The Free Market 30, nº 5 (Mayo de 2012)
En un discurso a la American Society of Newspaper Editors del 3 de abril de 2012, el presidente Obama calificaba una propuesta presupuestaria de sus opositores republicanos en el Congreso como “darwinismo social tenuemente velado”.
¿Qué quería decir el presidente con este comentario? La propuesta presupuestaria en cuestión, afirmaba, requeriría recortes drásticos en programas públicos pensados para ayudar a los pobres. “Y al destruir las mismas cosas que necesitamos para hacer crecer una economía que está construida para durar (educación y formación, investigación y desarrollo, nuestras infraestructuras) es una receta para el declive”. Además, sus oponentes rechazan propuestas para aumentar los impuestos a los ricos.
¿Cómo puede estar alguien a favor de rechazar la ayuda pública a los pobres y oponerse a obligar a los ricos a pagar más impuestos? Obama respondía que quienes pensaban así creían que el bienestar de los ricos tenía una importancia primordial. Los pobres, y todos los demás, debían llevarse las migajas de los ricos.
Es esta opinión la que Obama tenía en mente cuando hablaba de darwinismo social, pero la doctrina normalmente se presenta de un modo diferente. Se dice que Darwin nos ha enseñado que la evolución es una lucha en la que los fuertes superan a los débiles. Ayudar a los pobres, desde este punto de vista, es una acción contra el progreso. Sería un intento de promover la supervivencia los menos dotados, en lugar de los más dotados. Por el contrario, deberíamos apartarnos del camino y permitir que los pobres y los imprevisores sufrieran las consecuencias naturales de sus incapacidades.
Las respuestas al discurso de Obama por parte de los defensores del libre mercado no se han hecho esperar. El filósofo e historiador libertario George Smith, entre otros, ha señalado que Herbert Spencer y William Graham Sumner, normalmente clasificados como los principales defensores del darwinismo social del mercado, no creían nada similar a la doctrina que acabamos de describir. Spencer aprobaba la caridad privada e incluía en sus Principios de ética una explicación de las tareas de la “beneficencia positiva”. “Spencer se oponía una caridad coactiva aplicada por el estado, estaba a favor de una caridad que se llevara a cabo voluntariamente. (…) En un ensayo, observaba que cada vez era más común que los ricos contribuyeran con dinero y tiempo a ayudar a los pobres y alababa esta tendencia como ‘el último y más esperanzador hecho en la historia humana’. Además, los capítulos finales de la Ética de Spencer están dedicados al tema de la ‘beneficencia positiva’, la forma más elevada de sociedad en la que la gente ayuda voluntariamente a los necesitados”.
Además, como ha señalado el filósofo político Larry Arnhart, Darwin no enseñó que la evolución humana dependa de una lucha despiadada. Por el contrario, destacaba la importancia de la unidad y la cooperación social. “’La gente egoísta y polémica no se integrará’, declaraba Darwin, y sin integración no puede llevarse nada a cabo. Si el darwinismo social fuera solo competencia egoísta (…) entonces Darwin no era un darwinista social”.
Ludwig von Mises ya llamaba la atención en La acción humana hacía esta mala comprensión de Darwin. “La noción de lucha por la existencia tal y como la tomó Darwin de Malthus ha de entenderse en un sentido metafórico. (…) No tiene que ser siempre una guerra de exterminio como la relación entre el hombre y los microbios mórbidos. La razón ha demostrado que, para el hombre, el medio más adecuado para mejorar su condición es la cooperación social y la división del trabajo”. (Human Action, Mises Institute 1998, p. 175)
De hecho, es difícil encontrar escritores que se califiquen a sí mismos como “darwinistas sociales”. Pero algunas de los críticos de Obama han ido demasiado lejos. Por ejemplo, Jonah Goldberg, trata al darwinismo social como en buena parte un mito del cual Richard Hofstadter, el autor de Social Darwinism in American Thought (1944), ostentaría la principal responsabilidad. “Dicho sencillamente, no hubo ningún movimiento intelectual (al menos no en Estados Unidos ni en Gran Bretaña) llamado darwinismo social y las malvadas opiniones atribuidas a los llamados darwinistas sociales no fueron sostenidas por sus supuestos fundadores. (…) [Richard] Hofstadter, el autor que esencialmente se inventó la idea de que el capitalismo estadounidense del siglo XIX se inspiraba en Charles Darwin, nunca ofreció ninguna prueba convincente de que su idea fuera apropiada” (Jonah Goldberg, The Tyranny of Clichés, Sentinel, 2012, pp. 102, 110).
La tesis de Goldberg no es correcta. Realmente hubo algunas personas que defendieron al capitalismo con argumentos casi darwinistas. Murray Rothbard da un ejemplo de dicha defensa, un discurso realizado en 1934 por el presidente de la Universidad de Colgate, George B. Cutten. Según el resumen de Rothbard, “La teoría se basa originalmente en una extensión injustificada del darwinismo a la historia del hombre. Supuestamente, el hombre evoluciona luchando continuamente contra la naturaleza, es decir, luchando por adaptarse a las condiciones naturales. Al evolucionar las generaciones, los ‘aptos’ o ‘los más aptos’ sobreviven y los ‘menos aptos’ mueren. La progenie de los ‘aptos’ también es ‘apta’, mientras que los ‘menos aptos’ no tienen posibilidades de reproducirse. De esta forma supuestamente mejora la raza humana. Dicho por el Dr. Cutten: ‘Los fuertes ganan, los débiles pierden; los fuertes dejan progenie, los débiles mueren pronto y sin hijos. También se deduce bastante bien’”.
