Lo que diferencia el ámbito de las ciencias naturales de las ciencias de la acción humana es el sistema categórico al que recurre cada una para interpretar fenómenos y construir teorías. Las ciencias naturales no saben nada acerca de causas finales; la investigación y teorización se ven completamente guiados por la categoría de la causalidad. El campo de las ciencias de la acción humana es la órbita del propósito y de la búsqueda consciente de fines; es teleológico.
El hombre primitivo recurrió a ambas categorías y a ellas se recurre hoy en día en el pensamiento y la acción diaria. Las habilidades y técnicas más sencillas implican conocimiento obtenido por investigación rudimentaria de la causalidad. Allí donde la gente no sabe cómo buscar la relación de causa y efecto, buscan una interpretación teleológica. Inventan dioses y demonios a cuya voluntad de acción atribuyen ciertos fenómenos. Un dios mandaba rayos y truenos. Otro dios, irritado por algunos actos de los hombres, mataba a los pecadores con flechas. El mal de ojo hace estériles a las mujeres y seca a la vacas.
Esas creencias generaban métodos definidos de acción. Conductas que agradaran a la divinidad, ofrecimiento de sacrificios y oración eran considerados medios apropiados para apaciguar la ira de la divinidad y evitar su revancha; se empleaban ritos mágicos para neutralizar la brujería. Lentamente la gente llegó a aprender que los hechos meteorológicos, la enfermedad y las plagas son fenómenos naturales y que los pararrayos y los antisépticos ofrecen una protección eficaz mientras que los ritos mágicos son inútiles. Sólo en la era moderna las ciencias naturales sustituyeron el finalismo por la investigación causal en todos sus campos.
Los maravillosos logros de las ciencias naturales experimentales llevaron a la emergencia de una doctrina metafísica materialista, el positivismo. El positivismo niega categóricamente que cualquier campo de investigación esté abierto a la investigación teleológica. Los métodos experimentales de las ciencias naturales son los únicos métodos apropiados para cualquier tipo de investigación. Sólo éstos son científicos, mientras que los métodos tradicionales de las ciencias de la acción humana son metafísicos, es decir, en la terminología del positivismo, supersticiosos y espurios. El positivismo enseña que la tarea de la ciencia es exclusivamente la descripción e interpretación de la experiencia sensible. Rechaza la introspección de la psicología, así como todas las disciplinas históricas. Es especialmente fanático en su condena de la economía.
Auguste Comte, en modo alguno el fundador del positivismo, sino simplemente el inventor de su nombre, sugería como sustituto de los métodos tradicionales de ocuparse de la acción humana una nueva rama de la ciencia, la sociología. La sociología debería ser una física social, conformada de acuerdo con el patrón epistemológico de la mecánica de Newton.
El plan era tan superficial e impracticable que no se hizo ningún intento serio por materializarlo. La primera generación de seguidores de Comte se inclinó en su lugar por lo que creían ser la interpretación biológica y orgánica de los fenómenos sociales. Se contentaban con un lenguaje metafórico y discutían con bastante seriedad problemas como qué para del “cuerpo” social debía clasificarse como “sustancia intercelular”. Cuando se hizo evidente el absurdo de este biologismo y organicismo, los sociólogos abandonaron completamente las ambiciosas pretensiones de Comte. Ya no hubo ninguna cuestión de descubrir a posteriori leyes del cambio social. Se pusieron bajo la etiqueta de la sociología diversos estudios históricos, etnográficos y psicológicos. Muchas de estas publicaciones fueron diletante y confusas; algunas son contribuciones aceptables a varios campos de la investigación histórica.
Por otro lado, no tenían ningún valor los escritos de quienes calificaban como sociología sus efusiones metafísicas arbitrarias acerca del recóndito significado y fin del proceso histórico que había sido previamente llamado filosofía de la historia. Así, Émile Durkheim y su escuela revivieron bajo la apelación a la mente grupal el viejo fantasma del romanticismo y la escuela alemana de jurisprudencia histórica, la Volkgeist.
