[Capítulo 11 de La acción humana]
1.La gradación de los medios
El hombre que actúa transfiere la valoración de los fines que busca a los medios. En igualdad de condiciones, asigna a la cantidad total de los diversos medios el mismo valor que atribuye al fin que estos son capaces de producir. Por el momento, podemos dejar aparte el tiempo necesario para la producción del fin y su influencia sobre la relación entre el valor de los fines y el de los medios.
La gradación de los medios, como la de los fines, es un proceso de preferir a a b. Es preferir y apartar. Es una manifestación de un juicio de que a se desea más intensamente que b. Abre un campo para la aplicación de los números ordinales, pero no está abierta a la aplicación de números cardinales y operaciones aritméticas basadas en ellos. Si alguien me da a elegir entre tres entradas para ver las óperas Aida, Falstaff y La traviata y escojo, si solo puedo tomar una de ellos, Aida, y si puedo tomar otro más, también Falstaff, he tomado una decisión. Esto significa: bajo ciertas condiciones prefiero Aida y Falstaff a La traviata. Si llamamos a a la entrada para Aida, b a la de Falstaff y c a la de La traviata, podemos decir que prefiero a a b y b a c.
El objetivo inmediato de la acción es frecuentemente la adquisición de suministros contables y medibles de cosas tangibles. Entonces el hombre que actúa tiene que elegir entre cantidades contables: por ejemplo, prefiere 15 r a 7 p, pero si tuviera que elegir entre 15 r y 8 p, podría preferir 8 p. Podemos expresar este estado de cosas declarando que valora 15 r menos que 8 p, pero más que 7 p. Esto equivale a la declaración de que prefiere a a b y b a c. La sustitución de 8 p por a, de 15 r por b y de 7 p por c no cambia en nada el significado del enunciado ni el hecho que describe. Indudablemente no hace posible el cálculo con números cardinales. No abre un campo al cálculo económico y las operaciones mentales basadas en ese cálculo.
2.La ficción de trueque de la Teoría Elemental del Valor y el Precio
La elaboración de teoría económica depende heurísticamente de los procesos lógicos de cálculo en tal medida que los economistas no se dan cuenta del problema esencial que implican los métodos de cálculo económico. Son propensos a dar por hecho el cálculo económico: no ven que no es algo definitivamente dado, sino un derivado que requiere la reducción a fenómenos más elementales. Malinterpretan el cálculo económico. Lo consideran una categoría de toda la acción humana e ignoran el hecho de que es solo una categoría propia de la acción bajo condiciones especiales. Son completamente conscientes del hecho de que el intercambio personal y consecuentemente el intercambio del mercado llevado a cabo por el intermedio de un medio común de intercambio, el dinero, y por tanto los precios, son características especiales de cierto estado de organización económica de la sociedad que no existía civilizaciones primitivas y pudo desaparecer en el curso posterior del cambio histórico.1 Pero no entienden que los precios monetarios son el único instrumento del cálculo económico. Así que la mayoría de sus estudios son de poca utilidad. Incluso los escritos de los economistas más eminentes están viciados hasta cierto punto por las mentiras implícitas en sus ideas acerca del cálculo económico.
La teoría moderna del valor y el precio muestra cómo las decisiones de los individuos, su preferencia por algunas cosas y su renuncia a otras, generan, en la esfera del intercambio interpersonal, la aparición de precios de mercado.2 Estas magistrales exposiciones no son satisfactorias en algunos puntos menores y están desfiguradas por expresiones inapropiadas. Pero son esencialmente irrefutables. En la medida en la que tengan que ser enmendadas, debe hacerse con un desarrollo coherente de los pensamientos esenciales de sus autores más que con una refutación de su razonamiento.
Para remontar los fenómenos del mercado a la categoría universal de preferir a a b, la teoría elemental del valor y el precio tiene que utilizar algunas construcciones imaginarias. El uso de construcciones imaginarias en las que nada se corresponde con la realidad es una herramienta indispensable del pensamiento. Ningún otro método habría contribuido en nada la interpretación de la realidad. Pero uno de los problemas más importantes de la ciencia es evitar las mentiras que puede generar el mal empleo de dichas construcciones.
