Aunque algunos capitalistas y defensores del mercado libre creen que Ebenezer Scrooge tiene mucho que enseñarnos acerca de una buena economía, a mí me parece desde hace mucho que es poco inspirador a este respecto.
Por ejemplo, Scrooge demuestra una comprensión lamentablemente mala de la naturaleza subjetiva del valor y tampoco entiende el concepto de ganancias psicológicas. En la cabeza de Scrooge, nada tiene valor si no se puede calcular contablemente. Censura a su sobrino Fred por disfrutar de la compañía de amigos y familia en Navidad, diciendo sarcásticamente a este “¡Pues si que [las navidades] te han dado algo bueno!” Scrooge concluye además que cualquiera que disfrute de la experiencia de la Navidad (algo que, por supuesto no puede calcularse en un papel) es un tonto.
Scrooge contra su sobrino
Por lo que podemos vislumbrar del texto de Dickens, parece que en la cabeza de Scrooge, quienes gastan y consumen si sus inferiores morales e intelectuales, bastante incapaces de una buena planificación o una observación astuta.
En su extensa condena de la Navidad expresada a su sobrino, Scrooge truena:
“¿Qué es para ti la Navidad sino un tiempo para pagar facturas sin dinero, un tiempo para encontrarte un año mayor, pero ni una hora más rico, un tiempo para cuadrar tus cuentas y hacer que todo lo que hay en ellas tras una docena de meses se te presente a liquidar? Si por mi fuera”, decía Scrooge con indignación, “todo idiota que pusiera un ‘Feliz Navidad’ en sus labios, debería cocerse en su propio pudding y ser enterrado con una estaca de felicidad atravesando su corazón. ¡Deberia!”
Sin embargo, estos juicios de Scrooge se basan aparentemente en fantasía. En ningún momento vemos ninguna evidencia de que Fred sea incapaz de pagar sus facturas o gestionar las deudas que pueda tener. Por el contrario, todo lo que sabemos por el texto sugiere que Fred disfruta de un estilo de vida confortable de clase media. Fred, por ejemplo, tiene sirvientes, mantiene a su mujer y tiene medios para invitar a sus amigos a su casa. También sabemos por el Fantasma de las Navidades Futuras que Fred estará pronto en disposición de contratar a uno de los hijos de Cratchit como empleado.
Para Scrooge, esto es una extravagancia imprudente. Parece que Fred solo conseguirá el favor de su tío si abandonara a todos sus amigos, su esposa y sus sirvientes para llevar una vida de austeridad como la de Scrooge.
Además, descubrimos que Scrooge no es capaz de ningún ejemplo de personas para quienes la Navidad es sobre todo “pagar facturas sin dinero”.
Es del todo posible que conozca personalmente a algunas personas que no hayan podido pagar sus facturas, aunque Scrooge no ofrece ejemplos. Sin embargo, no está claro por qué piensa que esos casos justifican una condena total del gasto en general.
Scrooge es libre de adoptar esta postura por razones filosóficas, por supuesto. Su moralismo puritano es cosa suya. Pero no pretendamos que sus opiniones sean necesariamente el resultado de un análisis económico sólido.
¿El ahorro es bueno y el consumo malo?
En economía, ahorrar no es “bueno”, ni gastar es “malo”. No hay ningún vicio o virtud moral asociado a ninguna de ambas acciones.
Indudablemente, la producción es algo bueno. El ahorro y la inversión son los factores más críticos en el crecimiento económico. Es así porque el ahorro y la acumulación de capital son factores clave para aumentar la productividad del trabajador. Son los ahorros los que se usan para crear las herramientas, máquinas, computadoras y vehículos que permiten a los trabajadores producir más en menos tiempo. Los trabajadores más productivos pueden luego comprar más cosas, disfrutar de más tiempo de ocio y en general llevar vidas más confortables.
Sin embargo, esto no significa que el consumo no tenga un propósito o que el consumo sea una actividad moralmente problemática.
De hecho, el propósito de la producción es el consumo y el valor de los factores de producción está determinado por cómo valoran los consumidores los productos y servicios al por menor que acaban consumiendo.
Scrooge necesita consumidores
Aunque no se dé cuenta, los consumidores son personalmente importantes para Scrooge. El texto no lo dice tan explícitamente, pero Scrooge hace tiempo que ha asumido ser un prestamista. El que se dedique o no a la compra al por mayor o al detalle, son los consumidores (la gente por la que Scrooge muestra ese desdén tan ilimitado) quienes le dan para vivir. El dinero que presta Scrooge se acaba usando para comprar bienes de consumo directamente o se usa para proporcionar bienes o servicios de consumo a los compradores.
Sin estos consumidores, Scrooge estaría mendigando para vivir, ya que sus actividades de negocio no tendrían valor en el mercado. Y si todos vivieran como Scrooge, tendría pocos clientes.