A pesar de este manifiesto fracaso del programa positivista, había aparecido un movimiento neopositivista. Éste repite obstinadamente todas las falacias de Comte. A estos escritores les inspira el mismo motivo que inspiró a Comte. Les mueve un peculiar aborrecimiento de la economía de mercado y su corolario político: el gobierno representativo, la libertad de pensamiento, expresión y prensa. Defienden el totalitarismo, la dictadura y la opresión implacable de todos los disidentes, dando, por supuesto, por descontado que ellos y sus íntimos amigos ostentarán el cargo supremo y el poder de silenciar a todos los oponentes.
Comte defendía sin pudor la supresión de todas las doctrinas que le desagradaban. El más entrometido defensor del programa neopositivista respecto de las ciencias de la acción humana fue Otto Neurath, quien, en 1919, era uno de los principales líderes del breve régimen soviético de Munich y luego cooperó brevemente en Moscú con la burocracia de los bolcheviques.1 Sabiendo que no podían aportar ningún argumento sostenible contra la crítica económica de sus planes, estos apasionados comunistas trataron de desacreditar a la economía desde una base completamente epistemológica.
Las dos grandes variedades del ataque neopositivista a la economía son el panfisicalismo y el conductismo. Ambas afirman sustituir el tratamiento teleológico (que declaran no científico) de la acción humana por un tratamiento puramente causal.
El panfisicalismo enseña que los procedimientos de la física son el único método científico para todas las ramas de la ciencia. Niega que exista ninguna diferencia esencial entre las ciencias naturales y las de la acción humana. Esta negación subyace al lema panfisicalista de la “ciencia unificada”. La experiencia sensible que transmite al hombre esta información acerca de los acontecimientos físicos, también le proporciona toda la información acerca del comportamiento de sus congéneres.
El estudio de la forma en que sus iguales reaccionan a los distintos estímulos no difiere esencialmente del estudio en que reaccionan otros objetos. El lenguaje de la física es el lenguaje universal de todas las ramas del conocimiento, sin excepción. Lo que no pueda expresarse en el lenguaje de la física es un sinsentido metafísico. Es una pretensión arrogante del hombre creer que su papel en el universo es distinto del de otros objetos. A los ojos del científico, todas las cosas son iguales. Todo comentario sobre conciencia, volición y búsqueda de fines es algo vacío. El hombre es sólo uno de los elementos del universo. La ciencia aplicada de la física, la ingeniería social, puede ocuparse del hombre de la misma forma que la tecnología se ocupa del cobre o el hidrógeno.
El panfisicalista podría admitir al menos una diferencia esencial entre el hombre y el objeto de la física. Las piedras y átomos no reflejan nada acerca de su propia naturaleza, propiedades y comportamiento ni sobre los del hombre. No operan ni sobre sí mismos ni sobre el hombre. El hombre es diferente al menos en la medida en que es un físico y un ingeniero. Es difícil concebir cómo podría alguien ocuparse de las actividades de un ingeniero sin darse cuenta de que elige entre distintas líneas posibles de conducta y se centra en lograr fines concretos. ¿Por qué construye un puente en lugar de un ferry? ¿Por qué construye un puente con una capacidad de diez toneladas y otro con una capacidad de veinte? ¿Por qué intenta construir puentes que no se derrumben? ¿O es sólo un accidente que la mayoría de los puentes no se derrumben?
Si uno elimina del tratamiento de la acción humana la idea de la búsqueda consciente de fines concretos, debe reemplazarlo por la idea (realmente metafísica) de que una instancia sobrehumana dirige a los hombres, independientemente de su voluntad, hacia un objetivo predestinado: que lo que puso en marcha al constructor de puentes fue un plan preordenado de Geist o las fuerzas materiales productivas que los hombres mortales están obligados a ejecutar.
Decir que el hombre reacciona a los estímulos y se ajusta a las condiciones de su entorno no ofrece una respuesta satisfactoria. Ante el estímulo ofrecido por el Canal de la Mancha alguna gente ha reaccionado quedándose en casa; otros lo han cruzado con barcos a remos, a vela, a vapor o, en tiempos modernos, simplemente nadando. Algunos lo cruzan en aviones, otros hacen planes para hacer un túnel. Es inútil adscribir las diferencias de reacción atendiendo a circunstancias como el estado del conocimiento tecnológico y la oferta de trabajo y bienes de capital. Estas otras condiciones también son de origen humano y sólo pueden explicarse recurriendo a métodos teleológicos.
