Tras el éxito del Sputnik I del 4 de octubre de 1957, con el que la URSS podía proclamar haber construido el primer satélite artificial terráqueo, se produjo un cambio cósmico de percepción. Fueran cuales fueran las ventajas de la sociedad de EEUU medidas en libertad individual, quedaban lejos cuando se comparaban con la ciencia y la tecnología soviéticas.
La superioridad espacial soviética se puso de manifiesto 32 días después cuando se lanzó el Sputnik II con Laika, una perra encontrada vagando por las calles de Moscú que murió unos pocos días después del despegue. Los datos de telemetría registrados durante su vuelo orbital mostraban una temperatura de cabina llegando los 42°. Sufrió mucho tiempo antes de morir, dando a los estadounidenses otra razón para odiar a los comunistas.
El Sputnik II no sólo llevaba un perro, lo que sugería que los soviéticos estaban pensando en poner seres humanos en el espacio, sino que el extremo final del cohete había permanecido unido al satélite, lo que significaba, increíble y ominosamente, que el cohete soviético había conseguido poner un peso de seis toneladas en órbita terrestre. Estados Unidos, por el contrario, estaba trabajando en un satélite del tamaño de un pomelo que pesaba tres libras y media. — Apollo, Charles Murray & Catherine Bly Cox, 2004. [Las cursivas son mías].
La humillación final llegó el mes siguiente, cuando un Vanguard TV3 ardió en la rampa de lanzamiento en Cabo Cañaveral. Según Murray y Cox, un delegado soviético en la ONU provocó a EEUU diciéndole si le interesaría recibir ayuda calificada como para “países subdesarrollados”.
Un sorprendido público estadounidense reclamaba respuestas. No había respuestas, solo escuelas públicas, clubs de bridge, GM, pizza, Annette y Elvis. El gobierno empezó a subvencionar las carreras de matemáticas y ciencias y creó dos burocracias, el ARPA (luego DARPA) y la NASA. Cuando EEUU lanzó su pomelo de 30 libras llamado Explorer 1, el 31 de enero de 1958, la carrera espacial total entre los dos países puso la directa.
El ganador, como hemos leído y escuchado, fue EEUU cuando tres astronautas realizaron un viaje de ida y vuelta a la luna en 1969. Fue un triunfo de la ética de la voluntad, requiriendo el sudor e inteligencia de unas 400.000 personas durante los años de máxima actividad para poner a Armstrong y Aldrin en la superficie lunar. Como dijo recientemente un escritor: “Aunque la intrépida tripulación de astronautas hizo que la hazaña pareciera fácil, la NASA lo sabía: este era probablemente el viaje más peligroso de la historia”.
Incluso eso es un eufemismo. Entre los retos de enviar hombres a la luna está el letal cinturón de radiación de Van Allen, que los astronautas atravesarían durante una hora en cada dirección. Después de descubrir el cinturón en 1958, el Dr. James Van Allen declaró en Scientific American que “el cuerpo humano tendrá que protegerse de alguna manera ante esta radiación, incluso en un tránsito rápido a través de la región”. Pero aparentemente la NASA encontró una manera de evitarlo. La NASA afirma que la trayectoria y la velocidad de 17.000 millas por hora de su nave espacial libró a los astronautas de una exposición significativa. En el Apolo 11, el mayor temor de la NASA era si el módulo lunar podría despegar hacia el encuentro con el módulo orbital de comando, que luego les devolvería a la Tierra. Se consideraba tan amenazador que el presidente Nixon tenía un discurso de desastre listo para caso de fracaso.
¿Derrotó el capitalismo al comunismo?
Sería estupendo decir que el infatigable espíritu emprendedor del país se levantó y derrotó a los soviéticos, pero los hechos son distintos. En 2011, en el 50 aniversario del discurso de JFK de 1961 que presentó el programa Apolo, The Economist recordaba al mundo una cruda realidad:
[Kennedy] dispuso que los logros de EEUU en el espacio fueran un emblema de la grandeza nacional y el proyecto tuvo éxito. Sin embargo, no escapó a los críticos ni siquiera en ese momento que esto conllevaba una paradoja. El programa Apolo, que se creó para demostrar la superioridad del sistema de libre mercado, tuvo éxito al movilizar enormes recursos públicos dentro de una burocracia centralizada bajo la dirección del gobierno. En otras palabras, imitaba aspectos de la misma economía dirigida que pretendía repudiar.
Los asesores de Kennedy le habían asegurado anteriormente que con una financiación adecuada podía llegarse a la luna, que no habría grandes obstáculos tecnológicos a superar. Pensaba que la gente necesitaba el proyecto Apolo para restaurar el orgullo estadounidense, aunque personalmente no le importaba mucho el espacio. En 1963 estaba convencido de que EEUU ya no estaba a la sombra de los soviéticos tecnológicamente, pero le preocupaba el presupuesto del proyecto Apolo, que se expandía exponencialmente. Lo mismo pasaba con sus críticos.