Además, Scrooge parece no ser consciente de que la gente que consume sus bienes y servicios debe ser ella misma productora (ya sea como trabajadora o empresaria) para tener dinero para gastar en sus servicios.
¿Algunas de estas personas son incapaces de pagar sus facturas? Es probable. Sin embargo, este hecho difícilmente justifica los delirios de Scrooge acerca de cualquier persona que decida comprar una comida familiar ligeramente mayor para Navidad, en lugar de ahorrar cada penique.
¿De dónde sacaba Scrooge sus ideas?
En su libro Una perspectiva austriaca de la historia del pensamiento económico, Murray Rothbard examina la idea de que el ahorro y le trabajo son moralmente superiores al consumo (lo que Bob Cratchit llamaría “disfrutar”).
En un caso de estudio, Rothbard señala las diferencias de énfasis entre algunos grupos católicos y algunos grupos calvinistas en cómo veían el ahorro y el gasto en el siglo XVI.
Rothbard escribe:
Un énfasis calvinista en posponer la gratificación terrenal llevó a dar una importancia particular al ahorro. El trabajo o “industria” y el ahorro, caso por sí mismos, o por voluntad de Dios, se destacaban en el calvinismo mucho más que en otros segmentos del cristianismo. (…) Empezó a destacarse un énfasis bastante adusto en el trabajo y el ahorro en la cultura calvinista. Este des-énfasis en el ocio, por supuesto, se ajustaba a la inconoclasia que llegó a su cumbre en el calvinismo: la condena del disfrute de los sentidos como medio de expresar devoción religiosa. Una de las expresiones de este conflicto se produjo sobre las festividades religiosas, con los países católicos disfrutando de la abundancia. Para lo puritanos, esto era idolatría: ni siquiera las Navidades se suponía que eran ocasión para un disfrute sensato. (Cursivas añadidas)
La popularidad de estas ideas en algunas partes del mundo llevó a muchos a asignar un valor moral al ahorro, lo que a su vez llevó a teorías económicas en las que el ahorro era necesariamente superior al gasto en casi cualquier circunstancia.
Los escolásticos católicos, por el contrario, tenían una visión más benigna del gasto:
Así que el enfoque, tanto en los países católicos como en el pensamiento escolástico, se hizo muy distinto del del calvinismo. El enfoque escolástico se daba en el consumo, el consumidor, como objetivo del trabajo y la producción. El trabajo no era tanto un bien en sí mismo, sino un medio para el consumo en el mercado. El equilibrio aristotélico o aurea mediocritas, era considerado un requisito de la buena vida, una vida que llevaba a la felicidad de seguir la naturaleza del hombre. Y esa vida equilibrada destacaba los placeres del consumo, así como los del ocio, además de la importancia del esfuerzo productivo.
En opinión de Rothbard, estas teorías se filtraron posteriormente en diversas opiniones acerca de la sociedad en general:
Fue particularmente influyente el académico de la Universidad de Cambridge del siglo XVII, Rev. William Perkins, que dio grandes pasos para traducir la teología calvinista a la práctica inglesa. Perkins denunciaba cuatro grupos de hombres que no tenían “ninguna vocación especial para integrarse”: mendigos y vagabundos; monjes y frailes; nobles que “dedican sus días a comer y beber” y sirvientes, que supuestamente pasaban su vida esperando. Todos ellos eran peligrosos por ser inestables e indisciplinados.
Lo que dice Rothbard no es que todos los católicos y todos los calvinistas mantuvieran esas opiniones respectivas. No cabe duda de que hay un importante debate en cada grupo, tanto históricamente como hoy.
Sin embargo, lo que Rothbard si demuestra bien es que estas ramas de pensamiento, en ciertos tiempos y lugares, han influido y dado forma al pensamiento de muchos.
Aunque la pre-conversión de Scrooge parece ser decididamente no religiosa en el texto de Dickens, es sin embargo sencillo ver cómo Scrooge (o las personas sobre las que Dickens pueda haber modelado este personaje) podría haber estado influido por las opiniones disparejamente favorables al trabajo calificadas aquí por Rothbard como “calvinistas”, mientras que Fred parece adoptar una visión más aristotélica.
Lo que no ve Scrooge es que el fin de la actividad económica no es la producción. Es el consumo. Y el ahorro es sencillamente consumo diferido. El hecho de que no todos quieran llevar una vida de hosca autonegación parece perturbar enormemente a Scrooge, aunque él se beneficie personalmente del consumo de otros. Scrooge no entiende que Fred tenía razón que festejar con amigos y familia produce beneficios que no pueden calcularse en un papel y que nunca se muestran en ninguna estadística sobre renta nacional o crecimiento económico:
Aunque [la Navidad] nunca ha puesto una pizca de oro o plata en mi bolsillo, creo que me ha hecho bien y me hará bien y digo: ¡que Dios la bendiga!