En este ensayo entendemos por liberalismo la doctrina que sostiene que la sociedad (es decir, el orden social sin el estado) se dirige más o menos a sí misma dentro de los límites de derechos los individuales garantizados. En la expresión clásica, estos son los derechos a la vida, la libertad y la propiedad.1
Esto está más cerca del significado francés de libéralisme que del significado que ha adquirido el liberalismo en Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, incluso en Alemania y otros países. A este respecto, los franceses se han mantenido fieles a la concepción original e histórica del liberalismo. No es casualidad que el término francés laissez faire se use en todo el mundo como sinónimo de una economía que funciona libremente.
Entender el liberalismo como basado en la capacidad autorreguladora de la sociedad creo que es incluso necesario metodológicamente, para permitirnos, como escribe Anthony de Jasay, distinguir al liberalismo de otras ideologías.2 Sin embargo, no es este el momento de argumentar a favor de esta tesis.
En años recientes ha habido novedades muy interesantes con respecto al tratamiento del liberalismo.
Para empezar, ha habido un cambio masivo en la atención investigadora trasladándose del socialismo y especialmente del marxismo hacia el liberalismo. Esto tiene que ver con algunos acontecimientos muy conocidos en la política mundial, como el colapso de los regímenes socialistas «reales». Con ello ha llegado al reconocimiento general de que la propiedad privada y la libre empresa son indispensables para una mayor riqueza de las naciones.
Segundo, hay una creciente conciencia de la íntima relación entre la ideología liberal y lo que ha sido calificado como «el milagro europeo», es decir, el desarrollo del crecimiento económico sostenido que ha caracterizado a Europa y sus retoños en todo el mundo, incluyendo Estados Unidos.3 Después de décadas de enormes esfuerzos dedicados a analizar la historia de las fantasías socialistas, los investigadores parecen estar despertando a la necesidad de examinar con mayor profundidad los fundamentos institucionales de nuestra propia sociedad y al mismo tiempo las ideas que acompañaron la evolución de estas instituciones.
Finalmente, hay una mayor conciencia de que las ideas liberales nunca han estado limitadas a las naciones de habla inglesa. Esa solía ser la visión predominante en Gran Bretaña y Estados Unidos. Por dar un ejemplo: durante mucho tiempo, prácticamente el único pensador liberal francés del siglo XIX que se trataba era Alexis de Tocqueville. Incluso grandes tratados de pensamiento político moderno (por ejemplo, el trabajo en dos tomos de John Plamenatz de Oxford)4 ni siquiera mencionaban a Benjamin Constant, y solo recientemente se han traducido al inglés algunos de los escritos políticos más importantes de Constant.5
Y si ha sido así con Benjamin Constant, es fácil imaginar la poca justicia que se ha hecho con el grupo Censeur Européen, con Frédéric Bastiat, Gustave de Molinari o la multitud de otros contribuidores del Journal des Économistes, que se publicó en París durante un siglo por generaciones sucesivas de escritores (hasta junio de 1940) y que fue la mejor revista liberal nunca publicada.
También hay, por ejemplo, un floreciente interés entre los investigadores anglófonos por la gran tradición de los pensadores escolásticos tardíos de finales del siglo XVII y principios del XVIII, que pusieron las bases para la economía moderna. Aparte del tratamiento de estos escritores, sobre todo españoles, en la historia del pensamiento económico de Murray Rothbard y algunos trabajos pioneros anteriores, ahora tenemos el trabajo de Alejandro Chafuen, de la Fundación Atlas, que ha destacado su gran importancia en su estudio Faith and Liberty.6 También podríamos mencionar la creciente atención hacia los economistas liberales italianos de finales del siglo XIX y principios del XX, que contribuyeron de manera importante a las teorías de la escuela de la elección pública.
El hecho es que es cada vez más evidente que el gran edificio de la doctrina liberal ha sido el logro no solo de británicos y estadounidenses, sino también de muchos otros pueblos, no siendo el menor el de los austriacos.
También ha habido un creciente interés por el liberalismo alemán. Esta tradición ha sido olvidada injustamente durante décadas, especialmente después de lo que fue visto como su ignominiosa derrota en el posterior periodo imperial.
Oswald Spengler hablaba en nombre de la escuela nacionalista-autoritaria de su tiempo cuando escribía: «Hay principios en Alemania que son detestados y desprestigiados, pero en territorio alemán solo el liberalismo es despreciable».7 El disgusto de Spengler era secundado por muchos otros, en todo el espectro político, disgusto que iba en proporción con el árido «doctrinarismo» coherente de los principios liberales adoptados.
Paul Kennedy, de la Universidad de Yale, escribe sobre «el auténtico veneno y odio ciego detrás de muchos de los ataques al manchesterismo en Alemania».8 Este término, «manchesterismo» era un calificativo despectivo, un Schmähwort. Como señalaba en 1870 Julius Faucher, un líder del partido librecambista, fue inventado por Ferdinand Lassalle, el fundador del socialismo alemán. Luego entró en la rutina de la prensa conservadora, convirtiéndose finalmente, como escribía Faucher, en «el alfa y la omega de la sabiduría política», incluso para el gobierno prusiano.9 Durante décadas fue habitual incluso en la literatura investigación supuestamente neutral en valores.
Está claro que no cabe duda de que el liberalismo alemán nunca estuvo al nivel, por ejemplo, del pensamiento liberal francés. Pero, tras examinarlo, las contribuciones políticas e incluso intelectuales del auténtico liberalismo alemán son evidentes.
Un concepto básico usado por muchos historiadores en décadas recientes ha sido el de la Sonderweg de Alemania: su vía especial o peculiar de desarrollo histórico. Sea cual sea el valor heurístico que pueda tener este concepto, hay pocas dudas de que ha sido excesivamente aplicado. Después de todo, Alemania no es Rusia. La experiencia alemana incluía: los pueblos libres de la Edad Media, el escolasticismo y la doctrina del derecho natural enseñado en las universidades, el Renacimiento y la Reforma, el auge de la ciencia moderna y un papel importante en la ilustración del siglo XVIII.
La experiencia de doce años de nacionalsocialismo, con todas sus atrocidades, fue terrible. Pero no debería llevar a que olvidemos que, mil años antes de Hitler, Alemania era parte integral de la civilización occidental
Dietheim Klippel es un importante investigador del liberalismo alemán de finales del siglo XVIII.10 Ha sugerido algunos de los factores políticos que han condicionado en distintos periodos la aceptación de un concepto con carga negativa (o a veces positiva) del Sonderwegalemán, o vía especial de evolución histórica. En concreto, Klippel ha criticado eficazmente la opinión de Leonard Krieger, autor de un trabajo influyente sobre las ideas alemanas de la libertad.11 Este libro, se queja Klippel, mostraba «una actitud peculiar alemana hacia la libertad» frente a la una concepción «occidental» (indefinida). Pero el hecho es que, aparte de los publicistas e intelectuales influidos por los fisiócratas franceses, existió en Alemania en el siglo XVIII «una amplia corriente de ideas demócratas y liberales, de todas las tonalidades posibles».
