Al intentar contrarrestar a los marxistas, algunos libertarios se alinean inadvertidamente con instituciones estatistas y apoyan esfuerzos bélicos inmorales. Esta concesión al mal contradice los principios fundacionales establecidos por autores como Murray Rothbard y debe ser cuestionada.
Hace un par de meses, escuché una perspectiva tan ingenua de un libertario argentino en un X Spaces, reflejo de una tendencia más amplia dentro del movimiento de la libertad libertario. Las recientes decisiones de política exterior tomadas por destacados libertarios latinoamericanos muestran la prevalencia de este punto de vista.
En este texto, neoconservadurismo no se utiliza para etiquetar a personas que simplemente tienen opiniones conservadoras tradicionales. Como se demostró en una reciente entrevista a Ron Paul, es totalmente posible ser un cristiano promercado sin abrazar el neoconservadurismo, una ideología que se distingue por su creencia en el papel de América como policía del mundo, aboga por un Estado de vigilancia totalitaria y apoya las guerras preventivas y desproporcionadas en el extranjero. Además, los neoconservadores suelen respaldar un modelo de economía mixta frenado por preocupaciones de seguridad nacional o políticas intervencionistas durante las crisis, como se ejemplificó durante el gobierno de George W. Bush tanto antes como después de la crisis financiera de 2008.
Por lo tanto, mi crítica a la adhesión de la derecha local al neoconservadurismo se debe a su apoyo incondicional a la política exterior americana en conflictos pasados y presentes y a su alineación con una filosofía contraria a los auténticos principios antiestatales. Sin embargo, esto fue provocado en cierto modo por otras tendencias preocupantes en América Latina.
En lugar de promover auténticos puntos de vista antiguerra y antiimperialistas, los marxistas de la región latinoamericana adoptan a menudo posiciones similares a las de los neoconservadores, aunque desde un punto de vista ideológico «diferente». En Brasil, por ejemplo, el partido gobernante se ha visto envuelto en escándalos de corrupción, canalizando fondos públicos a gobiernos como los de Cuba y Venezuela, que, como era de esperar, no han pagado sus deudas. Los socialistas latinoamericanos abogan por una política exterior «proactiva» destinada a reforzar las alianzas con otros gobiernos socialistas, todo ello financiado por los contribuyentes.
La expresidenta brasileña Dilma Rousseff, que básicamente hizo todo lo que la teoría austriaca del ciclo económico desaconseja y cuyas políticas crearon una enorme crisis económica, fue nombrada para un lucrativo puesto en el Banco BRICS en China —un país a más de diez mil kilómetros de distancia— en lugar de ser encarcelada por sus políticas destruccionistas.
Los políticos de izquierda de América Latina justifican estas aventuras de política exterior citando los supuestos beneficios de la construcción nacional y desviando la atención de los problemas internos mediante referencias al imperialismo americano, considerando imperialistas no sólo los crímenes de guerra, sino también cualquier cosa que proceda de América —incluso autores como Rothbard, lejos de ser amigo del complejo militar-industrial— como un complot de la CIA para cambiar el régimen y desestabilizar la región. Como reacción, la derecha latinoamericana a menudo intenta desacreditar a los socialistas recurriendo a fuentes pro imperio americano, haciendo apología de los crímenes de guerra. Este enfoque, por muy bienintencionado que sea, puede ser contraproducente y debe ser cuestionado por el marco histórico y teórico establecido por la escuela austriaca de economía y el libertarismo en general, como se explica a continuación.
El problema del cálculo económico y la producción privada de defensa
Hans-Hermann Hoppe sostiene en La producción privada de defensa que el Estado no es necesario para la defensa nacional y que, de hecho, puede ser perjudicial. Señala la contradicción de las relaciones pacíficas entre individuos frente a los Estados en guerra constante:
Sin embargo, antes de la llegada de un único estado mundial, no sólo S1, S2 y S3 se encuentran en estado de anarquía entre sí, sino que, de hecho, cada sujeto de un estado se encuentra en estado de anarquía respecto a cada sujeto de cualquier otro estado. En consecuencia, debería haber tantas guerras y agresiones entre los ciudadanos particulares de varios estados como entre estados diferentes. Sin embargo, empíricamente no es así. Los tratos privados entre extranjeros parecen ser significativamente menos bélicos que los tratos entre diferentes gobiernos.
Las personas familiarizadas con la dinámica de la autoridad estatal y sus motivaciones asociadas no se escandalizan por este hecho. El control exclusivo de la fuerza por parte de los actores estatales aumenta el gasto que supone proporcionar protección frente a amenazas potenciales, al tiempo que disminuye la eficacia —al no permitirse la competencia de mecanismos de seguridad alternativos—, como en cualquier otro monopolio. Además, dado que no soportan directamente una parte significativa de las pérdidas inducidas por la guerra — pasadas a quienes están sujetos a impuestos y al servicio militar obligatorio—, los agentes gubernamentales se enfrentan a menos restricciones a la hora de entrar en conflictos en comparación con los particulares.