La aproximación del conductismo es en algunos aspectos distinta de la del panfisicalismo, pero recuerda a éste en su inútil intento de ocuparse de la acción humana sin referencia a la conciencia y a la búsqueda de fines. Baja su razonamiento en la palabra “ajuste”. Como cualquier otro ser, el hombre se ajusta a las condiciones de su entorno. Pero el conductismo no consigue explicar por qué la gente se ajusta a las mismas condiciones de formas distintas. ¿Por qué algunas personas huyen de la agresión violenta mientras otras la resisten? ¿Por qué los pueblos de Europa occidental se ajustan a la escasez de todas las cosas de las que depende el bienestar humano de una forma diferente a la de los orientales?
El conductismo propone estudiar el comportamiento humano de acuerdo con métodos desarrollados por la psicología animal e infantil. Busca investigar reflejos e instintos, automatismos y reacciones inconscientes. Pero no nos ha dicho nada acerca de los reflejos que han construido catedrales, ferrocarriles y fortalezas, los instintos que han producido filosofías, poemas y sistemas legales, los automatismos que han hecho que crezcan y caigan imperios, las reacciones inconscientes que dividen a los átomos. El conductismo quiere observar el comportamiento humano desde fuera y considerarlo simplemente como una reacción a una situación definida. Evita puntillosamente cualquier referencia a significado y propósito. Sin embargo, una situación no puede describirse sin analizar el sentido que el hombre afectado encuentra en ella. Si evitamos ocuparnos de este significado, olvidamos el factor fundamental que determina decisivamente el modo de reacción. Esta reacción no es automática, sino que depende totalmente de la interpretación y los juicios de valor de la persona, que pretende alcanzar, si es posible, una situación que prefiere al estado de cosas que prevalecería si no interfiriera. ¡Pensemos en un conductista describiendo la situación que produce una oferta de venta sin referir al significado que cada parte asocia a ella!
De hecho, el conductismo eliminaría el estudio de la acción humana y lo sustituiría por la fisiología. Los conductistas nunca tuvieron éxito en aclarar la diferencia entre fisiología y conductivismo. Watson declaraba que la fisiología estaba “particularmente interesada en el funcionamiento de partes del animal (…) El conductismo, por otro lado, aunque está intensamente interesado en todo el funcionamiento de estas partes, está intrínsecamente interesado en lo que hará todo el animal”.2 Sin embargo, fenómenos fisiológicos como la resistencia del cuerpo a la infección o el crecimiento y envejecimiento de un individuo sin duda no pueden calificarse como comportamiento de las partes. Por otro lado, si alguien quiere calificar como comportamiento de todo el animal humano un gesto como el movimiento de un brazo (ya sea para golpear o para acariciar), la idea sólo puede ser que ese gesto no puede imputarse a ninguna parte separada del ser.
¿Pero qué a otra cosa debe imputarse este algo sino al significado e intención del actor o a esa cosa innombrada de la que se origina el significado y la intención? El conductismo afirma que intenta predecir el comportamiento humano. Pero es imposible predecir la reacción de un hombre abordado por otro con las palabras “eres una rata” sin referirse al significado que el hombre aludido atribuya al calificativo.
Ambas variedades de positivismo renuncian a reconocer el hecho de que los hombres buscan conscientemente fines concretos. Tal y como lo ven, todos los eventos deben interpretarse en la relación de estímulo y respuesta y no hay posibilidad de investigar las causas finales. Contra este rígido dogmatismo es necesario destacar que el rechazo de finalismo al ocuparse de los acontecimientos fuera de la esfera de la acción humana se impone a la ciencia sólo por la insuficiencia de la razón humana. Las ciencias naturales deben evitar ocuparse de las causas finales porque son incapaces de descubrir ninguna causa final, no porque no puedan probar que no opere ninguna causa final. El conocimiento de la interconexión de todos los fenómenos y de la regularidad en su concatenación y secuencia, y el hecho de que la investigación sobre la causalidad funcione y haya agrandado el conocimiento humano, no concluye perentoriamente la suposición de que las causas finales operen en el universo.
La razón para el olvido de las causas finales por las ciencias naturales y su exclusiva preocupación por la investigación de la causalidad es que este método funciona. Los artefactos diseñados de acuerdo con las teorías científicas funcionan como predijeron las teorías y por tanto ofrecen una verificación pragmática de su corrección. Por otro lado, los dispositivos mágicos no cumplieron con las expectativas y no atestiguaron la visión mágica del mundo.
