La sensacional actuación de Javier Milei en las primarias de las elecciones presidenciales argentinas confirma la posibilidad muy real de que un anarcocapitalista que cita a Rothbard y Mises pueda convertirse en el próximo presidente de Argentina. Si resulta elegido, no cabe duda de que Milei pondrá en práctica propuestas encaminadas a remodelar profundamente la economía argentina siguiendo las pautas del libre mercado. Desgraciadamente, la controvertida idea de dolarizar totalmente la economía argentina parece haberse convertido en su política emblemática. Esto contradice el resto de su programa.
Flashback: a la Fed no le importa Argentina
En los 1990, Argentina estableció un sistema de «convertibilidad» casi dolarizado que vinculaba el peso al dólar. Acabó de forma desastrosa, con una dolorosa crisis en 2001-2 que hundió toda la economía. ¿El principal fallo? La Reserva Federal sirve únicamente a los intereses de los Estados Unidos y no a los de Argentina ni a los de nadie más.
Al principio, la convertibilidad redujo la inflación, mientras que el crédito con bajos tipos de interés de EEUU impulsó el crecimiento. Sin embargo, para finales de los 1990, la economía de EEUU se recalentó y la Fed subió los tipos. Con la moneda vinculada, el banco central de Argentina (el BCRA) no tuvo más remedio que igualar los elevados tipos de EEUU, aplastando el PIB.
Ahora, Milei propone la dolarización cuando la Fed está de nuevo en fase de endurecimiento. De aplicarse, la economía de Argentina volvería a estar encadenada a una política monetaria desincronizada con su propio ciclo económico, que por otra parte depende más de Brasil y China que de los EEUU.
La dolarización no reduce la deuda
Dolarizar una economía no remedia la expansión monetaria y el consiguiente endeudamiento que resultan de una moneda sin respaldo. Suponiendo una dolarización dura, Argentina se ve limitada a tres opciones para introducir dólares en su economía: exportaciones, inversión extranjera y endeudamiento.
Dado que los superávits comerciales son poco frecuentes en Argentina y que la inversión extranjera es voluble (véase la sección siguiente), el país pasaría a depender en gran medida de la emisión de deuda para financiar la actividad económica. Al igual que en los 90, los bancos de Wall Street intervendrían gustosamente y crearían créditos casi sin riesgo (los préstamos fallidos pueden descargarse en la Fed como prestamista de última instancia). Los bancos argentinos seguirían el ejemplo, tomando dólares prestados y volviendo a prestarlos con un sobreprecio a pesar de no ser elegibles para los rescates de la Fed. La única limitación real a la expansión del crédito sería la falta de voluntad de los prestatarios para endeudarse más en dólares. Pero Ecuador, que se dolarizó en 2000, es un ejemplo a tener en cuenta: su deuda pública se ha disparado desde entonces de 16.000 a 75.000 millones de dólares.
La dolarización incrusta a Argentina en un orden mundial injusto
Es extraño hablar de dolarización en Argentina cuando ésta —junto con el resto del mundo— ya está dolarizada. El dólar de EEUU es la moneda de reserva mundial: todos los países comercian con dólares y aproximadamente la mitad de todos los préstamos y valores de los sistemas bancarios extranjeros se crean en dólares. Como señala Hans-Hermann Hoppe, esto reduce efectivamente el mundo a una zona de explotación monetaria bajo dominio de EEUU. Integrarse aún más en este sistema supondría para Argentina aceptar la explotación descarada en diversas formas.
En primer lugar, el sistema del dólar es un sistema inherentemente tributario. Los EEUU imprime dólares y el mundo trabaja para obtenerlos. Pero gran parte del dinero que regresa a los EEUU no se destina a la compra de bienes y servicios, sino a la compra de deuda pública de los EEUU, que de este modo se monetiza. En otras palabras, los EEUU extrae valor real del resto del mundo emitiendo moneda sin respaldo impresa de la nada.
En segundo lugar, la Reserva Federal extrae valor a través del efecto Cantillon. Los primeros receptores del dinero recién emitido —a saber, los bancos y corporaciones de EEUU— realizan sus compras antes de que el dinero se filtre por el sistema mundial y eleve los precios. Los más alejados sufren todo el impacto de la inflación. Para cuando los dólares de EEUU llegan a Argentina, que es económicamente periférica, los precios ya habrán subido en el núcleo. Así, se impone a sus ciudadanos un impuesto oculto sobre la inflación.
En tercer lugar, y lo que es más destructivo, muchos de estos dólares que salen se reciclan de nuevo en bonos del Tesoro de EEUU y en redes de otros activos, como bienes inmuebles, terrenos e incluso acciones, que la Fed apuntala imprimiendo dinero. En última instancia, la función de los mercados de capitales de EEUU no es dirigir el ahorro hacia la inversión productiva real, sino recaudar rentas económicas. La dolarización inducirá a Argentina a apuntalar este «mercado» y, con su moneda estabilizada, facilitará una fuga de los ingresos generados en Argentina desde la producción nacional hacia la economía rentista de EEUU, un proceso conocido como fuga de capitales.
