A menudo se afirma que el apoyo al libre mercado se basa en la ideología del darwinismo social. Según esta nefasta doctrina, Charles Darwin demostró que la evolución es un proceso de lucha. En él, los fuertes, es decir, los más capaces de reproducirse, suplantan a los débiles. Los darwinistas sociales como Herbert Spencer y William Graham Sumner, según se afirma, aplicaron la teoría evolutiva para apoyar el libre mercado. Si a los pobres no les va bien, no hay que lamentar ni remediar su situación. La victoria del fuerte sobre el débil es una ley de la naturaleza, y esforzarse por combatirla es inútil.
Una forma de responder es afirmar que el darwinismo social es un mito, inventado en gran medida por el historiador Richard Hofstadter en su libro Social Darwinism in American Thought. El periodista Jonathan Goldberg adopta esta línea, pero por las razones que he expuesto en otro lugar, es un error. Realmente hubo darwinistas sociales, que defendieron el capitalismo justo en la forma indicada anteriormente.
Una mejor manera de rebatir la afirmación de que el capitalismo se apoya en la ideología del darwinismo social es demostrar que Spencer y Sumner, las supuestas figuras principales de esta línea de pensamiento, no la defienden. En una columna reciente, intento esta tarea para Sumner.
Mises adopta un punto de vista característicamente perspicaz sobre esta cuestión. Está fuertemente comprometido con el darwinismo, pero, dice, los darwinistas sociales extraen lecciones equivocadas de la evolución. Tienen razón en que, aparte de los seres humanos de los últimos miles de años, la evolución es una lucha en la que los fuertes vencen a los débiles. Pero la aparición de la división del trabajo cambia las cosas. Con su aparición, la clave del éxito evolutivo es la cooperación pacífica entre los débiles y los fuertes.
Tal y como Mises expone este punto en Acción humana,
Sin embargo, la naturaleza no genera paz y buena voluntad. La marca característica del «estado de naturaleza» es el conflicto irreconciliable. Cada espécimen es el rival de todos los demás. Los medios de subsistencia son escasos y no conceden la supervivencia a todos. Los conflictos no pueden desaparecer nunca. Si una banda de hombres, unida con el objetivo de derrotar a las bandas rivales, consigue aniquilar a sus enemigos, surgen nuevos antagonismos entre los vencedores por el reparto del botín. La fuente de los conflictos es siempre el hecho de que la porción de cada hombre recorta las porciones de todos los demás hombres.
Lo que hace posible las relaciones amistosas entre los seres humanos es la mayor productividad de la división del trabajo. Elimina el conflicto natural de intereses. Porque donde hay división del trabajo, ya no se plantea la cuestión de la distribución de una oferta no susceptible de ampliación. Gracias a la mayor productividad del trabajo realizado bajo la división de tareas, la oferta de bienes se multiplica. Un interés común preeminente, la preservación y mayor intensificación de la cooperación social, se convierte en primordial y borra todas las colisiones esenciales. La competencia cataláctica sustituye a la competencia biológica. Se logra la armonía de los intereses de todos los miembros de la sociedad. La misma condición de la que surgen los conflictos irreconciliables de la competencia biológica, es decir, el hecho de que todas las personas se esfuerzan en general por las mismas cosas, se transforma en un factor de armonía de intereses. Dado que mucha gente, o incluso toda la gente, quiere pan, ropa, zapatos y coches, la producción a gran escala de estos bienes se hace factible y reduce los costes de producción hasta tal punto que son accesibles a precios bajos. El hecho de que mi prójimo quiera adquirir zapatos como yo, no hace que me resulte más difícil conseguirlos, sino más fácil. Lo que aumenta el precio de los zapatos es el hecho de que la naturaleza no proporcione un suministro más amplio de cuero y otras materias primas necesarias, y que haya que someterse a la desutilidad del trabajo para transformar esas materias primas en zapatos. La competencia cataláctica de quienes, como yo, están deseosos de tener zapatos hace que éstos sean más baratos, no más caros. (pp. 669-70)
Para reiterar, existe para Mises una antítesis entre la competencia biológica y la competencia social. En la competencia biológica, las personas luchan entre sí; en la competencia social o cataláctica, un mayor número de personas no significa una mayor lucha. La división del trabajo significa que las personas se benefician mutuamente. Como dice Mises,
En la naturaleza prevalecen conflictos de intereses irreconciliables. Los medios de subsistencia son escasos. La proliferación tiende a superar la subsistencia. Sólo sobreviven las plantas y los animales más aptos. El antagonismo entre un animal que muere de hambre y otro que le arrebata la comida es implacable.
La cooperación social en el marco de la división del trabajo elimina estos antagonismos. Sustituye la hostilidad por la asociación y la mutualidad. Los miembros de la sociedad se unen en una empresa común.
El término competencia aplicado a las condiciones de la vida animal significa la rivalidad entre animales que se manifiesta en su búsqueda de alimento. Podemos llamar a este fenómeno competencia biológica. La competencia biológica no debe confundirse con la competencia social, es decir, el esfuerzo de los individuos por alcanzar la posición más favorable en el sistema de cooperación social. Como siempre habrá posiciones que los hombres valoren más que otras, las personas se esforzarán por conseguirlas y tratarán de superar a sus rivales. La competencia social está, pues, presente en todos los modos imaginables de organización social.... La competencia cataláctica es la emulación entre personas que quieren superarse mutuamente. No es una lucha, aunque es habitual aplicarle en sentido metafórico la terminología de la guerra y el conflicto intestino, del ataque y la defensa, de la estrategia y la táctica. Los que fracasan no son aniquilados, sino que son desplazados a un lugar en el sistema social más modesto, pero más adecuado a sus logros, que el que habían planeado alcanzar. (pp. 273-74)
Mises no cree que sea siempre cierto que, una vez que la gente ha descubierto los beneficios de la división del trabajo, cuanta más gente mejor. Es un maltusiano que piensa que existe un nivel óptimo de población. Pero puede afirmar que ese punto no se alcanzará hasta dentro de mucho tiempo.