[Los defensores de los aranceles y los controles comerciales afirman a menudo que los aranceles son buenos “para todos” porque acaban llevando a más producción y creación de riqueza para todos en la economía. En el capítulo 2 de Teoría e historia, Ludwig von Mises señala que las políticas intervencionistas pensadas para beneficiar a cierto grupo de intereses (por ejemplo, aranceles) no consiguen los objetivos proclamados y por tanto no son buenos “para todos” después de todo. -Ed.]
Las políticas económicas se dirigen hacia el logro de fines concretos. Al tratarlas, la economía no cuestiona el valor asociado a estos fines por parte de hombres que actúan. Se limita a investigar dos puntos: Primero, si las políticas afectadas son o no las apropiadas para alcanzar los fines que quienes las recomiendan y aplican quieren obtener. En segundo lugar, si estas políticas no producen tal vez efectos que, desde el punto de vista de los que las recomiendan y aplican, son indeseables.
Es verdad que los términos en los que muchos economistas, especialmente los de generaciones anteriores, expresaban el resultado de sus investigaciones podría malinterpretarse fácilmente. Al tratar con una política concreta adoptaban una manera de hablar que habría sido adecuada desde el punto de vista de aquellos que consideraban recurrir a ella para conseguir fines concretos. Precisamente porque los economistas no tienen prejuicios y no se aventuran a cuestionar la elección de fines de los hombres que actúan, presentaban el resultado de su deliberación en un modo de expresión que daba por sentadas las valoraciones de los actores. La gente apunta a fines definidos cuando recurre a un arancel o decreta tasas de salario mínimo. Cuando los economistas pensaban que esas políticas alcanzarían los fines buscados por sus defensores, las calificaban de buenas (igual que un médico califica como buena cierta terapia porque da por sentado su fin: curar a su paciente).
Uno de los teoremas más famosos desarrollados por los economistas clásicos, la teoría de Ricardo de los costes comparativos, está libre de críticas si podemos jugar el hecho de que cientos de apasionados adversarios a lo largo de un periodo de ciento cuarenta años no han conseguido presentar ningún argumento sólido contra él. Es mucho más que simplemente una teoría que trata los efectos del libre comercio y el proteccionismo. Es una proposición acerca de los principios fundamentales de la cooperación humana bajo la división del trabajo y la especialización y la integración de grupos vocacionales, acerca del origen y posterior intensificación de los lazos sociales entre hombres y debería como tal ser llamada la ley de la asociación. Es indispensable para entender el origen de la civilización y curso de la historia. Contrariamente a las concepciones populares, no dice que el libre comercio sea bueno y el proteccionismo malo. Se limita a demostrar que el proteccionismo no es un medio para aumentar la oferta de bienes producidos. Así que no dice nada acerca de lo apropiado o inapropiado del proteccionismo para alcanzar otros fines, por ejemplo, para mejorar las posibilidades de una nación de defender su independencia en una guerra.
Los que acusan a los economistas de prejuicios se refieren a su supuesta ansiedad por servir a “los intereses”. En el contexto de su acusación esto se refiere a la búsqueda egoísta del bienestar de grupos especiales en perjuicio de la comunidad. Pero debe recordarse que la idea de la comunidad en el sentido de una armonía de intereses de todos los miembros de la sociedad es una idea moderna que debe su origen precisamente a las enseñanzas de los economistas clásicos. Las generaciones anteriores creían que había un conflicto irreconciliable de intereses entre hombres y entre grupos de hombres. La ganancia de uno es invariablemente el daño de otros; ningún hombre gana sino mediante la pérdida de otros. Podemos llamar a esta idea el dogma Montaigne, porque en los tiempos modernos fue expuesto por primera vez por Montaigne. Era la esencia de las enseñanzas del mercantilismo y el principal objetivo de la crítica de los economistas clásicos del mercantilismo, los cuales oponían su doctrina de la armonía de los intereses correctamente entendidos o a largo plazo de todos los miembros de una sociedad de mercado. Los socialistas e intervencionistas rechazan la doctrina de la armonía de intereses. Los socialistas declaran que hay un conflicto irreconciliable entre los intereses de las diversas clases sociales de una nación: mientras que los intereses de los proletarios reclaman la sustitución del capitalismo por el socialismo, los de los explotadores reclaman la conservación del capitalismo. Los nacionalistas declaran que los intereses de las diversas naciones están irreconciliablemente en conflicto.
Es evidente que el antagonismo de doctrinas tan incompatible solo puede resolverse mediante razonamiento lógico. Pero los que se oponen a la doctrina de la armonía no están dispuestos a someter sus opiniones ha dicho examen. Tan pronto como alguien crítica sus argumentos y trata de probar la doctrina de la armonía gritan que hay prejuicios. El mero hecho de que solo ellos, y no sus adversarios, los defensores de la doctrina de la armonía, planteen este reproche muestra claramente que son incapaces de rechazar mediante raciocinio los enunciados de sus oponentes. Se dedican al examen de los problemas afectados presuponiendo que solo apologistas con prejuicios e intereses siniestros pueden discutir la corrección de sus dogmas socialistas o intervencionistas. A sus ojos, el mero hecho de que un hombre esté en desacuerdo con sus ideas es una prueba de sus prejuicios.
Llevada sus últimas consecuencias lógicas, esta actitud implica la doctrina del polilogismo. El polilogismo niega la uniformidad de la estructura lógica de la mente humana. Toda clase social, toda nación, raza o periodo de la historia está dotado de una lógica que difiere de la lógica de otras clases, naciones, razas o épocas. Por tanto, la economía burguesa difiere de la economía proletaria, la física alemana de la física de otras naciones, las matemáticas arias de las matemáticas semíticas. No hay necesidad de examinar aquí lo esencial de las diversas ramas del polilogismo. Pues el polilogismo nunca fue más allá de la simple declaración de que existe una diversidad en la estructura lógica de la mente. Nunca señaló en qué consisten esas diferencias, por ejemplo, cómo la lógica de los proletarios difiere de la de los burgueses. Lo único que hicieron los defensores del polilogismo fue rechazar enunciados concretos refiriéndose a particularidades no especificadas de la lógica de su autor.