La gestión de Javier Milei está generando muchos y merecidos comentarios, tanto positivos como negativos. La discusión crítica es vital ya que se trata del primer presidente libertario, por lo que mantener una distancia entre el propio libertarismo y sus acciones de gobierno es una necesidad si los libertarios no quieren caer con él en caso de que sus planes de gobierno fracasen.
El hecho de que sea libertario y haya accedido a la presidencia no significa que cuente con el apoyo inmanente del resto del movimiento libertario. Por lo tanto, no sería prudente subirse a su carro ganador —a corto plazo—. Mantenerse en una postura crítica hasta que se muestren más resultados es el mejor camino.
Una gran pregunta entre los ambientes sociales libertarios y no libertarios ha estado rodando desde que Milei arrancó como un outsider y ganó gran popularidad. La pregunta es: ¿Está causando una revolución de la libertad en Argentina? Es decir, ¿ha gravitado la población argentina hacia el libre mercado y se ha alejado del estatismo? Sin duda es una pregunta difícil de responder, en este artículo nos acercaremos a una respuesta.
Encuestas recientes sugieren que, incluso con la recesión, Milei mantiene una alta imagen positiva entre la población. En el Congreso aún no ha tenido éxito, pero con las herramientas ejecutivas a su alcance ha ido introduciendo cambios reales y simbólicos en la política. Desde asegurar que cesará la inflación monetaria hasta vender aviones y vehículos de propiedad estatal (y mucho más). Tanto los cambios reales como los simbólicos han tenido un impacto en la opinión pública, ha cumplido su promesa de reducir el aparato estatal.
Curiosamente, el mejor análisis del fenómeno Milei no ha venido de sus propios partidarios, sino de sus detractores. Ese análisis es el realizado por el sociólogo Pablo Seman y Nicolás Welschinger. Los autores señalan muchas razones por las que el paisaje público ha cambiado desde que Milei entró en la arena política. Su análisis es también autocrítico, ya que admiten muchos fallos de los políticos e instituciones progresistas.
El votante progresista parecía estar dispuesto a sacrificar la eficiencia por la propiedad pública, en el sentido de que no importaba si la institución era ineficiente, si era propiedad del Estado entonces todo estaba bien. Este tipo de dogmatismo parecía inquebrantable ya que parecía soportar cualquier calamidad producida por las instituciones estatales en su ineficiencia. Sin embargo, el aparente dogmatismo no era tan indestructible como parecía. El progresismo llevó a sus partidarios a un nivel tan extremo de decadencia económica que el apoyo a sus instituciones dejó de ser dogmático para basarse en la experiencia.
Esta caída del discurso progresista generó frustraciones y sueños rotos que Milei supo captar. Nombró a los responsables del desastre argentino, llamándoles «casta» y explicó con detalle cómo las instituciones del Estado habían llegado a la situación actual. Milei aportó esperanza a esos votantes desilusionados que no necesariamente se identificaban con él, pero que veían coherencia y realidad en su discurso. El «estado presente» (la versión argentina del estado benefactor) ha pasado de ser un derecho positivo a una circunstancia sufriente. Su defensa es aún más difícil que antes. Los progresistas se ven cada vez más reducidos a sus círculos dogmáticos.
Los partidarios de Milei —como explican Selman y Welschinger— se agrupan en tres anillos consecutivos, alimentando las fuerzas del descontento de la «casta» desde el círculo interior hacia los círculos exteriores. El primer círculo es el de los «fundamentalistas del mercado», ideólogos, conocedores de la doctrina de extrema derecha y libertaria, crean los símbolos que son percibidos por el segundo y tercer anillo de votantes que comienzan a apoyar a Milei en diferentes etapas de la carrera electoral.
El ascenso de Milei se produce cuando la conexión entre las élites progresistas y el pueblo se erosiona hasta el extremo de que el discurso estatista parece provenir de otra dimensión. Las realidades igualitarias que supuestamente lidera degeneran y acaban siendo parodias de sí mismas.
Se reclama un marco que permita que el esfuerzo individual genere prosperidad. Aquí entra en juego el individualismo de gran parte de la población argentina, que ve en el esfuerzo individual el camino hacia la estabilidad y el éxito. Para esta parte de la población, el sacrificio es lo que trae los logros, no exigen regalos sino oportunidades. Milei supo representar estos sentimientos estableciendo una diferencia entre «la gente de bien» y «la casta». La casta es retratada como actores públicos parasitarios que viven como sanguijuelas de la gente de bien. La casta sólo busca la supervivencia de su propia situación, que es el statu quo. Milei viene a desenmascararlos.
Algunos analistas políticos han expresado su preocupación por el plan de Milei de anular el statu quo. Si hay que sacrificar el bienestar de la nación para mantener el sistema político «ordenado», entonces hay que hacerlo, ya que argumentan que los sistemas políticos rotos son difíciles de reconstruir. Este argumento no sólo está lejos de ser bienintencionado y de preocuparse por el sufrimiento del pueblo, sino que falla en su retrato de Milei. No viene a destruir, sino a reorganizar. Como él mismo ha dicho, uno de sus objetivos políticos es reordenar el teatro político en partes ideológicas. Así, los votantes colectivistas votan a partidos colectivistas y los partidarios del libre mercado votan a partidos de libre mercado. Esa es la lógica del plan de Milei, que por ahora parece haber logrado algunos resultados.
Los poderes del statu quo se han desconectado del público, ya no representan «al pueblo» sino sólo sus propios intereses. Por ello, las voces exteriores son tenidas en mayor vara de lo que serían en circunstancias normales. Milei viene a ser esa voz exterior. Dignifica a sus partidarios reconociéndoles como individuos que pueden cambiar su futuro frente a la decadencia decretada por «la casta».
Por encima de sus resultados una vez en el cargo, Milei ha logrado una victoria comunicacional. Hacer que el pensamiento de libre mercado sea tan popular como siempre. Esto no significa que la gente sea libertaria de repente, pero el «Zeitgeist» se ha alejado del colectivismo. Este cambio de dirección debe ser sostenido y capitalizado si se quiere mantener una victoria a largo plazo. Si no, el momento de Milei pasará a la historia como una aventura más de los «libremercadistas».