[Conferencia en Memoria de Rothbard, Austrian Scholars Conference 2006]
Es un honor y un privilegio para mí pronunciar la Conferencia en Memoria de Rothbard, aquí en el Instituto Mises, el centro mundial del pensamiento rothbardiano. Cuando leí por primera vez La ética de la libertad y Por una nueva libertad, de Murray Rothbard, en mi época universitaria, y discutí con mis compañeros de habitación los méritos de la teoría de la transferencia de títulos de los contratos de Rothbard (sí, éramos bastante frikis), no preveía que algún día tendría la oportunidad de rendirle homenaje en un lugar como éste.
Pero también me llama la atención, y me entristece un poco, pensar que, por lo que sé, soy el primer conferenciante en memoria de Rothbard que nunca ha conocido a Rothbard personalmente. Eso no es sólo un pesar personal, sino también un sombrío recordatorio de que la época en que todo el mundo en el movimiento libertario conocía a Murray Rothbard está pasando.
Sin embargo, «sombrío» no parece una palabra apropiada para usar en relación con Rothbard. Buscando en los archivos de Rothbard, encontré el informe de su profesor de cuarto grado de 1936. Su maestro escribió: «Murray parece estar tan excesivamente feliz que a veces es difícil controlar sus actividades en la clase. Debe desarrollar un comportamiento más controlado en el grupo». Según cuentan, nunca cambió.
Esta noche quiero hablar de un ensayo que Rothbard escribió hace algo más de cuarenta años, un ensayo que tuvo un enorme impacto en mi propio desarrollo intelectual. En 1965 Rothbard publicó «Izquierda y derecha: las posibilidades para la libertad», el editorial principal del primer número de una revista que acababa de fundar, también llamada Left & Right, precursora de su posterior Libertarian Forum.1 (Por cierto, las ediciones completas tanto de Left & Right como de Libertarian Forum están disponibles en toda su fascinante gloria en Mises.org.).2 Escrito durante los primeros años de la guerra de Vietnam, cuando la Nueva Izquierda estaba emergiendo y la vieja coalición entre libertarios y conservadores empezaba a resquebrajarse, el artículo de Rothbard situaba al movimiento libertario en un contexto histórico, trazando su pasado y su posible futuro, y pedía a los libertarios que se comprendieran mejor a sí mismos y, en consecuencia, que repensaran sus afiliaciones y alianzas políticas.
Permítanme empezar poniendo «Izquierda y derecha» de Rothbard en conversación con un artículo publicado por el gran liberal clásico Herbert Spencer más de ochenta años antes, titulado «El nuevo toryismo».3 Los dos artículos podrían parecer inicialmente antitéticos: Spencer estaba advirtiendo a los libertarios contra la izquierda y abriendo la puerta a una alianza con elementos de la derecha, mientras que Rothbard estaba advirtiendo a los libertarios contra la derecha y recomendando una alianza con elementos de la izquierda. Además, Rothbard nombra explícitamente a Spencer como el que ha contribuido a la confusión ideológica de la que se queja. Pero en un sentido más amplio se pueden ver las preocupaciones de Rothbard en «Izquierda y derecha» como un desarrollo lógico de las de Spencer en «El nuevo toryismo».
Escribiendo en 1884, Spencer sostenía que «la mayoría de los que ahora pasan por liberales, son tories de un nuevo tipo». Para defender esta afirmación, se compromete a recordarnos «lo que eran originalmente los dos partidos políticos».
Los dos partidos políticos, que se remontan a una época anterior a la de sus nombres, representaban al principio respectivamente dos tipos opuestos de organización social, distinguibles a grandes rasgos como el militante y el industrial, tipos que se caracterizan, el uno, por el régimen de estatus... y el otro, por el régimen de contrato.... Estos dos son definibles como el sistema de cooperación obligatoria y el sistema de cooperación voluntaria. La estructura típica del primero la vemos en un ejército formado por reclutas, en el que las unidades en sus diversos grados tienen que cumplir órdenes bajo pena de muerte, y reciben comida y ropa y paga, repartidas arbitrariamente; mientras que la estructura típica del otro la vemos en un cuerpo de productores o distribuidores, que acuerdan individualmente pagos específicos a cambio de servicios específicos, y pueden a voluntad, después de la debida notificación, dejar la organización si no les gusta.
Los conservadores, pues, habían sido tradicionalmente los defensores de la jerarquía y la coacción, mientras que los liberales habían defendido tradicionalmente la asociación voluntaria y el libre intercambio.
En «Izquierda y derecha», Rothbard hace la misma identificación:
En Europa Occidental se desarrollaron dos grandes ideologías políticas... una era el liberalismo, el partido de la esperanza, del radicalismo, de la libertad, de la Revolución Industrial, del progreso, de la humanidad; la otra era el conservadurismo, el partido de la reacción, el partido que anhelaba restaurar la jerarquía, el estatismo, la teocracia, la servidumbre y la explotación de clase del Viejo Orden.... Las ideologías políticas estaban polarizadas, con el liberalismo en el extremo «izquierdo» y el conservadurismo en el extremo «derecho» del espectro ideológico.
Y seguramente Rothbard tiene razón al pensar que lo que ahora llamamos libertarismo de libre mercado fue originalmente una posición de izquierda. El gran economista liberal Frédéric Bastiat se sentaba en el lado izquierdo de la asamblea nacional francesa, con el anarcosocialista Proudhon. Muchas de las causas que hoy consideramos paradigmáticamente de izquierdas —el feminismo, el antirracismo, el antimilitarismo, la defensa de los trabajadores y los consumidores frente a las grandes empresas— fueron tradicionalmente abrazadas y promovidas específicamente por los radicales de libre mercado.
Entonces, ¿qué pasó con el espectro político? Esta es la pregunta que Spencer y Rothbard, desde sus diferentes puntos de vista históricos, intentan responder. La versión de la pregunta que aborda Spencer es: ¿cómo se asoció la izquierda con el estatismo? Rothbard también aborda esta cuestión, pero se centra principalmente en la pregunta: ¿cómo se asoció el libertarismo de libre mercado con la derecha?
Empecemos con el diagnóstico de Spencer:
¿Cómo es que el liberalismo, al llegar cada vez más al poder, se ha vuelto cada vez más coercitivo en su legislación? ... ¿Cómo podemos explicar esta confusión de pensamiento que se extiende y que le ha llevado, en la búsqueda de lo que parece ser el bien público, a invertir el método por el cual en días anteriores logró el bien público? ... [P]odemos comprender la clase de confusión en la que el liberalismo se ha perdido: y el origen de esas clasificaciones erróneas de las medidas políticas que lo han extraviado —clasificaciones, como veremos, por rasgos externos conspicuos en lugar de por naturalezas internas. Porque, según la apreciación popular y la de los que las llevaron a cabo, ¿qué fueron los cambios realizados por los liberales en el pasado? Fueron supresiones de agravios sufridos por el pueblo.... Este era el rasgo común que tenían y que más se imprimía en las mentes de los hombres .... El bienestar de muchos llegó a ser concebido tanto por los estadistas liberales como por los votantes liberales como el objetivo del liberalismo. De ahí la confusión. La obtención de un bien popular, siendo el rasgo externo conspicuo común a las medidas liberales en días anteriores (entonces en cada caso obtenido por una relajación de las restricciones), ha sucedido que el bien popular ha llegado a ser buscado por los liberales, no como un fin a ser ganado indirectamente por la relajación de las restricciones, sino como el fin a ser ganado directamente. Y para conseguirlo directamente, han utilizado métodos intrínsecamente opuestos a los originales.