La teoría elemental del valor y el precio emplea, aparte de otras construcciones imaginarias que trataremos más 3 adelante, la construcción de un mercado en el que todas las transacciones se realizan con intercambios directos. No hay dinero; los bienes y servicios se intercambian directamente por otros bienes y servicios. Esta construcción imaginaria es necesaria. Hay que descartar el papel de intermediario desempeñado por el dinero para apreciar que lo que se cambia en definitiva son siempre bienes económicos de primer orden por otros bienes de ese tipo. El dinero no es sino un medio de intercambio interpersonal. Pero hay que tener cuidado ante los engaños que puede engendrar fácilmente esta construcción de un mercado con intercambio directo.
Un error grave que debe su origen y su tenacidad a una malinterpretación de esta construcción imaginaria fue la suposición de que el medio de intercambio es solo un factor neutral. Según esta opinión la única diferencia entre el intercambio directo e indirecto era que solo en el último caso se usaba un medio de intercambio. La interpolación del dinero en la transacción, se afirmaba, no afectaría a las características principales del negocio. No hay que ignorar el hecho de que, a lo largo de la historia, se han producido tremendas alteraciones en el poder adquisitivo del dinero y que estas fluctuaciones a menudo sacudieron todo el sistema de intercambio. Pero se creía que esos acontecimientos eran hechos excepcionales causados por políticas inapropiadas. Solo un dinero “malo” puede producir esos desórdenes. Además, la gente entendió mal las causas y efectos de estas perturbaciones. Supuso tácitamente que los cambios del poder adquisitivo se producían con respecto a todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en el mismo grado. Por supuesto, esto es lo que implica la fábula de la neutralidad del dinero. Toda la teoría de la cataláctica, se decía, podría desarrollarse bajo el supuesto de que solo hay intercambio directo. Si se logra esto, lo único que hay que añadir es la “sencilla” inserción de los términos monetarios en el complejo de teoremas referidos al intercambio directo. Sin embargo, este cierre final del sistema cataláctico se consideraba de importancia menor. No se creía que pudiera alterar nada esencial en la estructura de las enseñanzas económicas. La tarea principal de la economía era el estudio del intercambio directo. Lo que quedaba por hacer más allá de esto era, en el mejor de los casos, un análisis de los problemas del dinero “malo”.
Siguiendo esta opinión, los economistas olvidaron prestar la debida atención a los problemas del intercambio indirecto. Su tratamiento de los problemas monetarios fue superficial: estaba solo vagamente relacionado con el cuerpo principal de su investigación de los procesos del mercado. En torno al cambio de siglo entre el XIX y el XX los problemas del intercambio directo fueron relegados en su mayor parte a un lugar subordinado. Hubo tratados de cataláctica que trataban solo incidental y superficialmente los asuntos monetarios y hubo libros sobre moneda y banca que ni siquiera trataron de integrar su tema dentro de la estructura del sistema cataláctico. En las universidades de los países anglosajones había cátedras independientes para la economía y el dinero y la banca y en la mayoría de las universidades alemanas los problemas monetarios estaban casi totalmente olvidados.4 Solo economistas posteriores se dieron cuenta de que algunos de los problemas más importantes e intrincados de la cataláctica se encontraban en el campo del intercambio indirecto y de que una teoría económica que no prestara una completa consideración a ellos sería lamentablemente defectuosa. La puesta de moda de investigaciones con respecto a la relación entre el “tipo natural de interés” y el “tipo monetario de interés”, la ascendencia de la teoría monetaria del ciclo económico y la completa demolición de la doctrina de la simultaneidad y uniformidad de los cambios del poder adquisitivo del dinero fueron indicadores del nuevo tenor del pensamiento económico. Por supuesto, estas nuevas ideas eran esencialmente una continuación del trabajo gloriosamente empezado por David Hume, la Escuela Británica de la Divisa, John Stuart Mill y Cairnes.
Más perjudicial aún fue un segundo error que apareció por el uso descuidado de la construcción imaginaria de un mercado con intercambio directo.