Klippel ha prestado particular atención a la nueva escuela alemana del derecho natural, que sucedió a la vieja doctrina del derecho natural de orientación absolutista de la escuela de Christian Wolff. Metodológicamente, bajo la influencia de Kant y consecuentemente inspirada por John Locke, esta escuela proporciona una teoría de la prioridad de la sociedad civil frente al estado; de la propiedad privada, la empresa privada y la competencia como la esencia de la sociedad autorregulada y de la necesidad de proteger la vida social frente a la usurpación estatal.
Klippel destaca que la postura económico-liberal de estos intelectuales se «dirigía directamente contra la posición legal de algunas partes de la burguesía», contra los gremios, pero igualmente «contra los monopolios y privilegios de fábricas y talleres». Aquí destaca una faceta de la lucha de clases que se confunde sistemáticamente por parte de los autores que se apoyan en la concepción marxista de la lucha de clases en lugar de en la liberal.
Sin embargo, en el siglo XIX esta escuela del derecho natural fue totalmente eclipsada por la hegeliana y otras doctrinas.
Una figura clave en el liberalismo alemán de finales del siglo XVIII ejerció una influencia poderosa, aunque no reconocida, en la historia del liberalismo europeo en general. Fue Jakob Mauvillon, descendiente de hugonotes franceses.12 Entre los numerosos puestos que tuvo Mauvillon en su vida relativamente corta pero muy activa, fue Profesor de política en Brunswick. Aunque se le califica normalmente como un fisiócrata, Mauvillon en realidad tomó como modelo en en teoría económica al gran Turgot, cuyas Réflexions sur la formation et la distribution des richesses tradujo y publicó.
Mauvillon era de hecho, más «doctrinario» (un defensor más coherente del laissez-faire) que cualquiera de los escritores franceses de su tiempo. Defendía la privatización de todo el sistema educativo, desde las escuelas primarias en hasta las universidades, del sistema postal y del mantenimiento de los clérigos. Incluso manifestó la idea de que, bajo condiciones ideales, todo el aparato de la provisión estatal de seguridad podría también privatizarse.
Mauvillon fue un incansable publicista de su causa y es probable que sus ideas acabaran penetrando en el mundo de los altos cargos de Berlín, que en la década de 1790 estaban cada vez más apegados al lema: Libertad [de propiedad]: para poseer, para disfrutar, para ganar.
Pero con mucho el canal más importante de influencia de Mauvillon fue a través de un amigo de 20 años de Lausana que vino a vivir a Brunswick y de quien Mauvillon fue tanto mentor como una especie de figura paterna. Ese joven amigo era Benjamin Constant. Kurt Kloocke, en su excelente biografía intelectual de Constant, llega a afirmar que: «Es imposible sobrevalorar la importancia de Mauvillon en la evolución intelectual de Constant».13 De Mauvillon Constant dedujo la base de su idea de libertad como libertad frente al estado. Tomó del pensador alemán «la reclamación de un reconocimiento incondicional de la religión como la base constituyente de un ámbito libre del estado».
El entorno conceptual de la libertad personal, el estado derecho y el laisse-faire que eran el núcleo del liberalismo de Constant, reflejaban perfectamente la filosofía política de Mauvillon, incluida la necesidad urgente de mantener el sistema educativo libre de la intromisión estatal.
He destacado este episodio del impacto de Jakob Mauvillon sobre la formación del pensamiento de Benjamin Constant por diversas razones.
Primera, porque es prácticamente desconocido y además tiene interés por sí mismo. Además, ilustra el carácter internacional de la doctrina liberal, la fertilización cruzada de ideas dentro del espacio cultural común de la civilización occidental. Finalmente, debido a la gran importancia de Benjamin Constant. Hayek afirmaba que los grandes liberales característicos del siglo XIX eran Tocqueville y Lord Acton. En mi opinión, si no tuviera que elegir una única fuente del liberalismo del siglo, sería Benjamin Constant.
La ilustración alemana produjo uno de los grandes clásicos del pensamiento liberal traducido bajo el título Los límites de la acción del estado, de Wilhelm von Humboldt. Tanto Hayek como Mises consideraban esta obra la expresión más refinada del liberalismo clásico en idioma alemán. El libro de Humboldt, así como la filosofía política de Immanuel Kant, eran una reacción con principios contra el Polizeistaat, el estado del bienestar del siglo XVIII, que era un componente central del absolutismo estatal de esos tiempos.
Entretanto, el liberalismo económico en la forma de las ideas de Adam Smith había penetrado en el mundo académico alemán, especialmente en Göttingen y Königsberg, donde Christoph Jakob Kraus, un amigo íntimo de Kant, era su principal defensor. Los profesores desempeñaron un papel en crear el Beamtenliberalismus (liberalismo burocrático) que produjo reformas liberales, especialmente en Prusia, incluyendo las reformas de la época Hardenberg-Stein.
Dado este florecimiento de las ideas liberales en la Alemania del siglo XVIII, ¿Qué pasó para que cambiarán las cosas? ¿Por qué se produjo este cambio de opinión en la cultura política alemana?
No cabe duda de que una razón importante (tal vez la más importante) para el cambio se encuentra en la historia política y militar del periodo: básicamente, el intento de la Francia revolucionaria de conquistar y gobernar toda Europa.
Los jacobinos que llegaron al poder durante la Revolución trataron de imponer sus ideas a Europa a punta de bayoneta francesa. Los derechos del hombre, la soberanía popular, la ilustración francesa con su odio a las tradiciones y creencias religiosas antiguas de los pueblos europeos se impondrían mediante poder militar. Para este fin, los victoriosos e irresistibles ejércitos franceses invadieron, conquistaron y ocuparon buena parte de Europa.
Por lógica, estos ejércitos invasores, al llevar con ellos una ideología extranjera, produjeron hostilidades y resistencia contra dicha ideología, una reacción nacionalista militante. Eso es lo que ocurrió en Rusia y en España. En buena parte, eso es lo que ocurrió en Alemania. El individualismo, los derechos naturales, los ideales universalistas de la ilustración, todos se identificaron con los odiados invasores, que sometieron y humillaron al pueblo alemán. Esta identificación fue una carga que desde entonces tuvo que soportar el liberalismo en Alemania.
La lección que se podría aprender razonablemente de esa experiencia es esta: si se quieren difundir ideas liberales a pueblos extranjeros, a largo plazo el ejemplo y la persuasión son mucho más eficaces que las armas y las bombas.
En las décadas de 1830 y 1840, la explosión demográfica que afectó a Alemania y otros países se estaba agudizando. En todas partes había señales de la creciente pobreza, que el sistema heredado, todavía en buena parte en mercantilista, no podía resolver.14
Este es el trasfondo socioeconómico de la aparición del partido librecambista alemán.
El librecambismo, en el sentido de la abolición de barreras al comercio internacional, ya había progresado considerablemente en los estados alemanes, sobre todo en Prusia. La Zollverein, o Unión Aduanera, liderada por Prusia, estaba creando una zona de libre comercio cada vez más grande dentro de la Confederación Alemana. Además, en ese momento Prusia estaba más avanzada en el camino al libre comercio internacional que cualquier otra nación europea, incluyendo incluso a Inglaterra.
El objetivo del partido librecambista era extender los principios del liberalismo económico a todas las áreas de la vida económica. Desde la década de 1840 hasta mediados de la de 1870 (primero en los estados alemanes y luego en una Alemania unificada) este movimiento tuvo un efecto poderoso y duradero sobre las instituciones alemanas. Preparó el escenario para el enorme crecimiento económico del país en ese período y posteriormente.