En resumen, el análisis de Spencer es que los liberales llegaron a conceptualizar el liberalismo en términos de sus efectos fácilmente identificables (beneficios para las masas) en lugar de en términos de su naturaleza esencial (laissez-faire), y así comenzaron a pensar que cualquier medida dirigida al fin de los beneficios para las masas debe contar como liberal, ya sea perseguido por los medios liberales tradicionales del laissez-faire o por su opuesto, los medios tradicionales tories de la compulsión gubernamental. En resumen, el liberalismo se convirtió en la búsqueda de fines liberales con medios tories.
En «Izquierda y derecha», Rothbard ofrece un análisis similar del socialismo de Estado:
Los libertarios de hoy en día están acostumbrados a pensar en el socialismo como el polo opuesto al credo libertario. Pero esto es un grave error, responsable de una grave desorientación ideológica de los libertarios en el mundo actual. Como hemos visto, el conservadurismo era el polo opuesto de la libertad; y el socialismo, aunque estaba a la «izquierda» del conservadurismo, era esencialmente un movimiento confuso, de medio camino. Era, y sigue siendo, un movimiento intermedio porque trata de alcanzar fines liberales utilizando medios conservadores.... El socialismo, al igual que el liberalismo y en contra del conservadurismo, aceptaba el sistema industrial y los objetivos liberales de libertad, razón, movilidad, progreso, mayor nivel de vida para las masas y el fin de la teocracia y la guerra; pero intentaba alcanzar estos fines mediante el uso de medios incompatibles y conservadores: estatismo, planificación central, comunitarismo, etc.
Esta idea de que los libertarios y los socialistas de Estado están en desacuerdo sobre los medios y no sobre los fines también la propuso el contemporáneo de Spencer, Gustave de Molinari, el fundador del anarquismo de libre mercado. En una «Carta a los socialistas» de 1848, Molinari escribió:
Somos adversarios y, sin embargo, el objetivo que ambos perseguimos es el mismo. ¿Cuál es el objetivo común de los economistas [es decir, de los liberales clásicos] y de los socialistas? ¿No es una sociedad en la que la producción de todos los bienes necesarios para el mantenimiento y el embellecimiento de la vida sea lo más abundante posible, y en la que la distribución de esos mismos bienes entre quienes los han creado con su trabajo sea lo más justa posible? ... Sólo que nos acercamos a esta meta por caminos diferentes.... ¿Por qué se niegan a seguir el camino de la libertad junto a nosotros? ... Si tuvieran la certeza de que se han equivocado en cuanto a la verdadera causa de los males que afligen a la sociedad y a los medios para remediarlos ... se acercarían a nosotros.4
Pero, ¿qué ha provocado, entre los que buscaban fines liberales, esta tendencia a sustituir los medios conservadores por los liberales? ¿Es simplemente, como supone Spencer, la tendencia humana natural de la «visión intelectual desarrollada» a clasificar los fenómenos según «semejanzas externas» en lugar de «estructuras intrínsecas»? Rothbard sugiere un factor adicional: «el abandono de los derechos naturales y de la teoría de la “ley superior” por el utilitarismo»; Rothbard sostiene que sólo una teoría que condene la agresión como intrínsecamente injusta, en contraposición a la meramente inoportuna, puede servir como «una base radical fuera del sistema existente desde la que desafiar el statu quo», y proporcionar «un sentido de necesaria inmediatez a la lucha libertaria». A esto podríamos añadir que sólo una teoría no utilitarista puede hacer una distinción de principios entre derechos negativos y positivos, ya que para el utilitarista todo lo que importa es el resultado final, y no si se produjo mediante la eliminación de restricciones o la adición de las mismas. Dado que el propio Spencer era una especie de utilitarista, no es de extrañar que no identificara este factor.
Otra tendencia fatal dentro del liberalismo, añade Rothbard, fue la conversión de Spencer y otros liberales afines a una doctrina de gradualismo evolutivo, según la cual «miles de años de evolución infinitamente gradual» conducirían en última instancia a «la siguiente etapa supuestamente inevitable del individualismo», un proceso que ninguna agitación podría acelerar. Esto condujo al abandono del liberalismo como «un credo combativo y radical» en favor de «una acción de retaguardia cansada contra el creciente colectivismo de finales del siglo XIX».
Por lo tanto, aquellos con una orientación hacia el activismo se vieron abocados a abandonar la antigua forma libertaria del liberalismo por la versión estatal-socialista, más enérgica y proactiva, mientras que los liberales que se resistieron al deslizamiento hacia el estatal-socialismo se encontraron a la deriva hacia la perspectiva pesimista y reaccionaria del conservadurismo tradicionalista. Comenzaba a formarse un nuevo espectro político, o una nueva forma de pensar sobre el espectro político: uno con el estado-socialismo a la izquierda y el conservadurismo a la derecha, con los antiguos libertarios gravitando hacia un lado u otro según su temperamento.
Para Rothbard, el gradualismo de los liberales evolucionistas de que las cosas no mejorarán durante mucho tiempo encajaba demasiado bien con el pesimismo de los conservadores de que las cosas seguirán empeorando; parte de la motivación de la «acción cansina y de retaguardia» de los liberales era la convicción de que la tendencia de la historia, al menos en un futuro previsible, era el socialismo de Estado. Pero Rothbard cree que ese pesimismo se basa en un malentendido de la economía y de la historia. El socialismo de Estado está condenado, porque
En todas partes las masas han optado por un mayor nivel de vida y por la promesa de libertad y en todas partes los diversos regímenes de estatismo y colectivismo no pueden cumplir estos objetivos.... Sólo la libertad, sólo el libre mercado, puede organizar y mantener un sistema industrial, y cuanto más se expande y explota la población, más necesario es el funcionamiento sin trabas de esa economía industrial. El laissez-faire y el libre mercado se hacen cada vez más necesarios a medida que se desarrolla un sistema industrial; las desviaciones radicales provocan rupturas y crisis económicas. Esta crisis del estatismo se hace especialmente dramática y aguda en una sociedad plenamente socialista; y de ahí que la inevitable quiebra del estatismo se haya manifestado primero de forma llamativa en los países del campo socialista (es decir, comunista). Porque el socialismo se enfrenta a su contradicción interna de forma más cruda. Desesperadamente, trata de cumplir sus proclamados objetivos de crecimiento industrial, aumento del nivel de vida de las masas y eventual desaparición del Estado, y es cada vez más incapaz de hacerlo con sus medios colectivistas. De ahí el inevitable desmoronamiento del socialismo.... Por lo tanto, los países comunistas se ven cada vez más e inerradicablemente obligados a desocializarse y, por lo tanto, acabarán llegando al libre mercado.
Sí, ese es Rothbard en 1965, prediciendo la caída del comunismo 25 años después.
Spencer termina su ensayo sobre «El nuevo toryismo» expresando cierta incertidumbre sobre las perspectivas de una alianza libertaria-conservadora:
Puede surgir una nueva especie de Tory sin que desaparezca la especie original.... Mientras los liberales han adoptado la legislación coercitiva, los conservadores no la han abandonado. Sin embargo, es cierto que las leyes hechas por los liberales están aumentando tanto las compulsiones y restricciones ejercidas sobre los ciudadanos, que entre los conservadores que sufren esta agresividad está creciendo una tendencia a resistirla.... De modo que, si continúa la actual deriva de las cosas, puede ocurrir realmente que los conservadores sean defensores de las libertades que los liberales, en pos de lo que consideran el bienestar popular, pisotean.
El propio Spencer estaba evidentemente dispuesto a dar una oportunidad a los conservadores, pues se unió a las actividades de la Liga de Defensa de la Libertad y la Propiedad, una coalición de liberales laissez-faire y conservadores tradicionalistas. Este tipo de fusionismo prefiguraba la forma en que los pensadores «promercado» se verían a sí mismos durante gran parte del siglo XX.
