La conciencia de clase, dice Marx, produce ideologías de clase. La ideología de clase proporciona a la clase una interpretación de la realidad y al mismo tiempo enseña a sus miembros cómo actuar para beneficiar a su clase. El contenido de la ideología de clase está determinado por el estadio histórico del desarrollo de las fuerzas materiales de producción y por el papel que la clase en cuestión desempeña en este estadio de la historia. La ideología no es un producto arbitrario del cerebro; es el reflejo de la condición material de clase del sujeto según se refleja en su mente. No es, por lo tanto, un fenómeno individual que dependa de la fantasía del sujeto. Es impuesto a la mente por la realidad, esto es, por la situación de clase del hombre que piensa. Es, por consiguiente, idéntica en todos los miembros de la clase. Desde luego, no todos los miembros de la clase son autores y publican lo que han pensado; Pero todos los escritores que pertenecen a la clase piensan las mismas ideas y todos los demás miembros de la clase las aprueban. En el pensamiento de Marx no hay ningún lugar para el supuesto de que diferentes miembros de la misma clase puedan estar seriamente en desacuerdo respecto de la ideología. Todos los miembros de la clase tienen una misma ideología.
Si una persona expresa opiniones que difieren de la ideología de una clase determinada, ello se debe a que no pertenece a la clase en cuestión. No hay ninguna necesidad de refutar sus ideas por medio del razonamiento discursivo. Es suficiente desenmascarar su origen y su afiliación de clase. Esto concluye la discusión.
Pero si una persona cuyo origen proletario y cuya pertenencia a la clase de los trabajadores no puede ser puesta en duda y difiere del credo marxista correcto es un traidor. Es imposible suponer que pueda ser sincero en su rechazo del marxismo. En cuanto proletario, debe pensar necesariamente como proletario. Una voz interior le dice de una forma inequívoca cuál es la ideología proletaria correcta. Él no es honesto si no escucha esta voz y profesa públicamente opiniones heterodoxas. Es un bandido, un judas, una serpiente en el césped. En la lucha contra semejante traidor todos los medios están permitidos.
Marx y Engels, dos personas de indiscutible origen burgués, crearon la ideología de clase de la clase proletaria. Nunca se atrevieron a discutir su doctrina con quienes no estaban de acuerdo con ellos, en la forma que los científicos, por ejemplo, discuten las ventajas o las desventajas de las doctrinas de Lamarc, Darwin, Mendel y Weismann. Según ellos, sus adversarios sólo podían ser o idiotas burgueses o proletarios traidores.1 Tan pronto como un socialista se desviaba del credo ortodoxo, Marx y Engels le atacaban furiosamente, le ridiculizaban e insultaban, presentándole como un bandido y como un monstruo corrompido. Después de la muerte de Engels, la suprema decisión de lo que es verdadero y falso pasó a Karl Kautsky. En 1917 pasó a manos de Lenin y se convirtió en función de los jefes del gobierno soviético.
Mientras que Marx, Engels y Kautsky se contentaban con difamar a sus oponentes, Lenin y Stalin los asesinaban físicamente. Paso a paso condenaron a aquellos que en otra época fueron considerados por todos los marxistas, incluidos Lenin y Stalin, como los grandes campeones de la clase proletaria: Kautsky, Max Adler, Otto Bauer, Plejanoff, Bujarin, Trotsky, Riasanov, Radek, Zinoviev y muchos otros. Todos los disidentes eran encarcelados, torturados y finalmente asesinados. Sólo quienes tuvieron la fortuna de vivir en países dominados por «reaccionarios plutodemocráticos» sobrevivieron y pudieron morir en sus camas.
Desde el punto de vista marxista se puede argumentar a favor de la decisión por la mayoría. Si se suscita una duda acerca del contenido de la ideología proletaria, ha de considerarse que las ideas sostenidas por la mayoría de los proletarios reflejan verdaderamente la genuina ideología proletaria. Puesto que el marxismo supone que la inmensa mayoría de la gente es proletaria, esto sería equivalente a asignar a la mayoría la competencia o facultad para tomar decisiones definitivas en conflictos de opinión en los parlamentos elegidos por los adultos. Pero aunque rechazar esto equivale a destruir toda la doctrina de la ideología, ni Marx ni sus sucesores sometieron jamás sus opiniones al voto de la mayoría.
A lo largo de su carrera Marx desconfió de la gente y tenía mucho recelo acerca de los procedimientos parlamentarios y las decisiones alcanzadas por medio del voto. Le entusiasmaba la revolución de París de junio de 1848, en la cual una pequeña minoría de parisienses se rebeló contra el gobierno apoyado por un parlamento elegido por votación universal. La Comuna de París de la primavera de 1871, en la cual de nuevo los socialistas parisienses pelearon contra el régimen debidamente establecido por la mayoría del pueblo francés, era aún más de su predilección. Aquí encontró Marx su ideal de la dictadura del proletariado; la dictadura de una banda de líderes autonombrados. Trató de persuadir a los partidos marxistas de todos los países de la Europa occidental y central de que pusieran sus esperanzas no en campañas electorales, sino en métodos revolucionarios. A este respecto los comunistas rusos fueron sus fieles discípulos.
El parlamento ruso elegido en 1917 bajo los auspicios del gobierno de Lenin tenía, pese a la violencia ejercida sobre los votantes por el partido en el poder, menos del 25 por 100 de miembros comunistas. Tres cuartos de la gente había votado contra el comunismo. Pero Lenin disolvió el parlamento por la fuerza de las armas y estableció firmemente el gobierno dictatorial de una minoría. El jefe del Estado soviético se transformó en el supremo pontífice de la secta marxista. Su título para este cargo deriva del hecho de que él había derrotado a sus rivales en una sangrienta guerra civil.
Puesto que los marxistas no admiten que las diferencias de opinión puedan resolverse por medio de la discusión y la persuasión o decidirse por el voto de la mayoría, no hay ninguna otra solución que no sea la guerra civil. La característica de una buena ideología, es decir, de la ideología adecuada a los genuinos intereses de clase de los proletarios, es el hecho de que sus partidarios logren vencer y liquidar a sus adversarios.
Extraído del capítulo 7 de Teoría e Historia.
- 1Marx, Der Bürgerkrieg en Frankreich, ed. Pfemfert (Berlín, 1919), p. 7.