Cutten afirmaba que “los hombres están violando los deseos y mandatos de la naturaleza, que los menos dotados están siendo protegidos por ‘la medicina moderna y la filantropía moderna’ y están debilitando la raza al permitirles vivir y tener hijos. (…) Eso es lo esencial de la tesis del Dr. Cutten y las líneas generales del darwinismo social o individualismo en bruto. Me parece que su mera declaración lo muestra como una evidente sandez” (Rothbard vs. the Philosophers, ed., Roberta Modugno, Mises Institute 2009, pp. 50–52).
Como señala agudamente Rothbard, el argumento darwinista social es bastante malo. Incluso si escribiera adecuadamente la evolución biológica, siendo muy contrario a los hechos, ¿por qué nos serviría como guía política? ¿Por qué deberíamos tratar de promover el objetivo de la evolución, si preferimos no hacerlo? La teoría darwinista social oculta una recomendación sobre ética social con una explicación falsamente científica. Rothbard resume apropiadamente el fallo manifiesto de esta postura. “Es por tanto evidente que no hay ningún valor moral o ético asociado a un superviviente. La simple suerte desempeña el mayor papel en la historia a la hora de determinar quién ha sobrevivido. El individualista en bruto sufre el engaño de que la supervivencia (la simple supervivencia) es ipso facto evidencia de altas cualidades morales” (Rothbard vs. the Philosophers, p. 54).
En lugar de negar falsamente que haya existido nunca un darwinismo social, los defensores del mercado harían mucho mejor en adoptar una defensa diferente y aquí Mises nos guía de nuevo por el camino correcto. El mercado libre no es, como imaginan los darwinistas sociales, una lucha entre ricos y pobres, fuertes y débiles. Es el medio principal por el que los seres humanos cooperan para vivir. Si cada uno de nosotros tuviera que producir su propia comida y refugio por sí mismo, casi nadie podría sobrevivir. La existencia de una sociedad a gran escala depende absolutamente de la cooperación social a través de la división del trabajo. “El fenómeno social fundamental es la división del trabajo y su correspondiente cooperación humana. La experiencia enseña al hombre que la acción cooperativa es más eficiente y productiva que acciones aisladas de individuos autosuficientes. Las condiciones naturales que determinan la vida y trabajo del hombre son de tal tipo que la división del trabajo aumenta la productividad por unidad de labor gastada” (Human Action, p. 157).
Además, como también señalaba Mises, la cooperación social en modo alguno beneficia sólo a los ricos y más productivos en la sociedad. Es precisamente todo lo contrario. Mises, explicando la ley de Ricardo del coste comparativo como una ley más general de la asociación, argumentaba que es ventajoso para los que tienen una habilidad superior comerciar con aquellos menos hábiles. “Ricardo expuso la ley de la asociación para mostrar cuáles son las consecuencias de la división del trabajo cuando una persona o un grupo, más eficientes en todos los aspectos, cooperan con una persona o un grupo menos eficientes en todos los aspectos. (…) Ricardo era plenamente consciente del hecho de que su ley de costes comparativos, que expuso principalmente para tratar un problema especial del comercio internacional, es un ejemplo particular de la ley más universal de la asociación. (…) La colaboración de los más talentosos, más capaces y más industriosos los con los menos talentosos, menos capaces y menos industriosos genera beneficios para ambos. Las ganancias derivadas de la división del trabajo son siempre mutuas” (Human Action, pp. 158–159).
Por supuesto, dicho comercio ayuda a los menos capaces, ya que sus socios comerciales son por hipótesis más eficientes que ellos; pero, contrariamente a lo que se podría pensar en un principio, los más capaces también ganan si se especializan en el área en la que tienen su mayor ventaja. El mercado libre no es una lucha sino un empeño cooperativo de la máxima importancia.
¿Pero no hemos dejado una pregunta sin responder? Si el mercado no es la lucha entre ricos y pobres mostrada por el mito darwinista social, ¿cómo pueden los defensores del mercado libre oponerse a los programas públicos que ayudan a los pobres a través de la provisión de educación y atención médica? ¿Cómo pueden los defensores oponerse a los altos impuestos para los ricos? Si la invocación de Obama del Darwinism social no explica esa oposición, ¿qué lo hace?
La respuesta a eso es bastante evidente, aunque escape de la mente de nuestro presidente. Estos programas toman de alguien para dar a otro: van en contra del objetivo cooperativo de una sociedad libre. A los pobres les va mucho mejor con el mercado libre que con la generosidad pública. Obama, por supuesto, estaría en desacuerdo y mostrar con detalle las evidencias de nuestra afirmación es una larga tarea que no intentaré aquí. (Para los interesados en el asunto, Man Versus the Welfare State, de Henry Hazlitt es un excelente lugar para empezar). Pero no puedo señalar atónito que una razón tan evidente para oponerse a sus programas no se le ocurriera al presidente. Por el contrario, recurrió a un cliché, el darwinismo social, virtualmente vacío de contenido.