Pero para Rothbard, «el cansado cambio “hacia la derecha” de Spencer en la estrategia pronto se convirtió en un cambio hacia la derecha también en la teoría». Y muchos de los contemporáneos libertarios de Spencer estaban de acuerdo. El anarquista individualista Benjamin Tucker, por ejemplo, escribió:
Liberty acoge y critica al mismo tiempo la serie de artículos de Herbert Spencer sobre «El nuevo toryismo».... Son muy ciertos, muy importantes y muy engañosos.... Empiezo a sospechar un poco de él. Parece como si hubiera olvidado las enseñanzas de sus primeros escritos y se hubiera convertido en un campeón de la clase capitalista. Se notará que en estos últimos artículos, en medio de sus multitudinarias ilustraciones... de los males de la legislación, en todos los casos cita alguna ley aprobada, aparentemente al menos, para proteger el trabajo, aliviar el sufrimiento o promover el bienestar del pueblo. Demuestra sin lugar a dudas el lamentable fracaso en este sentido. Pero ni una sola vez llama la atención sobre los males mucho más mortíferos y profundos que surgen de las innumerables leyes que crean privilegios y sostienen el monopolio. No hay que proteger al débil contra el fuerte, parece decir, sino suministrar libremente todas las armas que necesita el fuerte para oprimir al débil. Le escandaliza mucho que los ricos deban pagar impuestos directamente para mantener a los pobres, pero que los pobres deban ser gravados y sangrados indirectamente para hacer más ricos a los ricos no ofende en lo más mínimo su delicada sensibilidad. La pobreza aumenta con las leyes de los pobres, dice el Sr. Spencer. De acuerdo; pero ¿qué pasa con las leyes de los ricos que causaron y siguen causando la pobreza a la que se suman las leyes de los pobres?.5
Aquí Tucker es quizás demasiado duro con Spencer, que se opuso a la legislación proempresas hasta el final de sus días. De todos modos, es innegable que en su vida posterior Spencer centró mucho más su ira crítica en los subsidios gubernamentales y las protecciones para los pobres, y que la cantidad de atención dedicada a los subsidios gubernamentales y las protecciones para los ricos fue perdiendo énfasis en comparación con sus primeros escritos. Al parecer, ya con Spencer, la alianza de los libertarios con los conservadores contra el socialismo estatal empezaba a distorsionar la autocomprensión libertaria en una dirección conservadora; la distinción entre la defensa de los derechos de propiedad y la defensa de las clases propietarias empezaba a difuminarse.
Como explica Rothbard, este deslizamiento conduciría en última instancia a que los libertarios se consideren parte del movimiento «de derecha» o conservador, alineados contra los supuestos defensores del Estado benefactor «de izquierda»:
Los libertarios, sobre todo en lo que respecta a su posición en el espectro ideológico, se fusionaron con los antiguos conservadores, que se vieron obligados a adoptar la fraseología libertaria (pero sin ningún contenido libertario real) para oponerse a una administración Roosevelt que se había vuelto demasiado colectivista para ellos.... Al final de la Segunda Guerra Mundial, para los libertarios era algo natural considerarse en un polo de «extrema derecha»....
La preocupación de Rothbard no es meramente terminológica. Más bien, sostiene que el nuevo espectro izquierda-derecha engaña persistentemente a los pensadores de mentalidad libertaria para que consideren la regulación gubernamental como algo contrario a las grandes empresas; y si nuestros oponentes son contrarios a las empresas, ¿qué debemos ser los libertarios sino pro-grandes empresas, defensores de lo que Ayn Rand, en uno de sus estados de ánimo pro-grandes empresas (tenía otros estados de ánimo), llamaba «la minoría perseguida de América»?6 El resultado es que la intervención gubernamental en favor de las grandes empresas tiende a volverse invisible, o al menos poco importante, porque nuestras cegueras ideológicas hacen que sea difícil de tomar en serio. ¿Quién querría restringir el libre mercado en nombre de los intereses empresariales? No los de izquierdas, porque son antiempresariales; y no nosotros, los de derechas, porque estamos a favor del libre mercado. Es difícil reconocer la importancia de la legislación pro-empresarial incluso cuando uno la ve y la reconoce oficialmente, si uno ha interiorizado una visión del mundo que excluye dicha legislación de la lista de peligros principales.
La verdad, piensa Rothbard, es bastante diferente; el Estado benefactor regulador nunca ha sido fundamentalmente antiempresarial:
Todos los elementos del programa del New Deal: la planificación central, la creación de una red de cárteles obligatorios para la industria y la agricultura, la inflación y la expansión del crédito, el aumento artificial de las tasas salariales y la promoción de los sindicatos dentro de la estructura general del monopolio, la regulación y la propiedad del gobierno, todo esto había sido anticipado y adumbrado durante las dos décadas anteriores. Y este programa, con su privilegio de varios intereses de las grandes empresas en la cima del montón colectivista, no recordaba en ningún sentido al socialismo o al izquierdismo; no había nada que oliera a igualitario o a proletario aquí. No, el parentesco de este floreciente colectivismo no era en absoluto con el socialismo-comunismo, sino con el fascismo, o el socialismo de derecha, un parentesco que muchos grandes empresarios de los años veinte expresaron abiertamente en su anhelo de abandonar un sistema de cuasi laissez-faire por un colectivismo que pudieran controlar.... Tanto la izquierda como la derecha se han dejado engañar persistentemente por la noción de que la intervención del gobierno es ipso facto izquierdista y antiempresarial.
Rothbard considera que no identificar la verdadera naturaleza de programas como el New Deal es fatal para un activismo libertario eficaz. Porque si uno considera que el enemigo es antiempresarial, es probable que se vuelva más susceptible a las propuestas legislativas proempresariales, con lo que inadvertidamente se apoya en un sabor de fascismo para combatir lo que uno no reconoce como otro sabor de fascismo —el resultado es lo que Rand en otro contexto llamó «veneno como alimento, y veneno como antídoto». De ahí la tendencia de algunos libertarios a convertirse en apologistas viscerales de la clase empresarial.
Lo contrario también es válido; el ejemplo de Victor Yarros es instructivo. Yarros había sido un anarquista spenceriano, un asociado de Tucker y un divulgador de Lysander Spooner. Pero en la década de 1930 había abandonado el anarquismo de libre mercado por la socialdemocracia, en parte porque se había convencido de que el Estado democrático era una herramienta útil en la lucha contra los privilegios económicos:
Cualquiera que sea el origen del Estado, es absurdo afirmar que siempre e inevitablemente es el instrumento del privilegio y el monopolio, y que debe seguir siéndolo en todas las condiciones. La evidencia contradice de manera flagrante esa concepción. Los gobiernos democráticos han cedido cada vez más a la presión de los agricultores, de los trabajadores asalariados y de los reformistas de la clase media.
El odio de nuestros plutócratas y reaccionarios hacia el New Deal es suficiente para desechar la acusación de que el Estado es simplemente la herramienta de la oligarquía económica. En el pasado, los mismos intereses combatieron amargamente el programa de reformas de Woodrow Wilson, y lucharon en vano.7
Este es un buen ejemplo de por qué el trabajo histórico revisionista es tan importante. Gracias al trabajo de Kolko, Rothbard, Higgs y otros,8 sabemos, como evidentemente no sabía Yarros, que los programas supuestamente antiempresariales de las administraciones de Wilson y Roosevelt eran corporativistas, neomercantilistas y neofascistas hasta la médula; Yarros no podría haber elegido ejemplos menos adecuados para apoyar su caso.
