Muchos conceptos erróneos sobre la naturaleza del sistema de libre mercado se derivan de la ignorancia de quién se beneficia en última instancia del proceso de mercado. El hecho de que un número significativo de los que más se beneficiarían de las operaciones del mercado —los consumidores— tiendan también a albergar gran parte de los antagonismos contra las características lógicamente necesarias del mercado pone de relieve la desafortunada realidad de que la mayoría de la gente aún no ha comprendido correctamente cómo el mecanismo del mercado podría servir a sus mejores intereses. Así, no es sorprendente que, en la historia moderna, abunden los registros de políticos, estadistas y planificadores ambiciosos que han explotado esta ignorancia generalizada para promover fines utópicos mediante políticas eclécticas e inherentemente contradictorias que la deliberación racional podría fácilmente exponer como ilusorias.
Una de las características ampliamente criticadas del sistema de mercado es el concepto de competencia cataláctica. No es sorprendente que la noción de libre competencia dentro de la sociedad de mercado atraiga las más severas censuras, dada su incompatibilidad con las preconcepciones ideológicas de la mayoría de la gente, como el igualitarismo obligatorio y la «justicia social». Este artículo ofrece una defensa de la competencia cataláctica como una característica inherente del orden social de la división del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción. A través del razonamiento praxeológico, ilustrará los efectos ocultos de las posibles perturbaciones del orden competitivo.
Competencia cataláctica vs. competencia darwiniana
Es importante, en primer lugar, hacer una distinción clara entre la competencia tal como se entiende en el campo de la cataláctica y la competencia tal como se concibe en el sentido darwiniano. La competencia cataláctica es un aspecto de la cooperación social, en el que los hombres que actúan consideran que superar a los demás participantes en el servicio a los consumidores es un medio para alcanzar sus propios fines. No es sinónimo de la llamada «ley de la jungla» o de la concepción darwiniana de la lucha biológica por la supervivencia. Por tanto, el uso de términos o frases combativas como «despiadada», «conquista» o «aplastamiento de competidores» para describir el estado de cosas en el campo de la cataláctica sólo es engañoso y, en consecuencia, distrae de las deliberaciones serias sobre el tema. En pocas palabras, la competencia cataláctica impide el inicio del uso de la fuerza entre los participantes del mercado.
Una serie de competencias
No puede haber un mercado independiente del proceso de competencia. Si consideramos el mercado como un proceso continuo, en lugar de un estado de equilibrio en el que no hay acción, podremos comprender mejor el hecho de que la competencia siempre está en curso dentro de las distintas categorías económicas —empresarios, capitalistas, propietarios de recursos y consumidores—, así como en sus funciones integradas. El proceso de mercado es una serie de acciones competitivas entre diversos participantes del mercado que actúan para obtener medios escasos que ayuden a la satisfacción de necesidades urgentes. Por ejemplo, los empresarios, utilizando el cálculo económico, se embarcan en la compra de sus factores. Compiten en función del límite establecido por los precios previstos de los productos marginales. Como estos recursos son escasos y tienen usos alternativos, intentan quitárselos a otros empresarios que evalúan de manera similar y tratan de obtenerlos para líneas de producción alternativas. Los propietarios de los recursos, al cooperar en el proceso, ofrecen voluntariamente sus recursos para la venta al empresario que ofrezca la oferta más alta.
Los consumidores tampoco son inmunes a la competencia en el mercado, ya que los productos que más desean son simultáneamente deseados por otros consumidores en el mercado. Los compradores submarginales quedan excluidos de la obtención de esos bienes y se dirigen a compradores más capaces. De este modo, el poder adquisitivo y de negociación se convierten en los factores determinantes de la competencia de cada consumidor en el mercado.
El orden competitivo y el monopolio
Se afirma a menudo que la competencia excluye el monopolio, pero el concepto de monopolio no suele estar definido. El monopolio es un concepto con varias connotaciones.
Por un lado, está la connotación que implica el control absoluto del acceso a un recurso vital, en el que un solo individuo o un grupo de individuos, mediante el uso de la fuerza, excluyen su uso por otros usuarios, ya sea al servicio de intereses creados o de acuerdo con juicios arbitrarios. Este sería el caso de una dictadura absoluta o de un estado socialista de alcance mundial, en el que el Führer, el zar de la producción o alguna burocracia gobernante dicta las circunstancias de disponibilidad de esos recursos para otros usuarios. Con respecto a esta connotación de monopolio, puede decirse que la afirmación anterior es cierta.
