nueva raza de intelectuales, tecnócratas y planificadores, dirigiendo, ocupando cargo, haciendo propaganda y promoviendo “sin egoísmo” el bien común mientras gobernaban y se enseñoreaban del resto de la sociedad. En resumen, haciéndolo bien al hacer el bien. Para la nueva raza de intelectuales progresistas y estatistas en Estados Unidos, esto era realmente una visión embriagadora.
Richard T. Ely, prácticamente el fundador de esta nueva raza, fue el principal economista progresista y también el maestro de la mayoría de los demás. Como ardiente pietista postmilenarista, Ely estaba convencido de que estaba sirviendo también a Dios y a Cristo. Como muchos pietistas, Ely había nacido (en 1854) en una rama sólida yanqui y puritana antigua, en medio de fanático Burned-Over District del oeste del estado de Nueva York. El padre de Ely, Ezra, era un sabatario extremo, impidiendo a su familia jugar o leer libros el domingo y un prohibicionista tan fanático que, incluso siendo un granjero empobrecido y marginal, rechazaba cultivar cebada, un cultivo muy apropiado para sus tierras, porque podría utilizarse para hacer ese monstruosamente pecaminoso producto, la cerveza.2 Graduado en el Columbia College en 1876, Ely fue a Alemania y recibió su doctorado en Heidelberg en 1879. En varias décadas enseñando en Johns Hopkins y luego en Wisconsin, el enérgico y creador de imperios Ely se convirtió en enormemente influyente en el pensamiento y la política estadounidenses. En Johns Hopkins creó una galería de alumnos y discípulos estatistas influyentes en todos los campos de las ciencias sociales, así como en economía. Estos discípulos estaban encabezados por el economista institucionalista pro-sindicatos, John R. Commons, e incluían a los sociólogos del control social, Edward Alsworth Ross y Albion W. Small; John H. Finlay, Presidente del City College de Nueva York; el Dr. Albert Shaw, editor de la Review of Reviews e influyente consejero y teórico de Theodore Roosevelt; el reformista municipal Frederick C. Howe y los historiadores Frederick Jackson Turner y J. Franklin Jameson. Newton D. Baker fue formado por Ely en Hopkins y Woodrow Wilson fue asimismo alumno suyo allí, aunque no hay evidencia directa de influencia intelectual.
A mediados de la década de 1880, Richard Ely fundó la American Economic Association en un intento consciente de comprometer a la profesión económica con el estatismo frente a los viejos economistas del laissez faire agrupados en el Political Economy Club. Ely continuó como secretario-tesorero de la AEA durante siete años, hasta que sus aliados reformistas decidieron debilitar el compromiso de la asociación con el estatismo para inducir a los economistas del laissez faire a unirse a la organización. En ese momento, Ely, encolerizado, abandonó la AEA.
En Wisconsin en 1892, Ely formó una nueva Escuela de Economía, Ciencia Política e Historia, rodeándose de antiguos alumnos y dio a luz la Idea de Wisconsin, que, con la ayuda de John Commons, consiguió aprobar una serie de medidas progresistas de regulación pública en Wisconsin. Ely y los demás formaron un grupo de asesores no oficial pero poderoso para el régimen progresista del gobernador de Wisconsin, Robert M. La Follette, que empezó en la política de este estado como defensor de la ley seca. Aunque nunca fue alumno en las clases de Ely, La Follette siempre se refería a este como su maestro y el creador de la Idea de Wisconsin. Y Theodore Roosevelt declaró una vez que Ely “me introdujo por primera vez en el radicalismo en economía y luego me hizo sensato en mi radicalismo”.3
Ely fue también uno de los más conocidos intelectuales postmilenaristas de la época. Creía fervientemente que el Estado es la herramienta escogida por Dios para reformar y cristianizar el orden social hasta que llegara Jesús y pusiera fin a la historia. El Estado, declaraba Ely, “es religiosos en su esencia” y, además, “Dios trabaja a través del Estado en llevar a cabo Sus propósitos más universalmente que a través de ninguna otra institución”. La tarea de la iglesia es guiar al Estado y utilizarlo en estas reformas necesarias.4
Como activista y organizador inveterado, Ely fue importante en el movimiento Chautauqua evangélico y allí fundó la es cuela de verano “Sociología Cristiana”, que infundió a la influyente operación Chautauqua los conceptos y el personal del movimiento del Evangelio Social. Ely era amigo y socio cercano de los líderes del Evangelio Social, reverendos Washington Gladden, Walter Rauschenbusch y Josiah Strong. Con Strong and Commons, Ely organizó el Instituto de Sociología Cristiana.5 Ely también fundó y se convirtió en secretario de la Unión Social Cristiana de la Iglesia Episcopaliana, junto con el socialista cristiano, W.D.P. Bliss. Todas estas actividades estaban influidas por el estatismo postmilenarista. Así que el Instituto de Sociología Cristiana pretendía presentar el “reino [de Dios] como el ideal completo de sociedad humana a conseguir en la tierra”. Además,
