A mediados de la década de 2000 surgió un nuevo movimiento intelectual bajo el nombre de «Nuevo Ateísmo». Los representantes de este movimiento se veían a sí mismos como campeones del método científico, del análisis razonado de los hechos basado en pruebas contra las supersticiones místicas y primitivas de la religión organizada y todo el daño social, político y cultural que supuestamente produce. Mientras ellos seguían a lo suyo, un movimiento intelectual más primitivo, místico, supersticioso, peligroso, dañino y despreciable que las descripciones más denunciatorias de la religión hechas por el ateo más ferviente ha ido consolidando su posición casi monopolística en la cultura y la sociedad occidentales. Un espectro recorre Occidente — el espectro del igualitarismo de grupo.
Conociendo al enemigo
En este artículo sólo se puede hacer una breve formulación de la doctrina igualitaria de grupo y sus implicaciones ideológicas. La idea de que cada ser humano es igual en todas sus capacidades y rasgos es demasiado ridícula como para creerla seriamente, así que lo que hacen los igualitaristas de grupo es simplemente retroceder un nivel en la cuestión, creyendo en cambio que cada grupo de seres humanos es realmente igual. Estas dos creencias son en realidad idénticas; una necesita a la otra. Si los seres humanos individuales son desiguales, los grupos formados por esos seres humanos también lo son, y viceversa. El igualitarismo de grupo no es menos ridículo o evidentemente erróneo que el igualitarismo individual, pero el ligero proceso de abstracción necesario para formar los conceptos de diferentes grupos es aparentemente todo lo que se necesita para nublar y ofuscar este hecho en la mente del progresista moderno.
Ahora viene la cuestión central: si todos los grupos son iguales, ¿cómo es que hay grandes diferencias de resultados en todos los ámbitos imaginables de la actividad social entre todos los grupos imaginables de seres humanos? Para los progresistas, la explicación está en sus teorías sobre la dinámica del poder social. Estas teorías dividen las sociedades en opresores y oprimidos. El factor determinante de la categoría en la que se encuadra un grupo determinado es su grado de dominio e influencia social. Los grupos identificados como los que ostentan dicho dominio e influencia en una sociedad se designan como el Grupo Opresor, mientras que el resto constituye las filas de los oprimidos (o los «marginados»).
¿En qué consiste esta opresión y cuáles son sus orígenes según los progresistas? En pocas palabras, consiste en normas y actitudes sociales supuestamente represivas y dominantes, junto con la discriminación legal descarada y la violencia sancionada por el Estado. El origen de estas horribles atrocidades... los Grupos Opresores Designados las crearon, por supuesto. Todo es obra suya. Al fin y al cabo, son los únicos capaces de crear y perpetuar normas, costumbres y leyes; todos los demás son demasiado impotentes y marginados para semejante tarea.
Las «normas y actitudes culturales y sociales represivas» que denuncian los progresistas no son sólo el racismo, el sexismo, la xenofobia, la homofobia, etc. que se pueden señalar e identificar fácilmente. Para ellos, es mucho más complicado. Contra lo que luchan es contra cualquier norma y actitud social que diferencie a un grupo A de un grupo B a la hora de fundamentar los juicios de valor. Dado que los progresistas consideran que todos los grupos son intrínsecamente intercambiables y sólo se diferencian por factores ambientales, para ellos todas las normas y disposiciones que se basan en considerarlos diferentes son intrínsecamente arbitrarias y, con mucha frecuencia, perjudiciales, opresivas y prejuiciosas para los grupos marginados.
Estas normas están tan entretejidas en la sociedad cotidiana que quienes las perpetúan ni siquiera son conscientes de su «sesgo implícito» y sus prejuicios contra los grupos marginados (si los propios miembros de los grupos marginados las perpetúan, se dice que tienen «prejuicios interiorizados» contra su propio grupo). Los supuestos efectos negativos gigantescos que las normas y los precedentes legales de la sociedad dominante tienen sobre los marginados (desde las «microagresiones» hasta la «discriminación sistémica») son lo que les impide estar a la altura del éxito de los grupos opresores. La tarea del progresista es descubrir y llamar la atención sobre estas actitudes, comportamientos, mecanismos e instituciones. La mayoría de ellos parecen inocuos y triviales para una persona normal, pero no para los progresistas. Éstos tienen la conciencia social necesaria que les permite identificar estas «fuerzas opresoras» y el daño que, según ellos, se deriva de ellas (a esto se refiere el estar «despierto»: a la conciencia de lo que los progresistas consideran «injusticia social»).
