El ecologismo es el producto del desmoronamiento del socialismo en un mundo que ignora la contribuciones de Ludwig von Mises, un mundo que no sabe que lo que ha dicho explica lógicamente el desmoronamiento del socialismo y lo que es más importante, el éxito del capitalismo.
A causa de la ignorancia de las contribuciones de Mises, la gran mayoría de los intelectuales y también del público en general, que ha estado sometido al sistema educativo diseñado y gestionado por ellos, continúa creyendo cosas como que la búsqueda de beneficio es la causa de los salarios de hambre, los horarios agotadores, los talleres clandestinos y el trabajo infantil; y de los monopolios, la inflación, las depresiones, las guerras, el imperialismo y el racismo.
Al mismo tiempo, creen que ahorrar es acaparar y una causa del desempleo y las depresiones, como supuestamente lo es el progreso económico en forma de mejoras en la eficiencia. Y por la misma lógica, consideran a la guerra y la destrucción como necesarios para evitar el desempleo bajo el capitalismo. Además, creen que el dinero es la raíz de todo el mal y que la competencia es «la ley de jungla» y «la supervivencia de los más aptos». La desigualdad económica, creen, prueba que los empresarios y capitalistas de éxito desempeñan el mismo papel social en el capitalismo que los propietarios de esclavos y aristócratas feudales en tiempo pretéritos y ésa es la base lógica y justa de la «lucha de clases».
El conocimiento real y positivo de la búsqueda de beneficio y el sistema de precios, del ahorro y la acumulación de capital, del dinero, de la competencia económica y de la desigualdad económica y de la armonía de los intereses entre los hombres que produce la operación conjunta de estas características principales del capitalismo, todo este conocimiento falta casi completamente por parte de la gran mayoría de los intelectuales actuales. Para obtener ese conocimiento, sería necesario que leyeran y estudiaran a von Mises, que es con mucho la fuente más importante de dicho conocimiento. Pero no lo han hecho.
La ignorancia de las ideas de von Mises (la elusión voluntaria de sus ideas) ha permitido a las últimas tres generaciones de intelectuales continuar con la mentira de que el capitalismo es una «anarquía de producción», un sistema de maldad galopante, una completa locura y una continua lucha y conflicto, mientras que el socialismo es un sistema de planificación y orden racional, de moralidad y justicia y la armonía universal definitiva para toda la humanidad. Durante tal vez un siglo y medio, los intelectuales han visto al socialismo como el sistema de la razón y la ciencia y como el objetivo último de todo progreso social. Basándose en todo en lo que creen y piensan que saben la gran mayoría de los intelectuales incluso ahora no pueden dejar de creer que el socialismo debería triunfar y el capitalismo fracasar.
Ignorantes de las contribuciones de von Mises, los intelectuales no estaban en absoluto preparados para el desmoronamiento mundial del socialismo que se hacía cada vez más evidente en las últimas décadas del siglo XX y que culminó con la desaparición de los regímenes comunistas en Europa del Este y la antigua Unión Soviética. Llevando su ignorancia hasta la depravación, aparentemente han elegido interpretar el innegable fracaso del socialismo no como una evidencia de su propia ignorancia, sino como un fracaso de la razón y la ciencia. Creen que el socialismo es el sistema de organización social implícito en la razón y la ciencia. Su fracaso, concluyen, sólo puede ser el fracaso de la razón y la ciencia. Tal es el estado de ignorancia que resulta de la ignorancia de las contribuciones de von Mises.
Esto es lo mínimo que debe decirse acerca de la relación real entre socialismo y razón. La razón es un atributo del individuo, no del colectivo. Como dijo repetidamente von Mises, «Sólo el individuo piensa. Sólo el individuo actúa». Lejos de ser un tipo de sistema demandado o incluso remotamente apoyado por la razón, el socialismo constituye la supresión forzosa de de la razón de todos excepto del Dictador Supremo. Es el único que piensa y planea, mientras que todos los demás simplemente obedecen y ejecutan sus órdenes. Un sistema en el que un hombre, o unos pocos, presume tener el monopolio del uso de la razón debe, por supuesto, fracasar. Su fracaso ciertamente no puede calificarse de un fracaso de la razón. No es un fallo de la razón más de lo podría calificarse de un fracaso de las piernas humanas y si un hombre o un puñado de ellos privaran de alguna forma al resto de la raza humana del poder de usar sus piernas y luego, por supuesto, encuentra que sus propias piernas son inadecuadas para soportar el peso de la raza humana.
Lejos de ser el fracaso del socialismo un fracaso de la razón, sería mucho más apropiado describirlo como un fracaso de la locura: la locura de creer que el pensamiento y la planificación de una persona o un puñado de ellas podría sustituir el pensamiento y planificación de decenas y centenas de millones de hombre cooperando bajo el capitalismo y su sistema de división del trabajo y precios. (Por supuesto, como nunca se han preocupado por leer a von Mises, los intelectuales ni siquiera saben que la gente normal realiza en realidad planificación económica, planificación que se integra y armoniza mediante el sistema de precios. Desde la perspectiva abismalmente ignorante de los intelectuales, la gente normal son como pollos sin cabeza. Pensar y planificar son supuestamente acciones que solo los funcionarios públicos pueden realizar.
A causa de la ignorancia de las contribuciones de von Mises, no puedo esperar que mucha gente sepa que el nazismo era realmente una forma importante de socialismo y por tanto los quince millones o más asesinatos de los que fue responsable debería ponerse en la cuenta del socialismo. Aparte del nazismo y todas sus muertes, el socialismo «científico» marxista fue responsable de más de ochenta millones de muertes en el siglo XX: treinta millones en la antigua Unión Soviética, cincuenta millones en la China comunista y un número incontable en los países satélites.