¿Se equivoca entonces Yarros al afirmar que los intereses empresariales lucharon contra las políticas de Wilson y Roosevelt? No, en realidad no. Podríamos comparar la alianza entre el gobierno y las grandes empresas con la alianza entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media. Por supuesto, a ambas partes les interesa mantener la alianza, pero de todos modos, a cada una de ellas le gustaría ser el socio dominante, por lo que no es de extrañar que la historia de tales alianzas se parezca a menudo a una historia de conflicto y antipatía, ya que cada una de las partes lucha por obtener la ventaja. Pero esta lucha debe leerse en un marco de fondo común de cooperación para mantener el sistema de control.
Si, como han argumentado los libertarios desde John T. Flynn hasta Ayn Rand,9 la tendencia dominante del estatismo liberal está más cerca del fascismo que del socialismo de Estado, ¿cómo debería afectar esto a nuestra visión del espectro político? Si el fascismo pertenece a la derecha, ¿cuál es su opuesto en la izquierda, el socialismo de estado o el libertarismo? Karl Hess, siguiendo a Rothbard, argumentaría más tarde que la «característica general de un régimen de derecha... es que refleja la concentración de poder en el menor número de manos prácticas». Esta es la «característica histórica dominante de lo que la mayoría de la gente, en la mayoría de los tiempos, ha considerado la derecha política y económica». La izquierda, entonces, «representaría lógicamente la tendencia opuesta».
La izquierda más lejana a la que se puede llegar, históricamente al menos, es el anarquismo: la oposición total a cualquier poder institucionalizado, un estado de organización social completamente voluntario en el que las personas establecerían sus formas de vida en pequeños grupos consentidos y cooperarían con los demás como les parezca.
La actitud de la izquierda más lejana hacia la ley y el orden fue resumida por uno de los primeros anarquistas franceses, Proudhon, quien dijo que ‘el orden es la hija y no la madre de la libertad’. Dejemos que la gente sea absolutamente libre, dice este extremo de la extrema, extrema izquierda (la izquierda que el comunismo denuncia regularmente como demasiado izquierda; Lenin la llamó ‘izquierda infantil’)....
A través de una serie de desafortunadas pero ciertamente comprensibles distorsiones de la terminología política, la posición liberal [moderna] ha llegado a ser conocida como una posición de izquierdas. En realidad.... Los liberales creen en el poder concentrado, en manos de los liberales, la élite supuestamente educada y gentil. Creen en la concentración de ese poder de la manera más fuerte y efectiva posible. Creen en el gran tamaño de las empresas, ya sean corporativas o políticas, y tienen un gran y profundo desprecio por lo casero y lo local.10
Ahora bien, creo que es importante distinguir aquí las cuestiones terminológicas de las más sustantivas. Aunque es una cuestión interesante si Rothbard y Hess están en lo cierto al sostener que los términos «izquierda» y «derecha» se entienden mejor si aún conservan su significado original del siglo XIX, la forma en que cualquier pensador particular prefiere utilizar esas etiquetas resbaladizas no es la cuestión más importante. Si quieres llamar al libre mercado una idea de izquierda, o una idea de derecha, o una idea ni de izquierda ni de derecha, o una-idea-de-izquierda-en-el-sentido-37-pero-de derecha-en-el-sentido-49, lo que sea, hazlo, siempre que dejes claro cómo lo estás usando. Me gusta llamar al libre mercado una idea de izquierda —de hecho, me gusta llamar al libertarismo la revolución proletaria— pero la terminología no es la cuestión fundamental. El punto crucial es rastrear cuándo una de estas etiquetas se utiliza en un sentido autoritario, o en un sentido antiautoritario, o en un sentido mixto, y no permitir que ningún estereotipo preconcebido particular de «izquierda» o «derecha» ocluya el pensamiento de uno en cuanto a dónde se encuentran sus aliados naturales.
Aunque he dicho que no quiero insistir en cuestiones terminológicas, no puedo resistirme a hacer una observación sobre «capitalismo» y «socialismo». Rand solía identificar ciertos términos e ideas como «anticonceptos», es decir, términos que en realidad funcionan para oscurecer nuestra comprensión en lugar de facilitarla, dificultando la comprensión de otros conceptos legítimos; una categoría importante de anticonceptos es lo que Rand llamaba el «paquete de acuerdos», refiriéndose a cualquier término cuyo significado oculta una presuposición implícita de que ciertas cosas van juntas cuando en realidad no lo hacen.12 Aunque Rand no estaría de acuerdo con los siguientes ejemplos, me he convencido de que los términos «capitalismo» y «socialismo» son en realidad anticonceptos del tipo paquete de acuerdos.
Los libertarios a veces debaten si el significado «real» o «auténtico» de un término como «capitalismo» es (a) el libre mercado, o (b) el favoritismo del gobierno hacia las empresas, o (c) la separación entre el trabajo y la propiedad, un acuerdo neutral entre los otros dos; los austriacos tienden a usar el término en el primer sentido; los anarquistas individualistas de la tradición tuckerista tienden a usarlo en el segundo o el tercero.12 Pero en el uso ordinario, me temo que en realidad representa una amalgama de significados incompatibles.
Supongamos que invento una nueva palabra, «zaxlebax», y la defino como «una esfera metálica, como el Monumento a Washington». Esa es la definición: «una esfera metálica, como el Monumento a Washington». «En resumen, incluyo mi ejemplo mal elegido en la definición. Ahora algún subgrupo lingüístico podría empezar a usar el término «zaxlebax» como si sólo significara «esfera metálica», o como si sólo significara «algo del mismo tipo que el Monumento a Washington». Y eso está bien. Pero mi definición incorpora ambas cosas, y por tanto oculta la falsa suposición de que el Monumento a Washington es una esfera metálica; cualquier intento de utilizar el término «zaxlebax», en el sentido que yo le doy, implica al usuario en esta falsa suposición. Eso es lo que Rand entiende por un término paquete de acuerdos.
Ahora bien, creo que la palabra «capitalismo», si se utiliza con el significado que le da la mayoría de la gente, es un término paquete de acuerdos. Por «capitalismo» la mayoría de la gente no entiende ni el libre mercado en sentido estricto ni el sistema neomercantilista imperante en sentido estricto. Más bien, lo que la mayoría de la gente entiende por «capitalismo» es este sistema de libre mercado que actualmente prevalece en el mundo occidental. En resumen, el término «capitalismo», tal y como se utiliza generalmente, esconde la suposición de que el sistema imperante es un libre mercado. Y puesto que el sistema imperante es de hecho uno de favoritismo gubernamental hacia las empresas, el uso ordinario del término conlleva la suposición de que el libre mercado es el favoritismo gubernamental hacia las empresas.
Y consideraciones similares se aplican al término «socialismo». La mayoría de la gente no entiende por «socialismo» algo tan preciso como la propiedad estatal de los medios de producción; en su lugar, quieren decir algo más parecido a «lo contrario del capitalismo». Entonces, si «capitalismo» es un término paquete de acuerdos, también lo es «socialismo» —transmite la oposición al libre mercado, y la oposición al neomercantilismo, como si fueran lo mismo.
Y esa, sugiero, es la función de estos términos: difuminar la distinción entre el libre mercado y el neomercantilismo. Tal confusión prevalece porque funciona en beneficio del establishment estatista: aquellos que quieren defender el libre mercado pueden ser seducidos más fácilmente para defender el neomercantilismo, y aquellos que quieren combatir el neomercantilismo pueden ser seducidos más fácilmente para combatir el libre mercado. De cualquier manera, el Estado sigue siendo seguro.
