Durante los dos últimos años, los gobiernos de la Unión Europea han llevado a cabo acciones contradictorias, tanto al suprimir el crecimiento económico mediante confinamientos y otras restricciones contra el covid-19 como al intentar simultáneamente «estimular» sus economías mediante la expansión monetaria del Banco Central Europeo. Los resultados, como es lógico, han estado muy por debajo de las esperanzas y expectativas de los banqueros centrales.
La tasa de desempleo en la zona del euro descendió al 7% en diciembre y al 6,4% en la Unión Europea, frente a la tasa de desempleo en Estados Unidos, del 3,9%. Sin embargo, estas tasas de desempleo no incluyen los puestos de trabajo cubiertos por los planes de retención de desempleo, que suponen otros cinco millones de trabajadores a la espera de volver a la actividad normal.
Tras un plan de estímulo fiscal de más del 5 por ciento del producto interior bruto (PIB) en 2020 y otro 4 por ciento en 2021 y la compra por parte del Banco Central Europeo del 100 por ciento de las emisiones netas de la mayoría de los instrumentos de deuda soberana, la recuperación es muy débil. Los puestos de trabajo despedidos vuelven a aumentar, las horas de trabajo siguen estando por debajo del nivel prepandémico y los salarios reales caen a medida que la inflación se come las ganancias conseguidas durante la recuperación.
En diciembre de 2021, la tasa de desempleo juvenil era del 14,9% tanto en la UE como en la zona del euro. Estos niveles de desempleo son elevados, pero algunos Estados miembros tienen ratios de paro aún mayores. España tiene una tasa de desempleo oficial del 13 por ciento, con todavía 220.000 puestos de trabajo en paro, y la tasa de desempleo juvenil en ese país es del 30 por ciento.
Estas cifras demuestran de forma concluyente que el gasto gubernamental masivo y los enormes planes de mantenimiento del empleo no han contribuido a que la economía europea se recupere más rápidamente ni a que mejore la creación de empleo en comparación con otras zonas económicas.
La recuperación económica ha sido lenta y la reducción del desempleo es aún más lenta. Además, gran parte de la recuperación del empleo ha sido del sector público. En España, por ejemplo, todavía hay 95.000 puestos de trabajo menos en el sector privado que antes de que comenzara la pandemia, mientras que el empleo en el sector público ha crecido en 220.000 puestos. En lugar de crear una verdadera recuperación económica, las políticas españolas están empeorando las cosas.
La Unión Europea se enfrenta a retos únicos debido a la demografía, los elevados niveles de gasto gubernamental y una débil posición energética, en la que las empresas y los hogares pagan facturas de electricidad y gas natural mucho más elevadas que sus homólogos estadounidenses. Ante todos estos retos, la Unión Europea ha lanzado un enorme plan de recuperación (Next Generation EU) que, según sus partidarios, impulsará el crecimiento y la competitividad. El problema, sin embargo, es que este plan aumentará las cargas sobre la empresa privada creadora de riqueza y no dará lugar a la transformación y el crecimiento previstos.
El mayor problema al que se enfrenta la Unión Europea es la falta de un sector tecnológico, ya que la UE no es un competidor serio en la carrera tecnológica. Menos del 4% de la capitalización de mercado del Stoxx 600 procede de la tecnología, frente al 25% del S&P 500. Es dudoso que un cambio radical en el crecimiento económico y el empleo provenga de un gran plan de estímulo dirigido por los gobiernos y centrado en temas medioambientales de cambio climático y sostenibilidad que provienen de perspectivas políticas, no del emprendimiento.
En cambio, la Unión Europea está apostando todo su futuro en el falso concepto de «Estado empresario», defendido por la economista italiana Mariana Mazzuccato. A los gobiernos y a los partidos socialistas les encanta la idea de que gigantescas empresas tecnológicas como Apple o Amazon deben su éxito al gasto gubernamental y al empleo en el sector público. Esta idea es una fantasía que ha sido desmentida por la dura realidad de que la UE se queda atrás en el alcance tecnológico global. En «The Myth of the Entrepreneurial State», Alberto Mingardi y Deirdre McCloskey desmontan la idea de que el sector público está a la cabeza de la innovación y el progreso tecnológico.
Desgraciadamente, es probable que el plan de la Next Generation EU repita los fracasos del Plan Juncker y del Plan de Crecimiento y Empleo de 2009. El principal problema es que pretende gastar una enorme cantidad de dinero rápidamente en áreas que son favorecidas por los políticos mientras la economía europea sufre el aumento de los costes de los insumos, la energía y las materias primas. La economía europea está perdiendo competitividad por el aumento de los precios de producción y el debilitamiento de los márgenes, y parte de ello se debe a la prohibición del gas de esquisto y a la imposición de una política energética poco competitiva y políticamente dirigida. Todas esas cosas pueden cambiar rápidamente con políticas serias destinadas a apoyar a las pequeñas empresas y a las familias con impuestos más bajos, pero los responsables políticos son reacios a tomar medidas que aumenten el crecimiento económico real.
En 2009, algunos países decidieron utilizar el Plan de Crecimiento y Empleo para financiar la bajada de impuestos y la reducción de la burocracia. Por desgracia, eso no será posible esta vez porque la UE de nueva generación se centra en el gasto bajo la dirección de una visión política.
Existe una extraordinaria oportunidad para reducir los precios de la energía e impulsar a las pequeñas y medianas empresas para que se conviertan en los nuevos gigantes tecnológicos. Desgraciadamente, existen elevados riesgos que pueden llevar este nuevo programa a un mayor gasto masivo en proyectos keynesianos de elefante blanco sin retorno económico real. El potencial de la Unión Europea es enorme, pero el «dirigismo» está impidiendo a muchos países acercarse a su potencial.