En la mayoría de las culturas, el beneficio se ve como el resultado de la explotación de algunas personas por otras.
Por tanto, a cualquiera al que se vea esforzándose por obtener beneficios se lo considera una mala noticia y un enemigo de la sociedad y debe ser detenido a tiempo para que no inflija daños.
Sin embargo, el beneficio no tiene nada que ver con la explotación, sino con el uso más eficiente de la financiación real o el ahorro real.
El beneficio como tal debería verse como un indicador, por decirlo así, con respecto a si el ahorro real se emplea de la mejor manera posible, en la medida en que se refiera a la promoción de la vida y el bienestar de la gente.
Si el empleo del ahorro real genera una expansión en las existencias de ahorro real, esto podría verse como indicativo de que este empleo se ha realizado de una manera rentable.
Por el contrario, si hay una disminución en las existencias de riqueza real como resultado de las acciones particulares de personas, esto podría verse como indicativo de una pérdida. Estas acciones causaron el desperdicio de ahorro real.
Evidentemente, una expansión de las existencias de ahorro real, que es el núcleo del crecimiento económico, y se manifiesta a través de los beneficios, debería considerarse como un factor clave para aumentar los niveles de vida de las personas.
En lugar de ser condenadas, las personas que son esenciales en la expansión de las existencias de riqueza real, que se manifiestan en términos de beneficios, debería ser alabadas.
Pues son estas personas las que son esenciales para aumentar los niveles de vida de la población en su conjunto.
Si alguien es responsable de rebajar los niveles de vida, son aquellas personas que desperdician el escaso ahorro real, debilitando así el proceso de formación de ahorro real resultante del debilitamiento de la formación de beneficios o directamente de pérdidas.
Las pérdidas o ganancias solo pueden calcularse en una economía de mercado en la que pueden establecerse los precios de los bienes y los diversos factores de producción. No hace falta decir que la existencia dinero es la clave a la hora de establecer los precios de los bienes y factores de producción. Los tipos de los intercambios de los diversos bienes y factores se expresan en términos de dinero, es decir, la cantidad de dinero por unidad de un bien o unidad de un factor de producción.
El beneficio aparece cuando un empresario descubre que los precios de ciertos factores están infravalorados en relación con el valor potencial de los productos que podrían producir estos factores, una vez empleados.
Al reconocer la discrepancia y actuar sobre ella, un empresario elimina dicha discrepancia, es decir, elimina el potencial de un mayor beneficio.
Según Murray N. Rothbard, todo empresario invierte en un proceso porque espera obtener un beneficio, es decir, porque que cree el mercado ha infravalorado e infracapitalizado los factores en relación con sus rentas futuras.1
Para que un empresario tenga beneficios debe dedicarse a planificar y prever preferencias del consumidor. Consecuentemente, aquellos empresarios que sean los mejores en la previsión de las preferencias futuras de los consumidores obtendrán beneficios.
Por medio de una previsión precisa de los requisitos futuros de los consumidores, las empresas asignan ahorro real a la generación de las infraestructuras que permiten acomodar las demandas futuras de los consumidores.
Sin embargo, la planificación y la investigación nunca pueden garantizar que se obtendrán beneficios: diversos acontecimientos imprevistos pueden perjudicar las previsiones empresariales.
Los errores, que llevan a pérdidas en la economía de mercado, son una parte esencial de las herramientas de navegación, que dirigen el proceso de asignación de recursos en un entorno incierto, en línea con lo que dictan los consumidores. La incertidumbre es parte del entorno humano y obliga a las personas a adoptar posiciones activas.
Algunos comentaristas consideran el beneficio como una recompensa por asumir riesgos. Sin embargo, en palabras de Ludwig von Mises:
Una falacia popular considera el beneficio empresarial como una recompensa por asumir riesgos. Considera al empresario como un jugador que invierte en una lotería después de haber sopesado las posibilidades favorables de ganar un premio frente a las posibilidades desfavorables de perder su apuesta. Esta opinión se manifiesta más claramente en la descripción de las transacciones bursátiles como una especie de juego.
Mises sugiere luego:
Todas las palabras en este razonamiento son falsas. El dueño del capital no elige entre inversiones más arriesgadas, menos arriesgadas y seguras. Se ve obligado, por el mismo funcionamiento de la economía de mercado, a invertir sus fondos de tal manera que atienda las necesidades más urgentes de los consumidores en el mayor grado posible.
Mises añade luego:
Un capitalista nunca elige aquella inversión en la que, de acuerdo con su comprensión del futuro, el peligro de perder su entrada es más pequeño. Elige aquella inversión en la que espera obtener los beneficios más altos posibles.2
Repito, para un empresario, el criterio definitivo para invertir su capital es emplearlo en aquellas actividades que produzcan bienes y servicios que estén en la lista de las máximas prioridades de los consumidores. Es este esfuerzo por satisfacer las necesidades más urgentes de los consumidores el que produce beneficios.
Asimismo, pérdidas y ganancias son los instrumentos por medio de los cuales los consumidores pasan la dirección de las actividades de producción a las manos de aquellos más dotados para atenderlas. Por tanto, las políticas que pretendan recortar o confiscar beneficios perjudican esta función.
En un entorno de interferencia pública y bancos centrales, la consecuente distorsión de los precios hace mucho más difícil el conocimiento de qué empresas están obteniendo beneficios. Como consecuencia, separar las actividades generadoras de riqueza de las actividades no generadoras de riqueza se convierte en una tarea complicada.