La gran mayoría del establishment intelectual nunca se tomó muy en serio estas últimas matanzas masivas y ciertamente no las consideró como causadas por las naturaleza del socialismo. (Sí se tomaron en serio la matanzas cometidas por los nazis, de las que, en su ignorancia, echaron la culpa al capitalismo). Incluso cuando al acabar el siglo XX, mucho después de que se hubieran cometido la gran mayoría de las matanzas y fueran conocidas en el mundo, el Presidente Reagan calificó a la Unión Soviética como «el imperio del mal», el establishment intelectual no fue capaz de dar otra respuesta que criticarlo por ser poco educado, poco diplomático y grosero.
La realidad es que la gran mayoría de los intelectuales de las últimas generaciones tienen sangre en sus manos. Al menos hablando moralmente, al pedir el establecimiento del socialismo o negar o ignorar sus sangrientas consecuencias resultantes, han sido cómplices de matanzas masivas, ya sea antes o después de los hechos.
De hecho los intelectuales tienen una cierta conciencia de su culpabilidad. Pues no solo culpan a la razón y la ciencia del fracaso del socialismo, sino que ahora consideran a la razón y la ciencia y a su tecnología derivada como fenómenos profundamente peligrosos, pues ellas, y no el socialismo, han sido responsables de las matanzas masivas. De hecho el mismo bando intelectual que hace una generación o más pedía una «ingeniería social» ha llevado el fracaso de la ingeniería social al grado de oponerse ahora a la ingeniería de prácticamente cualquier tipo.
El mismo bando intelectual que hace una generación o más pedía el control totalitario de todos los aspectos de la vida humana con el fin de poner orden a lo que de otra forma sería supuestamente un caos, pide ahora una política de laissez faire, por respeto a las armonías naturales. Por supuesto no es una política de laissez faire hacia los seres humanos, que serían igual de rígidamente controlados que siempre. Por supuesto, tampoco es una política que reconozca ninguna forma de armonía económica entre seres humanos. No, es una política de laissez faire hacia la naturaleza en bruto: las supuestas armonías que hay que respetar son las de los llamados ecosistemas.
Pero aunque los intelectuales se han vuelto contra la razón, la ciencia y la tecnología, continúan apoyando el socialismo y, por supuesto, oponiéndose al capitalismo. Ahora lo hacen en forma de ecologismo. Deberíamos entender que el objetivo del ecologismo de límites globales en las emisiones de dióxido de carbono y otros productos químicos, tal y como se pide en el Tratado de Kioto, lleva fácilmente al establecimiento de una planificación centralizada mundial con respecto a una amplia variedad de medios de producción esenciales. De hecho, un puente explícito entre el socialismo y el ecologismo lo brinda uno de los teóricos más ilustres del movimiento ecologista, Barry Commoner, que fue asimismo el primer candidato del Partido Verde a Presidente de Estados Unidos.
El puente se conforma como un intento de validación ecológica de una de las primerísimas ideas de Karl Marx en ser desacreditada: la predicción de Marx del progresivo empobrecimiento de los asalariados bajo el capitalismo, Commoner intenta rescatar esta idea argumentando que lo que impidió que la predicción de Marx se hiciera realidad hasta ahora es solo que el capitalismo ha sido capaz de explotar el medio ambiente temporalmente. Pero este proceso debe llegar a un final y, en consecuencia, el supuesto conflicto inherente entre capitalistas y trabajadores aparecerá con todo su vigor. (A quien le interese, cito ampliamente a Commoner en Capitalism).
Respecto de la similitud esencial entre ecologismo y socialismo, escribí:
La única diferencia que veo entre el movimiento verde de los ecologistas y el antiguo movimiento rojo de comunistas y socialistas es la superficial de las razones específicas por las que quieren violar la libertad y la búsqueda de la felicidad individuales. Los Rojos afirmaban que al individuo no se le podía dejar libre porque las consecuencias serían cosas como «explotación», «monopolios» y depresiones. Los Verdes afirman que al individuo no se le pueda dejar libre porque las consecuencias serían cosas como la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida y el calentamiento global. Ambos afirman que es esencial un control gubernamental centralizado sobre la actividad económica. Los Rojos la quieren supuestamente para favorecer la consecución de prosperidad humana. Los Verdes la quieren para supuestamente para evitar daños medioambientales (…) [y en el fondo] ambos, los Rojos y los Verdes quieren que alguien sufra y muera; unos, los capitalistas y los ricos, supuestamente por el bien de los proletarios y los pobres; los otros, una importante parte de la humanidad, supuestamente por el bien de los animales inferiores y la naturaleza inanimada. (Ibíd., p.102).
Si los intelectuales del mundo hubieran estado abiertos a la posibilidad de que estuvieran equivocados acerca de la naturaleza del capitalismo (profunda y devastadoramente equivocados) y se hubieran tomado la molestia de leer y entender las obras de von Mises para aprender cómo y por qué han estado equivocados, el socialismo hubiera muerto de una vez y para siempre con la Unión Soviética y todo el mundo se estaría moviendo ahora hacia el capitalismo del laissez faire y hacia un progreso y prosperidad sin precedentes. En su lugar, los intelectuales han elegido encajar la doctrina del ecologismo en el mundo, en un esfuerzo desesperado por destruir el capitalismo y salvar el socialismo.
II.
Todo lo que he dicho hasta ahora debería entenderse como la naturaleza de un prólogo. Considero que lo sustancial de mi charla es la refutación de las dos afirmaciones esenciales de los ecologistas y luego una crítica de sus prescripciones políticas esenciales. Las dos afirmaciones esenciales de los ecologistas, que doy por supuesto que ya las conocen bien todos, son (1) que el progreso económico continuado es imposible, por el inminente agotamiento de los recursos naturales (de este idea viene el lema «reducir, reusar, reciclar») y (2) que el progreso económico continuado, de hecho mucho del progreso económico que hemos tenido hasta ahora, es destructivo para el medio ambiente y por tanto peligroso.
La esencial de los ecologistas es la prohibición de la acción individual por el propio interés siempre que el producto de dicha acción cuando se realiza de forma masiva supuestamente daña el medio ambiente. El ejemplo concreto principal de esta prescripción política es el intento ahora en marcha de obligar a la gente a renunciar a cosas como sus automóviles y aire acondicionado, diciendo que los residuos de ciento o miles de millones de personas utilizando esos dispositivos causa calentamiento global, Por supuesto, este mismo ejemplo es actualmente el ejemplo principal de los supuestos peligros del progreso económico.