También estaba tratando de aliviar las tensiones entre los dos países con armas nucleares y había conseguido progresos en ese sentido con la resolución de la crisis de los misiles cubanos y el tratado de prohibición de pruebas nucleares. Hizo contactos con Moscú para ver si había un interés por un proyecto lunar conjunto y dada la alentadora respuesta presentó una propuesta en la ONU el 20 de septiembre de 1963 pidiendo cooperación. Poco antes de su muerte, JFK pidió al jefe de la NASA, Jim Webb, que “encontrará la manera de hacerlo”. Las posibilidades de cooperación acabaron después de Dallas y, como dijo a un entrevistador el autor especializado en política espacial, John Logsdon: “El proyecto Apolo se convirtió en un homenaje a un presidente muerto”.
Sumando el gasto anual del programa Apolo, 1959-1973, sale un total de 20.400 millones de dólares o 109.000 millones en dólares de 2010. ¿Mereció la pena? Según Slate, citando a Erik Conway, historiador del Jet Propulsion Laboratory: “El programa Apolo solo tuvo un apoyo público mayoritario (por encima del 51%) durante los pocos meses en torno al alunizaje de 1969. Eso es todo. El resto del tiempo fue menor del 50%”. En la década de 1960, mil millones de dólares era un montón de dinero. Gastar miles de millones para ir a la luna se veía como un paseo con un auto robado muy caro. Citando de nuevo a Conway: “Los hechos básicos son que cada año después de que el Congreso de 1964 recortó el presupuesto de la NASA. ¿Por qué lo hicieron? Bueno, en realidad sencillamente no había apoyo del público”.
También había un estado de guerra y bienestar en desarrollo en este periodo, compitiendo por la demanda de la NASA por el botín fiscal. Y sin un mercado percibido, los emprendedores no tenían interés en un proyecto de la magnitud del Apolo.
Aun así, mucha gente que veía el programa Apolo como un desperdicio reconocía que había sido un enorme logro de ingeniería. El problema fue que se paró: las misiones lunares Apolo fueron momentos sin empuje. Como lamentaba un espectador: “Tristemente, resulta que lo que todos pensábamos que iba a ser una nueva época después del paseo lunar no duró mucho más que el propio paseo”.
“Paso a paso, intensamente”
Hoy en día la tecnología ha alcanzado los sueños y ciertos empresarios creen que los proyectos espaciales pueden valer la pena.
Los titulares espaciales los ocupan ahora los billonarios de las tecnologías, especialmente Jeff Bezos y Elon Musk y sus empresas respectivas, Blue Origin y SpaceX. Se han escrito muchos artículos acerca de los méritos técnicos de sus logros, pero en la mayoría se olvida la distinción entre un emprendedor político (Musk) y un emprendedor del mercado (Bezos). No es muy sorprendente, dado que la distinción se pierde en la mayoría de los comentaristas. Musk, como la mayoría de los “Robber barons” del siglo XIX, tiene una relación de amistad con los cargos públicos de EEUU, especialmente con John McCain.
“Cada vez que McCain hace un movimiento en el sector espacial”, escribe Steve Sherman en Townhall, “podéis estar seguros de que SpaceX será la beneficiaria. ¿Por qué habría de ser así? Podrían ser los 10.000$ que el grupo de SpaceX donó al senador John McCain esta sesión o los 1.780.000$ que gastó SpaceX en cabildeo en 2015, de los cuales un gran porcentaje se gastó en la Ley de Autorización de la Defensa Nacional de 2016 que copatrocinó el senador McCain y fue aprobada como ley”.
Jeff Bezos, por el contrario, declaró recientemente que iba a vender mil millones de dólares al año en acciones de Amazon para financiar su empresa espacial. Bezos quiere trasladar al espacio la manufactura pesada y colonizar el sistema solar, pero insiste en hacerlo “paso a paso, intensamente”.
Musk quiere colonizar Marte y necesita dinero para hacerlo. “En último término, estaba a ser un enorme sociedad público-privada”, dijo. En último término, va a desplomar al público de nuevo en un intento de hacer que funcione su proyecto. Como siempre, Mr. Musk.
Lo que en un determinado momento fue una carrera espacial de un gobierno frente a otro es ahora una carrera espacial entre un capitalista con compinches y un capitalista del mercado. Expresemos la distinción ética alto y claro: por primera vez desde que empezó la exploración espacial uno de los competidores no ha metido la mano en nuestros bolsillos.