Un principio clave para entender la economía austriaca es ver la ineficiencia del gasto público. En una época de Estados prepotentes y política fiscal imprudente, este principio debe subrayarse repetidamente. Los políticos pueden alegar las mejores intenciones cuando distribuyen fondos para defensa militar, bienestar social y obras públicas. Sus funcionarios pueden intentar llevar a cabo estos planes de forma eficiente y ahorrativa.
Sin embargo, la propia naturaleza del gasto público va en contra de la sana economía porque el gobierno no se somete a los rigores del libre mercado. Éste funciona según un sistema de pérdidas y ganancias, que permite a los empresarios utilizar los precios del mercado como guía para invertir racionalmente su limitado capital. Los que lo hacen satisfacen a sus consumidores y obtienen beneficios; los que no, sufren pérdidas que les obligan a revisar su modelo de negocio o a cerrar.
Los gobiernos escapan a esta prueba de eficiencia gracias a su capacidad para sacar dinero de los impuestos, un pozo de capital aparentemente sin fondo. Sabiendo que siempre pueden recurrir a los aranceles y al contribuyente, los políticos son propensos a imponer políticas extravagantes que los burócratas llevan a cabo con un despilfarro atroz. Como señala el gran economista Murray N. Rothbard, este fenómeno hace que la ineficiencia sea «inherente a toda empresa gubernamental» (énfasis en el original).
Uno de los ejemplos más crudos de ineficacia gubernamental de los tiempos modernos es el mandato de Joseph R. «Joey» Smallwood como primer ministro de la provincia canadiense de Terranova (ahora conocida oficialmente como Terranova y Labrador). Primer ministro de 1949 a 1972, Smallwood fue el estadista más importante que ha tenido Terranova, ya que fue el impulsor de su adhesión a Canadá en 1949. Además de ejercer una influencia considerable en la política federal y provincial, se labró una gran reputación internacional.
El principal objetivo de Smallwood era modernizar Terranova. La provincia dependía en gran medida de sus pesquerías, cuyos puertos utilizaban a menudo tecnología anticuada y cuyo comercio de exportación de pescado salado generaba escasos beneficios. El desempleo crónico acechaba a Terranova desde hacía años. La mayoría de los pescadores tenían dificultades para llegar a fin de mes, y había pocos medios alternativos de empleo. Los jóvenes ambiciosos, en busca de una vida mejor, emigraban en masa.
Smallwood intentó superar estas dificultades mediante audaces programas gubernamentales. El gobierno federal canadiense había dado a la nueva provincia un superávit de caja de unos 45 millones de dólares. Proclamando que Terranova debía «desarrollarse o perecer», Smallwood invirtió este dinero en nuevas industrias. En los 1950 se establecieron en Terranova más de una docena de plantas manufactureras, algunas construidas directamente por el gobierno y otras que habían recibido préstamos.
Al principio, todo parecía bastante prometedor. Pero, como señala el comentarista Harold Horwood, Smallwood no tenía conocimientos matemáticos y había fracasado anteriormente como pequeño empresario. Por lo tanto, era imprudente con sus finanzas, incluso para los estándares de los líderes del gobierno.
Como señala el sitio web del patrimonio de Terranova y Labrador, algunas de las fábricas de Smallwood dependían de materias primas importadas muy caras, lo que prácticamente las condenaba a la pérdida económica. Incluso las que utilizaban materiales locales solían tener dificultades para encontrar un mercado seguro para sus productos, ya que el mercado de la provincia era más bien pequeño y los mercados canadiense e internacional eran extremadamente competitivos. A pesar del generoso apoyo gubernamental, muchas de las industrias quebraron rápidamente, llevándose consigo gran parte del excedente de tesorería de Terranova. Las que sobrevivieron sólo pudieron dar empleo a unos pocos elegidos.
Si una empresa comercial quisiera seguir en activo tras semejantes reveses, tendría que replantearse urgentemente su estrategia comercial. Pero el gobierno de Smallwood podía contar con la ayuda del dinero de los contribuyentes. Así, siguió respaldando proyectos de desarrollo mal concebidos. A finales de los sesenta, por ejemplo, Smallwood apoyó la construcción de una refinería de petróleo en Come By Chance. El resultado, según el sitio web de Heritage, fue un desastre económico.
Aunque no se le puede culpar de la crisis internacional del petróleo de 1973, el hecho de que para entonces ya hubiera refinerías en el este de Canadá impidió que la refinería de Terranova se convirtiera en el milagro económico que Smallwood esperaba. Cerró en 1976, tras haber acumulado una deuda de unos 500 millones de dólares.
Otro ejemplo es la creación por Smallwood de una fábrica de papel en Terranova. Como la isla ya contaba con dos fábricas de papel, se decidió instalar esta tercera en Labrador, en el continente. Labrador contaba con los bosques necesarios, pero, como señala el sitio web de Heritage, su territorio estaba poco desarrollado y las principales vías fluviales estaban heladas durante gran parte del año. Estos factores, que cualquier empresario medianamente decente habría detectado, hicieron que su construcción resultara ridículamente cara: unos 155 millones de dólares. Como era de esperar, la empresa resultó económicamente insostenible.
La modernización pesquera de Smallwood también estuvo plagada de incompetencia. Por ejemplo, en diciembre de 1949, Smallwood fue estafado por pescadores islandeses (u hombres que se hacían pasar por islandeses) que prometieron insuflar nueva vida a la pesca de Terranova si el gobierno les daba dinero para comprar algunos barcos modernos para la pesca del arenque.
Sin comprobar debidamente sus identidades, Smallwood les entregó con entusiasmo la considerable suma de 412.000 dólares. Los islandeses (o pretendientes) adquirieron algunos barcos evidentemente viejos, pescaron algunos peces simbólicos y desaparecieron llevándose el dinero del gobierno. Smallwood nunca recuperó esos fondos. De hecho, como afirma el biógrafo de Smallwood, perdió aún más dinero intentando recuperar parte de sus pérdidas vendiendo los viejos barcos. Permanecieron sin vender durante tres años hasta que «un comprador... pagó 55.000 dólares por ellos, una suma que pudo pagar gracias a un préstamo del gobierno».
Se podría decir mucho más sobre las políticas fracasadas del gobierno de Smallwood. No obstante, las pruebas ya aportadas ilustran suficientemente bien la incisividad de la crítica austriaca al gasto público. Smallwood tenía buenas intenciones, pero como líder gubernamental dirigido por objetivos políticos, llevó a cabo proyectos de forma imprudente e ineficaz. Cuando fracasaron, simplemente siguió adelante, sabiendo que se podrían recaudar mayores impuestos para cubrir las deudas.
Los partidarios de la economía austriaca llevan años protestando contra la falacia y la injusticia de este comportamiento. El hecho de que los gobiernos de todo el mundo sigan actuando así hace que sea imperativo continuar con esas protestas.