La base de mi crítica a las afirmaciones esenciales de los ecologistas es la teoría de los bienes de Carl Menger. La base de mi crítica a su prescripción política esencial es el espíritu del individualismo que aparece en los escritos de Ludwig von Mises.
En sus Principios de Economía, Menger desarrolla dos aspectos de su teoría de los bienes que son altamente relevantes para la crítica de las dos afirmaciones esenciales de los ecologistas. El primer aspecto es su reconocimiento de que lo que convierte en bienes a lo que de otra forma serían meras cosas no son las propiedades intrínsecas de las cosas sino una relación hecha por los humanos entre las propiedades físicas de las cosas y la satisfacción de las necesidades o deseos humanos. Menger describe cuatro prerrequisitos, todos los cuales deben estar simultáneamente presentes, con el fin de que una cosa se convierta en bien o, como dice a menudo, tener «carácter de bien».
Escribe:
Si una cosa se va a convertir en bien, o en otras palabras, si va a adquirir carácter de bien, los siguientes cuatro prerrequisitos deben estar simultáneamente presentes:
- Una necesidad humana.
- Aquellas propiedades que hacen a la cosa capaz de producir una conexión causal con la satisfacción de esta necesidad.
- Conocimiento humano de esta conexión causal.
- Control del bien suficiente como para dirigirlo a la satisfacción de la necesidad (p. 52).
Debe decirse que los últimos dos prerrequisitos son hechos por los humanos. El conocimiento humano de la conexión causal entre cosas materiales externas y la satisfacción de necesidades humanas debe descubrirla el hombre. Y el control suficiente de las cosas materiales externas como para dirigirlas a la satisfacción de las necesidades humanas debe establecerlo el hombre. En su mayor parte, se establece por medio de un proceso de acumulación de capital y un aumento de la productividad de la mano de obra.
Todo esto tiene un reflejo inmediato en la materia de los recursos naturales. Implica que los recursos ofrecidos por la naturaleza, como hierro, aluminio, carbón, petróleo, etc. no son en modo alguno inmediatamente bienes. Su carácter de bienes debe crearlo el hombre, por el conocimiento descubridor de sus respectivas propiedades, que le permiten satisfacer las necesidades humanas y luego establecer control suficiente sobre ellas como para dirigirlas a la satisfacción de necesidades humanas.
Por ejemplo, el hierro, que ha estado presente en la tierra desde la formación del planeta y durante toda la presencia del hombre en la tierra, no se convirtió en un bien hasta mucho después de que acabara la Edad de Piedra. El petróleo que ha estado presente en la tierra durante millones de años, no se convirtió en un bien hasta mediados del siglo XIX, cuando se descubrieron usos para él. El aluminio, el radio y el uranio tampoco se convirtieron en bienes hasta el último siglo o siglo y medio.
Un ejemplo relativo al carácter de bienes creado solo después del establecimiento de un control suficiente como para dirigir el recurso ofrecido por la naturaleza a la satisfacción de una necesidad humana sería el caso de los depósitos de petróleo que estén a mayor profundidad de la que pueden llegar los equipos actuales de perforación. A medida que mejoran los equipos de perforación, se establece el control sobre depósitos a profundidades cada vez mayores. Esos depósitos, a medida que se van conociendo, se convierten en bienes, lo que no habían sido hasta ahora. De forma similar, durante algunos años después de la creación del carácter de bienes del petróleo, aquellos depósitos que contenían una cantidad significativa de azufre no eran utilizables para la fabricación de productos derivados del petróleo y por tanto no eran bienes, Su carácter de bienes se creó solo cuando Rockefeller y la Standard Oil desarrollaron el proceso de craqueo de moléculas de petróleo, que hizo así utilizables los depósitos sulfurosos.
El segundo aspecto de la teoría de los bienes de Menger que resulta altamente relevante para la crítica de las afirmaciones esenciales de los ecologistas es su principio de que el punto de partida para el carácter de bienes y el valor de los bienes está dentro de nosotros (dentro de los seres humanos) e irradia fuera hacia cosas externas, estableciendo el carácter de bienes y el primer valor de las cosas que satisface directamente nuestras necesidades, como comida y ropa, cuya categoría de bienes Menger describe como «bienes de primer orden» y, segundo, los medios de producir los bienes de primer orden, como la harina para hacer pan y la tela para hacer ropa, cuya categoría de bienes Menger describe como «bienes de segundo orden».
El carácter de bienes y el valor de los bienes proceden por tanto de los bienes de segundo orden a los bienes de tercer orden, como el trigo, que se usa para fabricar harina, y el hilo de algodón, que se usa para fabricar la tela para fabricar la ropa. Desde ahí proceden los bienes de cuarto orden, como los aperos y la tierra usados para producir el trigo y el algodón en bruto del que se fabrica el hilo de algodón. Por tanto, el carácter de bienes y el valor de los bienes, en opinión de Menger, irradian hacia fuera de los seres humanos y sus necesidades hacia cosas cada vez más remotas para la satisfacción directa de las necesidades humanas.
En palabras propias de Menger: «El carácter de bienes de los bienes de nivel superior deriva del de los bienes correspondientes de nivel inferior» (p. 63). Y «(…) el valor de los bienes de nivel superior siempre y sin excepciones está determinado por el valor eventual de los bienes de nivel inferior a cuya producción sirven» (p. 150). Y respecto del valor de los bienes de primer orden: «El valor que un individuo económico atribuye a un bien es igual a la importancia de la satisfacción concreta que depende de su control del bien» (p. 146). «El factor determinante (…) es (…) la magnitud de la importancia de esas satisfacciones con respecto a las cuales somos conscientes de ser dependientes del control del bien» (p. 147).
