El mandato democrático de la administración Trump entrante, junto con el control republicano del Congreso y un enfrentamiento de voluntades entre el presidente electo y el presidente de la Reserva Federal hacen que acabar con la Fed sea un poco menos impensable. Jerome Powell afirmó con precisión, en un tono ligeramente defensivo, que (actualmente) no es lícito que un presidente despida a un presidente de la Reserva Federal. Donde algunos ven obstáculos, otros ven un reto, y donde Powell ve un cristal a prueba de balas, yo veo una oportunidad.
La ley puede enmendarse, pero si la administración está dispuesta a gastar algo de capital político para tocar esta vaca sagrada, ¿por qué no llegar hasta el final? Un plan realista para acabar con la Fed tendría que ser cuidadoso y pragmático, pero decisivo. No se puede cerrar de la noche a la mañana. Eso provocaría un pánico indebido. Lo más importante para una transición de régimen monetario es la credibilidad, y la credibilidad no crece en los árboles. Hay que ganársela haciendo los deberes y ofreciendo resultados. Esto significa equilibrar el presupuesto mediante recortes del gasto. También significa establecer salvaguardias institucionales para garantizar que el presupuesto siga estando equilibrado en el futuro y que la cantidad de dinero se mantenga estable.
Existen varias alternativas viables y deseables para la adopción del régimen monetario final. Se puede congelar la base monetaria o adoptar un patrón de materias primas. La clave de una buena base monetaria es evitar la discrecionalidad y la arbitrariedad. Puede que se permita de nuevo a los bancos emitir sus propios billetes canjeables y que se les permita o no mantener reservas fraccionarias sobre los depósitos. La clave de una buena política bancaria es hacerles competir y permitirles quebrar antes de que sean demasiado grandes para quebrar. En cuanto a las tasas de interés —a falta de mecanismos para controlarlos—, hay que dejar que encuentren su nivel natural, en el que equilibrarán ahorro y consumo y cultivarán una estructura de producción sostenible. La alquimia y la manipulación de los tipos de interés deben dejarse en el pasado, donde pertenecen.
Los EEUU haría bien en importar el manual argentino para la transición. Si fue lo bastante bueno para salvar a una economía paralizada del precipicio de la hiperinflación, probablemente funcionaría bien para volver a poner en el buen camino a la mayor economía en declive. El equipo que se encargue de esta tarea deberá incluir economistas (austriacos) y profesionales de las finanzas, pero, sobre todo, deberá contar con la plena confianza y el respaldo del presidente. La vacilación sería fatal.