“El Sistema Sanitario Nacional [NHS, por sus siglas en inglés] es lo más cercano a una religión que tienen los ingleses”, es sabido que dijo una vez el canciller de Margaret Thatcher, Nigel Lawson. Sin embargo, dado el fanatismo ciego con el que lo defienden sus partidarios, incluso ante la abrumadora evidencia de sus defectos, en este momento sería más apropiado describir al NHS como el culto nacional de Gran Bretaña.
El grado completamente sin parangón de furia moral que atrae cualquier crítica del NHS indica las décadas de propaganda (en escuelas estatales, de los políticos estatales y en los medios de comunicación y noticias estatales) que ha enseñado al pueblo británico a creer que la única alternativa a un monopolio sanitario controlado por el estado es que los pobres mueran en las calles. Este mito se ha convertido en tan persistente que el Partido Laborista ha sido capaz de basar toda su estrategia electoral durante décadas en retratarse a sí mismo como el único partido que realmente se preocupa acerca de “nuestro NHS” y una reciente encuesta descubría que cuando se pregunta “¿Qué te hace orgulloso de ser británico?”, el NHS es la respuesta más común en la nación por un margen considerable. Esto lleva una situación en la que las reformas que necesita desesperadamente el sistema sanitario británico no pueden ni siquiera discutirse, debido a un desbordamiento irracional de furia ciega y un desdén incomprensible que conlleva cualquier crítica a la última vaca sagrada de Gran Bretaña.
Esta satisfacción injustificada y el rechazo a considerar cambios no se ven ayudados en modo alguno por estudios como uno que ha aparecido recientemente los titulares de la prensa británica, que ponía al NHS como “el mejor sistema sanitario”. El estudio en cuestión clasificaba los sistemas sanitarios de once países y concluía que el NHS británico era el que cumplía más adecuadamente con los criterios de éxito del estudio, seguido por Australia y Holanda, con Canadá, Francia y Estados Unidos languideciendo al final de su clasificación. Este resultado positivo podría resultar una sorpresa incluso para quienes normalmente aceptan la narrativa habitual que rodea al NHS. ¡De hecho, incluso al final del artículo triunfalista de la propia BBC sobre el estudio en cuestión, enlazaba con historias relacionadas con titulares como “El racionamiento del NHS produce dolores a los pacientes” y “Las largas listas de espera para cirugía se han triplicado en cuatro años”!
Estos dos titulares indican el problema permanente de las escaseces debidas a los controles de precios que deben existir inevitablemente en un sistema como el NHS. Pues mientras el precio de los servicios sanitarios se mantenga artificialmente bajo (o sea gratuito) por intervención estatal, los consumidores individuales ya no tendrán un incentivo para economizar y preguntarse si realmente necesitan un servicio concreto o si esos recursos escasos deberían ir a otros con mayores necesidades. Esto lleva inevitablemente a un mayor número de personas reclamando conseguir más servicios de los que pueden suministrarse, llevando a las escaseces, largas listas de espera y racionamientos que han caracterizado el lastimoso estado de los servicios del NHS a lo largo de su historia. Tan inmutable es la ley económica de que los controles de precios llevan a escaseces, que en palabras de Ludwig von Mises, “ni siquiera la pena capital pudo hacer que funcionara el control de precios en los tiempos del emperador Diocleciano y la Revolución Francesa”. El hecho de que el apoyo público al NHS se mantenga tan alto, a pesar de estos grandes problemas propios de la naturaleza del mismo sistema, proporciona un claro ejemplo de la vida real de los peligros de elegir ignorar las nociones de la economía.
Sin embargo, por desgracia, controles de precios y escaseces está lejos de ser los únicos problemas que derivan del monopolio estatal británico de la sanidad. Como destacaba Kristian Niemietz, del Institute of Economic Affairs, en un excelente artículo reciente, las características del NHS que los británicos creen erróneamente que son una fuente única de orgullo, están en realidad presentes en casi todos los demás sistemas sanitarios del mundo desarrollado. Aun así, a estos otros sistemas les falta la hostilidad del NHS a la innovación en medicinas y prácticas. Además, el número de muertes infantiles evitables en algunos de sus usuarios ha llevado a que el NHS quede bajo investigación pública desde abril por procedimientos de atención maternal descritos como “verdaderamente chocantes”. Espero ansiosamente las reformas fundamentales que sin duda resultarán de la sugerencia de los reguladores estatales de una investigación estatal de los errores del sistema sanitario del propio estado.
¿Cómo es posible entonces que el NHS se clasifique tan alto en este estudio reciente por parte del influyente think tank sanitario Commonwealth Fund, a pesar de todos estos grandes problemas? La respuesta está en la cuidadosa selección del estudio de los criterios utilizados como mediciones del éxito, para dar el mayor peso a las pocas áreas en las que el NHS sí destaca. De hecho, el estudio se diferencia considerablemente de todas las demás comparaciones de sistemas sanitarios por el gran peso que atribuye al procedimiento y las características del sistema general, con relativamente poco peso para los resultados reales. Se podría pensar que el lugar del NHS en el 20% inferior tanto en tasas de supervivencia al cáncer como en tasas de muertes médicamente evitables se consideraría una estadística demasiado importante como para ponerla debajo de felpudo de los detalles técnicos de este método de estudio. El Commonwealth Fund da asimismo sorprendentemente poco peso a la lamentablemente baja eficiencia del NHS en términos de resultados sanitarios por libra, un hecho que contradice a aquellos que afirman que sencillamente poner más dinero del contribuyente en el sistema resolvería sus problemas.
En términos de sus resultados sanitarios con respecto a las enfermedades más comunes, el NHS británico se encuentra más cerca de países del antiguo bloque comunista como Eslovenia que entre sus vecinos europeos occidentales. Incluso un país como España, cuyo PIB por cabeza es un 25% más bajo que el de Gran Bretaña, tiene resultados sanitarios tan superiores a los del NHS que, si el sistema británico fuera capaz de mejorar hasta el punto de que se limitara a igualar a España, 10.000 británicos menos morirían de causas médicamente prevenibles cada año. Incluso el estudio en cuestión del Commonwealth Fund reconoce que, aunque clasifique al NHS como el mejor sistema sanitario total, su competencia en cosas pequeñas como mantener realmente vivos a sus pacientes era la segunda peor de todos los países bajo consideración.
Los límites del debate socialmente aceptable todavía están a una distancia considerable como para producirse en Gran Bretaña antes de pueda reconocerse y discutirse de una manera razonable la necesidad desesperada de una reforma esencial del NHS. Hasta entonces, ninguna cantidad de pequeños retoques o financiación adicional será capaz de tratar la podredumbre en el corazón del sistema, de la que derivan tantos defectos evitables: su estatus como monopolio estatal financiado por los contribuyentes. Hasta que este aspecto esencial de la sanidad británica pueda criticarse sin incurrir en excomunión de la vida pública, el NHS continuará fallando al pueblo británico, igual que los monopolios estatales británicos del carbón, los astilleros, los automóviles y otras industrias que quebraron en la década de 1970.
En palabras del gran economista de Chicago, Thomas Sowell: “Nunca se entenderán las burocracias hasta que se entienda que, para los burócratas, el procedimiento es todo y los resultados no son nada”. Realmente no se puede entender el NHS hasta que se entienda que, mientras la sanidad británica continúe estando dirigida por una burocracia pública en lugar de por negocios dirigidos al consumidor, las mismas vidas de la gente británica continuarán siendo solo otro “resultado” que el estado ignora.