No pretendo sugerir que los malvados estadistas hayan conspirado deliberadamente para corromper nuestra lengua al servicio de sus propios fines nefastos. Eso ocurre a veces, por supuesto, pero no es necesario. Más bien se trata de un proceso perverso de mano invisible: el uso predominante de los términos «capitalismo» y «socialismo» persiste porque sirve para preservar el sistema estatista del que forma parte. Piensa en ello como una ordenación espontánea. (Lo siento).
Si «capitalismo» y «socialismo» son términos tan potencialmente confusos, ¿deberíamos ser aún más cautelosos con el cargado término «anarquismo»? En realidad, no lo creo. Las asociaciones iniciales de la gente con el término pueden ser más negativas, pero también son más superficiales: la gente es mucho más rápida en admitir que no sabe mucho sobre anarquismo y que no está segura de lo que los anarquistas realmente defienden que en hacer admisiones análogas sobre capitalismo y socialismo. También resalta la distancia de otros puntos de vista y por lo tanto hace que los compromisos o retrocesos en tales puntos de vista sean más difíciles de pasar por alto. Además, el término «anarquismo» tiene la ventaja de sonar emocionante y radical, lo que le da cierto atractivo, especialmente entre los jóvenes.
Volviendo al argumento de Rothbard: si la alianza de los libertarios con la derecha conservadora empezaba a corroer los principios libertarios, y si la corriente principal de la izquierda liberal no era más que un Nuevo Toryismo, ¿qué pasa con la izquierda socialista? Para Rothbard la izquierda socialista comprende dos vertientes distintas. Una es una «vertiente derechista y autoritaria», que promueve «el estatismo, la jerarquía y el colectivismo»; esta vertiente Rothbard la descarta como «una proyección del conservadurismo que intenta aceptar y dominar la nueva civilización industrial». La otra es una vertiente inicialmente de izquierda, comparativamente libertaria, «mucho más interesada en alcanzar los objetivos libertarios del liberalismo y el socialismo... especialmente el aplastamiento del aparato estatal». Pero los socialistas de izquierda, sostiene, están «atrapados en una contradicción interna crucial»: critican no sólo el poder del Estado sino la propiedad privada. Sin embargo, «¿cómo va a gestionar el ‘colectivo’ su propiedad sin convertirse él mismo en un enorme Estado? Según Rothbard, la mayoría de los socialistas, incapaces de resolver esta contradicción,
giraron bruscamente hacia la derecha, abandonaron por completo los viejos objetivos e ideales libertarios de la revolución y la extinción del Estado y se convirtieron en conservadores acogedores permanentemente reconciliados con el Estado, el statu quo y todo el aparato del neomercantilismo, el capitalismo monopolista de Estado, el imperialismo y la guerra.... Porque también el conservadurismo se había reformado y reagrupado para intentar hacer frente a un sistema industrial moderno y se había convertido en un mercantilismo renovado, en un régimen de estatismo, marcado por el privilegio del monopolio del Estado, en formas directas e indirectas, a los capitalistas favorecidos y a los terratenientes casi feudales. La afinidad entre el socialismo de derecha y el nuevo conservadurismo llegó a ser muy estrecha, ya que el primero propugnaba políticas similares pero con un barniz populista demagógico.
El resultado, desde el punto de vista de Rothbard, fue el triunfo de lo que ahora es, y ha sido durante algún tiempo, el establishment: «la economía de guerra permanente, el capitalismo monopolista de Estado y el neomercantilismo en toda regla, [y] el complejo militar-industrial», en el que «la educación se ha convertido en un mero adiestramiento masivo en las técnicas de ajuste a la tarea de convertirse en un engranaje de la vasta maquinaria burocrática».
Sin embargo, en el momento en que Rothbard escribía, vio un rayo de esperanza en el resurgimiento de la izquierda antiautoritaria. En el siguiente número, por ejemplo, continuó con «Izquierda y derecha: las posibilidades para la libertad» con «La libertad y la nueva izquierda», contrastando a los socialdemócratas de la Vieja Izquierda con los estudiantes radicales de la Nueva:
La socialdemocracia dio un tono pseudoprogresista e idealista al capitalismo monopolista de Estado del New Deal, asumió cómodamente una gran parte del poder, y llegó a dar ansiosamente una coloración «liberal» y socialista a la Guerra Fría y a la Economía de Guerra Permanente que prevalece en Estados Unidos. ... [M]ientras que el objetivo típico de la Vieja Izquierda es llegar a las sedes del poder estatal y maniobrar para que el Estado haga «reformas» fragmentarias que se impongan al público desde arriba, la Nueva Izquierda desprecia el estatismo y el reformismo social y pretende estimular al propio pueblo para que construya «instituciones paralelas» fuera del aparato estatal y que se enfrenten a él.13
Esta actitud negativa hacia el reformismo, compartida por Rothbard y la izquierda antiautoritaria, ha sido a menudo criticada como utópica, un perfeccionismo purista de todo o nada que rechaza cualquier paso parcial o intermedio hacia la libertad. Esto es un grave malentendido. Desde una perspectiva rothbardiana, cualquier movimiento, grande o pequeño, en dirección a la libertad debe ser bienvenido. Por supuesto, los grandes movimientos serán acogidos con más entusiasmo que los pequeños, pero todos son mejoras; ningún rothbardiano dirá nunca: «Si no se puede reducir el gobierno en un 100%, no quiero que se reduzca en absoluto».
Una de las raíces de esta mala interpretación es no distinguir entre el apoyo a una dirección de cambio y el apoyo a las paradas en el camino. Supongamos que hay un asesino en serie que asesina a cien personas al año. Y supongamos que consigo convencerle de que reduzca su número a cincuenta. (El cincuenta es su número de la suerte, digamos). Por supuesto, es una mejora que hay que acoger con satisfacción, e incluso merecería algunos elogios y gratitud por ayudar a hacer el mundo un poco mejor.
Pero eso no significa que deba empezar a celebrar la nueva regla de cincuenta asesinatos al año de este tipo como una gran política libertaria, o que deba dejar de buscar la oportunidad de reducirla a cero llevando al asesino ante la justicia. Sobre todo, no significa que deba ayudar al asesino a aplicar su política de cincuenta asesinatos al año. Por el mismo principio, si los impuestos son un robo, por ejemplo, aunque deberíamos acoger con satisfacción cualquier disminución de la tasa de robo del gobierno, no podemos participar en el nuevo robo más amable y menos intenso del gobierno sin convertirnos nosotros mismos en ladrones.
Tampoco debemos alabar estas mejoras moderadas de forma que nos comprometamos a criticar mejoras más radicales; se ha dicho que no debemos dejar que lo perfecto se convierta en enemigo de lo bueno (una frase que la gente parece utilizar sólo cuando está a punto de recomendar algo deshonroso), pero dejar que lo algo bueno se convierta en enemigo de lo aún mejor no parece preferible. A Rothbard le gustaba citar la máxima del abolicionista William Lloyd Garrison: «gradualismo en teoría es perpetuidad en la práctica».
Otra raíz del mito de Rothbard como utópico-perfeccionista es el hecho de que los rothbardianos rechazan efectivamente muchas reformas que se anuncian como pasos incrementales hacia la libertad; pero en esos casos las reformas se rechazan no porque sean incrementales sino porque no se mueven realmente en la dirección de la libertad.