Una mentira habitual afirmaba que las cosas y los servicios intercambiado son de igual valor. El valor se consideraba objetivo, una cualidad intrínseca propia de las cosas y no meramente la expresión del deseo de diversas personas de adquirirlas. Se suponía que la gente establecía primero la magnitud del valor adecuado para bienes y servicios por un acto de medición y luego procedía a un cambiarlos por cantidades de bienes y servicios de la misma cantidad de valor. Este error frustró la aproximación de Aristóteles a los problemas económicos y, durante casi dos mil años, el razonamiento de todos aquellos para los que las opiniones de Aristóteles eran autoridad. Afectó seriamente a los maravillosos logros de los economistas clásicos e hizo que los escritos de sus epígonos, especialmente los de Marx y la escuela marxista, fueran completamente fútiles. La base la economía moderna es el conocimiento de que es precisamente la disparidad en el valor atribuido a los objetos intercambiados lo que hace que se intercambien. La gente compra y vende solo porque valora los bienes a los que renuncia menos que los que recibe. Así que la idea de la medición de valor es vana. Una acción de intercambio no está precedida ni acompañada por ningún proceso al que puede llamarse medición del valor. Una persona puede atribuir el mismo valor a dos cosas, pero entonces no se produciría ningún intercambio. Pero si hay una diversidad en la valoración, todo lo que puede afirmarse con respecto a esta es que un a se ha valorado más, se ha preferido a un b. Valores y valoraciones son cantidades intensivas y no extensivas. No son susceptibles de comprensión mental por la aplicación de números cardinales.
Sin embargo, la idea espuria de que los valores son medibles y de que realmente se miden en la realización de transacciones económicas estaba tan arraigada que incluso economistas eminentes cayeron víctimas de este error implícito. Incluso Friedrich von Wieser e Irving Fisher dieron por sentado que debe haber algo similar a la medición del valor y que la economía debe ser capaz de indicar y explicar el método por el que se realiza esa medición.5 La mayoría de los economistas menores sencillamente sostenían que el dinero sirve “como medida de valor”.
Pero debemos darnos cuenta de que valorar significa preferir a a b. Lógica, epistemológica, psicológica y praxeológicamente solo hay un patrón de preferencia. No importa si un amante prefiere una mujer a otras, un hombre un amigo a otros, un aficionado una pintura a otras o un consumidor una barra de pan a una golosina. Preferir siempre significa amar o desear a más que b. Igual que no hay ningún patrón de medición para el amor sexual, la amistad y la simpatía y el disfrute estético, no hay ninguna medición del valor de los productos. Si un hombre intercambia dos libras de mantequilla por una camiseta, todo lo que podemos afirmar con respecto a esta transacción es que este (en el instante la transacción y bajo las condiciones que le ofrece ese instante) prefiere una camiseta a dos libras de mantequilla. Es verdad que todo acto de preferencia se caracteriza por una intensidad psicológica definida de los sentimientos que implica. Hay grados en la intensidad del deseo por alcanzar un objetivo concreto y esta intensidad determina el beneficio psicológico que produce la acción con éxito a la persona que actúa. Pero las cantidades psicológicas solo pueden sentirse. Son completamente personales y no hay medio semántico para expresar su intensidad y transportar información acerca de ellos a otras personas.
No hay ningún método disponible para construir una unidad de valor. Recordemos que dos unidades de un suministro homogéneo se valoran necesariamente de forma diferente. El valor atribuido a la última unidad es más bajo que el atribuido a la penúltima unidad.
En la sociedad de mercado hay precios monetarios. El cálculo económico es un cálculo en términos de precios monetarios. Las diversas cantidades de bienes y servicios entran en este cálculo con la cantidad de dinero por el que se compran y venden en el mercado o por el que podrían posiblemente comprarse y venderse. Es un supuesto ficticio el que una persona aislada y autosuficiente o el director general de un sistema socialista, es decir, un sistema del que no haya mercado para los medios de producción, pueda calcular. No hay manera de poder pasar del cálculo monetario de una economía de mercado a cualquier otro tipo de cálculo en un sistema sin mercado.
