Resulta tentador, como ha hecho recientemente Naomi Wolf, atribuir el desmoronamiento de la civilización occidental a la degradación de la ética «judeocristiana» y al resurgimiento de fuerzas sobrenaturales malignas. A la vista de los numerosos ataques contra la infraestructura y el orden social de los Estados Unidos en los últimos tiempos, yo tampoco descartaría una causalidad metafísica. Pero culpar a los dioses paganos o, en términos específicamente cristianos, culpar a Satanás, es consolarse con una perspectiva oscurecida de la actual organización mundial. Echar la culpa estrictamente a fuerzas gaseosas e incognoscibles es dejar a la élite global fuera de juego.
Como escribo en The Great Reset and the Struggle for Liberty, el mundo occidental está en las garras y bajo el control de «élites subversivas». Con un poder y una influencia desmesurados, estas personas no son naturalmente superiores, sino que tienen como objetivo socavar la civilización occidental.
Pueden encontrarse en organizaciones globalistas de «mesa redonda» como el Instituto Real de Asuntos Internacionales (Chatham House), el Consejo de Relaciones Exteriores, el Grupo Bilderberg, el Club de Roma y el Foro Económico Mundial (FEM); en su principal contraparte intergubernamental internacional, las Naciones Unidas (ONU); y en las organizaciones monetarias que financian el régimen globalista, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Todas estas organizaciones han tenido como objetivo el debilitamiento de los Estados nación, la destrucción del libre mercado y el control del sistema económico mundial por una élite globalista. Estos objetivos se llevan a cabo ahora bajo la rúbrica del «capitalismo de participantes», con el FEM interviniendo y coordinando las «asociaciones público-privadas» que están dando paso al capitalismo de participantes, supuestamente para combatir el «cambio climático».
En la esfera económica, el capitalismo de participantes es un esquema de cártel que beneficia a los que cumplen y destruye a los que no. Y la economía del capitalismo de participantes se derrama en un modelo de gobernanza y geopolítica: Estados y corporaciones favorecidas en «asociaciones público-privadas» en control de la gobernanza. La configuración da lugar a un híbrido corporativo-estatal que en gran medida no rinde cuentas a los electores de los gobiernos nacionales. Como escribe Kurt Nimmo:
Según el Transnational Institute de los Países Bajos, esta «iniciativa» propone una transición desde la toma de decisiones intergubernamental hacia un sistema de gobernanza multilateral. En otras palabras, están marginando sigilosamente un modelo reconocido en el que votamos a los gobiernos que luego negocian tratados que ratifican nuestros representantes electos por un modelo en el que un grupo autoseleccionado de «participantes» toma decisiones en nuestro nombre. (énfasis añadido)
La acogedora relación entre las empresas multinacionales y los gobiernos ha suscitado incluso el desprecio de algunos académicos de izquierda. Algunos señalan que la asociación ONU-FEM y el modelo de gobernanza del FEM representan como mínimo la privatización de la Agenda 2030 de las NU, con el FEM aportando socios corporativos, dinero y supuesta experiencia en la Cuarta Revolución Industrial (4-IR). Y el modelo de gobernanza del FEM se extiende mucho más allá de las NU, afectando a la constitución y el comportamiento de los gobiernos de todo el mundo. Esta usurpación ha llevado al politólogo Ivan Wecke a calificar el rediseño gubernamental del sistema mundial por parte del FEM de «toma de control corporativa de la gobernanza mundial».
Esto es cierto, pero el modelo del FEM también representa la gubernamentalización de la industria privada. Con el capitalismo de participantes de Schwab y el modelo de gobernanza de múltiples participantes, la gobernanza no sólo se privatiza cada vez más, sino que, lo que es más importante, las empresas se convierten en importantes complementos de los gobiernos y los organismos intergubernamentales. De este modo, el Estado se amplía, mejora y aumenta con la incorporación de enormes activos empresariales. Estos incluyen la financiación dirigida al «desarrollo sostenible» con exclusión de los incumplidores, así como el uso de Big Data, inteligencia artificial y 5G para vigilar y controlar a los ciudadanos.
Pero primero deben establecerse las condiciones para un gobierno global y estas condiciones incluyen la quiebra de la soberanía nacional, la derogación de los derechos naturales y la reducción del nivel de vida de la inmensa mayoría. «La riqueza», escribe Sam Fleming para el FEM, «es la mayor amenaza para nuestro mundo.... La verdadera sostenibilidad sólo se logrará mediante cambios drásticos en el estilo de vida.»
Así pues, estas élites no sólo son subversivas, sino también destructivas. Es difícil llegar a la conclusión de que los numerosos asaltos recientes a la infraestructura de los EEUU no sean otra cosa que parte de una campaña coordinada para destruir las capacidades productivas y aterrorizar a la población. Consideremos el uso de los mandatos de vacunas para asfixiar las cadenas de suministro, los múltiples descarrilamientos de trenes y bombas químicas, las bombas no detonadas en las vías del tren, las misteriosas explosiones en plantas metalúrgicas e instalaciones petrolíferas, los incendios «casuales» en instalaciones de procesamiento de alimentos y granjas de huevos de gallina, las explosiones de materiales peligrosos en instalaciones de transporte público, el cierre de un importante laboratorio de producción de leche maternizada, etc.
Considérenlos en conexión con las operaciones de desmoralización cultural, social y política —los encierros covid y los mandatos de vacunación, los disturbios cuasi-aprobados de Black Lives Matter-Antifa, la prestidigitación electoral, los juicios espectáculo del 6 de enero, la inmigración sin trabas, la imposición del movimiento transgénero y la teoría racial crítica a los estudiantes de primaria, el tratamiento diferenciado de la delincuencia en función de criterios políticos (con la aparente recompensa de los criminales que llevan a cabo actos subversivos y el encarcelamiento de los que simplemente protestan contra el régimen)— y el efecto es una anarco-tiranía politizada desatada en la población. ¿No tienen todos estos fenómenos el efecto común de producir inseguridad social y económica e impotencia aprendida, al tiempo que acobardan cualquier oposición política hasta la sumisión?
Sin embargo, es esencialmente imposible demostrar que se trate de una campaña coordinada de élites subversivas. Como revelan los documentos internos de Twitter hechos públicos en diciembre, uno de los aparatos de comunicación e ideológicos más poderosos del planeta ha hecho todo lo posible por suprimir y filtrar la visibilidad de cualquier noticia que pudiera abrir una ventana a la coordinación del nuevo orden mundial.
Sin embargo, si, como sugirió Pareto, una élite gobernante es inevitable, entonces, como ha argumentado Jeff Deist, estamos ciertamente bajo las élites equivocadas. Si una circulación de élites puede completarse a tiempo para salvar al sistema económico mundial de la ruina y a la mayoría de la indigencia y de una verdadera esclavitud es una cuestión no poco urgente.