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La política industrial está de vuelta —y es un error gigantesco

Desde la crisis financiera, los responsables políticos de las economías occidentales se han volcado cada vez más hacia las políticas industriales a gran escala. Las llamadas políticas orientadas a la misión se lanzan como respuesta a muchos problemas percibidos, especialmente el cambio climático y la reciente urgencia entre los países occidentales de reducir su dependencia de China.

Este renacimiento del capitalismo de Estado implantado en muchos países occidentales en la actualidad, que se expresa en programas gubernamentales a gran escala, debe examinarse en un contexto macroeconómico e ideológico más amplio. Así lo hacemos en nuestro nuevo libro Moonshots and the New Industrial Policy: Questioning the Mission Economy, publicado por Springer y disponible para su descarga gratuita. En total, veintitrés investigadores de distintas partes del mundo contribuyen con planteamientos teóricos y descripciones en profundidad de los dilemas de la política industrial.

Nuestra conclusión común es que la resurrección de la política industrial a gran escala es un gran error histórico.

Durante los 1990, se desarrolló un amplio consenso en torno a la idea de que el papel de la política consistía en diseñar unas condiciones marco bien equilibradas y, en general, eficaces para los negocios. Estas condiciones debían crear, en la medida de lo posible, condiciones independientes del tamaño de la compañía, la edad, el sector, la estructura de financiación, la forma de propiedad y la categoría de propiedad. La creación del mercado interior de la Unión Europea y la apertura a la competencia de sectores anteriormente monopolizados aumentaron la presión para el cambio y estimularon el desarrollo económico.

Estas políticas económicas fueron en gran medida una reacción a las desastrosas políticas industriales de los años setenta. Industrias enteras se habían mantenido vivas gracias a amplias subvenciones directas e indirectas durante décadas. Las reformas necesarias se habían pospuesto mediante devaluaciones de las monedas, aranceles y subvenciones. La lección estaba aprendida: la política industrial de arriba abajo impide el cambio estructural, beneficia a intereses especiales y fomenta el estancamiento.

Tres décadas después, estas lecciones parecen olvidadas. La crisis financiera de 2008-9, la prolongada crisis del euro de 2009-12 y la pandemia volvieron a poner en primer plano una política industrial activa e intervencionista.

Este renacimiento se promueve hábilmente bajo lemas como «política de innovación orientada a la misión» y «Estado empresarial», pregonados por célebres economistas como la italo-británica Mariana Mazzucato y el profesor de Harvard Dani Rodrik. Se les invita regularmente a Davos y eventos similares para dar legitimidad a las iniciativas a gran escala de los gobernantes.

Estos académicos sostienen que, del mismo modo que el programa de alunizaje impulsó el desarrollo económico de los Estados Unidos, deberían iniciarse «moonshots» similares en otros ámbitos, movilizando a agentes privados y públicos hacia objetivos comunes como erradicar la falta de vivienda o curar el cáncer.

En nuestro libro, los investigadores identifican varias razones por las que esta política aparentemente atractiva es en realidad problemática. La lista de proyectos grandiosos que han fracasado es larga. Algunos ejemplos: la guerra de EEUU contra los sin techo y el programa de compra de viviendas (que fue un factor de la crisis financiera), el intento de Brasil de reconstruir su industria naval, el «programa del millón» sueco para impulsar la oferta de viviendas, el intento de los EEUU de utilizar la ayuda para construir países en desarrollo y la «guerra contra el cáncer» de Richard Nixon.

Identificamos siete razones por las que estas misiones no suelen funcionar bien en la práctica:

  1. Las misiones no pueden resolver problemas complejos.
  2. Los políticos y los organismos gubernamentales no están exentos de intereses propios.
  3. Los responsables de la toma de decisiones carecen de información suficiente para diseñar adecuadamente las misiones.
  4. Las misiones están sujetas a la búsqueda de rentas y a la captura de misiones.
  5. Las misiones distorsionan la competencia.
  6. Las ayudas públicas distorsionan los incentivos y crean riesgo moral.
  7. No se tienen en cuenta los costes de oportunidad.

Estos siete factores impregnan los fracasos de la política industrial analizados en nuestro libro. También son aplicables a las megainversiones y a los llamados acuerdos verdes que se despliegan ahora por todo el mundo, y que a menudo no tienen precedentes en la historia industrial.

Una economía de mercado se basa en un proceso descentralizado con margen para la experimentación, la evaluación y la selección. Las compañías y los particulares interactúan espontáneamente y ponen a prueba la viabilidad económica de distintas soluciones. La principal tarea de la política debe consistir en crear unas reglas del juego que incentiven adecuadamente a los agentes pertinentes para encontrar soluciones rentables y adecuadas a los grandes retos de la sociedad.

El retorno de la política industrial significa un renacimiento de la simbiosis entre el Estado y los propietarios de capital. Tanto la teoría económica como la experiencia histórica demuestran que esto es un error. Cuanto antes lo reconozcamos y demos un giro de 180 grados, menos costosa y dolorosa será la recuperación.

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