Muchos libertarios de izquierdas reclaman fronteras abiertas. Las naciones no tienen importancia, nos dicen. Pensar otra cosa, reconocer cualquier límite a la inmigración, restringe arbitrariamente la libertad de la gente. Quienes pensamos otra cosa, dicen, no somos más que fascistas.
El brillante y completo artículo de Joe Salerno “Mises on Nationalism, the Right to Self-Determination, and the Problem of Immigration” demuestra que Mises rechazaba la postura extrema antinacionalista de fronteras abiertas.
Como demuestra Salerno, Mises apoyaba el “nacionalismo liberal”, uno de los movimientos políticos más importantes del siglo XIX. Para él, las decisiones de los individuos eran esenciales. Las personas que pertenecen a una única comunidad lingüística no quieren estar gobernadas por aquellas que hablan un idioma diferente. Quieren formar naciones en las que puedan gobernarse a sí mismas.
Como decía Mises:
El principio de racionalidad incluye solo el rechazo de todo señorío: reclama autodeterminación, autonomía. Sin embargo, luego expande su contenido: no solo libertad sino también unidad es la consigna. Pero también el deseo de unidad nacional es sobre todo completamente pacífico. (…) El nacionalismo no se enfrenta al cosmopolitismo, pues la nación unificada no quiere discordias con los pueblos vecinos, sino paz y amistad.
¿Por qué quiere autogobierno la gente? De otra manera estaría dominada por quienes hablan otro idioma. Serían como un pueblo colonial gobernado por un imperio opresor. Como la clase dirigente habla otro idioma, los grupos minoritarios están condenados a ser meros espectadores.
Mises lo exponía con su elocuencia habitual:
Expresado en forma de ley, el resultado de las discusiones políticas [de la mayoría] adquiere una importancia directa para el ciudadano que habla en una lengua extranjera, ya que debe obedecer la ley, pero tiene la sensación de que está excluido de la participación efectiva a la hora de dar forma a la voluntad de la autoridad legislativa o al menos de que no se le permite cooperar en darle forma en la misma medida que aquellos cuya lengua nativa es la de la mayoría gobernante. Y cuando aparece ante un magistrado o cualquier cargo administrativo un como parte un de una solicitud o petición, se encuentra ante hombres cuyo pensamiento político le es extraño, porque se desarrolló bajo distintas influencias ideológicas. (…) A cada paso, el miembro de una minoría nacional siente que vive entre extraños y que él es, aunque la letra de la ley lo niegue, un ciudadano de segunda clase.
La situación contra la que advertía Mises se produjo después del Tratado de Versalles y los demás tratados insensatos que acabaron la Primera Guerra Mundial. Las minorías lingüísticas fueron incluidas por la fuerza en estados a los que no querían unirse y la lucha de las minorías por la autodeterminación y la resistencia a esto ayudaron a hacer estallar la Segunda Guerra Mundial. Las dificultades no fueron solo las causadas por diferencias idiomáticas. Los grupos étnicos no querían ser gobernados por gente de otro grupo étnico, especialmente si dichos grupos se habían enfrentado en el pasado. Cada grupo debía ser capaz de tener un estado propio, si lo quería.
Mises condenaba la supresión de minorías lingüísticas y étnicas como un nacionalismo “militante” o “agresivo”.
Así que los miedos a verse sobrepasados por otro pueblo no pueden rechazarse. Mises lo expresa enérgicamente:
Si el gobierno de estos territorios [habitados por miembros de diversas nacionalidades] no opera bajo criterios completamente liberales, no cabe siquiera de una aproximación a la igualdad de derechos en el tratamiento de los miembros de los distintos grupos nacionales. Solo pueden existir gobernantes y gobernados. La única duda es si uno será el martillo o el yunque.
Mises se daba cuenta de que la inmigración promueve la división internacional del trabajo, pero esto para él no cerraba la discusión. Como señala Salerno:
Así que Mises lleva el análisis de la emigración más allá del ámbito de las consideraciones estrictamente económicas y lo pone en contacto con la realidad política concreta de la nación-estado mixta democrática y su característica supresión y violación de los derechos de propiedad de las minorías nacionales por la nación mayoritaria.
Algunos partidarios de las fronteras abiertas proponen tratar el problema de las nacionalidades de una manera extraña. Para impedir que el grupo mayoritario domine a los demás, el estado debe adoctrinar a todos para hacer que acepten una “tolerancia” obligatoria. Cualquier expresión de orgullo de étnico por parte de la mayoría se condena como “racista”, mientras que las minorías son consentidas y se les permite hacer lo que hicieran. Esta política equivocada no acaba con la supresión étnica sino que únicamente le da la vuelta. Podemos afirmar que Mises habría visto esto con desdén.
Solo si viviéramos en un mundo de completo laissez faire se acabaría el problema de la inmigración. Entonces la gente sería libre para asociarse o no asociarse, de acuerdo con su voluntad. Hasta entonces, la gente que desee restringir la inmigración para conservar su propio idioma y cultura no es irracional, según Mises. Los defensores de las fronteras abiertas no pueden afirmar que Mises es uno de ellos.