¿Qué ocurre si un miembro de un grupo opresor señala una norma o ley que, según él, le afecta negativamente como miembro de ese grupo? Los progresistas niegan toda posibilidad de que se dé tal caso. Según ellos, los grupos opresores crearon precisamente aquello de lo que se quejan, por lo que afirmar que podría afectarles negativamente no tiene sentido (uno de los infinitos sinsentidos que contiene cualquier visión igualitaria del mundo). De hecho, el mero hecho de presentar tal queja es recibido con burla y mofa por los progresistas mediante la irónica acusación de «querer ser oprimido de verdad».
Cualquiera de estas «normas y leyes represivas», por lo tanto, sólo pueden afectar negativamente a los marginados, según los progresistas — y utilizarán todos los trucos retóricos inteligentes a su disposición para argumentar esta afirmación. Así, por ejemplo, si se burlan o critican a un hombre por actuar de forma femenina, eso es un ejemplo de «implicación misógina de que actuar de forma femenina es malo». A la inversa, si se burlan o critican a una mujer por actuar de forma masculina, eso es un ejemplo de «misóginos que dicen a una mujer cómo puede y cómo no puede actuar». Casi cualquier cosa puede interpretarse como racista, sexista, capacitista, clasista, heteronormativa, etc. si se consigue que el argumento suene lo bastante convincente al menos para alguien; así es como se llega a clásicos como «La insoportable blancura del senderismo.»
¿Qué pasa con el resentimiento o los prejuicios manifiestos de los miembros de los marginados hacia uno o más de los grupos opresores (que sería el resultado previsible de inculcarles la idea de que esos grupos tienen prejuicios culturales inherentes contra ellos y son los culpables de sus deficiencias)? Los progresistas más radicales te dirán que esto no constituye racismo o sexismo o clasismo o lo que sea porque los marginados no tienen el «poder sistémico» para incurrir en esos comportamientos, mientras que los progresistas más suaves estarán de acuerdo en describirlo en esos términos, pero dirán que en última instancia no importa mucho porque el odio a los opresores por parte de los marginados no tiene «impacto social». En resumen, los comportamientos y actitudes de los grupos opresores que el grueso de la sociedad considera completamente inocuos constituyen horribles «sesgos y prejuicios implícitos» represivos que deben ser identificados, psicologizados y eliminados por la causa de la justicia social; pero el odio abierto de los marginados puede tratarse tranquilamente como irrelevante.
La teoría de la «interseccionalidad» vincula todo este proyecto, afirmando que la intersección y el solapamiento entre las identidades sociales (marginadas u opresivas) de una persona determinan su posición en el tótem de las Olimpiadas de la Opresión. Cuantas más identidades marginales tengas, más cualificado estarás para hablar sobre el tema de la «justicia social» debido a tu «experiencia vivida» (¿qué es una experiencia no vivida?) de sufrir discriminación. ¿Qué puedes hacer si perteneces a uno o varios grupos opresores y eres partidario (en sus términos, «aliado») de la justicia social? «Descéntrate» y deja que los marginados tomen la iniciativa mientras tú difundes el mensaje en un segundo plano. ¿Puede uno superar su condición de marginado con su propio esfuerzo? No, eso es una tontería; el problema es sistémico.
Envidia contra la meritocracia
La completa bancarrota intelectual de toda esta doctrina debería quedar clara. Considerar las diferencias de resultados entre grupos como una prueba inherente de dominación y opresión del grupo menos exitoso por parte del más exitoso es un error; esas diferencias pueden darse y se dan de forma natural y orgánica (esto no significa negar la existencia histórica y presente de opresión y dominación). Considerar que las diferentes normas sociales y estereotipos asociados a los distintos grupos son inherentemente arbitrarios, perjudiciales y creados por los más exitosos para subyugar al resto es un error (esto no quiere decir que todas las normas sociales y estereotipos sean automáticamente útiles y precisos).
A pesar de sus pretensiones sobre la «compasión por los marginados», lo que estos falsos puntos de partida seguidos de ridículas no-sequiturs, psicologización y wishful thinking traicionan en su creyente es un profundo sentimiento de envidia. A nivel fundamental, estas doctrinas identifican el éxito con la opresión; una doctrina antimeritocrática hasta la médula. Es difícil describir la maldad que encierra una visión del mundo que culpa a los que tienen éxito de los defectos de los que tienen menos. Ayn Rand identificó el fenómeno como «odio a lo bueno por ser bueno» — odio causado no por los vicios de alguien, sino por poseer un valor o una virtud que uno considera deseable.
La envidia es una emoción potencialmente muy peligrosa; desempeñó un papel importante en el genocidio de los tutsis (que dominaban la sociedad ruandesa a pesar de ser sólo el 14% de la población) por parte de los hutus. No se deje engañar por el prestigio de los académicos que propagan la doctrina igualitaria de grupo — es la superstición primitiva de nuestra época.