En los últimos cinco años, 33 condados de Illinois han votado a favor de separarse del estado, presumiblemente para formar un nuevo estado o unirse a otro. En la mayoría de estos condados, se dio a los votantes la opción de votar sí o no a una pregunta en la papeleta que, en general, tenía este aspecto:
«¿Deberá la junta de (el condado) mantener correspondencia con las juntas de otros condados de Illinois, fuera del condado de Cook, sobre la posibilidad de separarse del condado de Cook para formar un nuevo estado y solicitar la admisión a la Unión como tal, sujeto a la aprobación del pueblo?».
Muchos de los votantes y políticos que apoyan la separación señalan que se consideran económica, cultural e históricamente separados de Chicago y los condados que la rodean. La mayoría de los 13 millones de residentes del estado —más de nueve millones de personas— viven en el área metropolitana de Chicago, pero eso deja potencialmente uno o dos millones de personas —un «estado» del tamaño de Montana o Nebraska— interesadas en liberarse de la política metropolitana de Chicago.
El hecho de que los esfuerzos de secesión sigan surgiendo una y otra vez sugiere cierto poder de permanencia política, al igual que un nuevo acontecimiento en Indiana: la semana pasada, la Cámara de Representantes de Indiana aprobó una nueva legislación que crea una Comisión de Ajuste de Límites Indiana-Illinois. El objetivo es facilitar la secesión de los condados separatistas de Illinois y su posterior anexión a Indiana. Esto simplifica enormemente el asunto, desde el punto de vista político. Si Indiana anexionara realmente los condados separatistas de Illinois tras la separación, el cambio ni siquiera plantearía el problema de la admisión de un nuevo estado de los EEUU.
Esencialmente, si Illinois e Indiana redibujan su frontera, el asunto de los condados secesionistas de Illinois tendría un impacto nacional menor. Para prácticamente todo el mundo en los Estados Unidos, la vida seguiría como antes.
Sin embargo, la clase dirigente de Illinois, con sede en Chicago, está totalmente en contra de la idea. El gobernador de Illinois, JB Pritzker, calificó el intento de secesión de «maniobra» y declaró que «no va a ocurrir». El fiscal general de Illinois ha declarado ilegal la iniciativa. Los críticos han adoptado la postura habitual de quienes ostentan el poder cuando se enfrentan a esfuerzos de secesión como éste: una mezcla de autoritarismo y desprecio condescendiente.
En esto, las personas que controlan el régimen de Illinois son similares a las de Oregón, Colorado, Maryland y otros estados donde las minorías políticas superadas en número se han dado cuenta de que no tienen ninguna posibilidad de recibir ningún tipo de representación justa o influencia política en el capitolio estatal.
Por ejemplo, varios condados de Oregón han expresado su interés en formar parte del vecino Idaho, como parte del Movimiento del Gran Idaho. Del mismo modo, algunos activistas del norte de Colorado han propuesto separarse de Colorado y unirse a Wyoming. Algo parecido ha ocurrido en el oeste de Maryland.
En todos los casos, la respuesta de los «responsables» ha sido similar a la actitud desdeñosa y despreciativa que vemos ahora en Illinois. Pero, ¿por qué le importa tanto al gobernador de Illinois que una pequeña parte de la población quiera separarse y seguir su propio camino? Es difícil ver en esta oposición atrincherada otra cosa que no sea un ejercicio desnudo de preservación del poder político y del statu quo para quienes actualmente disfrutan de posiciones de poder e influencia.
¿Qué razones hay para oponerse a la redefinición de las fronteras estatales?
Parte de la oposición se debe simplemente al hecho de que redibujar las fronteras estatales es algo diferente de lo habitual. Muchos americanos no soportan la idea de nada que no sea el statu quo, por muy obsoleto que esté.
Por ejemplo, el representante del estado de Illinois, Charlie Meier, expresó la habitual falta de imaginación cuando se le preguntó por el nuevo trazado de la frontera de Illinois: «No creo que ocurra. Si permiten que Illinois se separe, ¿qué pasa si California quiere separarse? Podrían acabar siendo cinco estados iguales o (dejar que) Texas se separe».
La pregunta adecuada para Meier aquí es: «¿y qué?». ¿Y qué si California quiere separarse? ¿Por qué es eso asunto de un representante del estado de Illinois? A menudo se señala que ningún estado puede cambiar sus fronteras sin la aprobación del Congreso de los EEUU. Desgraciadamente, esto es cierto, y la cláusula que lo exige es una de las partes más idiotas de la Constitución de los EEUU. El requisito de la aprobación del Congreso, sin embargo, no es una razón para oponerse a redibujar las fronteras estatales. En todo caso, la cláusula constitucional en cuestión es una razón para enviar el cambio propuesto al Congreso y ver qué pasa. (Dentro de unas décadas, cuando Estados Unidos empiece a derrumbarse sobre sí mismo como la Unión Soviética, esta disposición se cambiará o se ignorará).