Más que ningún otro, John Prince Smith fue el creador de este movimiento librecambista y su principal figura desde la década de 1840 hasta casi su muerte en 1874.15 Para Wilhelm Roscher, de la Vieja Escuela Histórica, fue «el líder de todo este [librecambismo] actual», mientras que el historiador económico británico W. O. Henderson le calificó como el gran rival de Friedrich List.
Prince-Smith, como suele llamársele en Alemania, es un ejemplo evidente de las influencias extranjeras sobre el liberalismo alemán, ya que nació en Londres en 1809 de padres ingleses. Se mudó a Prusia oriental en 1831, donde se convirtió en Profesor en un gimnasio (liceo). Posteriormente se mudó a Berlín y se convirtió en periodista.
Una de las pocas influencias que reconocía sobre su pensamiento era la de Jeremy Bentham, que era clara tanto por su pronunciado positivismo legal como por su insistencia en tratar todas las cuestiones económicas desde un punto de vista estrictamente utilitarista.
Sin embargo, en un aspecto crucial, Prince-Smith se acerca mucho más a los liberales franceses de la época: a los escritores de la Escuela Industrialiste, a Charles Dunoyer y Charles Comte, a Bastiat y a sus sucesores. Mientras que el utilitarismo benthamita no era concluyente con respecto al «programa» del estado, Prince-Smith defendía una postura del laissez faire y estado mínimo estricto: «Al estado, el librecambismo no le concede otra tarea que no sea sencillamente la producción de seguridad» («la production de la securité» era el latiguillo industrialiste para la única función que permitían al gobierno). Esta norma era necesaria, creía Prince-Smith, para contrarrestar la dinámica de expansión estatal, por la que el estado intenta «apropiarse de tantas funciones como sea posible, de ligar tantos intereses económicos como sea posible para sí.
Persiguiendo su objetivo de establecer un movimiento siguiendo el modelo de La liga contra las Leyes de los Cereales, en 1846 (el año de la abolición de las leyes del grano en Inglaterra) Prince-Smith reunió a varios líderes empresariales y publicistas para formar una Asociación Librecambista Alemana; se crearon filiales de la asociación en Hamburgo, Stettin y otros pueblos del norte de Alemania.
Fue por este tiempo cuando Prince-Smith reunió en torno a él un grupo de jóvenes brillantes idealistas con ambiciones periodísticas, de quienes actuó como mentor en economía. Les inspiró con el evangelio de librecambismo, pero ese era sólo el punto de partida. Como dijo uno de los más eminentes de entre ellos, Julius Faucher, el libre comercio era únicamente la «primera cuña contra el aparato del bienestar y la máquina creadora de felicidad (que los epígonos del siglo XVIII del continente habían hecho del estado)». Las tareas del estado deben restringirse a actuar como el «operador y guardián de la fuerza necesaria para la defensa de la justicia y las fronteras». En otras palabras, para defenderse contra agresores internos y externos. Pero, añadía Faucher significativamente en la década de 1860, «si hace falta, también para la expansión de las fronteras».
El movimiento de 1848 a favor de la reforma constitucional liberal tuvo poco efecto sobre Prince-Smith. Sus esfuerzos continuaron centrándose por el contrario en la mejora económica. Tampoco él ni Faucher atrajeron la atención de los hombres en la Asamblea de Frankfurt, que se estaban concentrando precisamente en los asuntos que Prince-Smith consideraba secundarios: la libertad política y el cambio constitucional.
Prince-Smith se dio cuenta enseguida del incomparable valor de la obra de Frédéric Bastiat para su causa y tradujo y publicó las Armonías económicas de Bastiat en 1850. De hecho, si hubo algún espíritu «extranjero» presidiendo el movimiento librecambista alemán, no fue principalmente inglés, sino francés, en la forma del pensamiento de Bastiat.
Prince-Smith expresó muy pronto sus desacuerdos con los pronósticos pesimistas de Malthus y Ricardo sobre las tendencias de los niveles de vida para las clases trabajadoras y la sociedad en su conjunto. En el optimismo de Bastiat (que era característico de la escuela francesa en general) encontraba una confirmación y amplificación de sus propias opiniones. Se ha señalado que una razón importante para el éxito de los librecambistas era que no presentaba su programa como una serie de demandas o reformas graduales, sino como deducciones de una filosofía social general e inteligible, la del laissez faire de Bastiat.
La ciencia económica ejemplificada en las obras de Bastiat, mostraba que la manera de conseguir que las «manos ociosas» llenaran «estómagos vacíos» era a través de la acumulación de capital. Las intervenciones públicas y los altos impuestos tendían a reducir esa acumulación de capital y por tanto creaban pobreza. Un obstáculo importante era el presupuesto militar. Prince-Smith mantuvo durante mucho tiempo una postura antimilitarista, que era característica de Bastiat y también de la escuela inglesa de Manchester.
Algo secundario e interesante es que la metodología de Prince-Smith y sus seguidores era la tradicional en la economía política clásica británica, la de la ciencia deductiva. Fueron atacados debido a esto por los miembros de la Escuela Histórica Alemana. Así, la famosa Methodenstreit, o disputa sobre el método de la economía, que libro Gustav Schmoller, el líder de la Escuela Histórica, con Carl Menger, el fundador de la economía austriaca, ya estaba prefigurada en la disputa sobre el método entre los economistas históricos y los librecambistas alemanes.
Una buena parte de la actividad de Prince-Smith en esta fase consistió en tratar de convencer a los liberales políticos alemanes de la bondad del librecambismo, ya que muchos de los principales liberales del sur y oeste de Alemania eran proteccionistas. También le preocupaba que «si los librecambistas no proporcionan a la mentalidad popular suficiente nutrición, recurrirán a lo que les ofrecen los socialistas». Para hacer proselitismo en círculos demócratas y radicales, los discípulos de Prince-Smith recurrían al periodismo en Berlín, defendiendo un programa que uno de ellos calificó como «de un completo radicalismo político (…) para alejar a la corriente democrática de los esfuerzos socialistas y comunistas».
De hecho, a lo que habían llegado Faucher y los demás era una forma de anarquismo individualista o, como se llamaría XXXXXhoy, anarcocapitalismo o anarquismo de mercado. Esto pasó en la década de 1840. Es interesante señalar que era al mismo tiempo cuando, en París, Gustave de Molinari estaba proponiendo, de una manera más sistemática, su doctrina de la producción privada de seguridad.16 Mucho más tarde, la postura de Molinari fue asumida por Murray Rothbard y sí, más recientemente, por mi amigo el profesor Hans-Hermann Hoppe.17
Este interludio anarquista temprano de los librecambistas alemanes (que no aprobaba el propio Prince-Smith) resultó ser posteriormente un problema agudo para ellos cuando se convirtieron en miembros respetables del establishment en la Alemania imperial.
