Dinero y bancos

En primer lugar, se imprime dinero agresivamente con la excusa de que «no hay inflación». Cuando la inflación aumenta, los bancos centrales y los gobiernos nos dicen que es «transitoria» o que se debe a efectos «multicausales».

Desde la madera hasta el cobre y el maíz, los precios de los productos de primera necesidad, tanto para la producción como para el consumo, están subiendo a máximos de varios años. La Fed dice que tiene todo bajo control, pero la Fed tiene un pésimo historial tanto en las predicciones como en la ejecución de sus planes.

Gracias a tantas restricciones gubernamentales sobre el uso de posibles monedas que no sean el dólar, sólo podemos adivinar cuál sería la relación entre los dólares y el bitcoin en un mercado en funcionamiento. Pero no tiene por qué ser así.

Uno de los aspectos más demandados del dinero físico es que es totalmente fungible. Cada dólar es lo mismo que cada dólar. Pero las criptomonedas pueden dejar un rastro digital que puede provocar problemas posteriores de fungibilidad.

Con Jerome Powell y Janet Yellen centrados en el uso de la política monetaria para gestionar el cambio climático, la masa monetaria M1 se ha disparado, pasando de poco más de 4 billones de dólares en febrero a 18,6 billones en marzo. Esto está sacado del libro de jugadas de Zimbabue.

El banco central ha destruido básicamente el negocio del riesgo, y el sector inmobiliario comercial sigue siendo un desastre inminente. Como resultado, los bancos no están prestando a la gente normal. La economía depende cada vez más de poco más que el dinero recién impreso.

El caso de la moneda zaïre en la República Democrática del Congo proporciona una fuerte evidencia anecdótica que descarta la teoría monetaria moderna obsesionada con la moneda fiduciaria.

Sería tonto si sugiriera que conozco el potencial exacto de las criptomonedas, pero sería aún más tonto si dijera que el gobierno indio lo conoce.

Hamilton estaba «tan hechizado y pervertido por el ejemplo británico», escribió Jefferson, «como para estar bajo la completa convicción de que la corrupción era esencial para el gobierno de una nación».

Fekete fue uno de los pocos viejos europeos que reconoció el papel central del dinero: en el lado positivo como medio de división amistosa del trabajo, en el lado negativo como víctima y palanca de la intervención política.