En opinión de Menger, está claro que el proceso de la producción representa un progreso de los bienes de nivel alto a los de nivel bajo, es decir, de bienes más lejanos a la satisfacción de las necesidades humanas y de la fuente del valor de todos los bienes a bienes menos lejanos a la satisfacción de las necesidades humanas y de la fuente del valor de todos los bienes. El proceso de producción aparece inequívocamente como una de las constantes mejoras de la utilidad, ya que se mueve cada vez más cerca de su fin y propósito último: la satisfacción de necesidades humanas.
Para aplicar la postura de Menger a la crítica de las afirmaciones esenciales del ecologismo, es necesario primero destacar el hecho de que, en su relato de las cosas, la contribución de la naturaleza a los recursos naturales es implícitamente mucho menor de lo que se supone generalmente. De acuerdo con la opinión predominante, lo que la naturaleza ha proporcionado son los recursos naturales que explota el hombre, es decir, por ejemplo, todas las minas de hierro y carbón, todos los pozos de petróleo y gas, etc. Al mismo tiempo, de acuerdo con la opinión predominante, la única conexión del hombre con estos recursos naturales supuestamente dados por la naturaleza en su totalidad es meramente que los agota, sin posibilidad de reemplazarlos. Por ejemplo, se piensa de forma generalizada que mientras que el hombre produce cosas como automóviles y neveras, su única conexión con los recursos naturales usados en su producción, como la mena de hierro, simplemente se gasta, sin posibilidad de reemplazarla.
Como dije, en opinión de Menger, la contribución de la naturaleza a los recursos naturales es mucho menor que la que se asume normalmente. Lo que ha proporcionado la naturaleza, de acuerdo con Menger, es el producto material y las propiedades físicas de los depósitos de estas minas y pozos, pero no ha proporcionado el carácter de bienes a ninguno de ellos. De hecho, hubo un tiempo en que ninguno de ellos fueron bienes.
El carácter de bienes de los recursos naturales, de acuerdo con Menger, lo crea el hombre cuando descubre las propiedades que tienen que los hacen capaces de satisfacer las necesidades humanas y cuando obtiene control sobre ellos suficiente como para dirigirlos a la satisfacción de necesidades humanas.
Todo lo que hace falta añadir a la opinión de Menger sobre la creación por el hombre del carácter de bienes de los recursos naturales es un reconocimiento preciso explícito del grado en que las cosas a las que se refiere Menger como que la naturaleza ha provisto y aún no son bienes o al menos del dominio del que las cosas podrían llevarse a un grado mayor para recibir el carácter de bienes por virtud de la contribución del hombre al proceso. En otras palabras, ¿qué ha proporcionado exactamente la naturaleza con respecto a lo cual el hombre podría descubrir conexiones causales para la satisfacción de sus necesidades y sobre lo que en mayores porciones podría obtener un control suficiente para dirigir dichas cosas a la satisfacción de sus necesidades?
Mi respuesta a esta pregunta es que lo que ha proporcionado la naturaleza es materia y energía: materia en forma de elementos químicos conocidos y desconocidos y energía en sus diversas formas. Llamo a esta contribución de la naturaleza «los recursos naturales proporcionados por la naturaleza. Los recursos naturales en el sentido mucho más estrecho de «bienes», tal y como usa Menger el término, se toman de su dominio virtualmente infinito proporcionado por la naturaleza. Los recursos naturales que son bienes en el sentido de Menger son recursos naturales proporcionados por la naturaleza que el hombre ha hecho utilizables y accesibles en virtud de descubrir propiedades que poseen que les permiten satisfacer las necesidades humanas y en virtud de obtener control suficiente de ellos como para dirigirlos a la satisfacción de necesidades humanas.
Aquí es esencial entender la distinción entre los dos sentidos de la expresión «recursos naturales». Primero, existen los recursos naturales tal y como los proporciona la naturaleza. Esos recursos naturales, como digo, son materia, en todas sus formas elementales, y energía, en todas sus formas. Y luego, en segundo lugar, tomado de este dominio, están los recursos a los que el hombre ha dado carácter de bienes.
Ya estamos familiarizados con el hecho de que una característica importante de los recursos naturales en el primer sentido, esto es de los recursos naturales tal y como los proporciona la naturaleza, es que ninguno de ellos son intrínsecamente bienes, que para conseguir su carácter de bienes han de esperar a la acción del hombre. Una característica más, igualmente importante, de los recursos naturales tal y como los proporciona la naturaleza y que ahora hay que enfatizar todo lo posible, es la enormidad de su cantidad. De hecho, para todos los propósitos prácticos, son infinitos. Hablando estrictamente, son unos y los mismos que toda la materia y energía del universo. Esa es la totalidad de los recursos naturales proporcionada por la naturaleza.
Por tanto, en un sentido, el sentido de la usabilidad, los recursos naturales accesibles (es decir, de bienes como Menger define el término) la contribución de la naturaleza es cero. Prácticamente nada nos llega de la naturaleza que esté listo para ser un recurso usable y accesible, en el sentido de Menger. Sin embargo, en otro sentido, los recursos naturales que vienen de la naturaleza (la materia, en forma de todos los elementos químicos, conocidos y por conocer, y la energía en todas su formas) son virtualmente infinitos. En este sentido, la contribución de la naturaleza es ilimitada.
Incluso si limitamos nuestro horizonte exclusivamente al planeta tierra, que ciertamente no tiene por qué ser nuestro límite definitivo, la magnitud de los recursos naturales ofrecidos por la naturaleza es impresionantemente enorme. Es nada menos que toda la masa de la tierra y toda la energía que conlleva, desde las tormentas en la atmósfera, en las que una de ellas descarga más energía que lo que produce toda la humanidad en año entero al tremendo calor que hay en el centro de la tierra en millones de kilómetros cúbicos de hierro y níquel fundidos. Sí, los recursos naturales ofrecidos solamente por la naturaleza en la tierra se extienden de los límites superiores de la atmósfera terrestre, a seis mil kilómetros abajo, hasta su centro. Esa enormidad consiste en elementos químicos sólidamente empaquetados. No hay un solo centímetro cúbico de tierra, ni en la superficie ni bajo ella, que no sea un elemento químico u otro, o alguna combinación de elementos químicos. Ésta es la contribución de la naturaleza a los recursos naturales contenidos en este planeta. Esto indica la increíblemente enorme cantidad de lo que hay por ahí esperando a la transformación por parte del hombre en recursos naturales que posean el carácter de bienes.