Ely veía el estado como la mayor fuerza redentora de la sociedad. A los ojos de Ely, el gobierno era el instrumento dado por Dios a través de que teníamos que trabajar. Su preminencia como instrumento divino se basaba en la abolición tras la Reforma de la división entre lo sagrado y lo secular y en el poder del Estado para implantar soluciones éticas a problemas públicos. La misma identificación de lo sagrado y lo secular que tuvo lugar entre el clero liberal permitía a Ely al tiempo divinizar el estado y socializar el cristianismo: pensaba en el gobierno como principal instrumento de redención de Dios.6
Cuando llegó la guerra, Richard Ely estuvo por alguna razón (tal vez porque estaba en sus sesenta) fuera del ajetreo del trabajo bélico y la planificación económica en Washington. Se lamentaba amargamente de que “no he tenido una parte más activa de la que pude tener en esta mayor guerra de la historia del mundo”.7 Pero Ely, compensó esta falta lo mejor que pudo: prácticamente desde el inicio de la Guerra Europea, animó al militarismo, la guerra, la “disciplina” del reclutamiento y la supresión de la disidencia y la “deslealtad” en el interior. Militarista toda su vida, Ely intentó ser voluntario en la Guerra Hispano-Estadounidense, pidió la represión de la insurrección filipina y fue particularmente partidario del reclutamiento y el trabajo forzoso para “holgazanes” durante la Primera Guerra Mundial. En 1915 Ely estaba haciendo campaña para un servicio militar obligatorio inmediato y al año siguiente se unió a la fervientemente pro-belicista y muy influida por las grandes empresas Liga de la Seguridad Nacional, donde pidió la liberación de la “autocracia” para el pueblo alemán.8
Al defender el reclutamiento, Ely era cuidadosamente capaz de combinar argumentos morales, económicos y prohibicionistas para este: “El efecto moral de sacar a los jóvenes de las esquinas de las calles y fuera de las tabernas y ejercitarlos es excelente y los efectos económicos son igualmente beneficiosos”.9 De hecho, para Ely, el reclutamiento servía casi como una panacea para todos los males. Era tan entusiasta acerca de la experiencia de la Primera Guerra Mundial que volvió a prescribir su curalotodo favorito para aliviar la depresión de 1929. Propuso un “ejército industrial” permanente en tiempo de paz dedicado a obras públicas y compuesto por reclutas jóvenes para realizar trabajos físicos vigorosos. Este reclutamiento insuflaría en la juventud estadounidense los esenciales “ideales militares de dureza y disciplina”, una disciplina en un tiempo proporcionada en el campo pero indisponible para la mayoría del populacho que ahora crecía en las amaneradas ciudades. Este ejército reclutado, pequeño y dispuesto podría así absorber rápidamente a los desempleados durante las depresiones. Bajo el mando de “unos generales económicos”, el ejército industrial “iría al trabajo con relativa calma con todo el vigor y recursos de mente y músculo que empleamos en la Guerra Mundial”.10
Privado de un puesto en Washington, Ely hizo de la eliminación de la “deslealtad” en el interior su principal contribución al esfuerzo bélico. Pidió la suspensión total de la libertad económica mientras durara. Cualquier profesor, declaraba, que expresara “opiniones que nos perjudiquen en este terrible conflicto”, debería ser “despedido”, si no “fusilado”. El centro concreto de la formidable energía de Ely fue una feroz campaña para tratar de que su viejo aliado en la política de Wisconsin, Robert M. La Follette, fuera expulsado del Senado de EEUU por continuar oponiéndose a la participación de Estados Unidos en la guerra. Ely declaró que sus “sangre hervía” ante la “traición” y los ataques de La Follette a los beneficios económicos obtenidos por la guerra. Entrando él mismo en batalla, Ely fundó y se convirtió en presidente de la delegación de Madison de la Legión de la Lealtad de Wisconsin y montó una campaña para expulsar a La Follette.11 La campaña pretendía movilizar a la facultad de Wisconsin y apoyar las actividades ultrapatrióticas y de ultrahalcones de Thodore Roosevelt. Ely escribió a TR que “debemos aplastar el lafollettismo. En su incansable campaña contra el senador de Wisconsin, Ely tronaba que La Follette “ha sido de más ayuda al Káiser que un cuarto de millón de tropas”.12 “Empirismo” rampante.