Un ejemplo es el de los vales de educación, que como rothbardianos consideramos problemático no porque no llegue a ser un libre mercado en la educación, sino porque amenaza con extender a las escuelas privadas el tipo de control de microgestión que el gobierno ejerce actualmente, lo que podría empeorar las cosas. Otra es la llamada «privatización», no en el sentido original del término de una transferencia de servicios de la provisión del gobierno a la provisión del libre mercado, sino en lo que ha llegado a ser el sentido prevaleciente de una concesión de privilegio gubernamental y patrocinio —subvenciones, monopolios y similares— a contratistas privados. Para el rothbardiano, lejos de despojar al gobierno de algunos de sus poderes, esa «privatización» simplemente transforma a firmas privadas en brazos del Estado.
Ahora bien, si un cambio de un modo de estatismo comparativamente socialista a uno comparativamente fascista es un avance o un retroceso es quizá una cuestión de gustos; pero en cualquier caso no hacemos ningún favor a la causa libertaria alentando a los potenciales conversos a asociar el amiguismo político plutocrático con el libre mercado. (Críticas similares se aplican a la «desregulación» cuando las entidades que se desregulan son las beneficiarias de los privilegios del Estado, como cuando la administración Reagan suavizó las restricciones a las cajas de ahorro y préstamos manteniendo intacto el seguro federal de depósitos, dándoles así carta blanca para asumir riesgos con el dinero de los contribuyentes).
La negativa de los rothbardianos a participar en la política reformista puede parecer un obstáculo para la eficacia política. ¿Si no puedes participar en el proceso político regular, la preocupación es acaso no te deja sólo las opciones decididamente insatisfactorias de la revolución violenta, por un lado, o la retirada derrotista y pasiva, por el otro?
Pero en primer lugar, una vez que la posición rothbardiana se distingue correctamente del perfeccionismo de todo o nada, ya no está claro que los rothbardianos no puedan participar en la política ordinaria —votar, presentarse a las elecciones, etc. Tales actividades podrían considerarse como una sanción inadmisible para el Estado; pero si te infiltras en la Estrella de la Muerte para hacerla explotar, ¿realmente cuenta eso como caer en el lado oscuro? Es cierto que ejercer el poder político es correr el riesgo de corromperse, pero ¿es inevitable esa corrupción? Parece que un bloque considerable de clones de Ron Paul en el Congreso podría ser bastante eficaz para reducir el Estado sin sacrificar ningún principio libertario.
Sin embargo, lo más importante es que la suposición de que las únicas alternativas a la política tradicional son la revolución violenta, por un lado, y la resignación, por otro, sólo es válida para los programas políticos no libertarios. Si la realización de tu programa requiere el mando del poder del Estado, entonces las únicas alternativas a trabajar dentro del sistema son tomar el control del gobierno en un golpe de Estado y renunciar por completo a tus objetivos políticos. Pero para un libertario, el éxito político no es tanto una cuestión de dirigir al Estado hacia ciertos fines favorecidos, sino más bien una cuestión de impedir que cause más mal. Por lo tanto, mientras que la retirada del compromiso con el Estado contaría como derrotismo para las ideologías estatistas, no tiene por qué ser así para los libertarios. De ahí el entusiasmo de Rothbard por el tipo de estrategia que se veía a sí mismo compartiendo con la Nueva Izquierda: educación, construcción de instituciones alternativas y «desobediencia civil masiva».
El punto no es garabatear enmiendas libertarias en la Constitución, sino de hacer inaplicables las leyes no libertarias, de hacer ingobernable la sociedad civil.
¿Qué más encontró Rothbard de valor en la Nueva Izquierda? Por supuesto, estaba especialmente impresionado por el trabajo de historiadores revisionistas de la Nueva Izquierda como Gabriel Kolko y William Appleman Williams, que habían demostrado que las poderosas élites empresariales se encontraban entre los principales grupos de presión para una legislación supuestamente antiempresarial pero en realidad corporativista y cartelizadora. Pero puede resultar sorprendente saber que para Rothbard la contribución más «crucial de la Nueva Izquierda, tanto en lo que se refiere a los fines como a los medios... es su concepto de ‘democracia participativa’». Rothbard escribe:
En el sentido más amplio, la idea de «democracia participativa» es profundamente individualista y libertaria: porque significa que cada individuo, incluso el más pobre y el más humilde, debe tener derecho a un control total sobre las decisiones que afectan a su propia vida.
Esto puede parecer menos sorprendente una vez que uno se da cuenta de que para Rothbard el libre mercado es la realización más completa de la democracia participativa. Y en esto no hace más que seguir a su maestro Ludwig von Mises, que escribió:
En la sociedad capitalista, los hombres se enriquecen... sirviendo a los consumidores en grandes cantidades.... La economía de mercado capitalista es una democracia en la que cada céntimo constituye un voto. La riqueza del empresario exitoso es el resultado de un plebiscito de los consumidores. La riqueza, una vez adquirida, sólo puede ser preservada por aquellos que siguen ganándola de nuevo satisfaciendo los deseos de los consumidores. El orden social capitalista, por tanto, es una democracia económica en el sentido más estricto de la palabra. En última instancia, todas las decisiones dependen de la voluntad del pueblo como consumidor.14
Por supuesto, Mises tiene la lengua en la mejilla cuando llama al libre mercado «democracia económica», un término tomado de la izquierda socialista. Pero en lugar de decir que Mises está dando a un término existente un significado opuesto, quizás deberíamos decir que Mises está poniendo al descubierto los compromisos reales de un ideal existente.
La idea de que los mercados son más democráticos que la llamada democracia política también ha sido explorada por David Friedman, quien escribe:
Se pueden comparar Fords, Chryslers y Volkswagens de 1968, pero nadie podrá nunca comparar el gobierno de Nixon de 1968 con los gobiernos de Humphrey y Wallace del mismo año. Es como si sólo tuviéramos Fords de 1920 a 1928, Chryslers de 1928 a 1936, y luego tuviéramos que decidir qué firma haría un coche mejor durante los cuatro años siguientes.... Imaginen que compran coches de la misma manera que compramos gobiernos. Diez mil personas se reunirían y acordarían votar, cada una por el coche que prefiriera. Sea cual sea el coche que gane, cada uno de los diez mil tendría que comprarlo. A ninguno de nosotros le saldría a cuenta hacer un esfuerzo serio para averiguar qué coche es el mejor; decida lo que decida, mi coche lo eligen por mí los demás miembros del grupo.15
Para los fanáticos de la democracia participativa, ¿qué suena más genuinamente participativo: la forma en que votamos en el mercado o la forma en que votamos en el colegio electoral?
El atractivo político de la democracia participativa para Rothbard era su exigencia de descentralización y su rechazo a una capa de «representantes» políticos por encima del pueblo. Pero Rothbard también encontró la idea atractiva fuera de la esfera estrictamente política. Escribió: «La democracia participativa es al mismo tiempo... una teoría de la política y una teoría de la organización, un enfoque de los asuntos políticos y de la forma en que las organizaciones de la Nueva Izquierda (o cualquier organización, en realidad) deberían funcionar». Y alabó «los fascinantes experimentos en los que los trabajadores se transforman en empresarios independientes e iguales». Los objetivos «socialistas» tradicionales, como el control de la industria por parte de los trabajadores, no parecían ser un anatema para Rothbard.