Como cabe esperar de cualquier sistema de propiedad colectiva, la defensa nacional también adolece de un problema de cálculo económico. Supongamos, por ejemplo, que un ejército sólo dispone de cinco armas, siete militares y diez guerras —desde ataques a ciudades de su propio país por bandas violentas hasta atentados terroristas contra un país aliado situado a miles de kilómetros— que resolver. Como los medios no son de propiedad privada, no existe un precio de mercado para ellos, lo que hace imposible calcular los costes y beneficios de cada guerra. Tampoco es posible saber qué resolución aportaría el mayor valor a la población, lo que tampoco puede resolverse mediante empresas «público-privadas» y contratistas de defensa.
La guerra como arma más utilizada para hacerse con el poder político
Dado que la defensa nacional no puede llevarse a cabo eficazmente a través del Estado, cabe plantearse otras cuestiones sobre los resultados que conllevan las guerras. En este sentido, el economista Robert Higgs en Crisis y Leviatán muestra cómo la crisis, combinada con las inclinaciones ideológicas existentes, aumenta el poder del gobierno, con un efecto de trinquete tras su finalización.
En el capítulo 7, «La economía política de la guerra, 1916-18», Higgs analiza cómo la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial condujo a la creación de diversas agencias reguladoras y a la nacionalización de sectores económicos anteriormente privados. Estas medidas, a pesar de que se revirtieron en parte tras el conflicto, tuvieron efectos permanentes en la regulación de la economía y la sociedad, además de sentar importantes precedentes jurídicos.
De los diversos precedentes mantenidos por el Tribunal Supremo de EEUU en el escenario bélico, uno puede ser de interés para quienes se preocupan por el creciente régimen de censura actual. La famosa decisión de «no se puede gritar fuego en un teatro lleno de gente» —muy utilizada por quienes quieren silenciar la expresión con la que no están de acuerdo— condujo a la censura de un panfleto que se oponía a la conscripción durante la Primera Guerra Mundial, mostrando una vez más cómo las libertades individuales, una vez limitadas en tiempos de guerra, pueden infringirse después.
Contragolpe y cuando el enemigo de mi enemigo no es mi amigo
Al leer la sección anterior, algunos libertarios de América Latina pueden preguntarse por qué deberían preocuparse por el creciente tamaño del complejo militar-industrial, ya que sólo los ciudadanos americanos sufrirían las consecuencias de este fenómeno. Esta pregunta puede responderse con dos ejemplos de Brasil.
Durante la Guerra Fría, Brasil sufrió un golpe militar con la ayuda del gobierno americano, que dio lugar a varias violaciones de los derechos individuales. Incluso si se considera que algunos de los perseguidos políticos tenían intenciones de establecer un gobierno socialista en el país, los veintiún años de dictadura dieron lugar a un retroceso posterior, en el que las ideas izquierdistas se convirtieron en la corriente dominante incuestionable durante mucho tiempo.
Un caso más reciente puede verse en el actual régimen de censura de Brasil, expuesto por el periodista David Agape. Agentes vinculados al FBI han contribuido a la restricción de la expresión en Brasil, especialmente durante las elecciones presidenciales brasileñas de 2022. Del mismo modo que la guerra contra el terrorismo volvió a casa para restringir las libertades de la población americana, los mismos aparatos estatales reforzados durante ese periodo están ayudando ahora a implantar el régimen de censura brasileño.
El camino a seguir: entre el neoconservadurismo y el marxismo
Teniendo en cuenta estos retos, muchos libertarios se preguntarán cuál podría ser una alternativa viable a los planes socialistas de la región. ¿Sería necesario apoyar a una potencia enemiga exterior para combatir esta amenaza? Más allá del retroceso, revisar el problema del cálculo económico es crucial. Las fuerzas externas estatales están plagadas de los mismos malos incentivos que sus instituciones y son ineficaces.
Las fuerzas privadas, como los esfuerzos de Elon Musk a través de los Archivos Twitter, son mejores para revelar la verdad al público. Además, establecer instituciones paralelas y persuadir gradualmente a más individuos de las creencias libertarias es un enfoque más sostenible a largo plazo.
En términos prácticos, una política exterior no intervencionista aplicada al contexto latinoamericano implica oponerse firmemente a los deseos expansionistas de los marxistas y posicionarse en contra del envío de dinero al exterior y de la formación de alianzas políticas para integrar la región que tengan como objetivo crear un gobierno cada vez más centralizado, pero sin una alianza incondicional con el bando contrario. También hay que rechazar el polilogismo marxista de criticar todo lo de los países occidentales como no aplicable a América Latina, como brillantemente ha hecho Wanjiru Njoya.
Para concluir, es importante expresar que estas críticas se hacen con gran respeto y admiración por muchos libertarios latinoamericanos, que han logrado importantes victorias, particularmente en Brasil y ahora en Argentina. Justamente por eso, les pido que apliquen la defensa de los derechos de propiedad privada y del individualismo metodológico —principios fundacionales de la filosofía libertaria— con coherencia en todos los ámbitos. Los enemigos de nuestros enemigos no son necesariamente nuestros amigos.