Y esto me lleva a lo que considero que es la visión revolucionaria de los recursos naturales que está implícita en la teoría de los bienes de Menger. Que es que no solo el hombre crea los bienes (carácter de recursos naturales) obteniendo conocimiento de sus propiedades útiles y luego creando su usabilidad y accesibilidad estableciendo el necesario control sobre ellos, sino que asimismo tiene la capacidad de continuar aumentando indefinidamente la oferta de recursos naturales que posean carácter de bienes. Agranda la oferta de recursos naturales usables y accesibles (es decir, de recursos naturales que poseen carácter de bienes) a medida que expande su conocimiento y su poder físico sobre la naturaleza.
La opinión prevalente, que domina el pensamiento de ecologistas y conservacionistas, de que hay una existencia escasa y preciosa de recursos naturales que la actividad productiva del hombre sirve simplemente para agotarla, es errónea. Vista en su contexto completo, la actividad productiva del hombre sirve para agrandar la oferta de recursos naturales accesibles y usables convirtiendo una fracción mayor, aunque aún diminuta, de la naturaleza en recursos naturales que posean carácter de bienes. La cuestión esencial respecto de los recursos naturales es de qué fracción de la virtual infinitud que es la naturaleza tiene el hombre suficiente conocimiento al respecto y suficiente control físico como para ser capaz de dirigirlo para la satisfacción de sus necesidades. Esta fracción siempre será realmente pequeña y siempre será capaz de un enorme crecimiento posterior.
Como dije hace un momento, la oferta de recursos naturales usables y accesibles se expande a medida que el hombre aumenta su conocimiento y poder físico sobre el mundo y el universo. Hasta ahora, aunque considerablemente expandido en comparación con el que había hace siglos, el poder físico del hombre sobre el mundo se ha venido confinando esencialmente al aproximadamente 30% de la superficie terrestre que no está cubierto por el agua del mar y ha sido confinado además a profundidades que se miden en pies, no en millas. El hombre está literalmente solo arañando la superficie de la tierra y la parte más superficial de ésta. Y en ninguna parte se está ocupando de la naturaleza ni cercanamente tan eficaz o eficientemente como lo podría hacer algún día.
Además de los ejemplos dados anteriormente con respecto al hierro, petróleo, aluminio, radio y uranio, consideremos las implicaciones para la oferta de recursos naturales usables y accesibles del hombre al convertirse en capaz de cavar a mayores profundidades con menos esfuerzo, separar los componentes que antes no podía hacer o hacerlo con menos esfuerzo, para conseguir acceder a regiones de la tierra previamente inaccesibles o mejorar su acceso a regiones ya accesibles. Todo esto aumenta la oferta de recursos naturales usables y accesibles. Por supuesto, lo hace en virtud de crear lo que Menger describe como control suficiente sobre las cosas como para dirigirlas a la satisfacción de necesidades humanas. Todo ello les confiere el carácter de bienes a lo que hasta entonces eran meras cosas.
Como escribí en Capitalism:
Hoy día, como resultado de dichos avances, la oferta de recursos naturales económicamente utilizables es incomparablemente mayor de lo que era al inicio de la Revolución Industrial o incluso hace una o dos generaciones. Hoy día, el hombre puede cavar fácilmente miles de pies en una mina de lo que antes le costaba cavar diez pies, gracias a avances como equipos de excavación más poderosos, explosivos más potentes, estructuras de acero para bóvedas de minas y bombas y máquinas modernas. Hoy en día, un solo trabajador manejando un buldócer o una pala mecánica puede mover más tierra que cientos de obreros en el pasado utilizando pico y pala. Los avances en los métodos de reducción han hecho posible obtener menos puras de compuestos con los que antes era imposible o demasiado costoso trabajar. Las mejoras en la navegación y construcción de vías férreas y carreteras han hecho posible el acceso a bajo coste a importantes depósitos minerales en regiones previamente inaccesibles o muy costosas de explotar.
Y añadí:
No hay límite para los posibles avances futuros. El hidrógeno, el elemento más abundante en el universo, puede convertirse en una fuente de energía económica en el futuro. Explosivos atómicos y de hidrógeno, láseres, sistemas de detección por satélites e incluso los propios viajes espaciales abren nuevas e ilimitadas posibilidades de incrementar la oferta de minerales económicamente utilizables. Los avances en la tecnología minera que harían posibles excavar económicamente a una profundidad de, digamos, diez mil pies, en lugar de las profundidades actualmente mucho más limitadas o cavar minar bajo los océanos, también incrementarían la porción de masa terráquea accesible al hombre de forma que todos los suministros previos de minerales accesibles parecería insignificante en comparación. (p. 64).
El punto clave es que, siguiendo las ideas de Menger de la naturaleza de los bienes, la oferta de recursos naturales usables y accesibles económicamente es expandible. Se agranda como parte del mismo proceso por el que el hombre aumenta la producción y suministro de todos los demás bienes, a saber, el progreso científico y económico y del ahorro y la acumulación de capital.
La situación fundamental es ésta. La naturaleza presenta a la tierra como una inmensa bola sólidamente apretada de elementos químicos. También ha proporcionado increíbles cantidades de energía en relación con esta masa de elementos químicos. Si, por encima y contra esta contribución de la naturaleza aparece la inteligencia humana motivada, el tipo de inteligencia humana motivada que tanto favorece una sociedad libre y capitalista, con el perspectiva de ganar una fortuna personal sustancial como consecuencia de casi cualquier avance significativo, puede haber pocas dudas acerca del resultado: El hombre tendrá éxito en agrandar progresivamente la fracción de la naturaleza que constituyen bienes; esto es, tendrá éxito en agrandar progresivamente la oferta de recursos naturales usables y accesibles.
