En un famoso pasaje de La riqueza de las naciones. Adam Smith dice:
En casi todas las demás razas de animales cada individuo, cuando crece hasta la madurez, es completamente independiente, y en su estado natural no tiene ocasión de la asistencia de ninguna otra criatura viviente. Pero el hombre tiene casi constantemente ocasión para la ayuda de sus hermanos, y es en vano para él esperarla sólo de su benevolencia. Es más probable que prevalezca si puede interesar el amor propio de ellos en su favor, y mostrarles que es para su propio beneficio hacer por él lo que él requiere de ellos. Quienquiera que ofrezca a otro un trato de cualquier tipo, se propone hacer esto. Dadme lo que quiero y tendréis lo que queráis, es el sentido de cada oferta; y es así como obtenemos de los demás la mayor parte de los buenos oficios que necesitamos. No es por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que esperamos nuestra cena, sino por la consideración de sus propios intereses. Nos dirigimos, no a su humanidad sino a su amor propio, y nunca les hablamos de nuestras propias necesidades sino de sus ventajas.
Los críticos del libre mercado a menudo citan este pasaje. ¿No admite Adam Smith, el principal teórico del capitalismo, que el mercado se basa en la codicia? La gente en un sistema capitalista mira a sus semejantes de una manera estrechamente egoísta. Una economía verdaderamente humana sería diferente. Por ejemplo, el filósofo marxista G.A. Cohen compara la forma en que la gente actúa bajo el capitalismo con las relaciones cálidas y amistosas que comparten en un viaje de campamento:
No creo que la cooperación y el desinterés que muestra el viaje sean apropiados sólo entre amigos, o dentro de una pequeña comunidad. En el aprovisionamiento mutuo de una sociedad de mercado, soy esencialmente indiferente al destino del agricultor cuyos alimentos consumo: hay poca o ninguna comunidad entre nosotros... Pero me parece que todas las personas de buena voluntad acogerían con agrado la noticia de que se ha hecho posible proceder de otra manera, tal vez, por ejemplo, porque algunos economistas han inventado formas ingeniosas de aprovechar y organizar nuestra capacidad de generosidad con los demás.
Antes de comentar las críticas, me gustaría dejar de lado una observación que es correcta, pero no en el punto. ¿No nos ha enseñado Murray Rothbard que Adam Smith no era el principal teórico del libre mercado sino que, por el contrario, abandonó la explicación del valor desarrollada por los escolásticos españoles? Si es así, ¿por qué deberíamos preocuparnos por su visión de la benevolencia?
La respuesta a eso es sencilla. Rothbard tiene razón sobre el papel de Smith en la teoría económica, pero en este caso Smith acertó. Los compradores y vendedores en el mercado libre actúan por interés propio, lo que no excluye de ninguna manera los sentimientos amistosos hacia aquellos con los que hacen negocios.
Si la filósofa Martha Nussbaum tiene razón, los críticos del mercado han entendido mal lo que Smith dice en el pasaje sobre la benevolencia. No está diciendo que para que el libre mercado funcione tenemos que confiar en el bajo pero poderoso motivo del interés propio, porque el motivo superior de la benevolencia es demasiado débil para hacer el trabajo. Más bien, Smith está diciendo que es mejor confiar en el interés propio que en la benevolencia. Smith es más parecido a Ayn Rand de lo que pensábamos.
El análisis de Nussbaum del pasaje está convenientemente disponible en su reciente libro The Cosmopolitan Tradition (Harvard, 2019). Ella dice,
El famoso pasaje... suele leerse fuera de contexto... no está afirmando que todo el comportamiento humano esté motivado por el interés propio, algo que TMS [La Teoría de los Sentimientos Morales] pasa setecientas páginas negando y algo que RN [La Riqueza de las Naciones] acaba de negar. Smith está diciendo, en cambio, que hay algo particularmente digno y humano en estas formas de intercambio y de hacer tratos, algo que las hace expresivas de nuestra humanidad. «Nadie más que un mendigo», continúa, «depende de la benevolencia de sus conciudadanos».
En otras palabras, las personas no deberían ser parásitos. Deberían, en cambio, comerciar con otros. Una vez más el parecido con Rand es sorprendente. Nussbaum elabora que para Smith, una
la buena sociedad sería aquella en la que la gente aprende a ser autogobernada, y sus poderes individuales de agencia y autogobierno son respetados por las instituciones en las que viven... De una manera que sigue de cerca a Cicerón y otros textos estoicos, y usando al perro, su ejemplo ubicuo de comportamiento animal, para hacer su punto, Smith sugiere que los animales no humanos, al carecer de razón y lenguaje, tienen a su disposición sólo una forma muy reducida de conexión, tanto entre ellos como con los humanos. Todo lo que pueden hacer es adular de manera «servil» a la persona o animal que quieren complacer, con la esperanza de que obtengan lo que quieren... Los seres humanos, al tener lenguaje y razón, pueden usar la persuasión para obtener lo que quieren y una expresión característica de esa capacidad es la elaboración de contratos y el establecimiento de relaciones de intercambio.
Desafortunadamente, Smith no siempre es tan bueno y tampoco lo es Nussbaum. Smith, como Rothbard hace evidente, no es un defensor completo y consistente del libre mercado, y Nussbaum es muy partidario del Estado de bienestar. En este caso, sin embargo, ha explicado uno de los argumentos de Smith de manera clara y convincente. Es un argumento que los amigos del mercado acogerán con agrado.