La teoría del valor y el socialismo
Socialistas, institucionalistas y la Escuela Histórica han acusado a los economistas de haber empleado la construcción imaginaria de una persona aislada pensando y actuando. Este patrón de Robinson Crusoe, se afirma, no tiene ninguna utilidad para el estudio de las condiciones de una economía de mercado. La regañina está justificada en parte. Las construcciones imaginarias de una persona aislada y una economía planificada sin intercambios de mercado solo son utilizables mediante el uso del supuesto ficticio, autocontradictorio en el pensamiento y contrario a la realidad, de que también es posible el cálculo económico en un sistema sin mercado para los medios de producción.
Fue sin duda un grave error que los economistas no fueran conscientes de esta diferencia entre las condiciones una economía de mercado y una economía sin mercado. Aun así, los socialistas tenían pocas razones para criticar este defecto. Pues consistía precisamente en el hecho de que los economistas suponían tácitamente que una sociedad con un orden socialista podría también recurrir al cálculo económico y por tanto afirmaba la posibilidad de la consecución de los planes socialistas.
Por supuesto, los economistas clásicos y sus epígonos no podían apreciar los problemas que implicaba. Si fuera cierto que el valor de las cosas está determinado por la cantidad de trabajo requerida para su producción o reproducción, ya no existiría el problema del cálculo económico. A los defensores de la teoría del valor trabajo no se les puede culpar por haber entendido mal los problemas del sistema socialista. Su fallo fatídico fue su insostenible doctrina del valor. El que algunos de ellos estuvieran dispuestos a considerar la construcción imaginaria de una economía socialista como un patrón útil y aplicable para una completa reforma de la organización social no contradecía el contenido esencial de su análisis teórico. Pero con la cataláctica subjetiva las cosas eran distintas. Era imperdonable que los economistas modernos no reconocieran los problemas afectados.
Wieser tenía razón cuando declaró una vez que muchos economistas habían tratado inconscientemente la teoría del valor del comunismo y en ese sentido no habían desarrollado la del estado actual de la sociedad.6 Es una pena que él mismo no evitara este fallo.
La ilusión de que es posible un orden racional de gestión económica en una sociedad basada en la propiedad pública de los medios de producción debe su origen a la teoría del valor de los economistas clásicos y a la tenacidad en el fallo de muchos economistas modernos, que no piensan coherentemente y hasta sus conclusiones definitivas el teorema fundamental de la teoría subjetiva. Así que las utopías socialistas se generaron y conservaron por los defectos de estas escuelas de pensamiento que los marxistas rechazan como “un disfraz ideológico de los intereses egoístas de clase de la burguesía explotadora”. En realidad, fueron los errores estas escuelas los que hicieron prosperar las ideas socialistas. Este hecho demuestra claramente la vacuidad de las enseñanzas marxistas con respecto a las “ideologías” y su retoño moderno, la sociología del conocimiento.
3.El problema del cálculo económico
El hombre que actúa usa el conocimiento proporcionado por las ciencias naturales para el desarrollo de tecnología, la ciencia aplicada de la acción posible en el campo de los eventos externos. La tecnología demuestra lo que puede lograrse si se quiere lograr y cómo podría lograrse siempre que la gente esté dispuesta a usar los medios indicados. Con el progreso de las ciencias naturales, también progresó la tecnología: muchos preferirían decir que el deseo de mejorar los métodos tecnológicos impulsó el progreso de las ciencias naturales. La cuantificación de las ciencias naturales hacía cuantitativa la tecnología. La tecnología moderna es esencialmente el arte aplicado de la predicción cuantitativa del resultado de la acción posible. Se calcula con un grado razonable de precisión el resultado de acciones planificadas y se calcula para disponer una acción de tal manera que aparezca un resultado concreto.
