Las “noticias falsas” [“fake news”] aparecieron como tema dominante en la campaña de las elecciones presidenciales de EEUU de 2016 y han permanecido bajo el ojo público desde entonces. Para el ahora presidente Trump, la expresión se refiere a la CCN, el New York Times y otros medios que le retratan de manera desfavorable en; en para los demócratas, significa sitios web, blogs y cuentas en redes sociales políticamente incorrectos. En este contexto, no sorprendente en que la confianza pública en los medios, en EEUU y otros lugares, se encuentre bajo mínimos. (Incluso Trump aparece como más digno de confianza en algunas encuestas).
Para el libertario, esto no es noticia. Los medios de comunicación de masas han sido durante mucho tiempo parte de lo que Rothbard llamaba la “clase moldeadora de opinión”, el grupo de intelectuales, académicos, periodistas y personajes públicos cuyo papel esencial es legitimar el estado administrativo. Los periodistas no informan de las noticias: dan forma a la opinión pública decidiendo sobre qué informar y como “desarrollar” la historia para ajustarse a una visión particular del mundo o “narrativa”. Esto es a menudo deliberado, pero puede ser subconsciente, porque los periodistas, como todos nosotros, sufren del sesgo de confirmación, la tendencia a interpretar ideas y evidencias de una manera que sea coherente con nuestras creencias previas.
Rothbard, Mises, Schumpeter y otros han escrito acerca de este fenómeno, pero uno de los tratamientos más convincentes viene de Hayek, en su artículo clásico de 1945, “Los intelectuales y el socialismo”. Como ha señalado recientemente Joe Salerno, este ensayo se usa veces para justificar un modelo de filtración hacia abajo en el que los académicos y otros pensadores dirigen su obra hacia periodistas y otros intelectuales (a los que Hayek llamaba los “tratantes de ideas de segunda mano”) que luego diseminan las ideas entre el público general. Pero esto no es todo lo que tiene Hayek en la cabeza. Además ofrece una crítica despiadada de los intelectuales (con lo que se refiere a periodistas, maestros, médicos y otros personajes públicos).
El intelectual, según Hayek, no es un experto ni un pensador profundo: “No necesita poseer conocimiento especial de nada en particular, ni siquiera tiene que ser particularmente inteligente para desempeñar su papel como intermediario en la difusión de ideas. Lo que califica para este trabajo es el amplio rango de temas sobre los que puede hablar y escribir de inmediato y una disposición o costumbre a través de la cual conoce las nuevas ideas antes que aquellos a los que se dirige” (p. 372). Esa gente tiene una influencia enorme, porque la mayoría de nosotros conocemos los acontecimientos e ideas mundiales a través de ellos. “Son los intelectuales en este sentido los que deciden qué opiniones y puntos de vista nos van a llegar, qué hechos son lo suficientemente importantes como para contárnoslos y en qué forma y desde qué ángulo van a presentarse” (pp. 372-373).
Los reporteros y editores que pueblan los grandes medios de comunicación tienden a tener una visión particular del mundo, que pone al estado, sus funcionarios y aduladores por encima de todo. Debido al sesgo de confirmación, filtran información de acontecimientos para ajustarse este punto de vista. Como dice Hayek (p. 376):
Tal vez lo más característico del intelectual sea que juzga las nuevas ideas no por sus méritos concretos sino por lo bien que se ajusten a sus concepciones generales en la imagen del mundo que considera como moderna o avanzada. (…) Como sabe poco acerca de asuntos concretos, su criterio debe ser coherente con sus demás opiniones y apropiado para combinarlo en un retrato coherente del mundo. Aun así, esta selección de la multitud de nuevas ideas que se presentan a cada momento crea el clima característico de opinión, el Weltanschauung dominante de un periodo, que será favorable a la recepción de algunas opiniones y desfavorable a otras en el que el intelectual está dispuesto a aceptar una conclusión y rechazar otra sin una comprensión real de los asuntos.
Hoy, el Weltanschauung dominante se centra en el estado y el poder estatal. De hecho, con unas pocas notables excepciones, los periodistas modernos no investigan, analizan y generan una opinión informada. En su lugar, funcionan más como agentes de prensa para el presidente u otros cargos oficiales. Durante la organización de la invasión y ocupación de Irak por EEUU en 2003, los grandes medios de comunicación estadounidenses y europeos sencillamente repetían las afirmaciones de la administración Bush acerca de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, la creciente amenaza de Irak para el mundo y todo eso. Incluso después de que se revelaran como noticias falsas, los periodistas se mantuvieron en sus trece; cuando la crisis financiera golpeó en 2008, simplemente repitieron las afirmaciones de las administraciones de Bush y después de Obama de que sin rescates bancarios y estímulos fiscales masivos se habría desplomado todo el mundo financiero. Los medios raramente se cuestionan la narrativa dominante, si es que lo hacen alguna vez; la crean, dan forma y refuerzan en lo que reportan y cómo lo reportan.
De hecho, hay multitud de ejemplos actuales de “noticias falsas” evidentes que son aceptadas y reforzadas por los principales medios de comunicación, intelectuales y académicos. Una es la afirmación repetida a menudo de que “el 97% de los científicos creen en un calentamiento global antropogénico”. Esta afirmación normalmente se refiere a un estudio (Cook et al., 2013) que analizó una gran muestra de trabajos científicos que trataban el cambio climático. La mayoría de esos trabajos no expresaba ninguna opinión sobre el cambio climático antropogénico. Entre la minoría de los que lo hacían (el 33%), el 97% aceptaba la opinión de que la actividad humana causaba calentamiento global. Así que el estudio no solo no analizaba las opiniones de los “científicos”, ni siquiera de los científicos del clima, simplemente mostraba que aproximadamente un tercio de los trabajos que trataba del cambio climático a lo largo de los últimos 20 años defendía su origen antropogénico. (Ver aquí otros estudios afirmando haber llegado a una cifra similar).
Otra afirmación normalmente tratada como un hecho es que una de cada cinco alumnas universitarias de EEUU es víctima de un ataque sexual. Como ha explicado con detalle Robby Soave, esta afirmación se basa en un estudio desacreditado en buena parte (un solo estudio de una universidad) del psicólogo David Lisak. Como demuestra Soave, el estudio no muestra nada por el estilo, pero la cifra de una de cada cinco se informa constantemente como un hecho por parte de los grandes medios.
Sería fácil dar más ejemplos. La actual obsesión por la interferencia rusa en las elecciones de EEUU es una buena candidata. De lo que se trata es de que los periodistas raramente investigan y se forman juicios independientes basados en evidencias, sino más bien recogen y repiten historias, ideas y ejemplos que se ajustan a su visión del mundo. ¿Sorprende que el público no les tome en serio?