Aunque me entusiasman las perspectivas de libertad que puede ofrecer la derecha populista, me parecen frustrantes sus malentendidos respecto al comercio internacional. Y su escepticismo sobre el comercio no es una crítica matizada, por ejemplo, de la política comercial con China y las vulnerabilidades que pueden resultar. Más bien parece ser una hostilidad absoluta al comercio internacional como tal. (Me parece que, por desgracia, gran parte de la derecha disidente es escéptica con respecto al libre mercado en general y que este escepticismo proviene de una ignorancia de la economía, unida a la inexplicable pero común creencia de que el establishment del GOP está lleno de fundamentalistas de libre mercado).
Me encontré con esta hostilidad en un episodio reciente del podcast This Is Your Country en el que la presentadora, la asesora política de Trump en la Casa Blanca, Paige Willey, argumenta esencialmente que las restricciones comerciales eran fundamentales para la fundación americana, lo cual era nuevo para mí. Su argumento consistió en citar las declaraciones del mercantilista Alexander Hamilton en el Federalista nº 11.1 (Esto recuerda a la referencia del presidente del Tribunal Supremo, Morrison Waite, al uso de Thomas Jefferson de la «separación entre Iglesia y Estado» en una carta privada —en lugar de en cualquier registro de los debates constitucionales— como si representara la opinión singular de «los Fundadores» respecto a la Cláusula de Establecimiento de la Primera Enmienda).
Aunque Hamilton había prometido en su Informe sobre las manufacturas de 1791 que la protección de las industrias nacientes conduciría a una reducción permanente de los precios, James Bovard comenta que Hamilton «omitió explicar por qué los precios más altos siempre conducen a precios más bajos, pero eso no impidió que las generaciones posteriores de proteccionistas lo invocaran como si su informe hubiera sido transmitido desde el Monte Sinaí».
Y para Willey, la cuestión principal para los Fundadores no era que la política comercial debía ser supervisada por un gobierno nacional independiente y soberano, sino que las restricciones a la importación son necesarias para la prosperidad nacional. Afirma que una de las primeras leyes del Congreso fue el Arancel de 1789 «porque así es como se fortalece el país y se hace funcionar la economía». También dice que los enemigos de América la debilitaron al inundarla con importaciones baratas. (Ahogar a tus enemigos con productos baratos es una estrategia audaz).
Willey también parece pensar que los aranceles crean un almuerzo gratis para los americanos, al afirmar que «los aranceles aumentan los ingresos sin gravar directamente a los ciudadanos americanos», como si la incidencia impositiva legal determinara la incidencia impositiva real. Incluso en los modelos de comercio internacional en los que participan «países grandes» (es decir, los que tienen «poder de mercado» y, por lo tanto, la capacidad de tener cierto control sobre las condiciones comerciales), los aranceles empeoran la situación de los consumidores. La parte que más gana es el gobierno. Es bastante extraño lo mucho que les gusta a algunos de la derecha este tipo particular de impuesto.
(Cabe destacar que cuando se trata de sanciones económicas, la gente suele entenderlas como mutuamente perjudiciales. Por ejemplo, hace poco le preguntaron a Joe Biden cuánto tiempo tendrán que aguantar los americanos los altos precios de la gasolina a causa de la guerra en Ucrania. Evidentemente, es fácil entender cómo la restricción de las importaciones de petróleo pretende perjudicar a Rusia, pero también supone un coste para los consumidores americanos. Pero, por alguna razón, no se entiende tan fácilmente que los aranceles de protección perjudiquen a los consumidores nacionales).
La opinión de Willey es interesante a la luz de lo que se suele enseñar en las escuelas públicas (y, por tanto, sospechoso a primera vista) sobre la historia constitucional y sobre por qué se sustituyeron los Artículos de la Confederación por la Constitución de los Estados Unidos. A mí me enseñaron que uno de los principales defectos de los Artículos era la falta de poder del gobierno central para dictar la política comercial entre los estados y que una gran ventaja de la Constitución era quitar la política comercial de las manos de los estados y convertir la unión en una gran zona de libre comercio.
Independientemente de si ésta (o la centralización del poder) fue una razón primordial para adoptar la Constitución, es indudable que la eliminación de las barreras comerciales entre los estados ha conducido a una mayor prosperidad. Esto crea una dificultad para Willey: si las restricciones a la importación son necesarias para la prosperidad, sería desventajoso (al menos para algunos estados de la Unión) que el país fuera una zona de libre comercio.
Si las restricciones a las importaciones de otros países benefician a la economía nacional, ¿por qué no iba a beneficiar a Arkansas la restricción de las importaciones de otros estados? ¿Y por qué detenerse en el ámbito estatal? La conclusión lógica es que podríamos evitar la distopía dickensiana de la Revolución Industrial volviendo a producir la gran mayoría de lo que consumimos en casa.
Como dijo Gary North, el libre comercio es la prueba de fuego del razonamiento económico. Es difícil ver cómo la derecha disidente se beneficia de este estado de ignorancia. Si realmente quieren poner a los americanos en primer lugar, deben entender los efectos destructivos de los aranceles, especialmente en la historia americana.
- 1También citó a John Jay acerca de que las potencias europeas eran rivales en el comercio de la navegación y el transporte y que esas potencias no deseaban que esas industrias florecieran en manos americanas, así como a Thomas Jefferson, que declaró: «Los comerciantes no tienen país. El mero lugar en el que se encuentran no constituye un vínculo tan fuerte como aquel del que obtienen sus ganancias». No está claro cómo estas citas justifican su afirmación de que los Padres Fundadores entendían los aranceles como la clave de la prosperidad.