Sin embargo, la mera información ofrecida por la tecnología solo bastaría para realizar los cálculos si todos los medios de producción (tanto materiales como humanos) pudieran ser sustituidos perfectamente entre sí mediante porcentajes concretos, para el logro de todos los fines; las cosas serían como si solo existiera un tipo de medios, un tipo de bien de orden económico superior. En este último caso, cada uno de los medios podría emplearse para alcanzar solo un fin; se atribuiría a cada grupo de factores complementarios de producción el valor atribuido al bien respectivo de primer orden. (De nuevo dejamos aparte provisionalmente las modificaciones que produce el factor tiempo). Ninguna de estas dos condiciones está presente en el universo en el que actúa el hombre. Los medios solo pueden ser sustituidos entre sí dentro de límites estrechos: son medios más o menos específicos para el logro de fines diversos. Pero, por otro lado, la mayoría de los medios no son absolutamente específicos: la mayoría son apropiados para diversos propósitos.
Los hechos de que hay diferentes clases de medios, de que la mayoría de los medios son más apropiados para la consecución de algunos fines, menos apropiados para algunos otros fines y absolutamente inútiles para la producción de un tercer grupo de fines y de que por tanto los diversos medios nos permiten diversos usos, dejan al hombre las tareas de asignarlos a aquellos empleos en los que puedan ofrecer el mejor servicio. Aquí la computación del tipo aplicado por la tecnología no sirve. La tecnología funciona con cantidades contables y medibles de cosas y efectos externos, conoce las relaciones causales entre ellos, pero es ajeno a su relevancia para los deseos humanos. Su campo es solo el del valor objetivo de uso. Juzga todos los problemas desde el punto de vista desinteresado de un observador neutral de los eventos físicos, químicos y biológicos. No hay espacio en las enseñanzas de la tecnología para la noción del valor subjetivo de uso, para el ángulo específicamente humano y para los dilemas del hombre que actúa. Ignora el problema económico: emplear los medios disponible de tal manera que no quede insatisfecho ningún deseo sentido como más urgente porque los apropiados para su logro se hayan empleado (desperdiciado) para el logro de algo que se siente como menos urgente.
Para la solución de esos problemas, la tecnología y sus medios de contar y medir resultan inapropiados. La tecnología dice cómo podría lograrse un fin concreto mediante el empleo de diversos medios, que pueden usarse juntos en diversas combinaciones o cómo los diversos medios disponibles podrían emplearse para ciertos propósitos. Pero no puede decir al hombre qué procedimientos debería elegir de la infinita variedad de modos imaginables y posibles de producción. Lo que quiere saber el hombre que actúa es cómo debe emplear los medios disponibles para la mejor eliminación posible (la más económica) de la incomodidad sentida. Dice, por ejemplo, que 7 a + 3 b + 5 c + … xn pueden producir 8 P. Pero aunque conozca el valor atribuido por el hombre que actúa a los diversos bienes de primer orden, no puede decidir si este precepto o cualquier otro de la multitud infinita de preceptos construidos de forma similar sirve mejor a la obtención de los fines buscados por el hombre que actúa.
El arte de la ingeniería puede establecer cómo hay que construir un puente para cruzar un río en un punto concreto y soportar cargas concretas. Pero no puede responder a la pregunta de si la construcción o no de ese puente desviará factores materiales de producción y trabajo de un empleo en el que podrían satisfacer necesidades sentidas como más urgentes. No puede decir si el puente debería construirse o no en absoluto, dónde debería construirse, qué capacidad de carga debería tener y cuál de las muchas posibilidades de construcción debería elegirse. El cálculo tecnológico puede establecer relaciones entre diversas clases de medios solo en la medida en que pueden sustituirse entre sí en los intentos de conseguir un objetivo concreto. Pero la acción tiene que descubrir las relaciones entre todos los medios, por muy distintos que puedan ser, sin ninguna consideración a la cuestión de si puede remplazar o no a otra al prestar los mismos servicios.