La probabilidad de su éxito se ve muy reforzada por dos hechos íntimamente relacionados: la naturaleza progresiva del conocimiento humano y la naturaleza progresiva de la acumulación de capital en una sociedad capitalista, que, por supuesto, es también una sociedad racional, a la par que libre. En una sociedad así, las existencias de conocimientos científicos y tecnológicos crece de generación en generación, a medida que cada nueva generación empieza con todo el conocimiento adquirido por las generaciones previas y luego hace su propia nueva contribución al conocimiento. Esta nueva contribución aumenta las existencias de conocimiento transmitidas a la próxima generación, que a su vez hace sus nuevas contribuciones al conocimiento y así sucesivamente, sin límite fijo a la acumulación de conocimiento salvo que se llegue a la omnisciencia.
De forma similar, en una sociedad así, las existencias de bienes de capital aumentan de generación en generación. La mayor existencia de bienes de capital acumulados en cualquier generación basándose en una preferencia temporal suficientemente baja y por tanto al correspondiente alto grado de ahorro y provisión para el futuro, junto con una continua alta productividad de los bienes de capital basada en el conocimiento científico y tecnológico avanzado, sirven para producir no solo una mayor y mejor oferta de bienes de consumo, sino asimismo una mayor y mejor oferta de bienes de capital. Esa mayor y mejor oferta de bienes de capital, continuando con la misma base de bajas preferencias temporales y avance del conocimiento científico y tecnológico, sirve a su vez para aumentar y mejorar más la oferta no solo de bienes de consumo sino también de bienes de capital. El resultado es una continua acumulación de capital, que se basa en que de generación en generación el hombre es capaz de enfrentarse a la naturaleza con la posesión de poderes crecientes de control físico sobre ella.
Basándose tanto en el progresivamente creciente conocimiento de la naturaleza como en el progresivamente creciente poder físico sobre la naturaleza, el hombre aumenta progresivamente la fracción de la naturaleza con constituye bienes, es decir, la oferta de recursos naturales usables y accesibles.
III
Me ocupo ahora del segundo aspecto de la teoría de los bienes de Menger que se relaciona con la crítica de las ideas esenciales del ecologismo, a saber, su visión del proceso de producción como de continua mejora de la utilidad a medida que se traslada de bienes de orden superior a bienes de orden inferior.
Todo lo que hace falta añadir a la opinión de Menger es reconocer de nuevo el hecho de que la tierra es una inmensa bola sólidamente apretada de elementos químicos. Esos elementos químicos constituyen lo que rodea material y externamente al hombre, es decir, su entorno. Son las condiciones materiales externas de la vida humana.
Cuando se tienen en cuenta estos hechos, queda claro que el proceso de producción y el conjunto de la actividad económica, lejos de constituir un peligro para el medio ambiente del hombre, como afirman los ecologistas, tienen la tendencia inherente de mejorar su medio ambiente, de hecho, que ese es su propósito esencial.
Esto se hace evidente tan pronto como nos damos cuenta de que no solo todo el mundo constituye físicamente en nada salvo en elementos químicos, pero asimismo que estos elementos nunca se destruyen. Simplemente reaparecen en distintas combinaciones, en distintas proporciones, en distintos lugares. Como escribí en capitalismo:
Aparte de lo que se ha perdido en unos pocos cohetes espaciales, la cantidad de cada elemento químico en el mundo hoy día es la misma que había antes de la Revolución Industrial. La única diferencia es que, a causa de la Revolución Industrial, en lugar de mantenerse en letargo, fuera del control del hombre, se han utilizado como nunca antes de forma que favorezcan la vida y el bienestar humanos.
Por ejemplo, parte del hierro y cobre del mundo ha sido extraído del interior de la tierra, donde era inútil, para ahora conformar edificios, puentes, automóviles y mil y un objetos que benefician la vida humana. Parte del carbono, oxígeno e hidrógeno del mundo se han separado de ciertos componentes y recombinado con otros, en un proceso que genera energía para calentar y alumbrar hogares, mover maquinaria industrial, automóviles, aviones, barcos y ferrocarriles e incontables otras formas de servir a la vida humana. De ello se deduce que al estar el entorno humano compuesto de elementos químicos como hierro, cobre, carbono, oxígeno e hidrógeno y al hacerlos útiles mediante su actividad productiva en distintas formas, dicho entorno mejora a su vez. (…)
Consideremos más ejemplos. Para vivir, el hombre necesita ser capaz de mover su persona y bienes de un sitio a otro. Si un bosque salvaje aparece en su camino, ese movimiento resulta difícil o imposible. Por tanto, representa una mejora en su entorno cuando el hombre aparta los elementos químicos que constituyen algunos de los árboles a otro lugar y echa los elementos químicos, que trae de otro sitio, para construir una carretera. Es una mejora en el entorno cuando el hombre construye puentes, cava canales, excava minas, despeja terrenos, construye fábricas y casas o hace cualquier otra cosa que represente una mejora en las condiciones materiales externas de su vida. Todas esas cosas representan una mejora en lo que rodea materialmente al hombre—su entorno. Todo ello representa la redisposición de los elementos de la naturaleza en forma que les haga encontrarse en una relación más útil para la vida y el bienestar humanos.
Por tanto, toda la actividad económica tiene como único fin la mejora del entorno—se dirige exclusivamente a la mejora de las condiciones materiales externas de la vida humana. La producción y la actividad económica son precisamente los medios con los que el hombre adapta su entorno y por tanto lo mejora. (p. 90).
Si alguien se pregunta cómo los ecologistas pueden no apreciar el hecho de que precisamente la producción y la actividad económica constituyen los medios con los que el hombre mejora su entorno, la respuesta es que los ecologistas no comparten el punto de partida del valor de Menger (o de la civilización occidental), es decir, el valor de la vida y el bienestar humanos. En su opinión, el punto de partida del valor es el supuesto «valor intrínseco» de la naturaleza, es decir, el supuesto valor de naturaleza por sí misma, totalmente aparte de cualquier conexión con la vida y el bienestar humanos. Ese supuesto valor intrínseco se destruye cada vez que el hombre cambia cualquier cosa en el estado preexistente de la naturaleza.