En 1858 se fundó el Congreso de Economistas Alemanes, reuniendo a los principales creyentes en la causa, muchos de los cuales habían sido atraídos a esta por Prince-Smith durante sus anteriores veinte años de trabajo. Desde 1860 hasta su muerte, Prince-Smith dirigió la Sociedad Económica en Berlín: su hogar era un lugar de reunión para políticos prusianos, entre otros los líderes del Partido Progresista Alemán y posteriormente del Partido Liberal Nacional. En 1863, empezó a aparecer la Revista Trimestral de Economía, Política e Historia Cultural. Órgano del partido librecambista, la revista se publicó durante los siguientes treinta años, bajo la dirección de Faucher, Karl Braun y otros.
La Revista Trimestral, la Sociedad Económica de Berlín, el Congreso y la influencia informal de políticos y cargos oficiales fueron todos elementos del mismo movimiento, facetas del mismo activismo y todos inspirados, en un grado u otro, por la obra de John Prince-Smith.
Murió en 1875, sabiendo que había contribuido en todo lo que podía a la realidad de una Alemania unida, poderosa y comprometida con el libre comercio.
Con respecto a la economía política, Prince-Smith se oponía a la «ley de hierro de los salarios», proclamada por Ferdinand Lassalle, con lo que llamaba la «ley de oro», «que era el efecto de ascender [a los trabajadores] a un modo de vida cada vez más confortable». (De alguna manera, Leonard Krieger, de la Universidad de Chicago, alabado como historiador del liberalismo alemán, fue capaz de entender esto —probablemente la doctrina más conocida de Prince-Smith— exactamente al contrario). «La capitalización», declaraba Prince-Smith, «significa salarios al alza».
En el área de la sociología histórica, Prince-Smith muestra un sorprendente parecido con el materialismo histórico marxista, particularmente en su temprano ensayo «Sobre el progreso político de Prusia» (1843).
Las principales afirmaciones de Prince-Smith incluyen la de que las instituciones sociales y políticas están determinadas por la «base material»; la de que en la sociedad moderna ha aparecido un grado de productividad «que sobrepasa con mucho todos los anteriores»; la de que una cantidad siempre creciente de capital ha hecho aparecer una enorme clase de trabajadores asalariados y la de que el orden económico capitalista se expandiría para abarcar todo el mundo. Estas afirmaciones se parecen a las primeras páginas de El manifiesto comunista, con las indicaciones invertidas y cinco años antes del hecho.
Prusia, sostenía Prince-Smith, estaba entrando en la etapa en la que el elemento feudal necesariamente debe desvanecerse internamente y las relaciones comerciales pacíficas convertirse en la norma de los asuntos exteriores. Está «primacía» de lo económico (la opinión de Prince-Smith de que el poder de las fuerzas económicas llevaría inexorablemente a un orden político liberal) era la premisa que subyacía en el interludio anarcocapitalista la de los jóvenes librecambistas.
Este episodio anarquista, aunque fuera breve, tuvo serias repercusiones sobre la postura política de los librecambistas. Lo que quedó después de que hubieran abandonado el anarquismo fue el desdén por la libertad política en el sentido de la participación ciudadana en la política y el desprecio por los partidos políticos practicado por los políticos de la oposición.
A través de la década de 1850, las ideas librecambistas fueron vistas cada vez más como una parte crucial de la respuesta a la explosión demográfica y la crisis de la economía alemana. De 1858, los librecambistas, que habían estado apareciendo en la escena política en diversas partes de Alemania, que eran principalmente periodistas y activistas, se organizaron en el Congreso de Economistas Alemanes. Este se convirtió en el centro institucional del movimiento librecambista, resistiendo hasta 1885.18
Mucha de la élite progresista de Alemania estaba asociada con el Congreso. Los participantes incluían a los líderes de diversos partidos liberales y miembros de los parlamentos alemanes, particularmente de la cámara de diputados prusiana y más tarde, en el periodo de la Confederación Alemana del Norte y el Imperio Alemán, del Reichstag. Acudían frecuentemente funcionarios influyentes de Prusia y otros estados alemanes y posteriormente del imperio.
El medio más importante para la divulgación de las opiniones del Congreso entre el público general era la prensa. Muchos de los periódicos más importantes estaban en manos de miembros del Congreso. De hecho la situación era tal que el jefe de grupo de presión proteccionista de la industria pesada, la Unión Central de Industriales Alemanes, se quejaba de que «toda la prensa es decididamente librecambista»; las opiniones «manchesterianas» del Congreso habían penetrado en todos los círculos sociales. Adolph Wagner, uno de los principales socialistas de cátedra, se quejaba de manera característica del supuesto control de la prensa de Berlín por parte de los judíos librecambistas.
Uno tras otro, los principales problemas económicos que afrontaba Alemania eran tratados con detalle en las conferencias del Congreso y se buscaban soluciones. Con la creación de la Confederación Alemana del Norte en 1867, los líderes del Congreso, ahora principalmente encuadrados en el nuevo Partido Liberal Nacional en el gobierno, pusieron su experiencia a trabajar para su país.
Este periodo fue el cenit de la actividad práctica el movimiento librecambista. Otto Michaelis, parte del círculo cercano a Prince-Smith, trabajó con Rudolf Delbrück en el Ministerio de Finanzas. Miembros del Congreso en el Reichstag lideraban la lucha por la libertad de movimiento y por la abolición de limitaciones sobre los tipos de interés. Se derogaron las restricciones financieras sobre el derecho a casarse, así como la prisión por deudas. El Código Industrial de 1869 eliminaba los gremios obligatorios, los exámenes obligatorios para oficios artesanos, la restricción de ciertas industrias a las ciudades y la prohibición de tener más de una línea de producción en cada momento, entre otras medidas. Karl Braun, el presidente perpetuo del Congreso, alardeaba justificadamente de que ninguna otra asociación en Europa podía mostrar logros similares.
Después de 1871, las reformas liberales se incorporaron a la estructura legal del Reich y se pusieron en práctica otras reformas, por ejemplo, una divisa uniforme sobre la base del patrón oro (otra propuesta más del Congreso). Las políticas defendidas por el Congreso fueron cada vez más la base del programa del gobierno. El librecambismo parecía haber arrasado.
Sin embargo, en 1878 el hombre que había puesto en práctica esta política, el héroe de los librecambistas, Otto von Bismarck, ministro-presidente de Prusia y canciller alemán, cambió de opinión y el mundo de los librecambistas cambió de la noche a la mañana.
Ahora debemos ocuparnos de los acontecimientos políticos cruciales en Prusia y Alemania en la década de 1860. En primer lugar tenemos la crisis constitucional prusiana.
El gobierno de Guillermo I introdujo reformas militares (básicamente, el aumento del control del monarca sobre el ejército) que provocaron la oposición del grupo principal de liberales parlamentarios. Se produjo un bloqueo. El conflicto entre el gobierno y la Cámara de Diputados, controlada por los liberales, se intensificó. Apareció en el país un clima de opinión en el que incluso se rumoreó la palabra «revolución».
En medio de esta crisis, el rey nombró a Otto von Bismarck como jefe del ministerio. Por decirlo brevemente, Bismarck ignoró desdeñosamente a la Cámara de Diputados y a los liberales, implantó las reformas del ejército y procedió con su programa de unificación de Alemania. Dos guerras con éxito, contra Dinamarca en 1864 y luego contra Austria y otros estados alemanes en 1866, llevaron a la creación de la Confederación Alemana del Norte bajo liderazgo prusiano en 1867. (Finalmente, en 1870-71, la Guerra Franco-Prusiana selló la unificación de Alemania). Los liberales parlamentarios se dividieron sobre la cuestión de apoyar o no a Bismarck.
