El presidente Joe Biden anunció el fin de semana que se retira de las elecciones presidenciales de 2024. El anuncio se produce después de casi un mes de presiones para que Biden abandonara después de que su pésima actuación en el debate de finales de junio hiciera imposible seguir ocultando que el presidente tiene problemas cognitivos.
El futuro ex presidente y la mayoría de los principales actores de la política demócrata no tardaron en apoyar a la vicepresidenta Kamala Harris. En los días siguientes, los principales aspirantes potenciales de Harris se han alineado con ella y la han apoyado también o han empezado a maniobrar para convertirse en su compañera de fórmula. El lunes por la noche, Harris «tenía el apoyo de mucho más de los 1.976 delegados que necesitará para ganar» la nominación, según una encuesta de Associated Press. Así pues, parece casi garantizado que Kamala Harris será la candidata demócrata en 2024.
Por su trayectoria profesional, su fallida campaña en 2020 y su paso por la vicepresidencia de Biden, ya podemos estar seguros de que una presidencia de Kamala Harris sería horrible.
Harris representa no sólo una continuación de la doctrina Obama-Clinton-Biden de intervencionismo progresista en el interior y en el exterior, sino una aceleración.
Como vicepresidenta, se mantuvo estrechamente alineada con Biden en todas las peores cosas que ha hecho. Participó en su respuesta represiva a la pandemia, defendió sus esfuerzos por ampliar la política industrial del gobierno federal y le empujó a intentar su plan ilegal y regresivo de condonación de préstamos estudiantiles.
A principios del mandato de Biden, puso a Harris a cargo de la frontera sur, que cualquiera -—independientemente de su opinión sobre la inmigración masiva— tiene que admitir que se convirtió en un caos absoluto.
Las ambiciones de política exterior de Harris son casi indistinguibles de las de Biden en lo que se refiere a las guerras de Ucrania y Gaza, así como a la provocativa militarización de los EEUU en el Pacífico, que nos pone en riesgo de guerra con China y Corea del Norte.
Y cuando Harris difiere de Biden, siempre está en el peor bando.
En la campaña de 2020 y a principios de su mandato como vicepresidenta, Harris no apoyó el esfuerzo bipartidista para poner fin a la guerra en Afganistán. Aunque Biden y su equipo gestionaron terriblemente la retirada real, marcharse fue la decisión correcta. El hecho de que Harris quisiera seguir vertiendo nuestro dinero en ese fallido proyecto de construcción del Estado dice mucho de ella.
En su mandato, Biden ha ayudado a aprobar y aplicar algunas políticas medioambientales terribles, costosas y francamente antihumanas. Harris ha querido ir mucho más lejos y aprobar un colosal plan climático de 10 billones de dólares que, al estilo del proyecto de ley Green New Deal que copatrocinó en el Senado, pretende reestructurar toda la economía para intentar instaurar una utopía verde antes de 2050.
Harris también es peor que Biden en lo que se refiere al comercio y al impulso de la universidad financiada con fondos federales.
Como señaló Ryan McMaken en 2020, cuando Biden anunció a Harris como su compañera de fórmula, muchos de sus detractores se equivocan al calificarla de radical o de instrumento de la extrema izquierda. En palabras de McMaken, «la realidad es en realidad mucho más alarmante. Los radicales tienen tendencia a perder las batallas políticas, porque a menudo se basan en principios. Es poco probable que Harris tenga ese problema».
Harris no sólo no defiende ningún principio concreto, sino que sus ambiciones políticas más descabelladas se ajustan perfectamente al consenso de la corriente dominante. Eso es lo que hace a Harris tan peligrosa como posible presidenta.
Vivimos en un mundo en el que el gobierno federal interviene constantemente en la economía, en nuestras vidas y en regiones de todo el mundo para redistribuir el dinero de los americanos pobres y de clase media a los bolsillos de los ricos con conexiones políticas. Harris no representa ninguna amenaza para este esquema. Y así, como Biden, es probable que sus objetivos políticos se enfrenten a poca resistencia institucional por parte de los medios de comunicación, las élites empresariales adineradas y el aparato administrativo burocrático que constituye la mayor parte del gobierno federal.
Y en lo que Harris difiere de Biden, es sólo porque está impulsando políticas que otorgarán aún más poder a la burocracia federal y más dinero a los plutócratas ricos de lo que él nunca estuvo dispuesto a intentar.
En su único mandato como presidente, Joe Biden ha hecho mucho por agravar todos los problemas más acuciantes a los que se enfrenta el pueblo americano. En el mejor de los casos, una presidencia de Kamala Harris continuará donde Biden lo dejó. Lo más probable es que vaya aún más lejos.