Power & Market

Adam Smith, el hogar americano y la religión del progreso

«Tener que gestionar un hogar complejo produce una pérdida de peso muerto tanto para la sociedad como para el individuo». - John Tamny y Jack Ryan (2024)

La casa de un hombre es su castillo, dice el viejo adagio, pero John Tamny y Jack Ryan se burlan del sagrado «sueño americano» de la propiedad de la vivienda en su nuevo libro  Bringing Adam Smith into the American Home (Trayendo a Adam Smith al hogar americano)No son los primeros en hacerlo —la gran Florence King lo ridiculizó a menudo y con placer—, pero seguir haciéndolo convierte a este libro en una rara avis. En este relato, una de las vacas más sagradas de América es corneada al señalar que el emperador de la vivienda no tiene ropa económica.

«El libro no es tanto una polémica contra la vivienda como una llamada a la razón», anuncian de entrada los autores. No se andan con rodeos y se burlan de «la llamada emocional y casi patriótica a poseer una casa» y del «patrioterismo inmobiliario» que la alimenta. Hacen un buen trabajo al señalar que la propiedad de la vivienda, a largo plazo, va a la zaga de los rendimientos de la renta variable y que poseer una cartera de acciones no exige perder el tiempo deambulando por Home Depot en busca de la perfecta sujeción para la madera.

Su argumento se basa en la observación de Adam Smith de que, en palabras de los autores, «lo que limita nuestro movimiento, frena nuestro progreso», por lo que instan a eliminar todos los impedimentos a la movilidad, lo que los lleva a cuestionar la idea misma de la propiedad de la vivienda: «la propiedad de una vivienda simplemente nos hace menos móviles». Además de la oportunidad perdida de poder arrancar e irse, se preguntan si el comprador americano promedio se molesta en incluir en sus cálculos todo el mantenimiento, la mano de obra, el coste de oportunidad y la pérdida de ocio que pagará, además de la hipoteca y los impuestos. Y aquí, en términos de dólares y céntimos, pisan terreno firme.

Pero una casa es mucho más que una inversión: es el lugar donde reposamos y creamos recuerdos con la familia y los amigos. En otras palabras, no tiene precio. No se puede medir en una hoja de cálculo porque no se le puede poner un número. La seguridad, la protección y el placer de tener a tu familia en una casa en una zona llena de otros familiares y amigos pueden contrarrestar fácilmente todos los aspectos negativos que sin duda conlleva la propiedad de una vivienda, pero aquí se les da muy poca importancia en el recuento. Los autores ofrecen en cambio un frío y calculado «tener que gestionar una vivienda compleja produce una pérdida de peso muerto tanto para la sociedad como para el individuo», y eso parece un poco duro.

Y lo que es más importante, los autores omiten la respuesta a la gran pregunta que plantea este libro: ¿qué tiene de bueno el «progreso»? Insisto en ello porque es la base de su argumentación, esa idea de siempre más para todos. De entrada, en la introducción del libro prometen demostrar «por qué la propiedad de la vivienda puede no ser la mejor respuesta si el objetivo es el progreso» (el subrayado es mío). Entonces, ¿por qué el progreso, sea cual sea su definición, debería ser el objetivo? ¿Cuáles son los peligros de una mayor movilidad que aleja a familias y amigos, abandonándose unos a otros para perseguir el sueldo más alto? ¿En qué beneficia eso a la sociedad? ¿Qué hay de los efectos enervantes de la riqueza tanto en los individuos como en las sociedades? ¿Acaso el camino a la perdición no está pavimentado con el catálogo de Sears y Amazon.com? ¿Es esta búsqueda incesante del crecimiento económico un peligroso retroceso de la simplicidad republicana?

Los autores hacen gala tanto de una mente brillante como de talento para la escritura; exhiben sentido común económico, ofrecido en porciones grandes y pequeñas. Fue un placer nadar entre «lo que sofoca las señales del mercado nos ciega», «el consumo no impulsa el crecimiento económico; más bien es su consecuencia» y «la caída de los precios... es señal de progreso económico». El libro impulsa con éxito sus ideas sobre cómo abaratar la vivienda, hacer más ricos a los americanos y aumentar la movilidad de todo el mundo, pero da por sentada la base de su argumento, la religión del «progreso».

Sí, tener una casa tiene un coste para la movilidad, la facilidad y la riqueza, igual que casarse y tener hijos. El que viaja solo es el que viaja más rápido es un viejo tópico, pero puede llevarse demasiado lejos. Y partiendo del llamamiento de los autores a la razón y la moderación cuando se trata de cuánto valoramos la vivienda, mi conclusión de este libro es que el valor que el hombre moderno da al progreso también podría utilizar algo de razón y moderación.

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