Cuando los ecologistas hablan de «daño al entorno» en relación con cosas como talar bosques, explosionar formaciones rocosas o la pérdida de estas especie de planta o animal sin valor conocido o previsible para el hombre, lo que realmente quieren decir en último término es la pérdida de los supuestos valores intrínsecos que constituyen esas cosas y no una pérdida real alguna para el hombre. Por el contrario, están dispuestos a sacrificar la vida y el bienestar humanos por la preservación de dichos supuestos valores intrínsecos. Para ellos, el «entorno» no es lo que rodea al hombre, derivando su valor de su relación con éste, sino la naturaleza por sí misma, derivando su valor de sí misma, es decir, poseyendo un valor «intrínseco».
Por supuesto, los ecologistas también se presentan frecuentemente como defensores de la vida y el bienestar humanos y en esos casos dirigen sus ataques a distintos residuos negativos de la producción y la actividad económicamente comparativamente menores, como la degradación local de la calidad del aire o el agua, olvidando totalmente lo que es muy positivo, que, por supuesto, resulta ser de una abrumadora mayor significación.
Lo que garantiza que los beneficios positivos de la producción y la actividad económica compensen incalculablemente cualquier negatividad asociada a sus residuos es el principio de respeto a los derechos individuales. Aunque en modo alguno observado siempre, este principio requiere que la producción y actividad económica de alguien no solo le beneficie sino que en lo que se refiere a otra gente implicada en el proceso, el uso de su trabajo y propiedades debe obtenerse sólo por su consentimiento voluntario. Y, por supuesto, para obtener su consentimiento voluntaria, su cooperación debe merecerles la pena.
Así por ejemplo, si queremos construir un edificio, no solo nosotros nos beneficiaremos, sino asimismo todos los que trabajen para nosotros en la construcción y los que nos proporcionen materiales y equipos para ello. También lo harán los compradores o arrendatarios del edificio, si construimos para vender o alquilar. Además, ninguna propiedad o tercera persona puede verse dañada por nuestra acción. Por ejemplo, nos arriesgamos a una fuerte sanción si construimos nuestro edificio de una forma que socave los cimientos de un edificio adyacente o que haga a nuestro edificio inseguro para quienes pasen junto a él.
Las principales quejas de los ecologistas actualmente se preocupan del hecho de que calentamos y refrescamos nuestro edificio, es verdad que no como individuos aislados, sino como unos de muchas decenas o centenas de miles de individuos que utilizan combustibles fósiles o CFC. Al hacerlo, supuestamente la humanidad es culpable del delito de aumentar el nivel de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, causando así «calentamiento global» o aumentando el nivel de moléculas que destruyen el ozono en la atmósfera superior, ocasionando así tasas mayores de cáncer de piel. Y como la humanidad supuestamente es culpable de estas cosas, los ecologistas suponen que a los hombres individuales se nos deba restringir, si no prohibir completamente, nuestro uso de combustibles fósiles y CFC, incluso aunque, como individuos, seamos completamente incapaces de causar ninguno de los supuestos efectos; y por supuesto lo mismo es cierto, mutatis mutandis, para todos y cada uno de los demás individuos.
IV
Ahora quiero ocuparme del enorme espíritu del individualismo que puede encontrarse en von Mises. Solo los individuos piensan y solo los individuos actúan, dice von Mises. De esto se deduce, por supuesto, que sólo debería considerarse responsable a un individuo de sus propias acciones. El hijo no debería ser castigado por los pecados del padre; un miembro de una raza o nación o clase económica no debería ser considerado responsable de las acciones de otros miembros de esa raza, nación o clase económica.
Y así también debería ser en el caso de un supuesto daño medioambiental. Si un individuo, o una empresa individual, es incapaz por sí mismo de causar calentamiento global o eliminar ozono, o lo que sea, a una escala suficiente como para causar daño a otro individuo o individuos concretos, no existe ninguna base adecuada en la filosofía de von Mises para prohibir esta acción. Como digo en Capitalism: «Prohibir una actividad de un individuo en un caso como éste es hacerle responsable de algo de lo que él sencillamente no es de hecho responsable. Es exactamente lo mismo que si se le castigara por algo que no haya hecho» (p. 91).
Al individuo no debería castigársele por las consecuencias que puedan resultar solo como consecuencia de acciones de la categoría o grupo más amplio del cual es miembro, pero no ocurran como resultado de sus propias acciones. Así, incluso aunque sea cierto que el efecto combinado de las acciones de varios miles de millones de personas esté realmente causando calentamiento gomal o desaparición de ozono (ninguna de estas afirmaciones se ha probado realmente: ¡las afirmaciones del calentamiento global tienen la certidumbre de una previsión del tiempo, extendida a los próximos 100 años!), pero incluso si, como digo, esas afirmaciones fueran ciertas, de ello no se deduciría ninguna justificación para prohibir a ningún individuo o individuos concretos actuar de forma que solo por agregados de miles de millones de individuos generen calentamiento gomal o desaparición de ozono o lo que sea.
Si el calentamiento global o la desaparición de ozono o lo que sea realmente son consecuencias de las acciones de la raza humana consideradas colectivamente, pero no de las acciones de un individuo concreto, incluyendo cualquier empresa privada individual, entonces la forma adecuada de ocuparse de ellos es como equivalente a los actos de la naturaleza. No siendo causados por las acciones de seres humanos individuales, son equivalentes a acciones no causadas moralmente por seres humanos en absoluto, es decir, a actos de la naturaleza.
Una vez que vemos las cosas desde esta perspectiva, queda claro cuál es la respuesta apropiada a esta cambien medioambiental, ya sea el calentamiento global y la desaparición del ozono, el enfriamiento global o el aumento de ozono o cualquier otra cosa que produzca la naturaleza. Es la misma que la respuesta apropiada del hombre a la naturaleza en general. Esto es, los seres humanos deben ser libres de ocuparse de la naturaleza para su máximo aprovechamiento, sujeto solo a la limitación de no iniciar el uso de fuerza física contra la persona o propiedad de otros seres humanos. Siguiendo este principio, el hombre se ocupará de cualquier fuerza negativa de la naturaleza que generen los residuos de su propia actividad tomados agregadamente precisamente la misma forma exitosa en que se ocupa normalmente de las fuerzas primarias de la naturaleza.