Por otra parte, existe la connotación de monopolio, que implica el control del acceso a cantidades definidas de un recurso vital para la producción como resultado de la apropiación original o del intercambio voluntario. Esto podría ocurrir mediante una alerta empresarial previa, previsión y anticipación precisa del estado futuro del mercado. Esto supuestamente conduce a la posterior imposición de un «precio de monopolio» por el recurso en cuestión. Antes de la aparición del «monopolio», todos los demás empresarios, al ejecutar su función de compra, eran libres de competir en la adquisición del recurso hasta la cantidad máxima obtenible para la producción futura, sin embargo, subestimaron la importancia potencial del recurso en relación con las condiciones futuras del mercado.
Es importante señalar que este tipo de monopolio no impide la libre entrada en la industria en cuestión ni la existencia de un mercado de posibles sustitutos del bien monopolizado, por lo que es compatible con el orden competitivo. Como Mises lo expresa sucintamente en Acción humana: «Sería un grave error deducir de la antítesis entre precio de monopolio y precio competitivo que el precio de monopolio es el resultado de la ausencia de competencia. Siempre hay competencia cataláctica en el mercado». Además, cualquier intento de obligar a este empresario «monopolista» a tomar decisiones alternativas que, —a juzgar por su punto de vista—, son insatisfactorias, puede llegar a ser un factor potencialmente perjudicial para el orden competitivo.
Alteración del orden competitivo
Dado que el sistema de libre mercado se basa en la cooperación y las interacciones voluntarias de individuos que actúan para satisfacer sus deseos, se deduce lógicamente que cualquier instancia de acción coercitiva por parte de individuos o grupos de individuos destinada a influir en las acciones de otros individuos se vuelve potencialmente disruptiva del orden competitivo que define este sistema.
La amenaza más sistemática al orden competitivo es la doctrina económica falaz que ha ganado cada vez mayor aceptación en prácticamente todos los países del mundo hoy en día y que se ha convertido en la base de políticas que perturban el mecanismo de cooperación social, —el intervencionismo. El intervencionismo plantea la noción de una compatibilidad entre el capitalismo de libre mercado y las intervenciones violentas del Estado en los asuntos económicos. El intervencionismo es supuestamente un sistema económico intermedio entre el capitalismo y el socialismo, es decir, un tercer sistema económico de organización económica. Sin embargo, como Mises señala sucintamente en su libro El medio del camino conduce al socialismo:
El intervencionismo no puede considerarse un sistema económico destinado a perdurar. Es un método de transformación del capitalismo en socialismo mediante una serie de pasos sucesivos.
Los defensores de la doctrina del intervencionismo, sin tomar en cuenta la ineludible interdependencia de los fenómenos económicos, consideran la economía como un sistema compartimentado y débilmente acoplado en el que se pueden adaptar acciones específicas a diversos «compartimentos» de la economía con la esperanza de obtener los resultados deseados. Sin embargo, la mayoría de las políticas impulsadas en el marco del intervencionismo casi siempre producen resultados que, a juzgar desde el punto de vista de sus iniciadores, son insatisfactorios. Más específicamente, las políticas dirigidas a la supresión de la competencia terminan perjudicando a los consumidores, cuyas necesidades estarían mejor atendidas en un mercado sin trabas.
Se han presentado argumentos contra la competencia basados en imperfecciones de la competencia que supuestamente causarían más problemas que si se suprimiera la competencia. Pero, como dice Hayek en el libro Individualismo y orden económico:
...los males que la experiencia ha demostrado que son la consecuencia regular de la supresión de la competencia son de un plano diferente de aquellos que pueden causar las imperfecciones de la competencia.
Por ejemplo, el uso de aranceles para suprimir la competencia extranjera en un mercado interno generalmente termina elevando los precios de los productos básicos producidos localmente, dañando la productividad laboral al trasladar la producción de áreas con condiciones favorables a áreas desfavorables y alentando la cartelización y el monopolio arraigado en el mercado interno.
Los beneficiarios finales de la libre competencia
El orden competitivo es lo que más conviene a los consumidores —a quienes va dirigida toda la actividad productiva del empresario—, ya que ello implicaría la posibilidad de satisfacer mejor sus necesidades mediante el acceso a oportunidades más atractivas en el futuro. Si los consumidores desean satisfacer diversas necesidades a través del mecanismo del mercado, deben comprender que la competencia es una característica inherente del sistema de mercado y no se la puede suprimir sin perjudicar sus intereses tanto a corto como a largo plazo.