En 2016, escribí un artículo en Mises.org muy crítico con el objetivo de inflación. En ese momento la idea de un objetivo de inflación del 2% se estaba haciendo bastante común. Desde entonces se ha convertido en una rutinaria vara de medir para evaluar las políticas económicas.1 Fue un éxito con políticos, economistas progresistas y prestatarios en todo el mundo, porque, con una inflación por debajo de ese nivel, en la mayoría de las grandes economías era una licencia para seguir imprimiendo dinero. Y ahora, con la inflación acercándose al 2%, la masa del dinero barato ha hecho exactamente lo que yo esperaba y ha iniciado la faseII: el nuevo objetivo es una media del 2%. En otras palabras, como estuvimos por debajo del 2%, un aumento al 3% o el 4% durante un tiempo es deseable por alguna razón.
La tasa multitalla del 2% fue elegida probablemente por las razones anteriores, además de que sonaba a una cantidad redonda inocua, cuyo nivel se mantuvo durante un tiempo durante algunos auges económicos pasados. Sin embargo, el sentido común señala que una solo talla no vale para todo. Hay situaciones en las que es apropiada una inflación cero, en la que la competencia sana (interna y externa) más la innovación y la automatización aparecen por todas partes. Por otro lado, durante las sacudidas de oferta, como la crisis del petróleo de la década de 1980, debe tolerarse más de un 2% para evitar un desastre.
Lo que da miedo es que ese objetivo de inflación implica inflar deliberadamente como una herramienta política rutinaria para gestionar la economía. Es un alejamiento descarado de la tarea tradicional de los bancos centrales de proteger el poder adquisitivo de una moneda. En un país masivamente endeudado, como el nuestro, rebajar estar “tarea sagrada” multiplica el riesgo de inestabilidad. Sin embargo, la idea ha conseguido abrirse paso en el pensamiento ortodoxo sin asustar a tanta gente como debería haberlo hecho.
El objetivo puede estar lejos de tener mérito económico, pero era brillante al ser algo fácil entender y una letanía que sonaba razonable y que podía cantarse cada vez que aparecieran los críticos de los excesos de facilidades. No creo que tengamos tanta suerte si la idea de la media de la fase II gana adeptos.
Mientras continúa la lenta y larga recuperación y se fortalece el mercado laboral, la Fed se encuentra bajo presión para restaurar los tipos de interés a un nivel neutral y reducir su enorme balance. Son malas noticias para la masa del dinero barato. Un montón de facturas del periodo de extrema facilidad empezarán a vencer. Sin embargo, tipos nominales más altos con una inflación aún más alta sigue equivaliendo a tipos reales bajos: ¡Eureka, hagamos la media!
Entretanto, todos parecen fijarse en las minucias del ciclo económico mientras ignoran el elefante en la habitación. Hay billones y billones de dólares, instrumentos en dólares y contratos en dólares en poder de partes que se verían dañadas por la inflación real o por cambios en las expectativas si adoptamos las ideas del 3% o el 4%. Al contrario que el 2%, estas cifras están fuera de la zona de confort de mucha gente y el elefante podría reaccionar de mala manera.
¿Qué pasa si el elefante rechaza quedarse quieto para el castigo inicial y luego por razones incomprensibles rechaza creer que el gobierno tendrá la voluntad o capacidad de devolver la inflación al 2% después de un año o dos? Cuando los banqueros centrales estaban reanimando la economía mundial con tipos superbajos, declararon solemnemente que “harían lo que hiciera falta”, lo que iba bien a los políticos, ya que significaba imprimir más dinero. Pero cualquiera que crea que el banco central es igualmente libre para hacer lo que haga falta para sujetar la inflación usando tipos altos es un ingenuo. Los políticos temen una recesión, afrontando el presupuesto los costes de los intereses y, sobre todo, que la oposición gane las elecciones.
Por otro lado, la perspectiva de que se permita o incluso se dé la bienvenida a una inflación del 3% o el 4% no es una mera abstracción para las personas, empresas y gobiernos extranjeros que tendrían que pagarla. Incluso si todo fuera de acuerdo con el plan con un año o dos controlados de exceso seguidos por una vuelta al 2%, seguiría siendo muy costoso para el elefante. Y esperar un retorno ordenado al 2% requiere un enorme acto de fe.
Tal vez se podría trabajar con algunas de las ideas de objetivos si la Fed y otros bancos centrales fueran capaces de controlar las cosas como suponen los defensores de dichos objetivos. Pero la realidad es que a medida que las cosas se van tensando, el lugar del banco central en el orden jerárquico puede caer rápidamente al tercer puesto, detrás del elefante y los políticos. Cuando aparece la inflación, estos dos últimos tienden a reforzarla.
- 1En este artículo, “inflación” significa inflación de precios, medida por el IPC y mediciones similares.