Permítanme desarrollar esto. Aquí estamos. Disfrutamos de una civilización industrial increíblemente maravillosa, cuya naturaleza se indica por el hecho de que gracias a ella gran cantidad de seres humanos pueden viajar a velocidades impresionantes durante cientos de kilómetros sin parar en sus propios automóviles personales, escuchando orquestas sinfónicas mientras se mueven; de hecho, pueden volar sobre continentes enteros en horas en aviones a reacción, mientras ven películas y beben martinis; pueden entrar en habitaciones oscuras y llenarlas de luz pulsando un interruptor; pueden abrir la puerta de una nevera y disfrutar de comida deliciosa y sana traída de todos los lugares del mundo; pueden hacer todo esto y mucho más. Es lo que tenemos. Esto y muchísimo más, es lo que la gente en todas partes podría tener si fueran suficientemente inteligentes como para establecer la libertad económica y el capitalismo.
Pero todo esto no vale prácticamente en lo que respecta a los ecologistas. Están dispuestos a renunciar a todo ello porque, según alegan, causa calentamiento global y desaparición de ozono, es decir, mal tiempo. Y la mejor forma que tenemos para evitar ese mal tiempo, dicen, y así controlar la naturaleza para nuestro mayor beneficio es abandonar la civilización industrial moderna y el capitalismo.
La respuesta apropiada a los ecologistas es que no sacrificaremos un pelo de civilización industrial y que si el calentamiento global y la desaparición del ozono están realmente entre sus consecuencias, las aceptaremos y nos ocuparemos de ellas, por medios razonables como emplear mejores aires acondicionados y protectores solares, no renunciando a nuestros aires acondicionados, neveras y automóviles.
Más esencialmente, la respuesta a los ecologistas es que la respuesta apropiada al cambio climático, ya sea el calentamiento global o una nueva edad de hielo, es la libertad económica de una sociedad capitalista. Antes o después se producirá ese cambio climático (aunque no sea en este siglo o siquiera en este milenio), en algún momento concreto del futuro remoto. En ese momento harán falta cambios enormes en la actividad humana. Algunas zonas actualmente usadas para ciertos propósitos se convertirán en inusables para ellos. Podemos imaginar que incluso pueden convertirse en inhabitables. Otras áreas actualmente inhabitables o apenas habitables se convertirán en mucho más deseables. Tendrán lugar cambios importantes en las ventajas comparativas de vastas zonas, a lo cual la gente debe ser libre de responder.
Como escribí en Capitalism:
Incluso si el calentamiento global resultar ser un hecho, los ciudadanos libres de una civilización industrial no tendrían graves dificultades en afrontarlo—por supuesto, siempre que su capacidad de uso de energía no se vea limitado por el movimiento ecologista y los controles gubernamentales en sentido opuesto. Las aparentes dificultades de afrontar el calentamiento global, o cualquier otro cambio a gran escala, sólo aparecen cuando el problema se ve desde la perspectiva de los planificadores centrales gubernamentales.
Sería un problema demasiado grande para que los burócratas gubernamentales lo gestionaran (…).Pero sin duda no sería un problema demasiado grande a resolver para decenas y cientos de millones de individuos libres y racionales viviendo bajo el capitalismo. Se resolvería al decidir cada individuo la mejor manera de afrontar los aspectos particulares del calentamiento global que le afectaran.
Los individuos decidirían, a partir de cálculos de ganancias y pérdidas, qué cambios necesitan hacer en sus negocios y vidas personales, de forma que se ajusten mejor a la situación. Podrían decidir dónde es ahora relativamente más deseable poseer terrenos, ubicar granjas y negocios y vivir y trabajar y dónde es relativamente menos deseable y qué nuevas ventajas comparativas tiene cada localización para la producción de según qué bienes. Fábricas, almacenes y casas, todas necesitan reemplazarse antes o después. Ante la perspectiva de un cambio en las preferencias relativas de diferentes localizaciones, la manera de proceder al reemplazo sería diferente. Quizás algunos reemplazamientos deberían hacerse antes de lo previsto. Para asegurarse, algunos valores de los terrenos bajarían y otros subirían. Lo que les ocurriera a los individuos respondería a la forma en que hayan minimizado sus pérdidas y maximizado sus posibles ganancias. Lo esencial que necesitan es la libertad de servir a sus propios intereses comprando terrenos y trasladando sus negocios a las áreas que resultaran relativamente más atractivas y la libertad de buscar empleo y comprar o alquilar viviendas en esas áreas.
Con esa libertad, todo el problema quedaría superado. Esto pasa porque bajo el capitalismo las acciones de los individuos y el pensamiento y la planificación subyacentes se coordinan y armonizan a través de sistema de precios (como han tenido que aprender muchos antiguos planificadores del Este de Europa y la extinta Unión Soviética). Como consecuencia, el problema se resolvería exactamente de la misma forma en la que decenas y cientos de millones de individuos libres han resuelto problemas mucho mayores, como el rediseño del sistema económico para afrontar el cambio del caballo por el automóvil, la colonización del Oeste Americano y la transformación de la mayor parte del trabajo del sistema económico de la agricultura a la industria (pp. 88-89).
Una respuesta racional a la posibilidad de un cambio medioambiental a gran escala es establecer la libertad económica de los individuos de ocuparse de éste cuando se produzca. El capitalismo y el libre mercado son los medios esenciales de hacerlo, no los paralizantes controles del gobierno y el «ecologismo». Y tanto en el establecimiento de la libertad económica como en cualquier otro aspecto importante de respuesta al ecologismo, la filosofía de Ludwig von Mises y Carl Menger debe mostrarnos el camino.