La tecnología y las consideraciones derivadas de esta serían de poca utilidad para el hombre que actúa si fuera imposible introducir en sus esquemas los precios monetarios de bienes y servicios. Los proyectos y diseños de los ingenieros serían puramente académicos si no se pudiera comparar entradas y salidas sobre una base común. El idealista teórico en la intimidad de su laboratorio no se preocupa por cosas tan triviales: lo que está buscando son relaciones causales entre los distintos elementos del universo. Pero el hombre práctico, que ansía mejorar las condiciones humanas eliminando la incomodidad hasta donde sea posible, debe saber si, bajo condiciones concretas, lo que está planeando es el mejor método, o incluso un método, para hacer que la gente viva mejor. Debe saber si lo que quiere lograr será una mejora comparado con el estado actual de cosas y con las ventajas que puedan esperarse de la ejecución de otros proyectos técnicamente realizables que no pueden ponerse en ejecución si el proyecto que tiene en mente absorbe los medios disponibles. Esas comparaciones solo pueden realizarse con el uso de precios monetarios.
Así que el dinero se convierte en el instrumento del cálculo económico. No es una función independiente del dinero. El dinero es el medio de intercambio usado universalmente, nada más. Solo porque el dinero es el medio común de intercambio, porque la mayoría de los bienes y servicios pueden venderse y comprarse con dinero y solo en la medida en que sea así pueden los hombres usar los precios en dinero para calcular. Los tipos de cambio entre el dinero y los diversos bienes y servicios establecidos sobre el mercado del futuro son las herramientas mentales de la planificación económica. Cuando no hay precios de mercado, no existen las cantidades económicas. Solo hay diversas relaciones cuantitativas entre diversas causas y efectos en el mundo externo. No hay manera de que el hombre descubra qué tipo de acción serviría mejor a sus esfuerzos por eliminar la incomodidad tanto como sea posible.
No hay necesidad de obcecarse con las condiciones primitivas de la economía familiar de los granjeros autosuficientes. Esas personas realizaban solo procesos muy sencillos de producción. No necesitaban ningún cálculo, ya que podían comparar directamente entradas y salidas. Si querían camisas, cultivaban cáñamo, hilaban, tejían y cosían. Podían, sin cálculo alguno, entender fácilmente si el trabajo duro y los problemas correspondientes se compensaban o no con el producto.
4.El cálculo económico y el mercado
El tratamiento cuantitativo de los problemas económicos no debe confundirse con los métodos cuantitativos aplicados para tratar los problemas del universo externo de los eventos físicos y químicos. Lo característico del cálculo económico es que no se basa ni está relacionado con nada que pueda calificarse como medición.
Un proceso de medición consiste en el establecimiento de la relación numérica de un objeto con respecto a otro, es decir, la unidad de medición. La fuente definitiva de medición es la de las dimensiones espaciales. Con ayuda de la unidad definida en referencia a la extensión se miden la energía y la potencia, el poder de algo de producir cambios en otras cosas y relaciones y el paso del tiempo. Un medidor indica directamente una relación espacial y solo indirectamente otras cantidades. La suposición que subyace la medición es la inmutabilidad de la unidad. La unidad de longitud es la roca sobre la que se asienta toda medición. Se supone que el hombre no puede dejar de considerarla inmutable.
Las últimas décadas han asistido a una revolución del estado epistemológico tradicional de la física, la química y las matemáticas. Estamos en vísperas de innovaciones cuyo ámbito no puede preverse. Puede ser que las futuras generaciones de físicos tengan que enfrentarse a problemas de una forma similar a los que debe tratar la praxeología. Tal vez se vean obligados a abandonar la idea de que hay algo no afectado por los cambios cósmicos y que el observador puede usar como patrón de medición. Pero pase lo que pase, la estructura lógica de la medición de las entidades terrestres en los campos macroscópico y molecular de la física no se alterará. La medición en la órbita de la física microscópica también está compuesta por escalas métricas, micrómetros, espectrógrafos: en último término con los órganos sensitivos en general del hombre, el observador y experimentador, que es en sí molecular.7 No puede librarse de la geometría euclidiana y de la idea de un patrón inmutable.
