How States Think: The Rationality of Foreign Policy
por John J. Mearsheimer y Sebastian Rosato
Yale University Press, 2023; 304 pp.
Cómo piensan los Estados me sorprendió. John Mearsheimer es un conocido crítico de la política exterior americana, y su análisis de la guerra de Ucrania ha sido merecidamente influyente. Por ello, esperaba que este libro ampliara su crítica. El libro contiene algunas críticas a la política exterior americana, pero, en su mayor parte, los objetivos de Mearsheimer y su coautor, Sebastian Rosato, son otros.
Se esfuerzan por demostrar que la mayoría de las veces los Estados son actores racionales en sus relaciones mutuas, y sus argumentos a favor de esta tesis les llevan a áreas que los estudiantes de economía austriaca encontrarán de gran valor. Sus críticas a las teorías competidoras de la racionalidad tienen paralelismos en la teoría austriaca. Después de exponer su teoría de la acción racional, Mearsheimer y Rosato la aplican a una serie de estudios de casos. En estos estudios proceden a demostrar que los Estados que analizan eran actores racionales, distinguiendo entre «gran estrategia», a grandes rasgos los planes a largo plazo de un Estado, y «situaciones de crisis». También dan ejemplos en los que los Estados actuaron de forma irracional, pero concluyen que son atípicos.
He dicho que Mearsheimer y Rosato plantean cuestiones de interés para los austriacos, pero por el título del libro se puede sospechar que ignoran un hecho básico sobre la acción humana que Ludwig von Mises subrayó a menudo: sólo los individuos actúan y, se supone, piensan. Si es así, ¿cómo pueden preguntarse los autores cómo piensan los Estados? Los Estados no son individuos. Pero los autores son muy conscientes de esta cuestión, al sostener que las acciones de los Estados deben «cobrarse» en los planes y decisiones de los dirigentes de estos Estados.
Pero si las acciones del Estado consisten en las acciones de los responsables de la política estatal, ¿qué determina que estas acciones sean racionales? ¿Intentan los actores racionales maximizar la utilidad esperada? Según este enfoque, un actor clasifica numérica o cuasi numéricamente la utilidad de cada curso de acción que se le presenta. Cada curso de acción da lugar a diferentes resultados posibles, dependiendo de lo que hagan otros actores. A continuación, la utilidad de cada acción se multiplica por la probabilidad de su resultado, y se dice que la acción con el producto más alto tiene la mayor utilidad esperada.
Mearsheimer y Rosato suenan como austriacos en lo que dicen sobre esta teoría de la racionalidad. Las utilidades de los cursos de acción no se pueden clasificar cardinalmente, y las estimaciones de probabilidad de los resultados son a menudo desconocidas. Discuten los puntos de vista de Frank Knight sobre la incertidumbre y luego dicen:
En un mundo incierto, los actores no pueden adquirir la información necesaria para evaluar las consecuencias probables de seguir diferentes estrategias. Cuando el «conocimiento» es «incierto», observa John Maynard Keynes, «no existe ninguna base científica sobre la que formar cualquier estimación de probabilidad calculable». . . . Nunca se insistirá lo suficiente en la diferencia entre mundos de riesgo e incertidumbre, o lo que se denomina mundos «pequeños» y «grandes».
Los defensores de la utilidad esperada tienen una respuesta a esto. Incluso si se desconocen las cifras relevantes, podemos actuar como si se conocieran siempre que hacerlo nos lleve a predicciones acertadas. Los austriacos reconocerán que ésta era la estrategia de Milton Friedman, y Mearsheimer y Rosato la rechazan:
Friedman llegó a sostener que las mejores teorías «se encontrarán con ‘supuestos’ que son representaciones descriptivas tremendamente inexactas de la realidad y, en general, cuanto más significativa sea la teoría, más irreales serán los supuestos». Esta afirmación es inverosímil: es improbable que una teoría cuyos supuestos de partida son descriptivamente falsos ofrezca una buena explicación de cómo funciona el mundo. Como escribió Ronald Coase en respuesta a la afirmación de Friedman: «El realismo en nuestros supuestos es necesario si queremos que nuestras teorías nos ayuden a entender por qué el sistema funciona de la manera en que lo hace. El realismo en los supuestos nos obliga a analizar el mundo que existe, no un mundo imaginario que no existe».
¿Qué proponen Mearsheimer y Rosato para sustituir la teoría de la utilidad esperada? Vinculan la acción racional a tener una teoría creíble sobre el funcionamiento del mundo. Como ellos dicen, «la racionalidad tiene que ver con el proceso más que con los resultados». Resulta que toda una serie de teorías cumplen estos requisitos, por lo que pasar la prueba equivale a menos de lo que los autores consideran. La prueba no exige que la teoría del mundo del actor estatal sea mejor que las teorías competidoras, sino sólo que tenga algo que decir a su favor. Los autores consideran razonables teorías que ellos mismos consideran malas. Por ejemplo, Mearsheimer fue un crítico mordaz de la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte tras el final de la Guerra Fría, pero la teoría expansionista sigue contando como razonable. Entre las teorías creíbles se encuentran varias otras, como la destrucción mutua asegurada, que podría dar lugar a la aniquilación de la vida humana en la Tierra. Se trata de un listón muy bajo para lo que se considera una teoría creíble. (Por cierto, aprendemos que el término técnico para tener un arsenal nuclear tan potente que pueda aniquilar la capacidad de represalia del enemigo es una «espléndida» capacidad de primer ataque). Existe un requisito adicional para la acción racional del Estado, pero tampoco es muy exigente. La política elegida debe ser el resultado de la deliberación entre los principales responsables políticos y no la decisión de un líder en «espléndido» aislamiento.
Si el relato de Mearsheimer y Rosato sobre la acción razonable del Estado no es muy exigente, tampoco es vacuo. Algunas teorías no son razonables, por ejemplo las que van en contra de evidencias históricas claras.
Tanto la teoría de la promoción forzosa de la democracia como la teoría del dominó [que sostiene que una revolución tiende a extenderse a los Estados vecinos] no son creíbles. La historia demuestra claramente que los intentos de imponer la democracia a otros Estados casi siempre fracasan. . . . El pésimo historial de los Estados Unidos antes de la invasión de Irak lo dejó claro. . . . Tampoco hay apenas pruebas de que la teoría del dominó funcione como se anuncia.
Aunque los autores hacen muchas distinciones valiosas en su discusión de las teorías alternativas de la racionalidad, y aunque su trabajo se apoya en una erudición prodigiosa, necesitan endurecer lo que exigen de una teoría creíble. A mis lectores no les sorprenderá que critique un punto de vista por exceso de tolerancia.