De hecho, más tarde argumentaría que cualquier institución nominalmente privada que obtenga más del 50% de sus ingresos del gobierno, o que sea fuertemente cómplice de los crímenes del gobierno, o ambas cosas, debería ser considerada una entidad gubernamental; puesto que la propiedad del gobierno es ilegítima, los dueños adecuados de tales instituciones son «los ‘colonizadores’», aquellos que ya han estado utilizando y, por tanto, ‘mezclando su trabajo’ con las instalaciones.» Esto implica, entre otras cosas, «la propiedad de las universidades por parte de los estudiantes y/o del profesorado». En cuanto a la «miríada de corporaciones que son parte integrante del complejo militar-industrial», una solución, dice Rothbard, es «entregar la propiedad a los trabajadores colonizadores en las plantas particulares».16 También apoyó las reformas agrarias del tercer mundo consideradas socialistas por muchos conservadores, sobre la base de que la tenencia de la tierra existente representaba «una agresión continua por parte de los titulares de la tierra contra los campesinos que se dedican a transformar el suelo».17 Y aquí, de nuevo, Rothbard sigue a ese izquierdista de ojos salvajes que es Ludwig von Mises, quien escribió:
En ningún lugar y en ningún momento la propiedad a gran escala de la tierra ha surgido por el funcionamiento de las fuerzas económicas en el mercado. Es el resultado de un esfuerzo militar y político. Fundada por la violencia, se ha mantenido por la violencia y sólo por ella.18
Muchos críticos de izquierda del mercado, como Elizabeth Anderson,19 rechazarían la idea de cualquier afiliación seria entre las concepciones izquierdistas y las libertarias de libre mercado de la democracia participativa. Una de las críticas de Anderson al mercado es que privilegia la salida por encima de la voz, es decir, que da a la gente la libertad de actuar como consumidores y retirarse de las situaciones a las que se oponen, pero deja poco margen para la libertad de actuar como ciudadanos y dar forma a sus situaciones sociales mediante el debate compartido. Pero se trata de una falsa dicotomía, ya que es precisamente el derecho de salida la mayor garantía de la voz. Las quejas y sugerencias de un socio igualitario que es libre de retirar su contribución productiva se tomarán más en serio que las de un socio subyugado que no tiene más remedio que aguantar lo que ocurra. Poner un telón de acero alrededor de una empresa cooperativa no la hace más cooperativa. El tipo de democracia participativa que favorecen los izquierdistas antiautoritarios está, por tanto, más estrechamente relacionado, más naturalmente aliado, con la democracia de mercado misesiana que con la democracia política.
Desde que los libertarios y los izquierdistas tomaron caminos distintos en el siglo XIX, los libertarios se han especializado en entender las formas y mecanismos de opresión gubernamentales y los beneficios de las formas de asociación voluntaria competitivas y con fines de lucro, mientras que los izquierdistas se han especializado en entender las formas y mecanismos de opresión no gubernamentales y los beneficios de las formas de asociación voluntaria cooperativas y sin fines de lucro.
Mi opinión es que cada parte tiene algo valioso que aprender sobre los temas en los que la otra parte se ha especializado; y la visión de Rothbard sobre la afinidad entre las formas supuestamente socialistas y supuestamente capitalistas de la democracia participativa podría ser un buen punto de partida.
El entusiasmo de Rothbard por la izquierda no duró, por supuesto. En 1970 escribía artículos con títulos como «La nueva izquierda: R.I.P.» y «Adiós a la izquierda».20 En su opinión, tras un comienzo prometedor, la izquierda antiautoritaria se había desintegrado en gran medida en oportunistas políticos por un lado e irracionalistas culturales por otro. Mientras que en su día había sido «el movimiento antibélico más intenso, más notable y más extenso» de la historia de América, uno que «consiguió derrocar a un presidente americano» y «forzar el cese de los bombardeos sobre Vietnam del Norte», al tiempo que conseguía «radicalizar a un número incontable de americanos» y «revelar la naturaleza del Estado corporativo imperial del sistema americano», todo lo que ahora quedaba de la Nueva Izquierda eran las «últimas convulsiones reflexivas del cadáver».
¿Tenía razón? Ciertamente la tenía en parte. De hecho, hemos visto a demasiados ex radicales de los años sesenta luchar por el comedero político del establishment o abrazar el subjetivismo primitivista. Y cuando los Estudiantes por una Sociedad Democrática, el grupo de izquierda favorito de Rothbard, se derrumbó y dio paso al terrorista Weather Underground, por ejemplo, eso no fue un desarrollo auspicioso para la Nueva Izquierda. Por otra parte, no me convencen todos sus ejemplos: por ejemplo, Rothbard —junto con muchos hombres de izquierdas, hay que decirlo— veía el movimiento feminista como un ejemplo del irracionalismo cultural al que estaba sucumbiendo la Nueva Izquierda, mientras que yo lo considero una recuperación crucial de la auténtica herencia del siglo XIX del libertarismo y un complemento vital para cualquier política de liberación.21 (Este es un ejemplo de la importancia que tiene para los libertarios la comprensión de las formas de dominación no estatales que he mencionado antes).
Y no es que los elementos izquierdistas que le gustaban a Rothbard hayan desaparecido por completo; la infraestructura organizativa se derrumbó, pero no la aspiración. No fueron sólo los libertarios de libre mercado, sino también los izquierdistas antiautoritarios, los que se quedaron en la estacada por el deterioro del radicalismo de los 60. En lugar de buscar con tristeza un movimiento organizado de la izquierda antiautoritaria, quizás deberíamos haber intentado convertirnos en ese movimiento.
Desde nuestro punto de vista actual, entonces, ¿qué lección debemos extraer de las últimas cuatro décadas desde que Rothbard publicó por primera vez «Izquierda y derecha»? Hemos visto una «revolución conservadora» tras otra: Reagan, Thatcher, Bush; hemos visto lo que ocurre cuando los conservadores llegan al poder y por fin están en condiciones de reducir el Estado como nos han estado diciendo durante años que harían si esos horribles liberales no siguieran bloqueándolos. Hemos visto cómo la purga de elementos libertarios de la derecha, iniciada por Buckley y otros durante la Guerra Fría, ha alcanzado su apogeo durante la Guerra contra el Terror. Cada vez está más claro que, en palabras de Lew Rockwell, «el conservadurismo siempre ha sido mesiánico, militarista, nacionalista, sanguinario, imperialista, centralista, redistribucionista y enamorado del Estado verdugo».22
Tal y como yo lo veo, «Izquierda y derecha» de Rothbard nunca ha sido tan relevante como ahora. Hoy en día nos enfrentamos a una situación notablemente similar a la que Rothbard enfrentaba en la década de 1960, incluyendo alianzas ideológicas cambiantes y una guerra cada vez más impopular. Rothbard escribe que «los libertarios modernos olvidaron o nunca se dieron cuenta de que la oposición a la guerra y al militarismo siempre había sido una tradición ‘de izquierda’ que incluía a los libertarios», de modo que cuando la derecha se reveló como «la gran partidaria de la guerra total, los libertarios no estaban preparados para entender lo que estaba pasando y siguieron la estela de sus supuestos «aliados» conservadores». Se refería a Vietnam y a la Guerra Fría, pero su diagnóstico se aplicaría igualmente a los libertarios que se han dejado engatusar para apoyar la política militar de la actual administración. Pero los arquitectos de esa política han fallado: los atentados del 11 de septiembre parecían haber acabado inicialmente con el llamado «síndrome de Vietnam» de aversión a la guerra que la élite imperialista ha lamentado durante tanto tiempo; pero Bush y sus compinches han conseguido, de plano, revigorizarlo, y volver a despertar la sospecha popular de la retórica bélica presidencial. Rothbard dijo una vez que Richard Nixon fue uno de los mejores organizadores que ha tenido el movimiento antiguerra; Bush tiene derecho a compartir esa augusta compañía.
La izquierda antiautoritaria se está volviendo nuevamente activa; incluso la amada organización de Rothbard Estudiantes por una Sociedad Democrática ha resurgido recientemente, y ha acogido explícitamente la participación libertaria.23 Asimismo, hace sólo dos días en el blog del LRC vi una carta del destacado descentralista de izquierda24 Kirkpatrick Sale a Lew Rockwell informándole sobre una próxima convención secesionista. El potencial para un resurgimiento de la coalición izquierda-libertario de Rothbard está ciertamente ahí.