Hay unidades monetarias y hay unidades físicas medibles de diversos bienes económicos y de muchos servicios (pero no todos) comprados y vendidos. Pero las relaciones de intercambio con las que tenemos que tratar fluctúan permanentemente. No hay nada constante e invariable en ellas. Desafían a cualquier intento de medición. No son hechos en el sentido en que un físico califica como un hecho el conocimiento del peso de una cantidad de cobre. Son eventos históricos, expresiones de lo que ocurrió una vez en un momento definido y bajo circunstancias definidas. La misma relación numérica de tipo de cambio puede aparecer de nuevo, pero es seguro en modo alguno que esto vaya a ocurrir realmente y, si pasa, queda sin resolver la pregunta de si este resultado idéntico fue consecuencia del mantenimiento de las mismas circunstancias o de una vuelta a ellas más que el resultado de la interacción de una constelación muy diferente de factores determinantes del precio. Las cifras aplicadas por el hombre que actúa en el cálculo económico no se refieren a cantidades medidas, sino a relaciones de intercambio tal y como se espera (a partir de su comprensión) que se produzcan en el mercado del futuro, solo para lo cual se dirige toda acción y siendo lo único que cuenta para el hombre que actúa.
En este punto de nuestra investigación no estamos tratando el problema de una “ciencia cuantitativa de la economía”, sino el análisis de los procesos mentales realizados por el hombre que aplicando distinciones cuantitativas cuando planea su conducta. Como la acción se dirige siempre hacia influir en el estado futuro de cosas, el cálculo económico siempre se ocupa del futuro. En la medida en que tiene en consideración los eventos y tipos de cambio del pasado, solo lo hace para la disposición de acciones futuras.
La tarea que trata de realizar el hombre que actúa por medio del cálculo económico es establecer el resultado de actuar, comparando entradas y salidas. El cálculo económico es, o bien una estimación del resultado esperado de la acción futura, o bien el conocimiento del resultado de la acción pasada. Pero esto último no sirve a objetivos únicamente históricos y didácticos. Su significado práctico es mostrar cuánto es libre de consumir uno sin poner en riesgo la capacidad futura de producir. Es con respecto a este problema como se desarrollan las nociones fundamentales del cálculo económico: capital y renta, pérdida y ganancia, gasto y ahorro, coste y rendimiento. El empleo en la práctica de estas nociones y de todas las nociones derivadas de ellas está ligado inseparablemente al funcionamiento de lun mercado en el que bienes y servicios de todos los órdenes se intercambian por un medio de intercambio usado universalmente, es decir, dinero. Sería algo meramente académico, sin ninguna relevancia para actuar en un mundo con una estructura de acción diferente.
- 1La Escuela Histórica Alemana expresaba esto afirmando que la propiedad privada de los medios de producción, el intercambio del mercado y el dinero son “categorías históricas”.
- 2Cf. especialmente Eugen von Böhm-Bawerk, Kapital and Kapitalzins, Parte II, Libro III.
- 3Ver más abajo, pp. 237-257.
- 4Olvidar los problemas del intercambio indirecto estuvo indudablemente influido por prejuicios políticos. La gente no quería renunciar a la tesis según la cual las depresiones económicas eran un mal propio del modo capitalista de producción y no eran causadas en modo alguno por los intentos de rebajar el tipo de interés mediante la expansión del crédito. Maestros importantes de economía consideraban “anticientífico” explicar las depresiones como un fenómeno que se originaba “solo” a partir acontecimientos en la esfera del dinero y el crédito. Hubo incluso investigaciones sobre la historia de la teoría del ciclo económico que omitían cualquier explicación de la tesis monetaria. Cf., Por ejemplo, Eugen von Bergmann, Geschichte der nationalökonomischen Krisentheorien (Stuttgart, 1895).
- 5Para un análisis crítico y refutación de los argumentos de Fisher, cf. Mises, The Theory of Money and Credit, trad. por H. E. Batson (Londres, 1934), pp. 42-44 [La teoría del dinero y del crédito]; para lo mismo con respecto a los argumentos de Wieser, Mises, Nationalökonomie (Ginebra, 1940), pp. 192-194.
- 6Cf. Friedrich von Wieser, Der natürliche Wert (Viena, 1889), p. 60, n. 3.
- 7Cf. A. Eddington, The Philosophy of Physical Science, pp. 7-79, 168-169.