Es evidente que también es imposible demostrar satisfactoriamente mediante razonamiento que el alter ego sea un ser que se dirija conscientemente hacia un fin. Pero puede aventurarse la misma prueba pragmática a favor del uso exclusivo de métodos teleológicos en el campo de la acción humana. Funciona, mientras que la idea de ocuparse de los hombres como si fueran piedras o ratones no lo hace. Funciona no sólo en la búsqueda de conocimiento y teorías sino igualmente en la práctica diaria.
El positivista llega a este punto de vista furtivamente. Niega a sus congéneres la facultad de elegir fines y medios para alcanzarlos, pero al mismo tiempo afirma para sí, la capacidad de elegir conscientemente entre diversos métodos de procedimiento científico. Cambia su base tan pronto como aprecia problemas de ingeniería, ya sea tecnológica o “social”. Diseña planes y políticas que no pueden interpretarse como meras reacciones automáticas a los estímulos. Quiere privar a todos sus congéneres del derecho a actuar con el fin de reservarse ese privilegio sólo a sí mismo. Es un dictador virtual.
Como nos dicen los conductistas, se puede pensar en el hombre como “una máquina orgánica ensamblada lista para funcionar”.3 Olvida el hecho de que mientras que las máquinas funcionan de la forma en que las hacen funcionar ingenieros y operadores, los hombres funcionan espontáneamente aquí y allá. “Al nacer, nos infantes humanos, independientemente de su herencia, son tan iguales como los automóviles Ford”.4 Partiendo de esta falsedad manifiesta, el conductista propone operar el “Ford humano” de la misma forma que el operario conduce su coche. Actúa como si fuera propietario de la humanidad y fuera llamado a controlarla y darle forma de acuerdo con sus propios designios. Pues él está por encima de la ley, es el gobernante de la humanidad enviado por Dios.5
Como el positivismo no explica filosofías y teorías y los planes y políticas derivados de ellas, en términos del esquema de estímulo-respuesta, se derrota así a sí mismo.
Este artículo está extraído del capítulo 11 de Teoría e Historia . Una versión de audio de este artículo, extraída de la próxima versión de audiolibro, leída por John Pruden.
- 1Otto Neurath, “Fundamentos de las Ciencias Sociales”, Enciclopedia Internacional de Ciencia Unificada , vol. 2 , No. 1.
- 2John B. Watson, Behaviorism (Nueva York, WW Norton, 1930), pág. 11.
- 3Watson, pág. 269.
- 4Horace M. Kallen, “Conductismo”, Enciclopedia de las Ciencias Sociales , 2, 498.
- 5Karl Mannheim desarrolló un plan integral para producir los “mejores tipos humanos” mediante la reorganización “deliberada” de los diversos grupos de factores sociales. “Nosotros”, es decir, Karl Mannheim y sus amigos, determinarán lo que “requieren el mayor bien de la sociedad y la paz mental del individuo”. Entonces “nosotros” renovaremos a la humanidad. Para nuestra vocación es “la orientación planificada de la vida de las personas”. Mannheim, Man and Society in an Age of Reconstruction (Londres, Routledge & Kegan Paul, 1940), p. 222. Lo más destacable de estas ideas es que en los años treinta y cuarenta se denominaban democráticas, liberales y progresistas. Joseph Goebbels era más modesto que Mannheim en cuanto a que solo quería modernizar al pueblo alemán y no a toda la humanidad. Pero en su enfoque del problema no difería esencialmente de Mannheim. En una carta del 12 de abril de 1933, a Wilhelm Furtwangler se refirió al “nosotros” a quien se le ha encomendado la tarea responsable, a la hora de diseñar las materias primas de las masas, la estructura firme y bien formada de la nación (Denen die verantwortungsvolle Aufgabe anvertraut ist, aus dem rohen Stoff der Masse das feste und gestalthafte Gebilde des Volkes zu formen). Berta Geissmar, Musik im Schatten der Politik (Zürich, Atlantis Verlag, 1945), págs. 97–9. Desafortunadamente, ni Mannheim ni Goebbels nos dijeron quién les había confiado la tarea de reconstruir y recrear a los hombres.