La inercia del statu quo es suficiente para que mucha gente se aferre al estribillo de «siempre lo hemos hecho así». ¿Dirán esto los herederos intelectuales de esta gente dentro de cincuenta años? Ya me lo imagino: «Bueno, verán, no podemos redibujar estas fronteras. Cuando Illinois era un baldío de pantanos y bosques, el Congreso de los EEUU trazó unas líneas en un mapa alrededor de la zona. Eso es lo que hicimos hace 250 años, y eso nunca jamás podrá cambiar pase lo que pase, ¡hasta el fin de los tiempos!».
Oponerse a la democracia cuando gana el bando «equivocado»
¿Qué otras razones podrían aducirse para una oposición tan enérgica a la modificación de las fronteras de los estados de los EEUU? Ciertamente, los que se oponen no pueden alegar que la «democracia» está de su parte. Después de todo, las medidas de secesión son exactamente lo que llamaríamos «democracia en funcionamiento». En muchos de estos casos, mayorías muy amplias votaron a favor de la secesión de Illinois. ¿Debemos decir ahora que la regla de la mayoría no importa después de todo? ¿Incluso cuando no viola los derechos de propiedad de nadie?
Esto, por supuesto, es exactamente lo que Pritzker y sus amigos quieren hacer creer. Parte del privilegio de pertenecer a la clase dirigente política americana es poder definir la «democracia» como uno quiera.
Una motivación más probable para oponerse a la secesión es el paternalismo a la antigua usanza.
Esto se manifiesta de dos maneras. Por un lado, los que se oponen a la secesión de estos condados de Illinois han dicho que las zonas rurales de Illinois no son muy productivas y son esencialmente condados «reinas del bienestar». Uno pensaría que Illinois, por lo tanto, estaría feliz de verlos ir. Pero no. El paternalismo entra en acción y los que se oponen a la secesión declaran que los secesionistas no saben lo que es bueno para ellos.
El paternalismo también adopta otra forma que aparece cuando los políticos declaran que esos piojosos separatistas no son lo suficientemente «progresistas» como para que se les permita gobernarse a sí mismos. Lo vemos en los recientes comentarios de Pritzker, que ha declarado que nunca se debe permitir que los condados separatistas se vayan porque entonces aplicarían políticas que no son suficientemente ilustradas. Es decir, los separatistas de Illinois podrían flexibilizar las leyes sobre armas, recortar el salario mínimo local o reducir otras regulaciones gubernamentales. La reacción de Pritzker a eso es esencialmente «por encima de mi cadáver». Así, la democracia queda anulada si al partido gobernante no le interesa tu política. Es simplemente la versión doméstica del imperialismo político que siempre ha guiado el impulso antisecesionista: «no podemos dejaros marchar porque podríais hacer las cosas de otra manera».
¿Son sagradas estas fronteras estatales?
Es importante recordar que los movimientos de secesión de estos estados no tienen ningún efecto sobre las realidades geopolíticas, ni sobre los ingresos federales. En los casos en los que no se formaría ningún nuevo estado, ni siquiera cambiaría el Senado de los EEUU. Sin embargo, la oposición a estos cambios menores del statu quo perdura porque los políticos consideran cualquier cambio de este tipo como una amenaza a su poder y a su capacidad de imponer su poder como medio de recompensar a sus grupos de interés favoritos.
Es cierto que un nuevo trazado de las fronteras estatales produciría algunos cambios en el colegio electoral. En el caso de redibujar la frontera entre Indiana e Illinois, Illinois podría perder un voto del colegio electoral e Indiana podría ganar uno. Esto, por supuesto, alimentaría la oposición, pero todo lo que significa es que la oposición a la redistribución de las fronteras estatales se basa en preocupaciones partidistas parroquiales, y difícilmente en algún tipo de principio.
Los políticos intentan encubrir sus motivaciones partidistas, por supuesto, y por eso vemos a Pritzker oponerse a la secesión de los condados —en una torpe apelación a los sentimientos de nacionalismo de Illinois— con el eslogan «somos un solo Illinois».
Los que se oponen a la secesión estatal deberían dejarlo estar. A poca gente de fuera de Illinois con familia y trabajo —y que quiera ocuparse de sus propios asuntos— le importa si se cambia la frontera entre Illinois e Indiana. Lo mismo ocurre con la línea entre Idaho y Oregón. Estas líneas no las trazó el Todopoderoso. Sin embargo, a los políticos les importan mucho estas cosas porque les importa mucho el poder y preservar el statu quo que tan bien ha servido a la clase dominante.