El pequeño pero influyente grupo de Prince-Smith en la Cámara de Diputados, que incluía, aparte del propio Prince-Smith, a Julius Faucher y Otto Michaelis, se puso naturalmente del lado de Bismarck, a quien habían admirado desde el principio por sus opiniones librecambistas y por su liderazgo en la unificación alemana. No veían ninguna razón para oponerse a un ministro que estaba demostrando estar tan comprometido con la reforma económica, especialmente porque para ellos las cuestiones constitucionales estaban de por sí subordinadas a los importantísimos asuntos económicos.
La primacía que postulaba Prince-Smith de las fuerzas económicas sobre las políticas implicaba para él y sus seguidores una evolución automática hacia el estado mínimo. Su concepción muy limitada y completamente condicionada económicamente no dejaba espacio a ningún interés fuerte en trabajar para instaurar barreras constitucionales concretas al poder ejecutivo, estas aparecerían por sí solas, como consecuencia del avance de la economía.
Esta postura, sostenían, era la coherentemente liberal. Prince-Smith y su escuela había llevado la distinción entre la sociedad y el estado hasta el punto en el que los únicos derechos que consideraban en definitiva importantes eran los ejercidos dentro de la esfera social, los derechos que comprendían la esencia de la «libertad moderna» de Benjamin Constant. Los derechos políticos eran en el mejor de los casos valores instrumentales, sirviendo para reforzar los derechos fundamentales, especialmente los derechos de propiedad y contratación. Si en una configuración concreta de circunstancias ocurriera que los derechos de una sociedad civil pudieran estar mejor garantizados por el recorte de los derechos políticos (si, por ejemplo, el gobierno en lugar de que el parlamento elegido popularmente se mostrara defensor de las libertades económicas o estaba en una mejor posición para defenderlas) no era difícil para los librecambistas ponerse del lado del gobierno.
Aun así, había peligros en olvidar lo que Constant había llamado el sistema de garantías. Cuando en 1863 el Quarterly Journal proclamaba bastante grandilocuentemente: «La política está muerta y solo la economía ocupa el territorio conquistado», no era la muerte de la política en sí lo que se estaba anunciando. Estaba claro que el estado prusiano no tenía intención de desvanecerse. Por el contrario, lo que los librecambistas estaban proclamando era el fin de cualquier preocupación con respecto a las disposiciones constitucionales. Es como si el compromiso temprano de muchos de ellos con el anarquismo hubiera dejado atrás una repugnancia permanente por la lucha política. Mientras que para el liberalismo occidental principal, incluyendo el liberalismo coherente de Prusia del momento, esta lucha era una característica necesaria y resistente en el empeño liberal, los librecambistas se inclinaban hacia la línea, por ejemplo, de los fisiócratas franceses. Preferían trabajar con y a través de los poseedores de poder político, en lugar de oponerse a ellos. Si una economía libre podría estar segura en ausencia de un sistema constitucional libre era sin embargo una cuestión abierta.
Como la mayoría los liberales prusianos, los librecambistas estaban hablando ahora en términos de «Realpolitik» y del «poder de los hechos». Naturalmente, apoyaron entusiásticamente la Ley de Indemnización, con la que Bismarck buscaba reconciliar la oposición constitucional mientras retenía garantías con respecto a la conducta futura del gobierno. Los liberales más coherentes, como Waldeck, Schulze-Delitzsch, Hoverbeck, Virchow y, todavía fuera del parlamento, Eugen Richter, rechazaron la propuesta. Los librecambistas estuvieron entre los primeros en abandonar el Partido Progresista en 1867 para formar el nuevo Partido Liberal Nacional. A partir entonces, el liberalismo alemán se dividió el (al menos) dos facciones. Curiosamente, Ludwig von Mises, en Gobierno omnipotente considera que esta derrota en el conflicto constitucional de la década de 1860 significó el fin real del liberalismo alemán.19
Durante un tiempo, el punto de vista de los liberales nacionales pareció justificado, ya que trabajaron con Bismark después de 1867 para crear los fundamentos institucionales de una economía liberal en Alemania. Sin embargo, en 1879 Bismark disolvió el «pacto» con los liberales nacionales librecambistas y recurrió al proteccionismo y el socialismo de estado.
La estrategia de Prince-Smith y sus seguidores resultó ser una ilusión.
Entretanto, otro acontecimiento se convirtió en muy importante.
En 1869 se había fundado en Eisenach el Partido Social Demócrata de Alemania, liderado por Bebel y Liebknecht. Una reacción típica desde el bando librecambista fue la de Julius Faucher, para quien el socialismo representaba nada menos que un «peligro para toda la civilización». Deberíamos tener en cuenta que esto pasó mucho antes de Eduard Bernstein, mucho antes de que el revisionismo se convirtiera en el programa efectivo de los socialistas alemanes. En este momento, estos, como la mayoría de los socialistas europeos, estaban predicando la abolición total de la propiedad privada de los medios de producción. Es comprensible que Faucher y sus amigos, como otros liberales en toda Europa, vieran a los socialistas como los enemigos jurados de la sociedad civilizada.
Este es el contexto de la última obra de Prince-Smith, un largo ensayo titulado «El estado y la economía».20
Aunque había reiterado constantemente que su propósito era ayudar a aumentar los niveles de vida de los trabajadores, Prince-Smith nunca había mostrado lo que podría calificarse como un aspecto «sentimental-humanitario» a la manera por ejemplo de Viktor Böhmert, otro líder del Congreso de Economistas Alemanes. Aun concediendo esto, su último ensayo es notable por una pronunciada dureza en el tono y la aproximación. Prince-Smith se revela como un completo darwinista, afirmando que los economistas en realidad hace mucho que entendieron el mensaje central del darwinismo, que él cree que es la competencia incesante por la supremacía entre las distintas formas de vida.
Prince-Smith rompe totalmente con su pensamiento anterior sobre militarismo y guerra, llegando a ridiculizar las mismas posturas que él mismo había defendido como joven librecambista. Combina las propuestas para introducir la milicia y reducir drásticamente el presupuesto militar. Se burla de quienes creen que «toda nación solo se ve metida en guerras contra su voluntad engañada por sus gobiernos».
Rechazando implícitamente la campaña asumida por Richard Cobden, considerara los intentos bienintencionados de abolir la guerra a través de tribunales de arbitraje como algo inútil.
Los liberales que predican constantemente contra la guerra están ciegos ante la realidad, rechazando ver, al concentrarse únicamente en la economía, la existencia e influencia del «sentido de estado» del pueblo. A través de este «sentido de estado», la «débil persona individual» se identifica con una comunidad fuerte y una entidad política «que despliega un poder imperioso y obliga al mundo a que le respete».
En un pasaje que parece como si hubiera escrito para confirmar la doctrina marxista de la mistificación ideológica bajo el capitalismo, Prince-Smith incluso dice que el impulso de identificarse con la comunidad (es decir, el estado) es también valioso porque nos ayuda «a superar una buena cantidad de privaciones» y «nos permite soportar las penurias más fácilmente».