La facultad de la Universidad de Wisonsin estaba plagada de acusaciones en todo el estado y el país de que su fracaso en la denuncia de La Follette era una prueba de que la universidad (desde hacía mucho afín a las políticas estatales de La Follette) apoyaba sus políticas desleales antibelicistas. Azuzada por Ely, Commons y otros, el Comité de Guerra de la universidad escribió y distribuyó una petición, firmada por el presidente de la universidad, todos los decanos y un 90% de la facultad que resulta ser uno de los ejemplos más sorprendentes de capitulación académica ante el aparto del Estado en la historia de Estados Unidos. Usando no demasiado sutilmente la expresión constitucional de la traición, la petición protestaba “contra esas declaraciones y acciones del senador La Follette que han dado ayuda y comodidad a Alemania y sus aliados en la guerra actual; deploramos su defectuosa lealtad en apoyar al gobierno en el seguimiento de la guerra”.13
Al fondo, Ely hacía todo lo posible para movilizar a los historiadores estadounidenses contra La Follette, para demostrar que había dado ayuda y comodidad al enemigo. Ely fue capaz de conseguir los servicios del Consejo nacional del Servicio Histórico, la agencia de propaganda establecida por historiadores profesionales durante la guerra, y de la propia arma de propaganda del gobierno, el Comité de Información Pública. Advirtiendo que el esfuerzo debía permanecer en secreto, Ely movilizó a los historiadores bajo la tutela de estas organizaciones para investigar periódicos y revistas alemanes y austriacos para tratar de construir una historia de la supuesta influencia de La Follette, “indicando el estímulo que ha dado a Alemania”. El historiador E. Merton Coulter reveló el espíritu del objetivo que animaba estas investigaciones: “Entiendo que va a ser un relato neutral e ingenuo de la acción del senador [La Follette] y su efecto, pero todos sabemos que no puede llegar sino a una conclusión: algo similar a la traición”.14
El profesor Gruber indica bien que esta campaña contra La Follette fue “un notable ejemplo de los usos de la intelectualidad para el espionaje. Estaba muy lejos de la investigación desinteresada de la verdad por un grupo de profesores para movilizar una campaña secreta de investigación para encontrar munición para destruir la carrera política de un senador de Estados Unidos que no compartía su opinión de la guerra”.15 En todo caso, no se encontró ninguna evidencia, el movimiento fracasó y el profesorado de Wisconsin empezó a alejarse desconfiando de la Legión de la Lealtad.16
Después de que se extirpara la amenaza del Káiser, el armisticio encontró al profesor Ely, junto con sus compatriotas en la Liga de la Seguridad Nacional, listos para pasar a la siguiente ronda de represión patriótica. Durante la campaña de investigación anti-La Follette de Ely, este había pedido la investigación del “tipo de influencia que había ejercido [La Follette] contra nuestro país en Rusia”. Ely apuntaba que la “democracia” moderna requiere un “alto grado de conformidad” y que por tanto la “amenaza más seria” del bolchevismo, que Ely calificaba de “germen de enfermedades sociales”, debía ser combatido “con medidas represivas”.
Sin embargo en 1924 se acabó la carrera de represión de Richard T. Ely, y lo que es más, en un extraño ejemplo del funcionamiento de la justicia poética, cayó en su propia trampa. En 1922, el muy traducido Robert La Follette fue reelegido para el senado y también arrasó con los progresistas al volver al poder en el estado de Wisconsin. En 1924 los progresistas consiguieron el control del Consejo de Rectores y empezaron a segar el césped debajo de su antiguo aliado académico y creador de imperios. Ely creyó entonces prudente irse de Wisconsin junto con su Instituto y aunque prosperó algunos años en el noroeste, se había acabado los mejores días de fama y fortuna de Ely.
- 1Para un retrato refrescantemente ácido de las acciones de los historiadores en la Primera Guerra Mundial, ver C. Hartley Grattan, “The Historians Cut Loose”, American Mercury, Agosto de 1927, reimpreso en Haw Elmer Barnes, In Quest of Truth and Justice, 2ª ed. (Colorado Springs: Ralph Myles Publisher, 1972), pp. 142-164. Un relato más extensor es George T. Blakey, Historians on the Homefront: American Propagandists for the Great War (Lexington: University Press of Kentucky, 1970). Gruber, Mars and Minerva, se ocupa de la universidad y la sociología, pero se concentra en los historiadores. James R. Mock y Cedric Larson, Words that Won the War (Princeton University Press, 1939), presenta la historia del “Comité Creel”, el Comité de Información Pública, el ministerio de propaganda oficial durante la guerra.
- 2Ver la útil biografía de Ely, Benjamin G. Rader, The Academic Mind and Reform: The Influence of Richard T. Ely in American Life (Lexington: University Press of Kentucky, 1966).
