Durante los últimos ocho años, los dos principales partidos políticos han estado inmersos en un realineamiento desordenado y continuo. Comenzó con la elección de Donald Trump en 2016, que supuso un importante repudio a la coalición neoconservadora-establishment que había dominado el Partido Republicano desde la presidencia de George W. Bush.
La condena de Trump a la guerra de Irak —que, según dijo acertadamente, se vendió con mentiras— y su escepticismo a seguir financiando a islamistas radicales en un intento equivocado de derrocar al gobierno en Siria impulsaron a algunos de los más acérrimos neoconservadores de la era Bush a abandonar el Partido Republicano y hacer todo lo posible para mantener a Trump fuera del poder. No funcionó.
Los cuatro años de mandato de Trump no hicieron sino acelerar el realineamiento. Para cuando llegaron las elecciones de 2020, el establishment político había despertado y lanzó todo su peso detrás de Joe Biden. Por supuesto, Donald Trump se quedó después de dejar el cargo y ahora es, por tercera vez, el candidato republicano a la presidencia.
Este ciclo electoral ha visto el mismo apoyo del establishment a los oponentes de Trump que hemos visto anteriormente, junto con «deserciones» de antiguos republicanos de alto nivel como el propio vicepresidente de W. Bush, Dick Cheney. Si estamos viendo un cambio permanente en el Partido Republicano o una coalición temporal contra un candidato dependerá de lo que ocurra el día de las elecciones del mes que viene y después. Pero está claro que, al menos de momento, el dominio neoconservador de la derecha americana se ha disipado.
Dado lo perjudiciales que fueron los neoconservadores para el bienestar y la seguridad del pueblo americano, se trata de un acontecimiento muy positivo. Pero los críticos de la política exterior hiperagresiva de Washington deben entender que la huida del Partido Republicano de muchos de los peores halcones de la guerra no significa que el GOP haya vuelto a sus raíces no intervencionistas. De hecho, mientras muchos intervencionistas han huido, otros se han quedado. Y esos elementos intervencionistas están trabajando duro para traer de vuelta la misma vieja política exterior neoconservadora bajo el disfraz de una nueva doctrina de «América primero».
Durante el verano, el ex asesor de seguridad nacional Robert O’Brien escribió un extenso artículo en Foreign Affairs que pretendía precisamente eso. O’Brien fue representante ante la ONU durante la presidencia de George W. Bush y trabajó en el Departamento de Estado tanto con Bush como con Barack Obama antes de dejar el cargo para trabajar como asesor en la campaña de Mitt Romney en 2012. Es una criatura del establishment donde las haya. Aun así, fue nombrado asesor de Seguridad Nacional de Trump en 2019 y ahora se le ve como aspirante a un puesto en el gabinete si Trump vuelve a ganar.
O’Brien presenta su artículo como «argumentando a favor de la política exterior de Trump». Pero a pesar de estar revestido de algún lenguaje nuevo, la agenda que presenta es en gran medida el mismo viejo intervencionismo del establishment.
En opinión de O’Brien, Irán, China y Rusia son los tres grandes enemigos a los que sólo se puede hacer frente con una postura más agresiva por parte de Washington. Hay que obligar a los contribuyentes americanos a pagar más por fuertes aumentos en material militar, especialmente para la Marina, con el fin de presionar a Irán y China. Para aislar y denigrar a los regímenes de Teherán y Pekín se prescriben fuertes sanciones y medidas enérgicas contra el comercio. O’Brien también pide que los EEUU apoye más agresivamente a los movimientos disidentes extranjeros que amenazan a esos gobiernos rivales.
Incluso la guerra en Ucrania, en la que Trump ha sido relativamente bueno, se enmarca como si sólo hubiera ocurrido porque los EEUU no estaba interviniendo lo suficiente en Europa del Este en los últimos años. O’Brien menciona rápidamente que Trump quiere un final negociado de la guerra, pero rápidamente pasa a celebrar toda la ayuda letal que se enviará a Ucrania y todas las unidades militares americanas que se trasladarán más cerca de Rusia.
Y O’Brien no es el único. Muchos comentaristas de derechas y personas influyentes han tratado de sacar provecho de toda la energía populista que impulsa el movimiento Trump para reforzar sus carreras al tiempo que introducen a hurtadillas una política exterior estándar del establishment. Eso se pudo ver en la llamada conferencia del Conservadurismo Nacional en julio, donde varias de estas figuras se reunieron y presentaron Irán y China como las principales amenazas a las que se enfrenta el público americano.
Durante décadas, el pueblo americano se ha visto obligado a pagar una enorme cantidad de dinero y a desviar una tremenda cantidad de recursos para contrarrestar a una superpotencia que se derrumbó porque el comunismo no puede funcionar, construir un país de arriba abajo en Afganistán, derrocar al gobierno de Irak e intentar derrocar a varios otros países para corregir los efectos desestabilizadores del derrocamiento de ese gobierno en Irak, todo ello mientras se militarizaba a los países del entorno de Irán, Rusia y China en un vano intento de conseguir que esos gobiernos se calmaran.
Estas empresas han enriquecido mucho a la clase política, pero todo a expensas del bienestar económico y la seguridad general del resto de nosotros. En los últimos años, muchos americanos de derechas han empezado por fin a darse cuenta de todo esto. No se puede permitir que las mismas viejas mentiras del establishment les vuelvan a adormecer.