Los primeros libertarios fueron los niveladores, un movimiento político inglés activo en el siglo XVII. Los niveladores contribuyeron a la elaboración del paradigma metodológico y político del individualismo y son el origen de la rama radical del liberalismo clásico. Aunque a menudo se caracteriza a los niveladores como un movimiento cuasisocialista, un examen más detallado demuestra que los niveladores tenían mucho más en común con los defensores de los mercados libres que con los socialistas.
Esta interpretación de los niveladores estuvo apoyada, entre otros, por Murray N. Rothbard, que les consideraba como “el primer movimiento libertario consciente del mundo”. Rothbard señala que “En una serie de notables debates con el Ejército Republicano (principalmente entre los partidarios de Cromwell y los niveladores) los niveladores, liderados por John Lilburne, Richard Overton y William Walwyn, desarrollaron una doctrina libertaria notablemente coherente, defendiendo los derechos de autopropiedad, propiedad privada libertad religiosa para el individuo y mínima intervención del gobierno en la sociedad. Los derechos de que cada individuo a su persona y propiedad eran además naturales, es decir, derivaban de la naturaleza del hombre”.
Una de las contribuciones más importantes de los niveladores a la base teórica de la doctrina libertaria fue, según Rothbard, que “transformaron la nociones bastante vagas y holísticas del derecho natural en los claros conceptos firmemente individualistas de los derechos naturales de todo ser humano individual”, incluyendo ideas fundamentales del libertarismo. Esto incluía el derecho de autopropiedad, el individualismo metodológico, la teoría individual de los derechos naturales, los derechos sólidos de propiedad y la libertad económica.
Lilburne defendía el derecho natural como “Naturaleza y razón” y “la base de todas las leyes justas” y que “por tanto contra este derecho, dictados, normas y costumbres no pueden prevalecer. Y si se puede decir algo contra él, no serán dictados, normas ni costumbres, sino cosas nulas y contra la justicia”.
En 1646, mientras Lilburne estaba encarcelado por alta traición, Overton escribía “Una protesta de muchos miles de ciudadanos y otras gentes libres de Inglaterra ante su propia Cámara de los Comunes”, pidiendo que se liberara a Lilburne. La “Protesta” se convirtió en un gran manifiesto nivelador.
“Estamos seguros, pero no podemos olvidar que la causa de haberos elegidos como parlamentarios era mantener la comunidad en paz y felicidad”, escribía Overton. “Pero tenéis que recordar que para nosotros solo era un poder de confianza, que siempre es revocable. (…) Nosotros somos vuestros jefes y vosotros nuestros agentes”.
Overton defendía la tolerancia religiosa, incluso la de los muy vilipendiados católicos ingleses y también denunciaba la práctica de recluta de hombres para el ejército y la marina como una forma de esclavitud.
Además, los niveladores defendían los derechos de propiedad y la libertad de contratación y comercio, frente a los monopolios y privilegios del estado. Alababan los beneficios de la libertad económica para la sociedad y se oponían a impuestos, tasas, contribuciones y regulaciones que perjudicaban la competencia.
En mayo de 1652, Walwyn presentó al Comité de Comercio y Asuntos Exteriores una defensa del libre comercio contra la Compañía del Levante, pidiendo la abolición de los monopolios y las restricciones comerciales por parte del estado. En Walwyns Conceptions; For a Free Trade, el autor reivindica el libre comercio como un derecho común que conduce al bien común. Más de un siglo antes que Adam Smith, Walwyn ligaba directamente libertad de comercio con bien público. Al exaltar los beneficios de la competencia, sostiene que los resultados del libre comercio con más y mejores bienes, precios más bajos, más barcos, muchos hombres convirtiéndose en miembros útiles de la comunidad y más riqueza para gente activa y creativa.
Walwyn exploraba la cuestión de si dejar al comercio extranjero “universalmente libre para todos los ingleses por igual sería más rentable para la comunidad” y concluía que “el que el comercio extranjero fuera universalmente libre para todos los hombres ingleses por igual sería lo más ventajoso para la comunidad”.
Walwyn criticaba al Parlamento por continuar con la opresión de la monarquía al mantener los monopolios y privilegios concedidos por la Corona en el campo del comercio. El derecho a comerciar libremente, mantenía Walwyn, es un derecho antiguo, natural y reclamado por todos los ingleses y es mucho más rentable que cualesquiera restricciones y privilegios.
Continuando con su análisis de la competencia, Walwyn señala que: “la abundancia de mercaderes ocasionará conflictos y emulaciones entre ellos, que producirán los mejores bienes solicitados”. Y subraya las ventajas para los trabajadores, señalando que la competencia producirá “un mayor precio para el trabajo, ya que los mercaderes en las compañías necesitarán esa diligencia (…) y los trabajadores deberán trabajar con el salario que deseen”.
Walwyn, igual que Overton y Lilburne, atribuían los salarios lamentablemente bajos a los monopolios, el comercio intervenido y los impuestos especiales.
A los niveladores les preocupaban los derechos económicos y estos derechos económicos eran una consecuencia directa del derecho de autopropiedad e incluían los derechos individuales de propiedad, la libertad para producir, vender, comprar y comerciar y a hacer todo esto sin licencias, monopolios, regulaciones e impuestos arbitrarios. Es decir, defendían una economía de libre mercado. El derecho a comerciar libremente se consideraba un derecho natural por Lilburne o una “libertad nativa”, como en la “Protesta” de Overton.
Argumentando a partir de la supremacía teórica de los derechos naturales, Lilburne rechazaba cualquier forma de regulación de comercio. Isabel I abolió algunos monopolios, pero cuando estaban escribiendo los niveladores se habían restaurado los antiguos monopolios para apoyar los deseos económicos y fiscales de la Corona. Lilburne consideraba ilegales esas restricciones comerciales desde un punto de vista ético. Además, creaban privilegios estatales para bancos, aristócratas, compañías licenciadas y corporaciones.
Carlos I creó nuevos monopolios y concesiones privilegiadas bajo el nombre de licencias. El Parlamento Largo y posteriormente Cromwell reconfirmaron los monopolios más relevantes, como el derecho a exportar ropa de lana, y se protegerían los privilegios de los Aventureros Mercaderes y los privilegios de compañías licenciadas, como la Compañía de Levante. En su momento, Lilburne protestó en contra de los monopolios del carbón, el jabón y las ropas de lana.
Las concesiones económicas por las autoridades públicas abrieron la vía a la creación de posturas privilegiadas de supremacía en instituciones públicas y a la violación de los derechos individuales de nacimiento a la igualdad de oportunidades para competir libremente. Lilburne apreciaba que lo contrario a la competencia es el privilegio.
En el siglo XVIII lo que hoy se conoce como liberalismo clásico se basaría en buena medida en la obra de los niveladores y su apoyo a la teoría del derecho individual natural, los derechos de propiedad, la libertad económica y el libre comercio y la oposición libertaria de los niveladores al privilegio estatal, el monopolio público y la supresión del libre comercio sigue siendo hoy tan instructiva como lo era en el siglo XVII.