Critica a quienes creen erróneamente que la única función del estado es producir «la seguridad indispensable para el trabajo y la propiedad con el menor gasto». Por supuesto, esa había sido exactamente la misma postura que había defendido él mismo durante décadas.
El economista, deduce Prince-Smith, tendría que aprender del político profesional, para quien la vida en el estado es «el origen de una vigorizante y edificante conciencia de sí mismo».
Prince-Smith defiende el poder del estado no sólo externa, sino también internamente. Se pone al gobierno parlamentario, al control de los impuestos por la Cámara de Diputados y a la responsabilidad de los ministros ante los parlamentos en lugar del rey y el káiser. Resucita un argumento utilizado por los fisiócratas franceses a favor de «le despotisme légal», Prince-Smith afirma que la monarquía posee la misma ventaja que tiene una propiedad con un dueño y administrador permanente, frente a la depredación de una serie de arrendatarios temporales. Es curioso que Prince-Smith parezca de esta manera haber previsto la evolución del gobierno democrático hacia un mecanismo de impuestos sin control y redistribución de la riqueza de los miembros productivos de la sociedad.
Prince-Smith temía las consecuencias del sufragio universal masculino que Bismarck había introducido en la constitución del nuevo Reich es para destruir el poder electoral de las clases medias liberales. La sencilla verdad, según Prince-Smith, es que la gente no conoce cuáles son sus verdaderos intereses y se ve fácilmente seducida por demagogos. Abandonada sí misma, apoyaría ataques confiscatorios a la propiedad o, como había señalado ya en la Asamblea Nacional de Frankfurt en 1848, limitaría la competencia para conservar los privilegios de un grupo u otro de productores. No es tolerable que la existencia continuada de la sociedad se ponga en manos del pueblo ignorante y de los grupos egoístas de intereses privados.
Prince-Smith ve a la sociedad capitalista presionada en una carrera contrarreloj. Años antes, había estado seguro de que la prosperidad se generaría rápidamente con la introducción del mercado libre, «siempre que el estado no devore demasiado de lo que se produce». Ahora su anterior optimismo (así como su actitud censora hacia los gastos del estado, especialmente del ejército) se ha desvanecido.
Así que no es sorprendente que ahora acabe con una nota profundamente pesimista: «el que el pueblo lo entienda antes de que se produzca demasiado daño es, por desgracia, algo bastante incierto».
«El estado y la economía» muestra lo mucho que se había alejado Prince-Smith de sus primeras posturas liberales a la vista de la amenaza socialista. El gobierno indiscutido del monarca, el estado y su poder como bien supremo, la dispuesta aceptación de la guerra y la promoción de valores no racionalistas como sustitutos de un cálculo económico subjetivo a que a corto plazo podría ir en contra del orden del mercado, todo esto se acepta como medio para rescatar a la sociedad de las masas autodestructivas lideradas por los demagogos socialistas.
Con esta obra final, Prince-Smith se coloca en la cola de los pensadores liberales que acudieron al estado tory tallo como defensa contra socialismo revolucionario. El primero destacó la bien puede haber sido Charles Dunoyer, en el periodo de la monarquía de julio. Algo más tarde, Boris Chicherin, el mayor pensador liberal en de la Rusia del siglo XIX (quien, por cierto, se había convertido a liberalismo económico al leer a Bastiat) iba a llegar a conclusiones similares. Chicherin escribía: «viendo este movimiento comunista en [en Rusia], no queda nada para el liberal sincero sino apoyar el absolutismo».21
Esta transformación, realmente una apostasía (del liberalismo radical a apoyar un gobierno autoritario) podría llamarse el «síndrome de Pareto» debido a su ejemplo más famoso.
El historiador alemán Wolfgang Mommsen ha escrito sobre la «deficiente resistencia del liberalismo» ante el fascismo en las primeras décadas del siglo, particularmente en Italia, pero también en Alemania. Atribuye estuvo a la incapacidad de los liberales de tratar los «nuevos problemas de la sociedad industrial de masas.22
Hay algo de cierto en esta interpretación, pero solo si estos «problemas de la sociedad industrial moderna» se entienden de una determinada manera. El «problema» central que generó cierta deriva liberal hacia el estado autoritario fue la aparición de un movimiento político que reclamaba la fidelidad de la mayoría de la clase trabajadora industrial y proponía destruir el orden social basado en la propiedad privada. Ya confiara en el sufragio universal, como en los tiempos de Prince-Smith, o también en los medios violentos, como en el periodo de la Comintern, los socialistas radicales que planteaban esta amenaza dejaron «perdidos» a muchos liberales europeos, como dice Mommsen. En Italia, liberales como Pareto, Alberto de Stefani y Luigi Einaudi apoyaron la toma del poder de Mussolini. No lo hicieron en debido a ninguna inclinación hacia el «antimodernismo», sino debido al miedo a la imposición de una dictadura terrorista leninista en Italia.
Fue realmente una tragedia histórica, no solo porque el movimiento liberal, que había empezado proyectando un mundo de libertad casi ilimitada, como en los primeros ensayos de Prince-Smith, a veces acabara bajo presiones históricas poniéndose del lado del estado autoritario. Pero debemos preguntarnos: ¿Quién fue el responsable en último término?
Prince-Smith y su grupo buscaban la colaboración con los poderes políticos para avanzar en la causa liberal. Al final, su plan fracasó. Al mismo tiempo se estaba siguiendo una estrategia alternativa por parte de otro líder liberal: el logro de una sociedad libre a través de la erección de garantías constitucionales y el fortalecimiento del elemento democrático en Alemania. Ese líder era Eugen Richter.
Eugen Richter (1838-1906) fue el defensor más importante del auténtico liberalismo en la época del Segundo Imperio Alemán, de la década de 1870 a los primeros años del siglo XX.23 Richter fue siempre un defensor de la propiedad privada y la libertad de intercambio, el libre comercio internacional, el estado derecho y el respeto por los derechos de las minorías y del antiimperialismo, el antimilitarismo y la paz. Junto con Ludwig Bamberger (otro gran admirador de Bastiat) fue el principal opositor al estado del bienestar de Bismarck. Habló en contra del creciente antisemitismo en Alemania, ante el cual cayó finalmente Bamberger como víctima política.
De principio a fin, Richter denunció el creciente movimiento socialista. El socialismo, mantenía y argumentaba con detalle, no solo llevaría a la pobreza universal sino también a un nuevo régimen autoritario, más opresivo que el prusianismo que había habido antes. Para Richter, la causa liberal era toda su vida y al final sacrificó su modesta fortuna, así como su salud, a sus principios.
Eugen Richter hoy está olvidado, salvo por algunos especialistas. Pero en sus tiempos fue un personaje famoso de la política alemana. Fue el brillante aunque ocasionalmente demasiado autoritario líder del Partido Progresista y posteriormente del Freisinn, la expresión política del «liberalismo de izquierda» o liberalismo «determinado» (entschieden) de Alemania, a lo largo de treinta años, en el Reichstag imperial alemán y la Cámara de Diputados de Prusia. Fue además un periodista incansable, editor de un diario en Berlín y autor de muchos libros y panfletos. Su pequeña obra de ficción, Imágenes del futuro socialista, se tradujo a muchos idiomas y vendió varios miles de copias. También se ganó la animadversión de los socialdemócratas alemanes de su tiempo y de los historiadores socialistas desde entonces.
