En las últimas semanas, tanto el candidato Donald Trump como el presidente Biden (a través de su equipo) han expresado su apoyo a la idea de un fondo soberano de inversión de EEUU (SWF, por sus siglas en inglés). Un SWF es simplemente un fondo de inversión administrado por un gobierno nacional. En apariencia, los objetivos de una iniciativa de este tipo son dos —aumentar la riqueza de América y sus ciudadanos y estimular la innovación en áreas «críticas» como la infraestructura, la tecnología y la medicina.
Un fondo soberano americano está destinado a fracasar al menos en estos dos aspectos, ya que la idea de invertir fondos robados a los americanos para aumentar su prosperidad es incoherente y el gobierno federal es incapaz de innovar o alcanzar la excelencia en cualquier asunto productivo.
Incompatibilidad estructural
Durante varios años trabajé para un fondo soberano en el Golfo Pérsico, supervisando su cartera de inversiones hoteleras en Oriente Medio, el Sudeste Asiático, África, Europa continental y el RU. En el Golfo, las monarquías hereditarias constituyen la mayoría de las estructuras de gobierno nacionales. Los gobiernos de esa región obtienen cuantiosos ingresos de los recursos estatales, normalmente relacionados con el petróleo y el gas, pero cada vez más de activos más diversos. Los fondos soberanos surgen naturalmente de estos dos factores.
Las monarquías del Golfo son ejemplos de propiedad privada de los bienes públicos, y las monarquías hereditarias en particular tienden a implicar una visión a largo plazo de sus propiedades y del valor de éstas. Esto contrasta con los gobiernos basados en la administración —como la socialdemocracia actual en los EEUU—, donde la clase dirigente no es dueña de los bienes públicos, sólo tiene el poder y el incentivo para extraer ingresos corrientes de esos bienes para sus propios fines y a expensas del valor a largo plazo.
Otros dos países que mantienen importantes fondos soberanos son Noruega y Singapur. Cada uno de ellos tiene aproximadamente cinco millones de habitantes; el primero es una monarquía constitucional rica en recursos, mientras que el segundo es una república parlamentaria que mantiene un presupuesto equilibrado de manera constante y afirma tener una deuda neta cero (activos financieros propiedad del gobierno menos la deuda soberana bruta).
A diferencia de otros países con fondos soberanos bien conocidos, las deficiencias estructurales del sistema americano lo hacen incapaz de hacer mucho más que luchar desesperadamente contra sus problemas de exceso de gasto y deuda. La flexibilidad y la integridad estructural para buscar un fondo soberano, en la medida en que alguna vez fue plausible, simplemente no existen.
El préstamo de margen del tío Sam
Los defensores de la idea de los fondos soberanos de los EEUU sostienen que el país podría mejorar su situación financiera y comenzar a pagar la deuda nacional con los rendimientos generados por un fondo soberano. Estos defensores, enérgicos pero tontos, insisten en que el gobierno puede obtener un margen sobre el costo de los intereses tomando préstamos, mediante la venta de bonos gubernamentales, a un tipo de interés inferior al que podría obtener con las inversiones. Una investigación mínima revela que esto es una quimera, ya que los fondos soberanos generalmente obtienen rendimientos a largo plazo de entre el 5 y el 7 por ciento del capital. Considerando el costo actual de los préstamos en los EEUU de aproximadamente el 4 por ciento, el capital invertido necesario para cubrir el déficit presupuestario actual con un margen neto tan pequeño es enorme, incluso para los estándares de gasto federal.
El gobierno federal no tiene recursos para invertir. Tiene un déficit de varios billones de dólares cada año y acumula más de 30 billones de dólares en deuda con entidades externas. Recaudar fondos para invertir a través de un fondo soberano implicaría más endeudamiento, lo que contradice el objetivo aparente, aunque absurdo, del fondo soberano de enriquecer a los americanos. Añadir apalancamiento a un sistema que necesita urgentemente desapalancarse para buscar rendimientos en mercados de capital volátiles es una receta para el desastre.
La innovación gubernamental es una contradicción en términos
Además de ganar algo de dinero con un trabajo extra para el gobierno federal, los defensores de los fondos soberanos creen que una mayor inversión estimulará la innovación en «áreas clave» como infraestructura, tecnología y medicina. Pero, al igual que la Comisión de Eficiencia del Gobierno de los EEUU, de la que se habló recientemente, la innovación gubernamental es una contradicción en sus términos.
Un problema de este enfoque es que los participantes del sector privado ya están aprovechando estas oportunidades, la mayoría de ellos todavía con abundante efectivo gracias a la deuda barata durante la reciente era de la ZIRP. No hay escasez de capital de inversión en el mercado privado y, por lo tanto, no hay necesidad de desviar ese capital al gobierno federal.
Esta observación está relacionada con el hecho de que el gobierno federal es lamentablemente incapaz de gestionar un fondo de inversión diseñado para producir rendimientos descomunales durante un largo período. Los últimos años de dinero fácil y burbujas de activos furiosas aparentemente han convencido a los burócratas de que ellos también pueden ser administradores de fondos de cobertura. Sin embargo, la gestión seria de inversiones no es para los débiles de corazón, y ciertamente no para los torpes apparatchiks de la administración Biden-Harris o los del equipo de Trump. Los empleados y entidades federales no son aptos para el trabajo serio y con consecuencias, y generalmente fracasan incluso en las tareas más mundanas.
Pensemos en el desempeño del gobierno de los EEUU al administrar un servicio postal —USPS—, que registra pérdidas perennes, por lo general de alrededor de 5.000 millones de dólares al año. Sus dos principales contrapartes privadas, UPS y FedEx, obtienen ganancias anuales combinadas de aproximadamente 15.000 millones de dólares al año al operar un negocio de exactamente la misma naturaleza.
Mejor aún —ya que estamos hablando de gestión de inversiones—, consideremos el fondo de jubilación para personas mayores conocido como «Seguridad Social», cuyo fondo de reserva se agotará en 2035. Recordemos que el fondo de reserva contiene contribuciones previas al impuesto sobre la nómina. La idea era que estas contribuciones se invirtieran a lo largo de décadas y estuvieran listas para desembolsarse en cantidades apropiadas una vez que sus respectivos contribuyentes se jubilaran. En cambio, esas reservas se agotaron hace tiempo. Se han utilizado para financiar las pérdidas operativas del sistema mientras tanto, lo que hace que los impuestos sobre la nómina actuales sean la principal fuente de pagos a los beneficiarios actualmente jubilados. En resumen, la Seguridad Social se ha convertido en un esquema Ponzi insolvente.
Consenso peligroso
Un fondo soberano no es más que un juguete nuevo y brillante con el que ambos partidos pueden jugar mientras gastan y derrochan el tesoro de los EEUU hasta el olvido financiero. No es un concepto serio y no merece ninguna consideración seria. Sería mucho más productivo para los burócratas federales simplemente recortar el gasto innecesario y dar por terminado el asunto, pero incluso ese modesto resultado parece menos probable con cada ciclo electoral.
Cuando tanto republicanos como demócratas están de acuerdo en una idea —como ocurre con la necesidad de un fondo soberano de riqueza—, ¡pobre del pueblo americano si alguna vez la pone en práctica!