El Financial Times publicaba un artículo que decía que «los principales bancos centrales poseen ahora un quinto de la deuda pública total».
Las cifras son estremecedoras.
- Sin ninguna recesión o crisis, los grandes bancos centrales están comprando más de 200.000 millones de dólares de deuda pública y privada, liderados por el BCE y el Banco de Japón.
- La Reserva Federal posee más del 14% de la deuda pública total de EEUU.
- Los balances del BCE y el BdJ exceden en un 35% y un 70% sus respectivos PIB.
- El Banco de Japón es actualmente uno de los 10 mayores inversores en el 90% del Nikkei.
- El BCE posee el 9,2% del mercado de bonos corporativos europeos y más de 10% de la deuda soberana total de los principales países europeos.
- El Banco de Inglaterra posee entre el 25% y el 30% de la deuda soberana de Reino Unido.
Un informe reciente de Nick Smith, analista de la CLSA, advierte acerca de lo que llama «la nacionalización del mercado secundario».
El Banco de Japón, con su política ultraexpansionista que solo expande su balance, está en camino a convertirse en el mayor inversor en las grandes empresas del Nikkei 225. De hecho, el banco central japonés ya cuenta con el 60% del mercado de ETF (Exchange Traded Funds) en Japón.
¿Qué puede ir mal? En general, el banco central no solo genera mayores desequilibrios y un mal resultado en una economía «zombificada», ya que las políticas extremadamente laxas perpetua los desequilibrios, sino que debilita la velocidad del dinero e incentiva la deuda y las malas inversiones.
Creer que esta política es inocua porque «no hay inflación» y el desempleo es bajo resulta peligroso. El gobierno emite cantidades masivas de deuda y el dinero barato promueve un exceso de capacidad y una mala asignación de capital. Así, el crecimiento de la productividad colapsa, los salarios reales caen y el poder adquisitivo de las divisas también cae, llevando al alza el coste real de la vida y a la deuda a crecer más que el PIB real. Por eso, como hemos mostrado en artículos anteriores, la deuda total ha ascendido hasta el 325% del PIB mientras que las empresas zombis llegan a niveles propios de una crisis, de acuerdo con el Banco de Pagos Internacionales.
Los títulos públicos monetizados por el banco central no son activos de alta calidad, son un pagaré que se transfiere a las próximas generaciones y se liquidará de tres maneras: con inflación masiva, con una serie de crisis financieras o con un gran desempleo. La destrucción del poder adquisitivo de la moneda no es una política de crecimiento, es robar a futuras generaciones. El efecto «placebo» de gastar hoy el Valor Presente Neto de esos pagarés significa que, como PIB, la productividad y la renta disponible real no mejoran, al menos no tanto como la deuda emitida. Estamos creando una bomba del tiempo de desequilibrios económicos que no hacen más que crecer y que explotará en algún momento del futuro. El hecho de que la evidente bola de riesgo se retrase otro año no significa que no exista.
El Estado no está emitiendo «dinero productivo», sino solo una promesa de más réditos mediante mayores impuestos, mayores precios o confiscación de riqueza en el futuro. El crecimiento la oferta monetaria es un préstamo que obtiene el Estado pero que pagamos nosotros, los ciudadanos. El pago viene con la destrucción de poder adquisitivo y confiscación de riqueza a través de la devaluación y la inflación. El «efecto riqueza» de acciones y bonos en aumento es inexistente para la gran mayoría de los ciudadanos, ya que más del 90% de la riqueza familiar media está en depósitos.
De hecho, una monetización masiva de la deuda es solo una manera de perpetuar y fortalecer el efecto expulsión del sector público sobre el sector privado. Es una nacionalización de hecho. Porque el banco central no «quiebra», solo transfiere sus desequilibrios financieros a bancos privados, empresas y familias.
El banco central puede «imprimir» todo el dinero que quiera y el gobierno se beneficia de ello, pero los que sufren la represión financiera son el resto. Generando las consiguientes crisis financieras a través de políticas monetarias laxas y siendo siempre el principal beneficiario del auge y el declive, el sector público sale de estas crisis más poderoso y más endeudado, mientras que el sector privado sufre el efecto de expulsión en tiempos de crisis y el efecto de los impuestos y la confiscación de riqueza en tiempos de expansión.
No sorprende que el gasto público con respecto al PIB esté ahora casi en el 40% en la OCDE y aumentando, la carga fiscal esté en máximos históricos y la deuda pública aumente.
La monetización es un sistema perfecto para nacionalizar la economía pasando a los contribuyentes todos los riesgos del exceso de gasto y los desequilibrios. Y siempre acaba mal. Porque dos más dos no es igual a veintidós. Al gravar a los productivos para perpetuar y subvencionar a los improductivos, el impacto sobre el poder adquisitivo y la destrucción de riqueza es exponencial.
Creer que esta vez será distinto y que los Estados gastarán sabiamente todo ese enorme «dinero gratuito muy caro» es sencillamente una ilusión. El gobierno tiene todos los incentivos para gastar demás, ya que su objetivo es maximizar el presupuesto y aumentar la burocracia como medio de poder. También tiene todos los incentivos para culpar de sus errores a un enemigo externo. Los gobiernos siempre culpan a algún otro por sus errores. ¿Quién rebaja los tipos del 10% o al 1%? Gobiernos y bancos centrales. ¿A quién se culpa por tomar «excesivos riesgos» cuando las cosas van mal? A vosotros y a mí. ¿Quién aumenta la oferta monetaria, reclama que «fluya el crédito» e impone represión financiera porque los «hay demasiado ahorro»? Gobiernos y bancos centrales. ¿A quién se culpa cuando las cosas van mal? A los bancos por los «préstamos imprudentes» y la «desregulación».
Por supuesto, los gobiernos pueden imprimir todo el dinero que quieran, lo que no pueden hacer es convencernos de que tiene un valor, en que el precio y cantidad de dinero que imponen es real solo porque el gobierno lo diga. De ahí la menor inversión real y la menor productividad. Ciudadanos y empresas no están locos por no caer en la trampa de los tipos bajos y la alta inflación de activos. No son amnésicos.
Se llama represión financiera por una razón y los ciudadanos siempre tratan de escapar del robo.
¿Cuál es el truco para que nos lo creamos? Las bolsas suben, los bonos bajan y se nos hace creer que la inflación de activos refleja fortaleza económica.
Luego, cuando la política del banco central deje de funcionar (ya sea por falta de confianza o porque es sencillamente parte de la liquidación) y los mercados reciban las valoraciones que merecen, muchos dirán que fue culpa de los «especuladores», no del especulador central.
Cuando estalla, podéis apostar hasta vuestro último dólar en a que el consenso culpará a los mercados, los fondos de inversión, la falta de regulación y la insuficiente intervención. Los errores de la intervención perenne se «resuelven» con más intervención. El gobierno gana en todo caso. Como en un casino, la casa siempre gana.
Entretanto, las famosas reformas estructurales que se habían prometido desaparecen como los malos recuerdos.
Es un inteligente sistema maquiavélico para acabar con los mercados libres y beneficiar desproporcionadamente a los estados a través de la más injusta de las competencias: tener acceso ilimitado al dinero y el crédito y ninguno de los riesgos. Y pasar la factura a todos los demás.
Si piensas que no funciona porque el gobierno no hace mucho más, estáis sencillamente soñando.