Fuera de un estrecho grupo de amigos y socios políticos, la opinión sobre Richter ha sido en general bastante negativa. Su «rigidez» «dogmatismo» y «doctrinarismo quejica» han sido atacados repetidamente.
Aun así, incluso sus enemigos se veían obligados a concederle algunos talentos extraordinarios. Incluso Bismark (su mayor enemigo) reconocía que Richter «era indudablemente el mejor orador que hemos tenido. Muy bien informado y consciente; con modales descarados, pero un hombre de carácter. Ni siquiera ahora es un veleta». Otro oponente político (esta vez del bando liberal) dijo que Bismarck renunciaba a acudir a las sesiones del Reichstag por miedo a las habilidades dialécticas de Richter. Max Weber declaraba que Richter era capaz de mantener su firme posición de poder del partido liberal a pesar de su impopularidad personal, debido a su gran adicción al trabajo y particularmente a su conocimiento sin rival del presupuesto público. Fue el último diputado que fue capaz de discutir con el ministro de la guerra hasta el último penique.
Richter estudió ciencias políticas con Dahlmann y Mohl y finanzas públicas con Karl Heinrich Rau, que estaba entonces en el cenit de su liberalismo económico. Empezó a acudir a reuniones del Congreso de Economistas Alemanes y a contribuir en artículos a la prensa.
Richter se mantuvo fiel al Partido Progresista cuando en 1867 el grupo que iba a convertirse en los liberales nacionales capituló ante Bismark en el conflicto constitucional ocasionado por la ley de reforma del ejército de principios de la década de 1860. Los liberales nacionales siguieron siendo el principal grupo liberal a lo largo de la década de 1870, hasta el cambio de Bismarck al proteccionismo en 1879. Entonces los liberales económicos, liderados por Ludwig Bamberger, abandonaron a los liberales nacionales y durante un tiempo formaron «La secesión». Pronto se unieron con los progresistas para formar el Deutschfreisinnige Partei, liderado por Richter.
Pero las habilidades políticas de Bismarck hicieron que el partido de Richter perdiera un número masivo de escaños en la dos elecciones siguientes y cuando Federico se convirtió en emperador en 1888 ya estaba enfermo mortalmente de cáncer. Aun así, durante otras dos décadas Richter se mantuvo firme en los mismos principios liberales, que parecían cada vez más obsoletos e irrelevantes.
La piedra angular de la filosofía social de Richter era la interdependencia de libertad política y económica. Como decía: «La libertad económica no puede tener ninguna seguridad sin libertad política y la libertad política solo puede encontrar su seguridad en la libertad económica». A lo largo de su carrera libró una «batalla en dos frentes» contra un «pseudoconstitucionalismo» bismarkiano y un mercantilismo reavivado por un lado y contra el creciente movimiento socialista por el otro. Por cierto que esta estrategia de una «guerra en dos frentes» (de combatir tanto a los conservadores reaccionarios como a los socialistas) fue habitual entre los liberales europeos del siglo XIX, al menos desde los tiempos de Benjamin Constant.
La adopción del proteccionismo por Bismarck proporcionaba la ocasión para una crítica de Richter y otros liberales para analizar esta política en términos sorprendentemente similares a los usados por la moderna escuela de la elección pública. Bismarck desempeñaba el papel de «emprendedor político» en la terminología actual. Richter mordaz y brillantemente analizaba lo que estaba pasando en el Reichstag, ya que los intereses del hierro y el acero se unieron con los agricultores al este del Elba. Los beneficios de la política de Bismarck se concentrabanentre los subvencionados, mientras que los costes se dispersaban entre los desafortunados consumidores.
Pero Richter no parece haber sido consciente de cómo su análisis perjudicaba a su propia postura política. Los liberales nacionales habían sido «traicionados» por Bismarck. En particular, los liberales económicos de la escuela de Prince-Smith habían visto arruinarse su estrategia de alianza con los posibles poderes cuando dichos poderes sencillamente cambiaron de opinión. Pero la estrategia de Richter de reforzar el poder del Reichstag frente al gobierno resultó ser igualmente fútil. Los auténticos liberales quedaban impotentes contra la lógica de la política electoral de masas en las sociedades democráticas, que lleva a un estado siempre en expansión a través del triunfo de los intereses especiales en busca de rentas.
Entretanto, lo que quedaba de los liberales nacionales continuaba capitulando en un asunto tras otro. Incluso después de la secesión, los liberales nacionales fueron la principal facción que apoyó la Kulturkampf (lucha de culturas) de Bismarck contra la Iglesia Católica. Esta campaña anticatólica fue también asumida por los progresistas, especialmente por Rudolf Virchow, aunque el propio Richter fue moderado en su apoyo ocasional. Los liberales nacionales apoyaron las leyes antisocialistas; el abandono del librecambismo de Bismarck y su introducción del estado de bienestar; la germanización coactiva de los polacos en Prusia oriental; la expansión colonial y la Weltpoltitik y la expansión militar y especialmente naval bajo Guillermo II.
Junto con Bamberger, Richter fue el principal oponente en el Reichstag a la creación de Bismarck del estado moderno del bienestar.24 Los liberales tenían varios argumentos convincentes. En definitiva, sostenían, el estado del bienestar generaría lazos y sentimientos de dependencia de los ciudadanos hacia el estado. En realidad, este era el propósito explícito del programa del estado del bienestar de Bismarck.
En sus últimos años, Richter fue el principal enemigo de la política de Weltpolitik, o política global del káiser Guillermo II. Richter se oponía al colonialismo alemán, igual que los liberales franceses se oponían al colonialismo en Argelia, el resto de áfrica y el sudeste de Asia. Su postura sobre el ejército era que Alemania debería tener fuerzas suficientes para fines defensivos. Pero la absurda y costosa surenchère con Francia y Rusia de gasto militar y creación de ejércitos, creía Richter, iba probablemente a crear sospechas y hostilidad. Sobre todo fue un enemigo incansable de la creación por parte del Kaiser de una gran armada oceánica alemana. El almirante von Tirpitz reconocía abiertamente a Richter como su enemigo más peligroso con respecto a la armada. Pero Richter argumentaba continuamente que una armada enorme era innecesaria para Alemania y, además, generaría antagonismo con Inglaterra. Por supuesto, al final tendría razón.
Richter mantuvo seguidores fieles y comprometidos hasta el final. Los partidarios de los liberales nacionales tendían a provenir de bancos, grandes empresas proteccionistas y capitalistas que tenían intereses en la expansión imperialista. Los conservadores tenían su apoyo en el sector agrícola proteccionista. Los socialdemócratas se apoyaban cada vez más en la clase obrera industrial. Los que permanecían leales al auténtico liberalismo eran un grupo mucho más pequeño: clases profesionales (excepto los maestros de escuela y los clérigos), pequeños empresarios, artesanos y la pequeña comunidad empresarial judía, especialmente en Berlín. Uno de los compañeros liberales de Richter describía el partido de este como: el partido del hombre pequeño, que confía en sí mismo y en sus propias fuerzas, que no reclama ningún regalo del estado, sino que solo desea que no se le perjudique al mejorar su situación de acuerdo con sus fuerzas y que lucha por dejar a sus hijos algo mejor en la vida de lo que recibió.
