Como debería quedar claro a estas alturas, la declaración de Francis Fukuyama en The End of History: The Last Man (1992) de que habíamos llegado al «fin de la historia» no significaba que el liberalismo clásico, o la economía laissez-faire, hubiera salido victorioso sobre el comunismo y el fascismo, o que la última hegemonía ideológica señalara el fin del socialismo. De hecho, para Fukuyama, el final de la historia fue siempre el socialismo democrático o la socialdemocracia. Como señaló Hans-Hermann Hoppe en Democracia: el dios que fracasó, «el último hombre» en pie no era un homo economicus capitalista, sino un «homo socio-democraticus» (222). El fin de la historia, con todas sus pretensiones hegelianas, no supuso la derrota del socialismo-comunismo sino del liberalismo clásico. Evidentemente, el gran Estado y el gran capital habrían llegado a una inevitable y definitiva distensión. El Gran Reinicio es la consumación de esta distensión final.
La subversión por parte de las élites del sistema de libre mercado y de la democracia republicana ya estaba en marcha desde muchas décadas antes del «fin de la historia». Según Cleon W. Skousen en The Naked Capitalist, las élites posicionadas dentro de los principales bancos, las grandes corporaciones, los principales grupos de reflexión, las influyentes empresas editoriales, los medios de comunicación, las fundaciones exentas de impuestos, el sistema educativo y el gobierno de EEUU intentaron rehacer EEUU a la imagen de su (antiguo) archirrival colectivista desde al menos principios de la década de 1930 (57-68). Como señaló Carrol Quigley en Tragedy and Hope: A History of the World in Our Time (1966), las élites propagaron las ideologías socialistas, comunistas y otras ideologías colectivistas en su país, al tiempo que financiaban y armaban a los bolcheviques en Rusia y a los comunistas en Vietnam y promovían políticas internacionales que condujeron al abandono deliberado de Europa del Este y el Sudeste Asiático al azote comunista.
Para muchos, el objetivo de hacer avanzar el socialismo ha sido más evidente en la presteza con la que las instituciones de educación superior han absorbido y difundido ideologías colectivistas marxistas, neomarxistas y posmarxistas en sus diversas formas, al menos desde principios de la década de 1930, incluyendo la propaganda soviética, la teoría crítica, la teoría posmoderna y las variantes más recientes, la teoría crítica de la raza, los estudios críticos de la blancura y la ideología LGBTQIA+. La temida «larga marcha por las instituciones» nunca fue un proyecto de base. Más bien fue un trabajo interno emprendido por las élites en posiciones de poder e influencia. Cuando los filósofos, sociólogos y psicólogos de la escuela de Frankfurt de la teoría crítica emigraron a los EEUU en 1933 —armados con la teoría marxista de la revolución y el modelo de Antonio Gramsci para la hegemonía cultural socialista— no inauguraron esta marcha. Más bien, fueron acogidos por las élites y financiados por fundaciones exentas de impuestos cuya labor ya estaba muy avanzada.1 La llamada larga marcha por las instituciones fue una estampida dentro de ellas.
Para entender el Gran Reinicio, entonces, debemos reconocer que el proyecto representa la culminación de un intento de siglos de destruir el liberalismo clásico (el libre mercado, la libertad de expresión y la democracia liberal), el constitucionalismo americano y la soberanía nacional. La idea de resetear el capitalismo sugiere que el capitalismo había sido puro anteriormente. Pero el Gran Reinicio es la culminación de un proceso de colectivización y un proyecto socialista democrático mucho más largos, con su correspondiente crecimiento del Estado. A pesar de ser presentado como el antídoto a las supuestas debilidades del libre mercado, que el fundador y presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, y compañía equiparan con el «neoliberalismo», el Gran Reinicio está destinado a intensificar y completar un intervencionismo económico ya prevaleciente, y a utilizar el poder militar liderado por Estados Unidos para completar este proceso cuando la intervención económica resulte infructuosa. Esto explica, en parte, el armamento y la financiación de Occidente a Ucrania contra su atacante ruso.
No pretendo sugerir que la economía neomarxista global del Gran Reinicio, y su fascismo económico internacional en lugar de nacional, no sean nuevos. Son nuevos, al igual que los medios con los que se van a llevar a cabo. Pero no debemos confundirnos como para pensar que el proyecto del Gran Reajuste nació ab nihilo: es la culminación de décadas de pensamiento y activismo de las élites.
- 1El teórico de la escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse, por ejemplo, fue financiado por el American Council of Learned Societies, la Louis M. Rabinowitz Foundation, la Rockefeller Foundation y el Social Science Research Council. Véase Herbert Marcuse, One-Dimensional Man (1964; repr., Londres: Routledge, 2002), p. iv, donde Marcuse reconoce dicha financiación.