También en este caso Ecuador es instructivo: la dolarización no atrajo a los inversores a realizar inversiones de capital fijo a largo plazo, como en fábricas e infraestructuras de transporte, que podrían beneficiar a la economía ecuatoriana, sino que les ha animado a aprovechar los auges del mercado inmobiliario y bursátil de EEUU, con una salida neta media de casi mil millones de dólares al año desde 2000.
Politización
Los sistemas bancarios extranjeros no pueden acogerse automáticamente a los rescates de la Fed, pero los bancos centrales de los países centrales gozan de ciertos privilegios. Durante la crisis financiera de 2008, la Fed estableció líneas swap para proporcionar dólares al Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón, pero excluyó a los bancos de países periféricos como Argentina. La Fed puede conceder alivio a Argentina cuando se produzca escasez de dólares, pero sólo mediante préstamos condicionados que no contradigan los intereses estratégicos de los EEUU.
Si se suprime por completo el BCRA (el objetivo declarado de Milei), el sistema bancario dolarizado de Argentina estaría en deuda con unas condiciones de préstamo cada vez más politizadas establecidas por bancos privados conectados con la Fed. Recientemente, Ecuador y Belice acordaron ceder franjas de territorio a programas de conservación medioambiental y firmar una serie de objetivos ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ASG) a cambio de un alivio de la deuda en dólares. Milei, a quien no parecen importarle los ASG y que se ha manifestado a favor de la ideología de género y otros temas candentes conservadores, ha sido pintado como un «fascista» en los medios de América. En un momento en el que el gobierno de EEUU y su comunidad de inteligencia creen que las mayores amenazas hemisféricas son hombres fuertes de derecha como Trump y Bolsonaro, el poder de racionar dólares podría aprovecharse contra Milei personalmente.
Los líderes no sobreviven a su política de dolarización
Los anteriores intentos de dolarización en América Latina terminaron todos con la pérdida de poder del partido que los aplicó. Incluso en Ecuador, donde la política se ha mantenido, siguió un doloroso periodo de ajuste que vio cómo el presidente Mahuad era expulsado del poder, allanando el camino a Rafael Correa y a una década de «socialismo del siglo XXI». La primera cuasi-dolarización de Argentina fue la causa inmediata de la llegada al poder de los socialistas Kirchner. A menos que salga bien, es probable que esta vez Milei sea destituido y sus ideas desacreditadas, preparando el terreno para otra era de regímenes antimercado.
Conclusión
Milei merece un enorme reconocimiento por promover las ideas libertarias en América Latina. Pero su propuesta de dolarización contradice el espíritu libertario y las ideas sobre el orden bancario central global desarrolladas por pensadores como Rothbard y Hoppe. Significaría que Argentina seguiría sosteniendo el imperio de EEUU a través de su trabajo y dejaría su destino económico y político en manos de la Reserva Federal y de las élites bancarias que presiden el sistema del dólar.
En lugar de comprometerse con una política que puede traer catástrofes y beneficiar a intereses creados, la plataforma de Milei debería —como hizo la de Ron Paul en 2012— hacer recaer la carga del ajuste estructural sobre los poderosos, no sobre los pobres. Esto podría significar, por ejemplo, promover un sistema bancario libre basado en el oro o el crédito comunitario en lugar de las reservas en dólares.
En última instancia, sin embargo, Milei —y cualquiera que venga después de él— necesita entender la verdadera razón por la que la filosofía del libre mercado no ha logrado arraigar en América Latina: su percibida alianza con el privilegio y la reacción. Los ataques de Milei contra la izquierda le han granjeado muchos seguidores por ahora, pero la única forma de que el libertarismo triunfe a largo plazo es demostrando su poder para alcanzar los objetivos declarados de la izquierda —terminar con los privilegios, aliviar la pobreza, defender la dignidad humana y acabar con el imperialismo— de forma mucho más eficaz de lo que jamás podrían hacerlo las políticas socialistas.
El electorado natural del libertarismo en América Latina es la clase trabajadora, cuyo derecho a la libertad económica es infringido a diario por el Estado. Al enfatizar el voluntarismo —el derecho de todos, especialmente de los pobres y marginados, a controlar sus cuerpos y la propiedad justamente adquirida sin dañar a otros— en lugar de políticas como la dolarización que establecen o refuerzan las jerarquías, los libertarios pueden hablar a las necesidades reales de las masas y poner fin a la eterna recurrencia del socialismo en las Américas.