- 3Sidney Fine, Laissez Faire and the General-Welfare State: A Study of Conflict in American Thought 1865-1901 (Ann Arbor: Univenity of Michigan Press, 1956), pp.239-240.
- 4Fine, Laissez Faire, pp. 180-181.
- 5John Rogers Commons era un yanqui de antigua estirpe, descendiente de John Rogers, mártir puritano en Inglaterra y nacido en el área yanqui de la Reserva Occidental de Ohio y criado en Indiana. Su madre, de Vermont, era una graduada del invernadero del pietismo, el Oberlin College, y envió a John a Oberlin con la esperanza de que se convirtiera en ministro. En la universidad, Commons y su madre fundaron una publicación prohibicionista a solicitud de la Liga Anti-Saloon. Después de graduarse, Commons fue a Johns Hopkins a estudiar con Ely, pero suspendió. Ver John R. Commons, Myself (Madison, Wisc.: University of Wisconsin Press, 1964). Ver también Joseph Dorfman, The Economic Mind in American Civilization (Nueva York: Viking, 1949), vol. 3. 276-277; Mary O. Furner, Advocacy and Objectivity: A Crisis in the Professionalization of American Social Science, 1865-1905 (Lexington: University Press of Kentucky, 1975), pp. 198-204.
- 6Quandt, “Religion and Social Thought”, pp. 402-403. Ely no esperaba que el Reino del milenio estuviera lejos. Creía que era tarea de las universidades y las ciencias sociales “enseñar las complejidades del deber cristiano de hermandad” para llegar a la Nueva Jerusalén “que estamos todos esperando ansiosamente”. La misión de la iglesia era atacar toda institución malévola, “hasta que la tierra se convierta en una nueva tierra y todas sus ciudades en ciudades de Dios”.
- 7Gruber, Mars and Minerva, p. 114.
- 8Ver Rader, Academic Mind, pp. 181-191. Sobre las filiaciones a grandes empresas de líderes de la Liga de la seguridad Nacional, especialmente J.P. Morgan y otros en el ámbito de Morgan, ver C. Hartley Grattan, Why We Fought (Nueva York: Vanguard Press, 1929) pp. 117-118 y Robert D. Ward, “The Origin and Activities of the National Security League, 1914-1919”, Mississippi Valley Historical Review, 47 (Junio de 1960): 51-65.
- 9La Cámara de Comercio de Estados Unidos explicaba los beneficios económicos a largo plazo del reclutamiento de que para la juventud estadounidense sustituiría “con un periodo de útil disciplina a un periodo de desmoralizante libertad sin límites”. John Patrick Finnegan, Against the Specter of Dragon: The Campaign for American Military Preparedness, 1914-1917 (Westport, Conn.: Greenwood Press, 1974), p. 110. Sobre el amplio y entusiasta apoyo dado al reclutamiento por la Cámara de Comercio, ver Chase C. Mooney y Martha E. Layman, “Some Phases of the Compulsory Military Training Movement, 1914-1920”, Mississippi Historical Review 38 (Marzo de 1952): 640.
- 10Richard T. Ely, Hard Times: The Way in and the Way Out (1931), citado en Joseph Dorfman, The Economic Mind in American Civilization (Nueva York: Viking, 1949). vol. 5, p. 671, y en Leuchtenburg, “The New Deal”, p. 94.
- 11Ely creó un juramento super-patriótico para la delegación de Madison de la Legión de la Lealtad, prometiendo sus miembros “eliminar la deslealtad”. El juramento también expresaba un apoyo incondicional a la Ley de Espionaje y a “trabajar contra el lafollettismo en todas sus formas antibelicistas”. Rader, Academic Mind, pp. 183 y ss.
- 12Gruber, Mars and Minerva, p. 207.
- 13Ibíd.
- 14Ibid., pp. 208, 208n.
- 15Ibid., pp. 209-210. En su autobiografía, escrita en 1938, Richard Ely reescribe la historia para ocultar su ignominioso papel en la campaña contra La Follette. Reconocía haber firmado la petición de la facultad, pero luego tenía el valor de afirmar que “no era uno de los cabecillas, como pensaba La Follette, a la hora de divulgar esta petición”. No se menciona su campaña secreta de investigación contra La Follette.
- 16Para más sobre la campaña anti-La Follette, ver H.C. Peterson y Gilbert C. Fite, Opponents of War: 1917-1918 (Madison: University of Wisconsin Press, 1957), pp. 68-72; Paul L. Murphy, World War I and the Origin of Civil Liberties in the United States (Nueva York: W.W. Norton, 1979), p. 120 y Belle Case La Follette y Fola La Follette, Robert M. LaFollette (Nueva York: Macmillan, 1953), volumen 2.