Los auténticos liberales alemanes han caído en una oscuridad total. Hoy los personajes que se alaban como los liberales alemanes de principios del siglo XX son hombres que, en realidad, fueron colectivistas y precursores del estado totalitario.
Un buen ejemplo es Walter Rathenau. Sobre esta mística en colectivista, F. A. Hayek escribía, en Camino de servidumbre:
Aunque se habría estremecido ante las consecuencias de su economía totalitaria, [Rathenau] merece un lugar importante en una historia completa del desarrollo de las ideas nazis. A través de sus escritos ha determinado, probablemente más que otro hombre alguno, las opiniones económicas de la generación que creció en Alemania durante la Primera Guerra Mundial e inmediatamente después y algunos de sus colaboradores más íntimos formaron luego la espina dorsal de la administración del Plan Quinquenal de [Hermann] Göring.25
Hayek añade a Walter Rathenau en nombre de Friedrich Naumann, muchas de cuyas opiniones, indica Hayek, eran similares a las de Rathenau y eran «características de la combinación germana de socialismo de imperialismo» que se convirtió en la ideología predominante en Alemania.
La culminación apropiada de este soi-disant «liberalismo» alemán llegó en 1933. Para entonces el llamado partido «liberal» había asumido, muy apropiadamente, el nombre de Staatspartei, el Partido del Estado. Los «liberales» en el Reichstag habían reducido su número a cinco. Cuando Adolf Hitler propuso la Ley Habilitante, en marzo de 1933, que entregaba el control total sobre la sociedad alemana a los nazis, los «liberales» del Partido del Estado votaron a favor de la ley. Los únicos miembros de este último Reichstag casi independiente en tener el honor de votar en contra de la Ley Habilitante fueron los socialdemócratas. Los liberales reales debían desear sinceramente que hubiera sido de otra manera. Entre los «liberales» que votaron a favor de la apropiación nazi estaba Theodor Heuss, luego primer Presidente de la República Federal y primer líder del Partido Democrático Libre.
Fue solo después de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial cuando renació en Alemania algo que se parecía a un liberalismo genuino, inspirado en parte por los austriacos Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, que habían conservado la herencia liberal del siglo XIX para el XX.26
Este ensayo, originalmente impreso en 2004 por Ecole Polytechnique, CENTER DE RECHERCHE EN EPISTEMOLOGIE APPLIQUEE, Unité associée au CNRS.
[Vea el curso de audio completo del profesor Raico sobre la historia del liberalismo aquí.]
- 1Ver Ralph Raico, «Prolegomena to a History of Liberalism», Journal des Economistes et des Etudes Humaines, vol. 3, nº. 2 y 3, pp. 259–272.
- 2Anthony de Jasay, Choice, Contract, Consent: A Restatement of Liberalism (Londres: Institute of Economic Affairs, 1991), p. 119.
- 3Ralph Raico, «The Theory of Economic Development and the “European Miracle”», en Peter J. Boettke, ed., The Collapse of Development Planning (Nueva York: New York University Press, 1994).
- 4John Plamenatz, Man and Society (Londres: Longman, 1963), 2 vols.
- 5Benjamin Constant, Political Writings, Biancamaria Fontana, ed. (Cambridge:Cambridge University Press, 1988). Sobre la importancia de Constant en la historia del liberalismo, ver Philippe Nemo, Histoire des idées politiques aux temps modernes et contemporains (París: Quadrige/PUF, 2002), pp. 620–669.
- 6Murray N. Rothbard, An Austrian Perspective on the History of Economic Thought, vol. 1, Economic Thought Before Adam Smith (Aldershot, Eng.: Edward Elgar, 1995), pp. 97-133; Alejandro A. Chafuen, Faith and Liberty: The Economic Thought of the Late Scholastics (Lexington Books: Lanham, Md, 2003).
- 7Oswald Spengler, Preussentum und Sozialismus (Munich: C. H. Beck [1919] 1921), p. 33.
- 8Paul Kennedy, The Rise of the Anglo-German Antagonism, 1860–1914 (Londres: Allen and Unwin, 1980), p. 152.
- 9Citado en Ralph Raico, Die Partei der Freiheit: Studien zur Geschichte desdeutschen Liberalism, (The Party of Freedom: Studies in the History of German Liberalism) tr. Jörg Guido Hülsmann (Stuttgart: Lucius and Lucius, 1999), p. 29.
- 10Ver Raico, Die Partei der Freiheit, p. 15.
- 11Leonard Krieger, The German Idea of Freedom: The History of a Political Tradition (Chicago: University of Chicago Press, 1972).
- 12Raico Die Partei der Freiheit, pp. 19–20.
- 13Kurt Kloocke, Benjamin Constant. Une biographie intellectuelle (Ginebra: Droz, 1984), p. 58.
- 14Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 23-25 y la literatura allí citada.
- 15Sobre Prince-Smith y sus seguidores, ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 49–86, passim; también ídem, «John Prince Smith and the German Free-Trade Movement», en Walter Block y Liewellyn H. Rockwell, Jr., eds., Man, Economy, and Liberty:Essays in Honor of Murray N. Rothbard (Auburn, Ala: Ludwig von Mises Institute), pp. 341–351.
- 16Ver al sitio web del Instituto Molinari, ubicado en Bruselas: www.institutmolinari.org.
- 17Ver, por ejemplo, Murray N. Rothbard, Power and Market: Government and the Economy(Menlo Park, Cal.,: Institute for Humane Studies, 1970; y Hans-Hermann Hoppe, Democracy: The God that Failed. The Economics and Politics of Monarchy, Democracy, and Natural Order (New Brunswick, N. J.: Transaction Publishers, 2001).
- 18Ver Volker Hentschel, Die deutschen Freihdndler und der volkswirtschafiliche Kongress, 1859–1885 (Stuttgart: Klett, 1975).
- 19Ludwig von Mises, Omnipotent Government: The Rise of the Total State and Total War (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1944), pp. 19-45.
- 20Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 77-86.
- 21Victor Leontovitch, Geschichte des Liberalismus in Russland (Frankfurt/Main: Klostermann, 1957), p. 142.
- 22Wolfgang Mommsen, Der europäische Imperialismus: Aufsätze und Abhandlungen (Göttingen: Vandenhoeck and Ruprecht, 1979), p. 167-168.
- 23Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 87-151 y passim; también Raico, «Eugen Richter and Late German Manchester Liberalism: A Reevalution», Review of Austrian Economics, vol. 4, (1990), pp. 3-25.
- 24Ver Raico, Die Partei der Freiheit, pp. 153-179.
- 25F.A. Hayek, Camino de servidumbre (Madrid: Alianza Editorial, 2005), pp. 215-216).
- 26Ver el revelador comentario de Erich Streissler, en ídem, Wie Liberal waren dieBegründer der österreichischen Schule der Nationalökonomie? (Viena: Carl Menger Institute, 1987), p. 24: «A través de Menger, su escuela se convirtió en recipiente del liberalismo económico, en un momento en que en otros países corría una suerte desafortunada. Esta escuela asumió lo que entonces era una ‘causa perdida’ y protegió al liberalismo en su momento de mayor decadencia, especialmente en el periodo de entreguerras».