Pero esta vez tenemos una poderosa herramienta de la que carecía Rothbard: Internet. Ya no estamos limitados a los periódicos de tirada corta impresos en el sótano de alguien: ahora tenemos acceso a una audiencia mundial, y podemos encontrar y coordinar mucho más fácilmente a personas con ideas afines, evitando los canales de información establecidos. No sé cuál era la tirada de Left & Right en 1965, pero hoy está disponible para millones de personas con sólo pulsar un botón, al igual que otras miles de obras libertarias importantes. Y los sitios web que exploran la fertilización cruzada entre el libre mercado y las ideas descentralistas de izquierda se multiplican cada mes.25
Permítanme terminar citando un pasaje que vi recientemente:
El auténtico libertarismo es muy de izquierda. Es revolucionario. La larga y trágica alianza de los libertarios con la derecha contra el fantasma del socialismo de Estado está llegando a su fin, ya que no sirvió de nada tras la caída de la Unión Soviética y los llamados «conservadores» se han dedicado posteriormente a dejar volar sus verdaderos colores de gran gobierno con esteroides.... Desde la desaparición de la Unión Soviética, tanto los radicales como los moderados de la izquierda han buscado inconscientemente un nuevo credo radical en el que orientarse para sustituir al marxismo.... Creo que los libertarios radicales... serán más eficaces cuando superen cualquier contaminación cultural de derecha persistente de sus opiniones libertarias y abracen su radicalismo inherente, que se encuentra más a gusto en la izquierda. Porque a medida que los radicales avanzan, los moderados les siguen a regañadientes en pequeños pasos.... Es hora de que los libertarios dejen de luchar contra la izquierda y acepten el reto de liderar la izquierda.26
- 1Murray N. Rothbard, «Left and Right: The Prospects for Liberty», Left & Right 1, no. 1 (primavera de 1965).
- 2Left & Right: mises.org/journals/left-right.asp. Libertarian Forum: mises.org/journals/libertarianforum.asp.
- 3Herbert Spencer, «The New Toryism», en The Man Versus the State (Londres: Williams and Norgate, 1884).
- 4Gustave de Molinari [escribiendo como «Un soñador»], «La utopía de la libertad: cartas a los socialistas», Journal des Économistes 20, nº 82 (15 de junio de 1848), pp. 328-332; la traducción es mía.
- 5Benjamin R. Tucker, «El pecado de Herbert Spencer», Liberty, 17 de mayo de 1884.
- 6Ayn Rand, «America’s Persecuted Minority: Big Business», Capitalism: The Unknown Ideal (Nueva York: Signet, 1967), pp. 44-62. Para los «otros estados de ánimo» de Rand, véase Chris Matthew Sciabarra, «Understanding the Global Crisis: Reclaiming Rand’s Radical Legacy», y Roderick T. Long, «Ayn Rand’s Left-Libertarian Legacy».
- 7Victor S. Yarros, Adventures in the Realm of Ideas: and Other Essays in the Fields of Philosophy, Science, Political Economy, Theology, Humanism, Semantics, Agnosticism, Immortality and Related Subjects (Girard KS: Haldeman-Julius Publications, 1947).
- 8Véase, por ejemplo, Gabriel S. Kolko, Railroads and Regulation, 1877-1916 y The Triumph of Conservatism: A Reinterpretation of American History, 1900-1916; Murray N. Rothbard, «War Collectivism in World War I», en Ronald Radosh y Murray N. Rothbard, eds., A New History of Leviathan; Robert Higgs, Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American Government; Paul Weaver, The Suicidal Corporation: How Big Business Fails America; Butler Shaffer, In Restraint of Trade: The Business Campaign Against Competition, 1918-1938; John T. Flynn, As We Go Marching (Nueva York: Free Life, 1973); Roy Childs, «Big Business and the Rise of American Statism»; Walter Grinder y John Hagel, «Toward a Theory of State Capitalism: Ultimate Decision-Making and Class Structure». Joseph Stromberg, «Political Economy of Liberal Corporatism» y «The Role of State Monopoly Capitalism in the American Empire»; Kevin A. Carson, «Austrian and Marxist Theories of Monopoly Capital: A Mutualist Synthesis»; y Roderick T. Long, «Toward a Libertarian Theory of Class» (en Ellen Frankel Paul, et al., Problems of Market Liberalism) y «They Saw it Coming: The 19th-Century Libertarian Critique of Fascism».
- 9John T. Flynn, As We Go Marching, op. cit.; Ayn Rand, «The Fascist New Frontier», en The Ayn Rand Column, 2ª ed. (New Milford CT: Second Renaissance, 1998), pp. 95-150. (New Milford CT: Second Renaissance, 1998), pp. 95-111; Rand, «The New Fascism: Rule By Consensus», en Capitalism: The Unknown Ideal, op. cit., pp. 202-216; Rand, «The Dead End», The Ayn Rand Letter, 3 de julio de 1972.
- 10Karl Hess, Dear America (Nueva York: Morrow, 1975).
- 12Ayn Rand, «”Extremismo”, o el arte de desprestigiar», p. 176, en Capitalismo: The Unknown Ideal, op. cit, pp. 173-182; cf. Rand, «Bootleg Romanticism», p. 137, en The Romantic Manifesto: A Philosophy of Literature, rev. ed. (Nueva York: Signet, 1975), pp. 129-141.
- 12Cf. Charles W. Johnson, Anarquistas Por La Causa y Lazy Linking on Leftist Labor Libertarianism.
- 13Murray N. Rothbard, «Liberty and the New Left», Left & Right 1, nº 2 (otoño de 1965).
- 14Ludwig von Mises, en «Causas de la crisis económica», en On the Manipulation of Money and Credit (Dobbs Ferry NY: Free Market Books, 1978), cap. 3.
- 15David D. Friedman, La maquinaria de la libertad: Guía para un capitalismo radical, 2a ed. (La Salle IL: Open Court, 1995), cap. 32.
- 16Murray N. Rothbard, «Confiscation and the Homestead Principle», Libertarian Forum I, no. 6 (15 de junio de 1969).
- 17Murray N. Rothbard, «Land Monopoly, Past and Present», en The Ethics of Liberty, 2a ed. (Nueva York: NYU Press, 2009). (Nueva York: NYU Press, 1998), capítulo 11.
- 18Ludwig von Mises, «The Concentration of Fortunes», en Socialism: An Economic and Sociological Analysis (New Haven: Yale University Press, 1951), capítulo 25.
- 19Elizabeth Anderson, Value in Ethics and Economics (Cambridge MA: Harvard University Press, 1993).
- 20Murray N. Rothbard, «The New Left: R.I.P.», Libertarian Forum 2, nº 6 (15 de marzo de 1970); «Farewell to the Left», Libertarian Forum 2, nº 9 (1 de mayo de 1970). Para los antecedentes, véase John Payne, «Rothbard’s Time on the Left», Journal of Libertarian Studies 19, nº 1 (invierno de 2005), pp. 7-24.
- 21cf. Roderick T. Long y Charles W. Johnson, «Libertarian Feminism: ¿Puede salvarse este matrimonio?».
- 22Llewellyn H. Rockwell Jr., Neo No More?; cf. Jeffrey A. Tucker, «The Violence of Conservatism».
- 23Brad Spangler, ¡el SDS ha vuelto!.
- 24Llewellyn H. Rockwell Jr., ¡Secede!.
- 25Véanse, por ejemplo, los enlaces en Blogosphere of the Libertarian Left
- 26Brad Spangler, «Radicals Define the Moderate Position»